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Mishima: más allá de la ideología revolucionaria

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Testimonio

Hay sucesos que no se pueden atribuir a la casualidad, sucesos que están destinados a entrar en nuestras vidas. Sería difícil, sin embargo, admitir que una mano invisible trazó estos acontecimientos: nuestros actos carecerían de un sentido más allá que el de su propio significado. Pretender que algo está perdido o que aún es factible sería un absurdo. Tal vez la respuesta más sensata esté en la teoría de causación del tiempo de Asanga, cofundador junto a Vasubhandhu, su hermano, de la doctrina de Yuishiki, que afirma que el Alaya (la octava, última y definitiva forma de consciencia —mayor que los cinco sentidos, la mente y la autoconciencia— cuyo flujo es siempre cambiante) interactúa con la ley de profanación creando el instante actual, hasta que una vez transcurrido el momento, ambas mueren y vuelven a renacer generando otra causalidad, originando a su vez la línea del tiempo. Quizá fue esta última forma de consciencia —mientras trabajaba como librero— la que me permitió saber de Yukio Mishima. Tal vez fui yo quien construyó este puente en el que una simple causalidad —leer en la pestaña de un libro que Yasunari Kawabata desmerecía su galardón de Premio Nobel en honor a otro autor nipón “cuyo genio literario lo producía la humanidad solo cada dos o tres siglos”— me llevaría a encontrar biografías y ensayos sobre él desperdigados en la librería, a averiguar rasgos de su vida, a leerlo, promocionar su literatura, y hasta a estimarlo. Eso es lo que generan los ídolos, y Mishima es uno de ellos.

Una breve introducción

Mishima (1925-1970) forma parte de aquellos autores cuya producción literaria inició a finales de la Segunda Guerra Mundial, suceso histórico que le dejó un profundo pesar como se puede inferir en el nihilismo y patriotismo ferviente de su obra madura. El éxito literario, sin embargo, lo acompañó mucho antes de abordar estos temas con la publicación de Confesiones de una máscara (1949), novela de corte autobiográfico y estilo visceral. En esta obra, Mishima narra el descubrimiento de la homosexualidad del adolescente Koo-chan y sus esfuerzos por ocultar su orientación sexual. La actitud del protagonista será vital para comprender la cosmovisión de Mishima, pues este también adoptará un comportamiento histriónico a lo largo de su vida. “… ¿no nace el arte de la experiencia vivida? Una dimensión más elevada de la vida cotidiana, una experiencia transportada, por fermentación a un nivel simbólico”, escribe en una carta a Yasunari Kawabata, con quien mantendría amistad por más de 25 años.

A medida que prolifera su obra (llegó a ser el autor nipón más conocido en Occidente), Mishima sufre una metamorfosis que —al igual que Confesiones de una máscara— demuestra cierta ironía, contradicción. El chico enclenque, de rasgos afeminados, solitario durante sus primeros 30 años, se convertirá en un fisicoculturista, un samurái posmoderno, que cultivará su yo en la sociedad, en el espacio que lo rodea. Hablará el lenguaje del cuerpo, lo que queda después de las palabras que ha pronunciado. Pero solo el cuerpo lo llevará a alcanzar un placer que ha sido vedado al intelecto: “Comprendí que sólo en el grupo —mediante la participación en el sufrimiento del grupo— podía el cuerpo alcanzar esa altura de la existencia que el individuo solo jamás podía conquistar. Y para que el cuerpo alcanzase ese nivel en que era posible atisbar lo divino, se requería una disolución de la individualidad”,

Su obsesión por la belleza y por ocupar un espacio en la sociedad dará paso, entonces, al ideal por restablecer los valores tradicionales de Japón, y a su prematura muerte. El 25 de noviembre de 1970, luego de que su pequeña milicia privada, la Sociedad del Escudo (Tatenokai), secuestrara al general Mashita y de que pronunciara un discurso que fue rechazado por el regimiento del cuartel central de las fuerzas de autodefensa, Mishima practica el ritual de suicidio samurái, el seppuku. Una muerte tan calculada, que lo vio caer como Ícaro, cuando había moldeado un cuerpo tan brillante como su intelecto, no puede concebirse sino como otra de sus obras. Este acto, precedido por textos que reflejan su admiración por el código de honor samurái (Bushido) y la muerte, como ‘Patriotismo’ (relato, 1966), Caballos desbocados (novela, 1969) y La luna como un arco (obra de teatro, 1969), marca lo difusos que fueron los límites entre la ficción y la no ficción en este autor cuyo nombre, incluso, fue una ilusión, un pseudónimo. Hiraoka Kimitake (Mishima) sabía que estaba frente a una utopía, y la supo sortear de la forma más diáfana: bajo los rayos del sol.

Dos novelas

Un hombre no solo se define por sus actos, se define también por sus sueños. Quien dedica su vida a elucubrar ficciones contradice a la historia. Dice lo que pudo ser, lo que nunca fue. A través de su literatura, Mishima hizo de su misma existencia un acto de mímesis/rebeldía. Un acto que se expresa en dos obras valiosas que guardan un gran paralelismo: El rumor del oleaje (1954) y Nieve de primavera (1966), primer volumen de la tetralogía El mar de la fertilidad.

Estas dos novelas comparten su tema central. Tanto en El rumor del oleaje como en Nieve de primavera, sus protagonistas tienen el superobjetivo de alcanzar el amor del ser deseado. Sin embargo, la resolución de estos relatos es distinta. Mientras que en El rumor del oleaje Mishima relata una comedia (una historia con desenlace feliz), en Nieve de primavera nos presenta una tragedia (un desenlace fatal). El idilio finaliza con la muerte de su protagonista, un joven apasionado y aristócrata que, en aras de la mujer amada, sacrifica su vida bajo el manto cándido de la nieve. Este final, como el de la otra novela, es consecuente con las acciones de su protagonista. En ambos casos la caracterización de los personajes se construye de forma paralela a la trama, como un edificio en torno a la época y sociedad de su arquitecto, sin caer por ello en estereotipos. En El rumor del oleaje, Shinji es un joven fornido e ingenuo que pertenece a un pueblo de pescadores, Utajima, mientras que en Nieve de primavera, Kiyoaki es un joven tímido que proviene de una familia de linaje real. Estas particularidades personales y entorno social marcarán el comportamiento y voz de los protagonistas, y otorgarán, a su vez, un mayor poder de persuasión a la voz del narrador. El lenguaje lacónico de Shinji, por tanto, nos revelará su formación humilde, como se puede observar cuando conversa con su madre:

—¿Te has acostado con ella?

Shinji sacudió de nuevo la cabeza.

—¿Entonces no has hecho nada que pueda dar qué hablar a la gente? ¿Me estás diciendo la verdad?

—Sí, te he dicho la verdad.

En Nieve de primavera —aunque Kiyoaki comparte el laconismo de Shinji— la naturaleza de los diálogos es distinta. Muestran el carácter indócil del protagonista:

—¿Por qué me estás siguiendo? —inquirió el amigo.

—Ayer me porté muy mal —se excusó Kiyoaki cortés.

—No importa. Tu resfriado fue sólo una excusa, ¿verdad?

—Así es.

Ambos personajes se expresan con un lenguaje y tono único que lleva al lector a asimilar y comprender la realidad social en la que se manejan, aunque esto no implique necesariamente que no compartan el mismo conflicto. El consentimiento y aprobación de la sociedad en torno a una opinión pública que tergiversa sus realidades son muros que deben sortear para alcanzar su amor. Shinji no puede estar con Hatsue debido a la diferencia económica y el ‘qué dirán’, mientras que Kiyoaki no puede compartir su amor con Satoko debido a que la boda de ella con el príncipe Toin tuvo la venia del emperador.

Otro aspecto interesante en estas novelas es el estilo que ocupa Mishima. El registro que emplea en El rumor del oleaje presenta un carácter más descriptivo en comparación con Nieve de primavera. Al pertenecer a la tetralogía El mar de la fertilidad, se infiere que en Nieve de primavera existe un mayor empleo del diálogo, pues este recurso permite al autor hacer eco, a través de las reflexiones de los personajes, de su rechazo a una sociedad que, consideraba, tenía una carencia de valores e identidad. Pero en el caso de El rumor del oleaje, sucede que es el propio escenario, la isla de Utajima, el que proporciona un mayor significado a la historia. Este espacio brillantemente esbozado caracteriza al protagonista, pues en este se ve reflejada la pureza de su amor. En cualquier caso, si comparamos el estilo que nos ha mostrado en ambas novelas, notaremos que existe una especie de contraposición entre lo que el autor considera que debería ser (El rumor del oleaje) y lo que realmente es (Nieve de primavera). Esto también se puede inferir en el hecho de que muchos de los paisajes de El rumor del oleaje se inspiraron en la estadía de Mishima en la isla de Kamishima, espacio donde, en sus palabras, “todavía subsiste una vida humana auténtica”: “Esta isla cuenta con mil doscientos o mil trescientos habitantes, repartidos en doscientos hogares, y no hay sala de cine, ni pachinko, ni puestos de bebidas, ni salón de té, en suma, ningún ‘vicio’. […] Me parece que aquí todavía subsiste una vida humana auténtica. Y me fue tan agradable que, aunque sea por solo una semana, imité esta verdadera vida”, escribe en una carta fechada el 10 de marzo de 1953 a Kawabata.

Esta labor de documentación —de flaneur si tomamos el concepto de Baudelaire— al mismo tiempo que incrementa el poder de persuasión de los narradores, le permitirá a Mishima trasladar la tradición de Japón a otras culturas. En El rumor del oleaje, por ejemplo, muchos críticos evocarán en sus imágenes bucólicas el mito griego de Dafnis y Cloe. En otros casos como en Nieve de primavera, por el contrario, trasladará al lector a un espacio donde puede asimilar con facilidad estos conocimientos. En esta novela, por ejemplo, el budismo nos es mostrado a través los pasajes de los libros de estudio de Shigekuni Honda, quien además reflexiona sobre dichos conceptos contrastándolos con la cosmovisión aristotélica de Occidente.

La ideología revolucionaria de Mishima es un aspecto que hay tener muy en cuenta para entender estas obras. Mientras que en Nieve de primavera asistimos al proceso de pérdida de identidad de Japón, dentro de una cronología que empieza a finales del periodo Meiji (1868-1912), en El rumor del oleaje Mishima muestra una sociedad cuasi perfecta, que posee una vida tranquila y feliz, tal como lo narra en uno de sus pasajes: “Aunque cambien mucho los tiempos, las cosas muy malas, las costumbres muy malas siempre desaparecerán antes de llegar a nuestra isla... El mar sólo trae las cosas buenas y convenientes que la isla necesita... y mantiene las cosas buenas y convenientes que ya existen aquí... Por eso no hay un solo ladrón en toda la isla, sólo hay gente valiente y fuerte, gente que siempre tendrá la voluntad necesaria para trabajar como es debido y aguantar lo que venga, gente cuyo amor nunca es hipócrita, gente que desconoce la mezquindad...”.

En ese sentido, la obra transcurría paralela a la vida del autor. En el año que publicó El rumor del oleaje, 1954, Mishima estaba desarrollando su cuerpo y doctrina samurái. Para cuando elaboró su tetralogía, el ideal por restaurar los valores de Japón era tan necesario y vital como su necesidad de escribir; se hallaba más comprometido políticamente.

Lo valioso en estas dos novelas, no obstante, es que a pesar de que poseen muchas diferencias de forma conservan la postura crítica de su autor. A su manera, tanto El rumor del oleaje como Nieve de primavera exhiben la corrupción y pérdida de valores de la sociedad japonesa. Si buscamos una explicación al porqué del final de cada historia, podríamos aventurarnos a deducir que Mishima escogió cada uno de acuerdo a su visión ideal de sociedad. Una sociedad occidentalizada y sin valores sólo podría traer una desgracia, mientras que una sociedad tradicional y bucólica solo conllevaría al bien. Así también, un espacio como una ciudad materialista favorecería a un mayor tipo de acciones inmorales como es el aborto que se le practica a Satoko, mientras que en un pueblo rural habría mayor paz y tranquilidad, debido a que la naturaleza del hombre seguiría intacta. Es previsible, entonces, que Mishima hiciera una caracterización más cándida en Shinji y Hatsue, que nunca tuvieron relaciones hasta casarse, con relación a Kiyoaki y Satoko.

Hombre de empuje

Yukio Mishima se ha convertido en uno de los autores más recordados y valorados de la historia. Ha dejado ensayos, cuentos y novelas que invitan a pensar en el valor de nuestras costumbres. Siempre existirán estas preocupaciones en el ser humano, siempre habrá corrupción moral en algunas personas, se perderán las tradiciones y valores de los pueblos, pero también habrá rebeldes, artistas que intentarán transformar su realidad, como Mishima. Hoy, a 45 años de su muerte, sus ideales políticos están sepultados en la sociedad japonesa, pero si habremos de recordarlo será por su empuje, como él mismo señalaba en El rumor del oleaje:

“Lo único que cuenta de veras en un hombre es su empuje. Si tiene empuje es un hombre auténtico y ésa es la clase de hombres que necesitamos aquí, en Utajima”.

Bibliografía

Kawabata, Y., & Mishima, Y. (2003). Correspondencia (1945-1970). Bogotá: Editorial Planeta.

Mishima, Y. (2007). El rumor del oleaje. Madrid: Alianza.

Mishima, Y. (2010). El sol y el acero. Madrid: Alianza.

Mishima, Y. (2007). Nieve de Primavera. Madrid: Alianza.

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