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LITERATURA

Mis divertinventos

Mis divertinventos
Detalle de la portada de 'El palacio de los espejos', de Abdón Ubidia.
19 de septiembre de 2016 - 00:00 - Abdón Ubidia, escritor

¿Qué son?

Estos artefactos o travesuras que he llamado Divertinventos (divertimentos + inventos) tienen dos propósitos muy queridos:

  1. A) El público y notorio: el de ser piezas literarias, en lo posible, entretenidas.
  2. B) Otro, algo profundo y pretencioso, ambicioso, nada modesto, que quiere resumir, sobre todo para un público juvenil, mediante relatos algo risueños, algunas de las grandes inquietudes científicas y filosóficas de hoy.

¿Tienen una base científica?

Lo que viene a continuación tiene que ver con este segundo propósito, el pretencioso, vamos a decir: el científico.

Hace poco asistí a una mesa redonda que tuvo lugar en la librería Rocinante, de Quito, acerca de la ciencia ficción (CF). Los panelistas eran tres destacados escritores que han practicado con éxito dicho género: Santiago Páez, Leonardo Wild y Fernando Naranjo. Me sorprendió, sí, que los tres coincidieran en que, para escribir sus relatos, no necesitaran de datos científicos, ni los buscaran tampoco, porque —para ellos— la ciencia solo era un pretexto para ejercitar la ficción, en una palabra: para hacer literatura y nada más. Una idea muy extendida pero no unánime porque, si bien nadie calificaría al gran Ray Bradbury como un científico consumado, en cambio, existen otros autores de la CF, como Asimov, que básicamente son divulgadores científicos, es decir, que hacen de la literatura una manera de exponer los conflictos que su conocimiento científico les impone.

La idea que me animó a escribir los tomos de Divertinventos —hasta ahora cuatro: Divertinventos o Libro de Fantasías y Utopías (1989), El palacio de los espejos (1996); La escala humana (2008), Tiempo (2015)— fue otra. Quería hacer una literatura que, sin dejar de lado mis obsesiones nacidas en una clara realidad local, concretamente Quito, y las distintas épocas que lo han marcado —y de las cuales he podido ser testigo, como puede verse en Ciudad de invierno (1979), Sueño de lobos (1986), La Madriguera (2004), Callada como la muerte (2012)—, las completaran con las inevitables inquietudes, ya no de carácter local y urbano, sino con otras, propias de nuestra condición de seres universales, compenetrados con una realidad científica y tecnológica de la que no podemos sustraernos ni siquiera en el ámbito privado; seres que hemos roto todos los límites de nuestro hábitat natural y que hemos creado una suerte de nueva «ecología» hecha de flujos electromagnéticos, los cuales, conducidos por cables o sistemas inalámbricos han revolucionado nuestras vidas, ahora inimaginables sin la luz eléctrica, el celular, las computadoras, el Internet, por citar los ejemplos más obvios. Qué decir de los descubrimientos que, en el campo de la genética y, en general, de la biología actuales, se han dado.

Tenía algo a mi haber: la curiosidad por los temas científicos (la información científica, sería más adecuado decir), que me ha acompañado desde mis años de infancia, allá, cuando creía que mi destino sería el de un inventor.

¿Son realistas o fantásticos?

Más bien fantásticos. Creo que somos individuos de un orbe muy concreto, cercano, muy local… y somos ya, de modo simultáneo, paralelamente, habitantes de otro orbe, global, universal, en el cual poco podemos actuar como individuos*.

A ver, si puedo explicarme mejor: por un lado, somos habitantes de:

  1. A) Un mundo inmediato, local y cercano, cuya realidad podemos testimoniar sin mayores problemas con una literatura realista.
  2. B) De otro mundo paralelo, universal, virtual: habitantes de una globósfera (que ya muchos llaman blogósfera) que nos altera y desconcierta con su exceso de información. Este mundo se presta para narrarlo de modo fantástico.

Quiero decir que los divertinventos —breves, fragmentarios— nacen de esta segunda realidad que, ahora, por desgracia, ya no podemos ni siquiera desligar de la primera, la local.

¿Cómo los miro?

No sé si tributarios de una línea que abrió Bioy Casares con La invención de Morel, ahora los vislumbro así:

1) Como textos literarios de anticipación que responden, desde la ironía y la paradoja, a las preocupaciones de cualquier individuo actual acerca de los efectos que pueden ocasionar en nosotros —el futuro mirado siempre como aquello que está implícito en el presente, como angustia o esperanza— en una era que ha consagrado a la tecnociencia como una nueva religión universal, como una verdad revelada no criticable (con excepción de algunos pensadores: antes, Bachelard, y hoy, Feyerabend). Es decir, el futuro humano atado tan solo al futuro de la tecnociencia, reducido a ella, enajenado de los más caros valores humanos: la búsqueda de la felicidad, en primer lugar.

2) Como juegos especulativos que ironizan, a veces desde el humor negro, a veces desde la llana y pura ansiedad, esa «verdad científica revelada» que tenemos literalmente al alcance de la mano, es decir de nuestros teclados y nuestras pantallas.

3) Como textos dirigidos, en especial, a un público juvenil que ya está en condiciones de reflexionar emotivamente (y toda literatura es lenguaje emocionado: lenguaje de emociones) acerca de algunos problemas relativos a los hechos permanentes de la condición humana —el amor, la felicidad, la desdicha, la muerte— que poco han sido modificados por los grandes descubrimientos y conocimientos de hoy.

4) Como fantasías ubicadas en lugares muy alejados espacial y temporalmente de nuestra realidad más inmediata para que se cumpla la advertencia del primer tomo:

Si trasladamos estas ocurrencias a un territorio Lejano y, como todo lo Lejano, imaginario; si suprimimos nuestros referentes inmediatos, paisajes, etcétera, es posible que, a cambio, obtengamos un dibujo menos borroso de nuestros sueños, deseos, miedos o incertidumbres.

¿Cuáles son sus inquietudes más profundas?

Estos cuatro tomos de Divertinventos han obedecido a algunas convicciones inapelables del autor:

  1. A) Que la mente humana es limitada y no puede inventar utopías, es decir, no-lugares, porque tal como lo han demostrado Platón, San Agustín y Tomás Moro, podemos reconocer la tierra y la época en que las escribieron (Grecia, Roma, Inglaterra), paradójicamente, a través de sus utopías. Es decir, que por más lejanos y fantásticos que los inventemos, los mundos de nuestra imaginación siempre nos devolverán al aquí y ahora de nuestra más crasa realidad concreta y actual. Lo mismo vale para las distopías como 1984, de Orwell, en la que el autor, como ahora puede verse, no solo satiriza un futuro totalitario expresamente válido para el socialismo real sino también para el capitalismo tardío, hoy dominante en el mundo.
  2. B) Que la condición humana y su atributo principal, la inteligencia, son hechos que se mantienen inmodificables desde que el Homo sapiens-sapiens apareció sobre la Tierra: la condición del hablar y el pensar; del amar, del morir y del imaginar; pues, a pesar de que los condicionamientos históricos o culturales que los modelan, cambien, según patrones distintos impuestos por la historia, siguen siendo, en esencia, los mismos. Por decir algo: no podemos dejar de tener conciencia de la muerte y no podemos dejar de hablar, amar, ni de imaginar. Nuestro pensamiento deviene así un palacio de espejos que repite o refleja siempre nuestros más primitivos deseos, apetitos, sueños, pero también nuestras pesadillas, displaceres, angustias, temores. En una palabra: no podemos pensar lo impensable, es decir, lo que no nos atañe como especie. Nuestra inteligencia solo puede ser humana, limitadamente humana. Y nos devolverá siempre a nuestra especie: la humana.
  3. C) Que a pesar de esa limitación propia de un cerebro perfecto para el ser humano y su supervivencia natural (perfecto, en el sentido de que la pulga y el elefante tienen cerebros perfectos para su condición de pulga o elefante), el cerebro humano está dotado de una clara conciencia de que los individuos han de morir y de que esa conciencia es su angustia principal, a la que responde con los excesos de una imaginación que creemos ilimitada y eficiente, pero que, sin embargo, en el fondo de los fondos, pese a que, gracias a algunas de sus realizaciones, le han permitido alargar la esperanza de la vida humana, no ha logrado —ese cerebro— suprimir el fantasma de la muerte, que odia y, paradójicamente, busca: de otro modo no se explicarían las guerras, la invención de armas letales e, incluso, la práctica de los deportes extremos.
  4. D) Que vivimos en un mundo doble: realista y virtual**, hecho de cosas concretas, pero también de sus representaciones. Sobre todo ahora que la tecnología nos hipnotiza con sus pantallas y computadoras y no siempre podemos entender cuál es la cosa y cual su representación, qué es lo verdadero y qué lo falso: qué representa una cosa existente y qué representa una mentira.

¿Contienen alguna ironía?

Para abreviar, mis Divertinventos, aferrados a los valores y certezas humanos, como hace implícita o declaradamente toda literatura, se proponen ironizar, incluso apelando al humor, los avances y, aún más, las promesas de la tecnociencia, concebida hoy como camino obligado de la especie humana. Tal y como fue, en otras épocas, la religión. Y, de otra parte, quieren especular, con ciertas incertidumbres que, en esta época, nos proporcionan los hechos de mentada realidad virtual.

Porque no solo los avances científicos me han alborotado así la cabeza, sino justamente aquello que la ciencia deja de lado y que, de todos modos, nos inquieta, de modo vívido. Incluso los fenómenos extraños, absurdos y hasta paranormales que, aunque no los podemos pensar ni cuantificar, se inmiscuyen en nuestro entorno de modo contumaz. Los científicos dicen que solo conocemos un cuatro por ciento del universo, que el resto es materia y energía oscuras. Me inclino a decir que la gran ciencia ficción se arriesga a explorar ese gran resto no conocido, ese 96% del universo del cual no sabemos nada.

También debo decir que uno de los propósitos centrales de los divertinventos ha sido siempre el propagar la idea del límite que es propio de nuestra especie, y de todas las especies que habitan la Tierra, y la idea consiguiente de que el irrespeto a esos límites es causa de los despropósitos y absurdos en los que incurrimos sin siquiera reparar en ellos.

Bueno, como ustedes pueden comprobar, este modesto autor tiene también inquietudes poco modestas y, acaso, demasiado serias y solemnes que a veces odia, pero de las cuales no puede prescindir. Sobre todo en los momentos de tedio, cuando estas y los crasos problemas de la burda realidad cotidiana llegan a asfixiarlo.

Con todo esto, solo quiero decir que la construcción de estas breves travesuras me ha demandado siempre un gran trabajo de investigación y lecturas, como quizá sea patente en ese texto algo extenso que llamé Opiniones de un Neandertal, o ciertos cuentos de Tiempo.

Debo decir que los Divertinventos me han regalado grandes satisfacciones. La primera: la acogida que han logrado en el público juvenil (y de muchos profesores). Y también otras, como sus traducciones y los estudios de muchos críticos como Jim Grabowska, de la Universidad de Minnesota; o los de Victor Ivanovici y el gran traductor Nikos Pratsinis, en Grecia; o la paciente traducción al inglés de Nathan Horowitz, o, en nuestro medio, las favorables opiniones de intelectuales como Bolívar Echeverría (quien me ayudó a bautizar con acertados nombres alemanes a algunos personajes), Pedro Jorge Vera, Jorge Dávila Vázquez, Alexandra Astudillo, Lucrecia Maldonado e Iván Rodrigo Mendizábal, entre otros.

Tampoco me cuesta decir que me gustaría que los Divertinventos fueran clasificados en la corriente de los relatos de anticipación ya que tengo pruebas de que algunas de sus sospechas ya se han cumplido en la realidad real: el seguro contra robos de autos, los relojes que señalan el tiempo que le queda de vida al usuario (el llamado Tikker, anunciado en 2015), los libros comestibles que fueron servidos, hace dos años, en el coctel de inauguración del Instituto Cervantes de Pekín, etc. Esto con el añadido de que, además y a diferencia de las respetables estrategias narrativas de mis queridos escritores de ciencia ficción,  a mí me parece que ya es hora de que le hagamos caso a Snow, quien, en 1951, ya advirtió los peligros de que «las dos culturas», la científica y la humanista —en este caso, la de las ciencias exactas y la literaria— no tengan nada que ver entre sí.

¿Por qué nacieron en 1989?

El año de 1989, en el que empezaron su vida los divertinventos, es decidora: fue el año de la caída del muro de Berlín y de lo que George Steiner llamó «la diseminación de los discursos», o como diría Vattimo: «el fin de los metarrelatos», tiempo en el que empezaron a tomar cuerpo la deconstrucción, el posestructuralismo y la llamada posmodernidad. Tiempo de pocas certezas y grandes incertidumbres que si por un lado nos dejaron a muchos en la orfandad, nos permitieron también ejercitar un derecho que ahora sabemos necesario: el rehuir las autocensuras y atrevernos a pensarlo todo, de nuevo, otra vez, y manifestar nuestras ideas con una libertad tan extrema que ahora nos parece cercana a la locura, aunque esas mismas ideas, a poco de que las observemos, resulta que han sido recurrentes a lo largo de la historia humana. Una de ellas ya la describieron los griegos y latinos: la reductio ad absurdum: se puede explicar mejor el despropósito desde el propio despropósito; el absurdo, desde el propio absurdo.

Notas

*Este segundo orbe se caracteriza:

1) por el predominio de la ciencia y la tecnología (tecno ciencia);

2) por la complejización del conocimiento. Su ininteligibilidad, a veces programada por los grandes centros del poder mundial, un mundo en el que reinan discursos fragmentarios de muchos pensadores que se ocupan de zonas específicas del saber humano, parciales siempre (nunca totalizantes, como era en los tiempos de Hegel o Marx, Sartre incluso). Nunca como hoy ha habido tantos pensadores que abordan desde tantas aristas, a veces contradictorias y excluyentes, la realidad real, o lo que creemos que es la realidad desde discursos o fragmentos de discursos, a veces insólitos, como el de los físicos cuánticos que nos vienen a decir que una partícula puede ocupar dos lugares distintos al mismo tiempo, o que dos partículas, muy distantes entre sí, pueden relacionarse; o de los astrofísicos que especulan acerca ya no del universo sino de lo que llaman multiversos. Teorías como éstas vienen a mover todas nuestras certezas de antes, para no hablar de los pensadores sociales, algunos filósofos, en el estricto sentido de la palabra, que nos seducen con sus propuestas fascinantes pero parciales y fragmentarias, como el grupo de Vattimo y su elogio del pensamiento débil, o el hedonismo ateo de Michel Onfray, o esa idea de Bauman acerca de la liquidez de las actuales relaciones humanas (y valga la paradoja: el pensamiento complejo de Edgar Morin, que, a pesar de su afán ecuménico, holístico y totalizante no deja de ser uno más entre otros discursos. Y, por otro lado, las propuestas de los grandes críticos del capitalismo actual, como Wallerstein que nos presagia el fin del sistema que nos ha regido durante quinientos años, pero que no nos anuncia hacia qué meta nos dirigimos; o, para no alargar la lista, la idea irrebatible de que el tiempo humano ahora se ha tornado universal, cuando nunca antes lo fue porque siempre estuvo atado a una aldea o a un país y sus horarios básicos y ahora, en cambio, abraza de modo instantáneo, gracias a las nuevas tecnologías de la información, a todos los habitantes de la tierra, aboliendo distancias, haciendo que el tiempo ordene un nuevo espacio virtual que nos desorienta y confunde como nunca antes había ocurrido en la historia humana, como señala Paul Virilio.

** Mas esa realidad virtual ha sido la sombra que, por lo demás, siempre fue la compañera fiel de la realidad real. Desde:

1) las viejas mitologías clásicas y las de los pueblos primitivos;

2) luego, todo tipo de platonismos (recordemos la parábola de la caverna platónica) y filosofías del idealismo subjetivo (Berkeley, por ejemplo) para las que el mundo real no cuenta sino como una pura idea;

3) las tradiciones orales también (mitos, leyendas, cuentos populares, casos);

4) las grandes mentiras de hoy, falsas verdades que ahora se llaman mediáticas o ideológicas, políticas o económicas;

5) las pesadillas acerca del futuro: el miedo al futuro;

6) los sueños, ensueños y las locas fabulaciones de las mentes alteradas por paranoias, esquizofrenias, drogas y demás;

7) y, desde luego, la conciencia alterada por las emociones y pasiones: el amor en primer lugar.

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