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Entrevista

María Fernanda Ampuero, la narrativa acuñada entre la migración y la crisis

Foto: Cortesía María Fernanda Ampuero
Foto: Cortesía María Fernanda Ampuero
22 de junio de 2015 - 00:00 - Xavier Gómez Muñoz, Periodista

El 31 de diciembre de 2004, la escritora y cronista guayaquileña María Fernanda Ampuero pasó la Nochevieja —o recibió el Año Nuevo, dependiendo de dónde se mire— a 35 mil pies de altura, mientras atravesaba el océano Atlántico con rumbo a Madrid. El objetivo del viaje: documentar el éxodo de ecuatorianos a España, sin suponer todavía que contar la historia, en ocasiones, implica ser parte de ella. Se dio cuenta, entonces, que pasaba a ser una migrante más entre muchos otros que ya habitaban la península ibérica.

Luego de una década de vivir en España, María Fernanda ha publicado numerosas historias que retratan el sentir de la migración y otros que hablan sobre la crisis económica. Algunas de ellas forman parte de su obra Permiso de residencia (2013). Es también autora del libro Lo que aprendí en la peluquería (2011) y un sin número de artículos y reportajes para revistas nacionales e internacionales como Gatopardo (México), Samuel (Brasil), FronteraD (España), Internazionale (Italia), Quimera (España) y SoHo (Colombia). Sus libros han sido traducidos al gallego, portugués, inglés e italiano.

En 2012 fue nombrada como uno de los 100 latinos más destacados e influyentes de España, y en ese mismo año ganó el premio de la Organización Internacional de las Migraciones para la Mejor Crónica sobre el tema de la migración. También ganó el premio de Ciespal a la mejor crónica. Su cuento ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’ ganó en este año el premio Hijos de Mary Shelley. María Fernanda se define como una mujer de pasiones, amante del encebollado, el pasillo y la cerveza nacional.

¿Qué te motivó a ir a España?

Es superdifícil responder a esa pregunta, tantos años respondiéndola y nunca respondiéndola del todo. Es como si todas esas respuestas fueses fragmentos de verdades, pero ninguna la verdad en sí. En fin, coincidió que poco antes de venir, había hecho un máster en Literatura Latinoamericana en Argentina y estaba obsesionada con el tema del viaje. Cuando pasó lo del Feriado Bancario en Ecuador, yo trabajaba en El Universo y recuerdo que no se sabía bien cómo tratar la migración en los medios, no se sabía si ubicar al migrante en sucesos, en crónica roja o en economía, por las remesas que enviaba. Esto que te voy a decir es muy romántico, pero yo pensaba en las personas, en los clóset donde ya no había ropa o en el plato de comida que hacía una mamá y decía “como no estuviera aquí mi hijo para que se lo coma”. Entonces tuve la idea loca de que había que contar la historia de los migrantes ecuatorianos, pero recogiendo también la versión de España, porque haz de cuenta un país en el que de repente abres la puerta y te encuentras con muchos ecuatorianos. Imagínate que había gente que me preguntaba: ¿pero quién se ha quedado en Ecuador?

¿Cuál fue la primera experiencia fuerte que tuviste por allá?

Viajé el 31 de diciembre de 2004 y el piloto nos dio el feliz año en el huso horario de Ecuador y de Perú, porque también volaban muchos peruanos. Entonces todo el mundo se puso a llorar, porque ese no era un vuelo de turismo ni de negocios. Esa fue la primera experiencia superdensa, potentísima, de las muchas que vendrían después. Eran hombres llorando como criaturas, porque no sabían cuándo iban a regresar. Y estamos hablando de Ecuador, un país en el que a los hombres no se les permite llorar.

Después de 10 años en España, ¿cómo defines la experiencia de migrar?

Emigrar es una experiencia acojonante, un deporte de alto riesgo. No sabes qué te vas a encontrar. En serio, de verdad te tiemblan las manos, la voz, y encima es algo en lo que no hay vuelta atrás, porque el día en que supuestamente todo va bien, tu hijo, que ya tiene 15 años, te dice: “para qué me trajiste a este país” o “tú no eres mi papá, yo prefiero quedarme con mis abuelos”.

Foto: Laura Hermida

Tus viajes te han llevado a vivir la crisis de Argentina (2001) y la recesión de España (2008). ¿Fuiste a esos países en busca de algo en específico o, más bien, son situaciones que la vida ha puesto en tu camino?

Mis amigos dicen que yo soy la que provoca las crisis (ríe). Me dicen: “elige un país al que odies y anda para allá, porque los vas destrozando todos”.

¿Qué diferencia has visto entre las crisis de Ecuador, Argentina y España?

Cuando fue la crisis de Ecuador, yo no era periodista todavía y mis papás tampoco tenían mucho dinero ahorrado. Pero al final fue una crisis en la que perdimos todos, porque vimos al país derrumbarse. Luego, en Argentina, ver eso desde la perspectiva de extranjera fue tremendo, además porque allá la gente es muy de ‘cacerolazo’. Escuché muchos gritos y vi a miles de personas en las calles rompiendo los vidrios de los bancos, era una cosa totalmente apocalíptica. En España, yo diría que es otro tipo de crisis. Imagina una casa en la que se están debilitando poco a poco los cimientos, como si se los estuvieran comiendo las termitas. Hace un par de años escribí un reportaje para Gatopardo sobre eso (‘¿Qué no ves que estamos en crisis?’) y ahora tengo el proyecto de hacer un libro.

¿Cómo cambia la crisis a las personas?

De Ecuador y Argentina no te puedo decir mucho. De España sí, porque me pasó en mi etapa de madurez profesional y personal, y porque he estado alerta. Ese es uno de los proyectos de mi vida. Yo creo que este país ha cambiado mucho. Imagínate, para mí fue como llegar a una fiesta con champaña derramándose por todos lados, caviar y todo el glamour y los excesos que te puedas imaginar. Eso era España cuando llegué: gente de mi edad o más joven pidiendo créditos de medio millón de euros, y mucho materialismo que encajaba perfectamente en esa frase cliché: vivir por encima de las posibilidades. Después del 15-M han cambiado muchas cosas. Hay otra forma de ver la política, la inclusión social, los derechos de la gente. Hay una frase muy bonita de esa época que dice: “Nada por perder, todo por ganar”. Cuando ya no tienes nada que perder, te vuelves valiente. Yo creo que eso ha pasado acá.

¿Qué ha cambiado en ti la migración?

(Silencio…) Eso de Kapuściński, de que Los cínicos no sirven para este oficio, yo creo que no lo entendí de verdad hasta cuando me vi aquí. Puedes escribir con el corazón, con la piel de gallina, te puede emocionar muchísimo lo que te cuenta otra persona, pero, en mi caso, todo lo bueno que he podido contar sobre la migración es porque he perdido toda esa arrogancia, ese ego, de decir: “soy periodista y usted tiene que hablarme”. Emigrar me hizo una mejor persona, más fuerte y más dulce al mismo tiempo. Todo esto ha sido para mí como un ascensor al ser humano.

¿La condición de extranjera se refleja de alguna manera en tu escritura? Supongo que no debe ser lo mismo escribir desde tu país que desde España.

Qué bonito que me preguntes eso, porque de un tiempo a acá ya no siento que mi casa está simbólicamente en Guayaquil. Te estoy hablando en este momento desde la cocina de mi casa en Madrid; yo la pago, yo elegí cada cosa que hay en ella. Y no me siento desarraigada. Y tampoco es que he dejado de querer a mi familia o a mis amigos de Guayaquil. Pero mi vida está acá, ya no tengo un pie España y otro en Ecuador, como señala esa metáfora que tanto se usa con nosotros. No se puede vivir bien así. Con un pie aquí, otro allá y todo el Atlántico en medio.

Pero en tu narrativa quizá hay algún rasgo de extrañamiento.

Al principio había ese sentimiento de ser extranjero, de perplejidad, de soledad, de nostalgia, de miedo. Todo eso lo describí, incluso hay un video que hizo la cineasta cuencana Cecilia Montaleza, basado en un texto mío que se llama ‘20 reflexiones de una migrante’. Esas reflexiones recogen mis sentimientos al principio, que eran de pavor y fascinación. Además tengo cuentos sobre temas como estar sin papeles y en mi libro de crónicas Permiso de residencia, que es lo que vine a escribir acá, hay muchas de esas historias. Pero también te puedo contar que últimamente me he visto escribiendo incluso con la voz de personajes españoles.

¿Escribes para un público español, ecuatoriano u otro?

Cuando escribo ficción me da un poco igual. Tengo también cuentos argentinos y otros muy guayaquileños, cuentos que van saliendo, según lo que el lugar y los personajes me piden. Pero cuando escribo no ficción, sí me pliego un poco a la revista.

¿Qué perspectiva tienes de los mercados editoriales de Ecuador y de España?

No sé si son mercados realmente, son espacios pequeñitos. Pero te digo algo: a mí no me quita el sueño publicar en las grandes editoriales. Me gusta más publicar en las editoriales chiquitas, en las que cuidan mucho a tu libro, en las que te puedes sentar a conversar con los editores, con la gente, porque son personas que aman los libros, igual que yo.

“Forzar la lectura es como forzar el amor” es una reflexión tuya que leí hace poco. ¿No hay amor que crezca de una imposición?

Yo solo puedo hablar por mí. Hay gente que suele preguntarme cómo me hice fanática de la lectura, si mis padres no eran intelectuales. Recuerdo que a los 17 años, cuando le conté a mi papá que iba a leer El Quijote, me dijo: “puf, eso es la guía telefónica”. Pero no había noche en la que ese hombre no se durmiera devorando alguno de los libros que a él le gustaban. Desde niña yo lo veía ahí sentado, leyendo con su luz de noche. Esa imagen me parecía fantástica, y pensaba: debe haber algo muy bacán en esos libros que lo tiene a mi papá ahí todas las noches.

Ahora se lee de forma diferente. La web no es un buen sitio para textos grandes, pero tal vez sí para otro tipo de narrativas.

Lo importante es que se lea, ¿no? Incluso si hay personas que piensan que la lectura es horrible, hay otras cosas como el manga, las novelas gráficas o los libros multimedia. Y es que no puedes hacerle leer ciertas cosas a un niño, por ejemplo. El pénsum de literatura en los colegios es horrible. ¡Cómo le vas hacer leer a un adolescente de hoy en día, que juega Candy Crush y tiene Second Life, El Cantar del Mío Cid o Huasipungo! ¿Estamos locos o qué? Si eres profesor, ponles a leer a tus alumnos Harry Potter, pues. Y si son más grandes, algún cuentillo medio erótico para que quieran leer más. Juego de tronos son unas novelas de ni-sé-cuantas páginas que los pelados se leen sin chistar. Eso también es narrativa. O sea, todo bien con el querido Jorge Icaza, pero, querido, en la universidad, cuando ya tienes un criterio.

Hablemos de tus proyectos. ¿En qué estás trabajando ahora?

Ahora estoy trabajando en un tema sobre la crisis europea, pero desde la perspectiva de los niños. Me parece que a ellos también hay que preguntarles sobre el país que van a heredar. Además, tengo la idea de ir a la frontera entre España y Marruecos, que es un lugar bastante desconocido y feroz. También quiero hacer un libro autobiográfico. El año anterior tuve muchas pérdidas personales, así que estoy escribiendo sobre eso. Se llamará Lo peor ya pasó. Y no sé, siempre estoy escribiendo y haciendo cosas.

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