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Los Ilegales: los hombres duros sí bailan
Ahora suena a rueda de piedra, pero en 1986, cuando tenía 12 años y había perdido a mi padre, ‘Soy un macarra’, única canción de Los Ilegales que promocionaban las radios, actuó en mí mejor que un libro de autoayuda, pues el anfetamínico ritmo de la música me llenó de vigor y el texto, de rebeldía. “De un puñetazo me cargo el espejo, / le rompo los dientes a cara de conejo…”, cantaba en octavas altas Jorge Martínez, fundador y líder de la banda, con una rapidez que llevaba a imaginar a un adicto a las anfetaminas con los minutos contados, acompañado por 3 o 4 acordesde una Stratocaster igual de rápidos, y un bajo y una batería que parecían interpretados por niños que habían aprendido lo básico para no quedarse fuera de la casa club.
Conocía, entre muchas otras cosas, las graves guitarras de Black Sabbath, las caleidoscópicas notas de Pink Floyd, la pirotecnia de los Kiss y la teatralidad de Alice Cooper, pero nunca había escuchado algo así en español, hasta entonces. El rock en nuestra lengua anterior a Los Ilegales se reducía a esporádicas canciones de los años cincuenta, sesenta y setenta y, en el mejor de los casos, a cantantes y grupos españoles y argentinos de propuestas musicalmente experimentales pero textualmente convencionales, como Charly García y Los abuelos de la Nada. De hecho, Martínez se propuso crear una banda que fuera a los demás grupos de rock, lo que la legión al resto de cuerpos del ejército.
Por otra parte, puesto que se empleaba la etiqueta “rock latino” para aglutinar a solistas y bandas que hicieran música en nuestra lengua sin considerar si hacían punk, como Los Ilegales, o baladas, como los Hombres G, en 1986 un empresario organizó un mano a mano entre estas 2 agrupaciones en el anfiteatro La Chorrera.
Sabiendo con antelación que los quiteños no estábamos preparados para asumir la ruptura que Jorge Martínez planteaba con sus temáticas, lenguaje y apariencia semejante a la de Nosferatu en una época gobernada por los copetes y ojos delineados del glam rock, se le prohibió interpretar ‘Eres una puta’. No obstante, debido a que el público insistió en escuchar la más escandalosa de sus propuestas, Martínez respondió con versos de ‘La Hormiga Titina’, de María Elena Walsh, genialidad de poema, pero sobre todo de cita, pues dejó en claro que debía caminar con maña por la telaraña y tener en vista ser equilibrista, al menos en ese primer concierto que ofreció en América casi al inicio de su carrera.
Martínez recuerda que esa experiencia lo ligó con Ecuador a lo largo de su carrera y constituyó, según sus propias palabras, su primer abrazo con América:
“En 1987 venimos a Ecuador con un grupo ñoña, Hombres G. Éramos grupos completamente dispares. Después del primer concierto que ofrecimos en Guayaquil y en el cual se destruyó parcialmente el estadio Modelo, nos cancelaron las siguientes presentaciones en Ambato y Riobamba. Constituimos un choque para la gente en la medida en que no estaba acostumbrada a los conciertos y a maneras de tocar, como la nuestra, tan contundentes. De hecho, cambiamos el ambiente. Continuamos nuestra gira en Europa. Fuimos a París, a Berlín. A los doce días nos llegó una carta; nos decían que podíamos volver. Lo hicimos en el 2001”.
El origen y la censura
La creación del grupo fue, según Jorge Martínez, algo que se hizo con alevosía, nocturnidad y premeditación, pues en 1977, cuando estudiaba en la facultad de Derecho, se percató de que tocar la guitarra en España era algo factible. Así que cuando cumplió 22 años, abandonó la universidad y se dedicó de lleno a la música. Dedicaba una parte del día a la electrónica o, mejor dicho, a familiarizarse con micrófonos, ecualizadores y compresores; otra parte a aprender jazz o rock psicodélico; y otra a explorar acordes y cifrados. Estudiaba música hasta 16 horas diarias. Entonces se juntó con otros locos que hacían esas mismas cosas, bohemios de vidas disipadas, personas que, como él, eran niños geniales. Y es que Martínez, dicho sea de paso, era profesional a los 16 años; pues el carnet de variedades que requería para poder tocar lo presentaba como a “niño prodigio”.
Su violenta propuesta plagada de temas bukowskianos como el alcohol, las prostitutas y la violencia, así como la censura de sus canciones y la prohibición de tocar crearon su leyenda.
La gente se concentró en sus vicios y su rudeza y, muchas veces, pasó por alto la profundidad de sus canciones que no pudieron escucharse totalmente en vivo y que por, los años de los acetatos, fueron, como casi todo en nuestro país, difíciles de conseguir.
Debí esperar 3 años para que un compañero de El Nacional me prestara un casete de esos de etiquetas borroneadas y cintas afónicas de un concierto de Los Ilegales grabado en la radio, con las 26 canciones que Martínez había escrito antes de 1988 y que iban más allá del ruido y de la incordia, canciones que no desafinaban con mi naturaleza romántica en la medida en que sonaban a aventuras, oscuras reminiscencias, amores catastróficos y nostalgias.
Y mientras Martínez dejaba el poco cabello que le quedaba en escenarios y estudios de grabación de Europa, en Ecuador su leyenda crecía y sus textos apenas empezaban a entenderse.
El alcohol
Las canciones de Los Ilegales están llenas de vasos, botellas y barriles de alcohol. Sus personajes llegan a la fiestasin estar invitados, y se emborrachan, y se colocan, y meten mano a las chicas. De hecho, una de las canciones fundacionales de la banda es ‘Caramelos podridos’, aquella que habla de chicas pegajosas en sábados de alcohol.
Y no solo eso, uno de los personajes de Martínez querría ser millonario para prescindir de los amigos que se requieren para sobrevivir cuando no se tiene dinero, ganarse la adulación de los interesados, lograr impunidad y, por supuesto, tener todo lo que se desea: una piscina de champán rosa, por ejemplo.
Los personajes de Martínez esconden botellas en las gavetas de la nostalgia y preparan cocteles cuyas mezclas provocan llanto. El de ‘Para siempre’ querría ser un borracho en el apartamento de la mujer que ama; el de ‘A prueba de marcas’ bebe Johnnie Walker sin miedo y hasta el asco; y el de ‘Fotos en primera plana’ propone, en la medida en que se ha aprobado la ley seca en la Unión Americana, correr rápidamente a la frontera más cercana.
El alcohol en las canciones de Los Ilegales va de la mano con las mujeres, con las rupturas, con el despecho amoroso. En ‘El club de Golf’ habla de los restos de un amor, una toalla mojada y una botella de ron; y en ‘No me acaricies el pelo’, el protagonista quiere beber mucho, quiere hundirse en el desastre a causa de una mujer cuyas palabras siente cortantes como filo de navaja.
Las drogas
Jorge Martínez jamás negó el romance que mantuvo con las anfetaminas. De hecho, en varias de sus entrevistas, recuerda que los conciertos que Los Ilegales ofrecían tras la grabación de su primer disco en 1982, se daban bajo efecto de estos estimulantes.
“Me quedó la costumbre desde que era estudiante de Derecho. Antes de cada concierto me tomaba 3 deshidrinas mezcladas con alcohol. Más alcohol de la cuenta. No se sabía del uso de drogas más perniciosas. Además, no tengo una personalidad adictiva, no me han hecho daño, al contrario, todo me alimenta y me hace más fuerte”.
Más aún, en uno de los videos que existen sobre Los Ilegales en YouTube, el líder de la banda dice: “No hacemos bandera del consumo de drogas ni de alcohol, estamos convencidos de que cada bebida y droga te aleja de quien quieres ser, pero… ‘Cómo me gustan las anfetaminas / por la mañana cuando voy a la oficina…’”.
Los Ilegales tienen una postura ambigua, de amor-odiocon las drogas: el personaje de ‘Dextroanfetaminas’ gusta, como se lee en la cita, de consumir pastillas antes de ir a la oficina, y ‘Mi sangre oculta un veneno’ constituye una verdadera apología a las sustancias, como ellos, ilegales. Sin embargo, ‘Todo lo que digáis que somos’, ‘Hola mamoncete’ y ‘Fotos en primera plana’ presentan a la venta de drogas fuera de las escuelas y colegios como un hecho violento; Julio es encontrado frío dentro la farmacia por amar tanto las pastillas rojas, verdes y amarillas; en ‘Agotados de esperar el fin’ hay una chica cuya palidez y tristeza se deben a que vende anfetaminas; el título de una de sus canciones es ‘Drogas duras cavan sepulturas’; y ‘La pasta en la mano’ no muestra precisamente los paraísos artificiales, sino el infierno. Esta última, oscura y magistral pieza literaria, está contada por un narrador testigo y ofrece, incluso, una muda temporal que se siente gracias a un cambio de ritmo y melodía:
“La pasta en la mano / vas a picarte / conozco la historia / no voy a ayudarte. / Llevas la vida entre papel, / te picas hasta en el reloj.
El tiempo pasa / me siento morir / hace cuatro horas / que espero por ti.
Has decidido no pensar, / te acostumbraste a perder.
En el bolso escondes la chuta / no quieres que lo sepa él. / Llegas a casa
haciendo esfuerzos / para no rendirte y no llorar”.
Trabajando contra la ley
En 2000, el biógrafo de Joaquín Sabina, Javier Menéndez Flores, recordaba que al cantautor de Jaén le habían recriminado en más de una ocasión por hacer canciones que, en el fondo de la insensibilidad para con la gente que había sido víctima de la delincuencia, rendía tributo a drogadictos y criminales, cuando en realidad Jorge Martínez y sus Ilegales, llevaban décadas haciéndolo. Es lógico para alguien que abandonó la facultad de Derecho para dedicarse por completo a la música y que nombró a su banda‘Los Ilegales’, convertir a los delincuentes en los personajes fundamentales de sus historias.
Si biencaracteriza pandilleros gratuitamente violentos, como el de ‘Bestia Bestia’, que lo único que sabe decir es: “Mis dos puños cuidan de mí”, por lo general sus delincuentes no son personajes maniqueos, no están hechos solo de sombras, como podrían borronearlos los retratistas simplistas, sino también de luces, de ilusiones. ‘Me sueltan mañana’ presenta a un personaje que añora recuperar su libertad para subirse a los árboles, y ‘Delincuente habitual’ muestra a un hombre que ha hecho carrera delictiva por falta de oportunidades y que al ser apresado abraza, debido a su sensibilidad, ideas suicidas.
Es más, la música la tocan los perdedores nostálgicos, los delincuentes románticos que al hacer un mea culpa descubren que las víctimas son ellos en tanto notuvieron oportunidades. En ‘Sin remedio’, por ejemplo, la canción rompe completamente con la línea de las canciones comerciales en la medida en que no tiene coro, sino un malévolo e incontrolable susurro: “Me gusta la pasta, me gusta la pasta”. Parecería ser pronunciado por Mister Hyde, mientras Dr. Jekyll se arrepiente y se lamenta:
“Desperdicié mi juventud / tras una máscara de acero / caminábamos sin rumbo / asaltando gasolineras / sin remedio. / Se rompieron mis narices / no recuerdo en qué pelea / en la catedral rezan a un dios desconocido / sin remedio”.
El interés de Martínez por los delincuentes trasciende los discos de vinilo en que grabaron sus primeras canciones y llega, en 1990, al CD Si la muerte me mira de frente me pongo de lado, con una canción que da cuenta de pandillas de motociclistas tipo Ángeles del Infierno, así como de los arrestos y liberaciones de ‘El Demonio’, su psicópata líder.
Hay ocasiones en que Martínez actúa como un juez bondadoso con los delincuentes que caracteriza y les da una nueva oportunidad, digamos, en Legión Extranjera, pero otras los condena a cadena perpetua y los hace cantar, como en ‘Libérate’, canciones nostálgicas detrás de los barrotes de una prisión.
Westerns
Jorge Martínez tiene, entre sus muchas canciones, más de un western. ‘Hombre blanco’ es una obra en clave de humor, que se burla de la rudeza de los hombres blancos, altos y orgullosos que pasan buenos ratos echando pan a los patos; ‘El hombre solitario’ es un cuento con final impredecible de un hombre que llega a la ciudad y que se gana, injustamente, el odio de todos, incluido el del viejo policía encargado de mantener el orden y la ley; ‘Western’ habla de una Sudamérica corrupta y sin héroes; y la instrumental ‘Spaguetti’ ofrece, una y otra vez, el texto de su polémica ‘Heil Hitler’: “No hey, no hey, no hey, ah hey”. Esto lleva a pensar en los ejercicios de intertextualidad que Martínez ha realizado en su obra, algo frecuente en la literatura, pero muy difícil de encontrar en las propuestas musicales de los compositores de todas las épocas.
El último concierto que brindó la banda fue el del 13 de marzo de 2011 en el estudio de grabación La Casa del Misterio para la revista Rolling Stone. En este, Martínez aclaró, casi 30 años después, que escribió ‘Heil Hitler’, la más polémica de sus canciones, no porque recordara con nostalgia el Tercer Reich ni porque simpatizara con los neonazis, sino por incordiar:
“Puesto que al inicio de nuestra carrera debíamos compartir estudio de grabación con bandas de hippies a los que odiábamos, hicimos una lista con todo aquello que les molestaba.
—A los hippies no les gustan los nazis.
—Ponlos.
—¿Hitler?
—Ponlo, se llevan mal con Hitler.
—El jabón.
—Ponlo.
—Los rockers…
—Ponlos a los rockers.
Tocamos esa canción en muchos sitios y creamos la reacción que esperábamos, especialmente en gente estúpida, dogmática, que se creía todo. Nos hicimos publicidad positiva y negativa. Cuando la tocamos por primera vez en Berlín, en 1987, la gente quiso saber qué decía la canción. Les dijimos. Pero cuando llegamos al momento en que decimos: ‘En la noche alemana, los judíos rezan’, se hizo el silencio, la gente no quería traducir la frase. Cuando finalmente lo hicieron, se sintieron ofendidos y se fueron, como si hubiésemos sido nosotros quienes matamos a los hippies, y no sus abuelos”.
Legionarios y mercenarios
El cantante español cuenta la historia de los ilegales, de los delincuentes, criminales, prófugos, decepcionados, hombres duros no exentos de sensibilidad, que buscan refugio o una última oportunidad en Legión Extranjera que, siguiendo el ejemplo de Francia, España creó en Marruecos a inicios del siglo XX. Este lugar, no libre como ellos, de romanticismo, los admite sin reparar en sus historiales ni verdaderas identidades, a condición de que soporten los brutales métodos de entrenamiento y presión psicológica y combatan a cambio del dinero que siempre les fue esquivo y cuya carencia los llevó, precisamente, a llevar una vida delictiva. Por ello recomiendo la legionaria ‘África Paga’, la mercenaria ‘Todo lo que digáis que somos’, y la miliciana ‘El último hombre’.
Y no hay que olvidar al ‘Ángel exterminador’, texto que no habla de tipos duros en escenarios bélicos, sino de un hombre blando en territorio de guerra. Esta es sin duda una de las mejores obras de toda la producción de Martínez, tanto por la profundidad de su letra como por su melodía de saxofón. Forma parte de ‘Chicos pálidos para la máquina’, disco que marca un antes y un después dentro de la obra del grupo, y cuyas elaboradas melodías y arreglos el cantautor decidió no continuar desarrollando debido a las dificultadas que representaba salir de gira con tantos y tan “complejos” músicos. Martínez recuerda que cuando tocaron la canción por primera vez en un escenario de Madrid, sus seguidores tardaron varios segundos en comprender su nueva propuesta pero que, finalmente, todo terminó en ovación. De hecho, en 1988, en España, la canción fue considerada una de las mejores del año.
Europa muerta
Ahora, quizá, nadie lo recuerde, pero quienes fuimos niños en la década de los ochenta crecimos en un mundo dividido por un muro, lleno de misteriosas historias sobre lo que ocurría del lado socialista. Canciones de Los Ilegales como ‘Revuelta juvenil en Mongolia’ y ‘Chica del Este’ abonaron el imaginario que teníamos sobre aquel helado mundo que empezaba al otro lado de un muro custodiado por milicianos en abrigo, desde la Batalla de Varsovia hasta las revueltas que tuvieron lugar en Rusia tras la Perestroika, pasando por las reminiscencias nostálgicas que dejó esa experiencia en sus habitantes.
Más aún, en la apocalíptica ‘Europa muerta’, Martínez describe, a través de un soldado americano, la extinción de cada uno de los países del continente en la medida en que han perdido sus elementos característicos; Roma su Papa, Londres sus punkies, Berlín su muro y el Kremlin sus rusos.
Psicópatas y pandileros
Jorge Martínez va más allá de caracterizar seres al borde de la ley. Centra su atención en los desadaptados, en aquellos que ya no solo delinquen por sobrevivir, sino que han hecho de la violencia una deleitable forma de vida, en personajes que rayan la locura, que hablan, como el de ‘Destruye’, con las fieras del zoológico.
En canciones como ‘El norte está lleno de frío’, el cantautor español prefigura un mundo en caos, ciudades en llamas por causa de los desempleados y sus violentos métodos de entretenimiento, urbes apocalípticas, hombres con los rostros envueltos en camisetas blandiendo cadenas y palos, volteando autos, incendiándolo todo con cocteles molotov.
Pero centrémonos, no en los pandilleros, sino en los lobos solitarios, en los psicópatas asesinos que saltan de sus canciones a cada vuelta de disco. Ya en la canción que da nombre a su LP, ‘Todos están muertos’, rinde tributo a 2 de los asesinos seriales más grandes de la historia: Jesse James y el Destripador.
En ‘Stick de jockey’ Martínez presenta, en primera persona, a un psicópata que de niño iba a la escuela a pelear y que al crecer va de fiesta en fiesta buscando algo que destrozar; y en ‘Un invasor en la capital’ a un niño que asesinó a sus padres y a quien compara con un lobo que en medio de la tormenta sigue el rastro de la sangre. Tiene, además, un personaje enamorado de la sangre ajena y determinado, por ella, a ejecutar condena; también a alguien que quiso ser ángel pero que tuvo que conformarse con ser demonio, y, entre muchos otros, un loco fugitivo del pabellón psiquiátrico.
El amor y el sexo
A las cursis baladas románticas que tanto disfrutaban escribir para llevar la fiesta en paz los músicos españoles de la era de Franco, Los Ilegales antepusieron, desde el inicio mismo de su carrera, canciones que incluso hoy, cuando se supone que el pensamiento se ha liberado, suenan, por decir lo menos, bastante desafinadas: “El amor apesta, / pero no lo bastante / mueves bien el culo / cuando estás borracha / tierna y valiente / la vida te ha estafado”.
Esta canción, que no interpretaron en Quito en 1988 para evitar herir la susceptibilidad de un público poco habituado al lenguaje altisonante y al amor sexual, contribuyó a consolidar el malditismo de una banda que encontró en el escándalo una fórmula de éxito. De hecho, en la misma línea de ‘Eres una puta’ está ‘Tengo un problema sexual’, canción fundacional casi sin argumento, pero con un fuerte y atrevido estribillo.
A kilómetros de distancia de los poetas provenzales que idealizaban a sus julietas, el líder de Los Ilegales presenta personajes que se concentran en el amor del fauno, es decir, en aquel que no tiene ninguna relación emocional con la pareja, como el de ‘Sucia’, canción de amor pornográfico, o el de ‘Mi deporte favorito es el adulterio’, canción que reproduce los clichés del joven iniciado por una profesora de francés y ridiculiza la figura de Juan Tenorio.
Debo añadir que la mujer, objeto del amor y del deseo, no sale bien librada en los textos del cantautor español. Al contrario, sus partituras están plagadas de princesas equivocadas y perdidas a causa de algún fármaco, y modelos que enloquecen dramática e irremediablemente, como las que aparecen en ‘Me gusta como hueles’ y ‘Regreso al sexo químicamente puro’.
Por otra parte, el humor de las canciones de Jorge Martínez recuerda al de Buster Keaton, el humorista que no reía, y que lejos de sustentarse en el sentimentalismo, tiene por base fundamental la reflexión y la crítica. Ejemplo de esto es ‘Quiero ser millonario’, canción en la que el líder del grupo español fantasea con la posibilidad de tener mucho dinero (como todas las personas lo hemos hecho en su momento) para poder ganarse aplausos tocando tan mal como los Rolling Stones.
Personajes históricos y el terror
Jorge Martínez se ha valido de hechos y personajes de la historia para construir sus canciones, como ‘El Piloto’, en el que rinde homenaje a Charles Lindbergh quien, pilotando el Spirit of Sant Louis, realizó el primer vuelo que cruzaba el Atlántico sin escalas, entre New York y París.
En ‘Que mal huelen los muertos’ hay referencias a Jesús, Jesse James y el Destripador; en ‘Todo lo que digáis que somos’ se rememora la guerra de Vietnam; en ‘El loco soy yo’ recuerda a Rodolfo Valentino, y en ‘Chica del Este’ se habla de los procesos políticos que aún viven los países que estuvieron ubicados detrás de la Cortina de Hierro. Más todavía, ‘El caballero de Olmedo’ es una adaptación del poema popular en el que se inspiró Lope de Vega para escribir la obra del mismo título.
Además, sabiendo el interés que sus públicos, esencialmente orales y “creyentes”, tienen por las historias de caminos y cuentos de aparecidos, Jorge Martínez elaboró un par de textos, ‘El fantasma de la autopista’ y ‘El número de la bestia’, tendientes a dar al mercado lo que en opinión de Stephen King desean los consumidores: una dosis de terror paralizante.
Tiempos nuevos.
Tiempos aún más salvajes.
Si bien Los Ramones, padres del punk, se consideraban una banda de rock, en nuestro medio se ha establecido una misteriosa y violenta ruptura entre los géneros. Digo esto porque a inicios de 2000 pude ver la capacidad de la agrupación para lograr (con su música construida con 3 o 4 acordes de poca duración, acompañamiento de bajo y batería sin florituras y el canto eléctrico de Jorge Martínez), conjugar en un mismo escenario los mohawks con las melenas.
Habían pasado más de 10 años desde que se presentaran en Quito por primera vez y la gente aún no estaba preparada para tomarse su música con calma. La ola de carne que empezaba en los graderíos terminó por romper sobre el escenario, un policía uso gas lacrimógeno, Martínez dijo que era imposible cantar en octavas altas con gas pimienta en la garganta, rockeros y punkeros terminaron por tomarse el escenario y Los Ilegales salieron hacia su camerino mientras todos creían que detrás de la cortina de espontáneos eran ellos (y no una grabación) quienes interpretaban ‘Canción obscena’, su himno no oficial.
Al ser interrogado sobre la vigencia del grupo, Jorge Martínez afirmó que la banda se mantenía porque su discurso no había envejecido, que eran 3 las generaciones que habían crecido con Los Ilegales y que su música no había resultado tóxica sino un buen alimento para el cerebro.
Dijo, además, que estaban agotados de esperar el fin, pero que, si bien deseaban que nuevos grupos hicieran que los olvidaran para siempre, una partida de burros no consigue alcanzar a un pura sangre.
Martínez consideró hace poco que era necesario cambiar de chip, así que dio por terminada la experiencia Ilegales y creó Jorge Ilegal y los Magníficos, una banda basada en un rock and roll más primitivo e ingenuo en tributo a las orquestas del ayer.