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Leonardo Padura: ‘Hay días que me impongo ser optimista’

Leonardo Padura alza su mano derecha con cierta timidez y saluda al público. Camina algo encorvado, con pasos menudos. Bajo su tupido bigote, detrás de su barba, esboza una sonrisa a la que le cuesta hacerse notar. Son sus ojos los que la denuncian, adelgazándose hasta darle un aspecto casi oriental, casi zen, casi de maestro de kung-fu.

 

Frente al escenario montado en la sala José Hernández -la segunda en importancia en la Feria del Libro-, unas 800 personas aguardan por las palabras del escritor cubano. Momentos antes, para acceder al recinto, atravesaron con paciencia una larga hilera donde el tema dominante no fue la literatura sino la política.

 

La espera se consumió entre el reparto de folletos sobre las obras de León Trotski, a cargo de militantes del Partido de los Trabajadores Socialistas, y comentarios encendidos de algunos apólogos de la revolución bolchevique, sin filiación partidaria aparente. Pocos de ellos habrán reparado en que el personaje de la noche, autor de una novela sobre el asesinato de Trotski, no es precisamente una figura cómoda para el gobierno cubano.

 

“A mí no me gusta escribir sobre política”, dirá Padura en algún punto de su charla. Pero el término, sus sentidos y sus derivaciones, se filtran en sus textos tanto como lo hicieron en la hora y media compartida con sus lectores argentinos. Desde el título elegido para la cita —Cuba se mueve, en obvia alusión a los recientes cambios políticos, sociales y económicos acaecidos en la isla caribeña—, la intención fue más que clara. “Por años, mi generación ha luchado por levantar los niveles de tolerancia de la burocracia cubana con respecto a lo que puede y debe ser la literatura. Y creo que, de alguna manera, hemos logrado un objetivo en eso”, celebró.

 

Apuntes de una generación

 

La camada literaria de Padura comenzó a publicar, como él, en los años ochenta. Con obvias dificultades, aquellos autores dejaron atrás la marginación y el ostracismo que padecieron, por cuestiones políticas e ideológicas, muchos artistas de su país desde el decenio anterior. “Uno de los escritores cubanos más importantes del siglo XX es sin dudas Guillermo Cabrera Infante; pero en el diccionario de la literatura cubana que se publicó en los años ochenta, su nombre no aparece; como en el de la música cubana no aparecía Celia Cruz, que es una figura emblemática”, apuntó con amargura.

 

Obligados por la censura, gran cantidad de cineastas, músicos, escritores y artistas plásticos cubanos salieron al exilio en ese entonces. Y sumaron una frontera simbólica a la distancia geográfica: la de la sospecha que dividía a los creadores que permanecieron en Cuba —considerados colaboradores del Régimen— de aquellos que decidieron abandonar el país —señalados como fervientes anticastristas—. Ese antagonismo, según Padura, recién comenzó a ceder en los noventa.

 

“Creo que al final de toda esta historia se va a llegar a la normalidad: que cada cual escriba, cree y viva donde le dé la gana, donde se sienta mejor, donde encuentre su espacio”, opina el autor habanero. Sin embargo, la crisis y la escasez del “periodo especial”, en los mismos noventa, motivaron un “quiebre en las posibilidades” de los más jóvenes y un nuevo proceso migratorio: el de los nacidos entre 1989 y la primera mitad de la década siguiente.

 

Ajeno por elección a esas corrientes migratorias, el novelista siempre eligió permanecer en Cuba. Incluso cuando esa decisión supusiera fastidiosas complicaciones o suspicacias injustificadas. “No me voy de Cuba porque, como escritor, necesito vivir allí”, subraya ahora, comprometido con la idea de que un artista se construye también, o especialmente, desde sus contornos. “Yo encuentro mi alimento literario en la sociedad cubana, en la mentalidad de los cubanos, en su forma de hablar y en sus historias cotidianas. Prefiero lidiar con muchos problemas de la burocracia cubana, pero saber que puedo escribir mi obra en el lugar en que me siento en mejores condiciones espirituales para hacerlo”, completa.

 

Más allá de esta verborrágica y encendida declaración de amor a Cuba y su cultura, Padura y sus contemporáneos se vieron creativamente afectados por aquel pasado de divisiones y el presente que derivó de él. Tanto, que parieron lo que más tarde la crítica dio en llamar “literatura del desencanto”. En ella, nadie parece estar a gusto con su vida, sus oportunidades o el lugar en que habita. Justo como le sucede a Mario Conde, el investigador policíaco que anima la serie de novelas “antipoliciales” de Leonardo Padura. Conde desprecia su labor, pero la ejerce porque no tiene más remedio, mientras sueña con dedicarse a la compra-venta de libros usados, su verdadera vocación.

 

En esto último, el personaje se asemeja a su creador, quien tampoco renuncia a sus desvelos de juventud: la literatura y cambiar, al menos en parte y de preferencia para mejor, el mundo que le tocó en suerte. “En estos momentos, los miembros de mi generación somos demasiado viejos para empezar de nuevo, pero demasiado jóvenes para cruzarnos de brazos”, arenga Padura, quien no se muestra tan desencantado como sus creaciones literarias.

 

No obstante, la estética del desencanto tocó su punto más elevado en la letra-voz de Iván Cárdenas, el escritor derrotado que canaliza el relato del asesino de León Trotsky en El hombre que amaba a los perros. Con esta novela, publicada en 2009 en España y en 2010 en Cuba, Padura consiguió lo que parecía un imposible poco tiempo antes: que un narrador de su generación alcanzara un reconocimiento oficial. El más importante de todos. El Premio Nacional de Literatura, que le fue otorgado en 2012, se pareció mucho a un acto de reparación histórica y fue una evidencia más de los nuevos vientos que soplan en la tierra de Alejo Carpentier.

 

Historia insospechada

 

“Uno nunca sabe de dónde salen las ideas de las novelas que escribe. Por lo menos, yo no lo sé. A veces aparecen en los lugares más insospechados, como una chispa”, aventura el escritor. La historia de Ramón Mercader, autor del asesinato de Trotsky en México, se le presentó de esa forma; como una cadena de sucesos fortuitos, anécdotas casi olvidadas y datos descubiertos por arte de magia. Varias décadas de escuchar relatos dispersos y, por fin, cinco años de trabajo formal para la novela.

 

Pero el origen de todo fue una inquietud estudiantil de Padura. A punto de graduarse en letras, llamó su atención el ocultamiento de la figura de Trotsky. Los medios escritos cubanos nada decían de él. En la Biblioteca Nacional, apenas si halló tres volúmenes sobre su vida y obra. El primero fue uno de los dos tomos de su autobiografía. Los otros, dos libros que lo defenestraban desde sus mismos títulos: Trotsky el traidor y Trotsky el renegado. “Pienso que, muchas veces, el desconocimiento obligatorio induce a la curiosidad, y la curiosidad nos lleva a tratar de conocer. Eso me pasó con este caso”, reflexiona el novelista, mientras la política vuelve a cruzarse con su trabajo.

 

Luego, una y mil casualidades que se enlazan. La casa de Trotsky en Coyoacán. La identidad falsa de su asesino en la Unión Soviética. El arribo de Mercader a Cuba, donde vivió sus últimos cuatro años como Jaime Ramón López y donde le diagnosticaron el cáncer que lo llevó a la tumba en 1978. Una tumba que mantuvo el nombre ficticio de su inquilino hasta 1994. Y un escritor ganado por el miedo —Iván Cárdenas— tras un episodio de censura, que recibe el premio de este relato incomparable de labios de uno de sus protagonistas, al tiempo que este se pasea con dos insólitos galgos rusos por una playa de La Habana.

 

“Ramón Mercader era un personaje histórico que no tenía historia”, argumenta Padura. Según admite, la invisibilidad del criminal, los datos borroneados o desconocidos sobre su personalidad, le sumaron dificultades a la hora de escribir la novela. Y lo obligaron a ficcionalizar los vacíos del personaje, de la misma forma en que trazó el perfil de su interlocutor con líneas de origen múltiple: “Iván, a pesar de tener un componente real muy importante, no es un personaje real. Es simbólico. Yo reúno en él toda una experiencia generacional con respecto a lo que fue la vida en Cuba desde los años setenta hasta el presente”, resume.

 

En la novela se entrelaza la visión crítica de Cárdenas acerca de la censura, con dos personajes legendarios construidos en torno de lo que la censura permitió conocer sobre ellos. Incómoda por donde se la mire, El hombre que amaba a los perros llevó a su autor a pensar que por fin se cumpliría el vaticinio que realizaba al editar sus obras: que no se autorizaría la publicación en su país. Pero se equivocó por completo, ya que no solo se publicó, sino que se convirtió también en la novela más vendida en menos tiempo en la Feria del Libro de La Habana, en 2010. Fue otro indicio, acaso el definitivo, de que “Cuba se mueve”.

 

Movimientos impredecibles

 

Claro que los movimientos dentro de la mayor de las Antillas tienden a ser impredecibles y obstruyen las proyecciones a largo plazo, como el propio Padura señaló en su disertación. “Las especulaciones de futuro, en el caso de Cuba, pueden ser bastante inexactas”, advirtió. Y mencionó un ejemplo editorial, ilustrativo de la inconveniencia de ciertos presagios: “Andrés Oppenheimer, el escritor argentino que trabaja en los Estados Unidos, publicó hace veinte años un libro que se llama Los días finales de Fidel Castro (risas). Maneras de equivocarse hay muchas, pero esa fue una de las grandes”, opinó mientras el auditorio lo acompañaba en sus carcajadas.

 

Otro de los cambios que pocos habrán previsto es el reconocimiento formal del trabajo por cuenta propia, ya sin tanta vigilancia o controles estrictos por parte del Estado como sucedía en los noventa. El inconveniente, en opinión del escritor, es la distorsión de los ingresos: una persona que elabora y vende comidas puede recaudar, en un solo día de trabajo, lo mismo que cobra por mes un neurocirujano como empleado público. “El problema que complica muchísimo la economía de Cuba es la existencia de dos monedas. Los salarios se ganan en pesos cubanos, pero mucho más del 50% de la vida cotidiana se hace en pesos convertibles. Por lo tanto hay una incongruencia entre lo que las personas obtienen y lo que pueden necesitar”, observó.

 

También fue un tanto sorpresiva la reciente decisión del gobierno de Raúl Castro de levantar las restricciones para quienes desean viajar al exterior. Aunque al escritor no lo tomó del todo desprevenido: “Siempre me pareció un sinsentido que a las personas que viven en ‘la mejor sociedad posible’, que es la socialista, no se les permita salir porque después se teme que no regresen a ella. Eso contradice la esencia misma del sistema”, consideró Padura, con un tinte de ironía, para agregar que al anular esta prohibición, el Régimen cubano “ha puesto el muro de contención en la otra acera”. Es decir, en el terreno de quienes exigen requisitos y visados casi imposibles de alcanzar para los migrantes cubanos o de cualquier otra nacionalidad.

 

Por el contrario, uno de los aspectos que no ha experimentado modificaciones sustanciales es el control de la corrupción. Si bien es cierto que los montos que se mueven en Cuba en este aspecto “pueden parecer risibles”, el narrador criticó que muchos de los involucrados sean los mismos funcionarios que durante años sostuvieron “los discursos políticos más intolerantes”. “Lo triste —lamentó— es que tras el fracaso de la utopía socialista no hayamos podido encontrar una nueva utopía”.

 

Ya en un plano más universal, Padura se mostró alarmado porque “el mundo en el que estamos viviendo se está desintegrando en muchos sentidos: socialmente, ecológicamente y éticamente”. “En general, creo que cualquier persona sensible a lo que ocurre a su alrededor, no podría no estar de acuerdo con que el mundo necesita cambiar para mejor”, sostuvo.

 

“Hay días en que me levanto y soy muy pesimista”, reconoció. “Pero hay días en que me impongo ser optimista y pienso que en algún momento vamos a encontrar una cierta forma de que el mundo sea el lugar que nos merecemos todos para vivir, por lo menos, con lo que dignamente necesita un ser humano para realizar una vida normal”.

 

De inmediato, los espectadores aplauden con ganas, anticipando el final de la reunión. El escritor sonríe una vez más —lo dicen sus ojos, achinados para la ocasión—, se levanta y camina con sus pasos menudos hacia la salida. Fuera de la sala, la Feria del Libro ya culminó su jornada y los stands lucen algo tristes, casi en penumbras. Pero nadie quiere irse sin una dedicatoria o una foto con el autor, aunque la mayoría de los invitados internacionales suele desaparecer sin dejar rastros tras bambalinas. En un último movimiento impredecible, cubano al fin, Padura baja del escenario y se mezcla entre la gente. Firma ejemplares de sus novelas y charla con la calma de quien tiene todo el tiempo por delante. La de ser una celebridad, sin dejar de ser un hombre común, es también una decisión política.

 

HEREJES

 

Buena parte de la charla de Leonardo Padura en Buenos Aires se centró en temas políticos y en el éxito de El hombre que amaba a los perros. Pero la curiosidad de sus seguidores esperaba también alguna noticia sobre su próxima novela, que se llamará Herejes y será editada este año. En ella vuelve a aparecer el investigador Mario Conde, ya alejado de la policía y dedicado a su negocio de libros. “Son tres historias que se conectan a través de un concepto y un objeto”, detalló el novelista. “El concepto es la búsqueda de la libertad individual y el precio que pagan, por obtenerla, los individuos en determinadas sociedades y en distintos momentos históricos. Y el objeto es un pequeño cuadro de Rembrandt, el rostro de un joven judío de Ámsterdam, o el rostro de Cristo que el pintor quiso ver en sus facciones”, agregó.

 

HECHOS DE SANGRE

 

Varias de las obras del novelista habanero giran en torno a hechos de sangre, cuya investigación policial le permite al autor indagar sobre diferentes aspectos de la vida en su país. Sin embargo, más allá de sus críticas al silencio existente en Cuba sobre la violencia de género, Padura no considera que la sociedad cubana sea especialmente violenta: “Fíjense que hay solo un muerto en cada una de mis novelas policíacas. Pero en cualquier novela policíaca norteamericana, los muertos son 45 (risas). Y si con esa novela se hace una película de Bruce Willis, ya tenemos 500 muertos (risas y aplausos)”.

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