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Las máscaras extrañas de Max Vega

Las máscaras extrañas de Max Vega
02 de septiembre de 2013 - 00:00

Ivonne se estremeció al sospechar que tal vez eso no era un cuadro sino un espejo. El cuerpo del payaso se sostuvo en pie el mayor tiempo posible, tenía una flor en la mano, un anillo en cada dedo, la nariz roja sin usar ninguna máscara y, aunque falsa, era capaz de esbozar una sonrisa esplendorosa. El espacio era un charco de sangre. Ya no aguantó el peso de ser payaso, creyendo seguir una vocación, pero realmente no tuvo alternativa y nunca lo quiso reconocer.

Un payaso drogadicto.

 

Lejos de ser simple novela “urbana” —con toda la carga despectiva que implica dicha categoría— o una construcción negra sobre los conflictos propios de las relaciones de pareja; Máscaras extrañas, nos habla —y enfrenta— sobre el cómo la vanidad nos lleva a montar un Armagedón para tratar de auto convencernos de ser mejores de lo que en realidad somos.

 

Aunque el enmascarado quiera reconocerse como demiurgo, sus verdaderas víctimas no son aquellos seres solitarios a los que alimenta y degüella como si se tratara de ganado consagrado a deidades subterráneas; sino su propia piel que pierde sustancia y el espejo quebrado que lo sentencian al vacío perpetuo.

 

Al inicio, los cuatro personajes principales (Samuel, Ivonne, Fernanda y Lucky) intentan justificar sus resentimientos y sepultar a la vergüenza con una acomplejada visión de “intelectual de cafetín”. Pagarán un alto precio por ello, nadie que juegue con máscaras mantiene el rostro intacto. Conservar una independencia a través del ego artístico, es el cadalso que en su arrogancia estos torpes seres se han auto-impuesto, pero tantos años de jugar al solitario que acumula lecturas, no les servirá de nada cuando enfrenten a potencias oscuras lejanas a su nivel de comprensión... estos adolescentes tardíos sentirán el suplicio medieval de la gota, magistralmente administrado por Vega, James Ensor y su hipotético mandil de cuero, quienes como expertos carniceros preparan un grotesco centro de mesa, deshilachan las vísceras de sus criaturas, entretejen los tendones de la pesadilla con sus propias frustraciones y lecturas.

 

Soportar el mundo exterior era una tarea tortuosa, así como la incomprensión de la gente, entonces la máscara se volvía de piedra permaneciendo adherida a la piel. También le reconfortaba entender que ese payaso repudiaba a la humanidad mucho más que la humanidad a él. No necesitaba más que su traje, su maquillaje y las chalupas para sentirse vivo

 

A riesgo de caer en la tautología o en trazar en un paralelismo odioso, cito unas líneas de la novela El grito del hada de Adolfo Macías Huerta: “Lo que comenzó como un juego se convierte en infierno frondoso cuando la máscara se vuelve una musculatura secreta, el rostro final del que ya no se puede escapar”. Si bien en la novela Max no menciona a la obra de Macías —no estoy seguro de que siquiera la haya leído, pese a que ocasionalmente hemos compartido copas y paranoias con Adolfo—, “las máscaras extrañas” son una pesadilla colectiva que traspasa a sus autores y fama, es parte del mal primigenio al que invocamos cuando los benévolos pero inútiles dioses solares nos han dado la espalda.

 

Las catacumbas descritas con preciosismo y terror por Max, no son parte de la cabeza torturada de un solo autor, sino algo más lejano, que repta ciego y viscoso en nuestros genes. Las referencias a Sábato y a otros autores no constituyen una apropiación espuria o tributaria —salvo en el caso del “real genitalismo”, —obviedad bolañesca poco afortunada por la que me encargaré de castigar personalmente a Vega— sino parte necesaria dentro del andamiaje tanto de la obra como de la vida del autor, quien —tal como relata en uno de los diálogos del texto— alguna vez tuvo un aberrante pasado pseudo evangélico, del cual fue rescatado por la lectura y la luz negra que emana del pensamiento sabatiano.

 

Súmesele a eso varias borracheras con gente de moral reprobable, muchos de ellos —entre los que me incluyo— parodiados y fácilmente reconocibles en esta novela, una extraña mezcla entre inocencia y psicopatía, años de trabajo e investigación, y obtenemos como resultado una novela poderosa, que desde el inicio tiene el valor de declarar a sus lectores que esto es solo la primera parte, que si quieren resolver el misterio tendrán que esperar a que el autor tenga la gana de terminar el segundo volumen, pues Max no siente ninguna obligación de explicarles de qué se trata el asunto.

 

Destaco el bellísimo paisaje onírico con el que cierra esta intrigante novela, así como la solidez con que Vega construyó a sus personajes femeninos y su habilidad para interpretar las artes plásticas, todas estas cualidades aunadas a una trama apasionante, convierten a Las Máscaras extrañas en un libro distinto y arriesgado dentro de la nueva narrativa ecuatoriana, una propuesta superior a las novelitas light cool de niñatos que inundan los estantes de supermercados y farmacias, ávidos de lectores perezosos y chatos.

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