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Las ciudades de Héctor Napolitano

Foto: Andrés Laiquez
Foto: Andrés Laiquez
19 de enero de 2015 - 00:00 - Javier Lara Santos, escritor.

La noche anterior había caído una tormenta eléctrica de las pocas vistas en Guayaquil desde hace muchos años, pero ese día, un sol colosal se cernía sobre nuestras cabezas. Mediodía de viernes en Urdesa, Guayaquil. La voz de Héctor Napolitano, el ‘Viejo Napo’, sonaba entre el tintineo de los vasos chocando por el brindis con las cervezas para mitigar aquella canícula.

El encuentro inicialmente era en una tienda (me dio las instrucciones para llegar al sitio): ahí estaba Napo con sus amigos de la infancia y su primo. Tantos años compartidos, tantas anécdotas, y esos lazos intactos, fuertes, vivos, celebrados al son de la cebada.

Así empezó esta entrevista, acompañando al ‘Viejo Napo’ por diferentes lugares de la urbe: una cebichería, más cervezas, un barcito en la vereda, más cervezas, su casa actual, más cervezas, ya a la caída de la tarde, más cervezas y más conversación.

La ciudad de Guayaquil y Héctor Napolitano son sinónimos, son seres dicotómicos. Recordando un verso de Kavafis, “la ciudad irá en ti siempre”, Napo, pienso, sin decírselo. La ciudad a orillas del manso Guayas es la que vio nacer al Viejo Napo: “hace tiempo que quería/ cantarle a Guayaquil/ cantarle al cerro Santa Ana/ y al Carmen donde nací/ (desde Las Peñas)/ desde la Boca del Pozo (Giuseppe Cavanna)(1)/ camino hacia el Malecón/ me llevo tal impresión/ de mirar el río Guayas/ lechuguines, lodo y jaibas/ corriendo van para el sur/ la ría baña su paso/ al barrio del Astillero/ donde nació Barcelona/ el ídolo ecuatoriano/ lo dice Napolitano/ lo dice de corazón”.

Así, nos adentramos en esa vida dedicada a la música. Héctor Luis Napolitano Galarza, el ‘Viejo Napo’, guayaco, ecuatoriano trashumante, nació un día de noviembre de 1955.

¿Cómo se inicia en la música Héctor Napolitano?

Yo inicié tocando en la ciudadela 9 de Octubre, como a los 9 o 10 años, con Alfredo Avellán y mi gallada de ahí, tocábamos en las aulas y en los pupitres. Yo ya tenía el grupo de la escuela, en donde los días lunes me llevaban a tocar el himno nacional y luego me daban palo por no llevar los deberes. Pero la génesis de esto fue en el cerro del Carmen, paralelamente pasaba mis vacaciones con mis primos, los Hinojosa, con mi gallada, los Roca, los Fernández… ahí comenzó la pasión. Luego me regalaron una guitarra de madera en Navidad, y esto es algo interesante: un día se incendió la cocina de nuestra casa, y lo único que no se quemó fue la guitarra que estaba ahí. Tal vez esa fue una señal.

Luego, como a los 11 años, mi cuñado Alfredo Lalama me regaló una guitarra eléctrica. Tener una guitarra eléctrica en esa época era como tener la última tecnología, de punta. Ya por el año 1965 me llevaron a tocar en una radio y me conocí con Miguel Gallardo, el fundador del grupo La Bodega, posteriormente con él fundamos el grupo Los Hippies. Luego de un tiempo me retiré por diferencias de apreciación musical: ellos querían tocar música más comercial, en español, pero en ese tiempo mi devoción ya estaba siendo marcada por la música de Jimmy Hendrix, Black Sabbath, Los Beatles… Y esto me recuerda que la primera vez que presencié una melodía de rocanrol, fue la canción ‘(Baby) what I’d say’ de Ray Charles, que tocó un profesor de música. Fue hipnótico, algo dentro de mí cambió para siempre. Esas fueron mis primeras influencias.

¿Y tu familia qué decía de tu afición temprana a la música?

En relación con la música, mi familia se dio cuenta cuando ya era tarde (risas), pero debo decir que siempre recibí el apoyo incondicional de ellos. Y de mi padre, que fue mi gran amigo; él murió cuando yo tenía unos 6 o 7 años, lo recuerdo nítidamente, tanto amor por él, de él también me vino la influencia del tango, esa música fuerte, perfecta y triste al mismo tiempo. Mi padre era oriundo de Argentina, hijo de un italiano migrante… pero podremos conversar luego de eso, que es una historia hermosa también. Sigamos, en esa época era una novedad que alguien toque la guitarra, y yo comencé tocando los ritmos de esa época: Daniel Santos, Julio Jaramillo, los Hermanos Montecel, Lucho Barrios, el dúo Benítez y Valencia, toda la música criolla que se escuchaba. La razón era que yo vivía en el Cerro del Carmen, era una casa acomodada pero rodeada de las primeras invasiones, y el pueblo siempre tiene la matriz, la raíz de la creatividad, así, yo escuchaba de todo lo que se hacía ahí musicalmente, y desde esa época me gustó también la música del folclore popular. Poco a poco comencé a crecer musicalmente, luego a los 12 años entré al colegio, en el Aguirre Abad conocí a otros músicos y formamos un grupo con el que estuve algunos años, compitiendo en festivales intercolegiales y, paralelamente a esto, tuve un grupo que se llamaba Los Apóstoles del Rocanrol, con ellos hicimos rock y blues hasta mis 18 años.

¿En qué momento comienzas a darte cuenta de que querías hacer profesión de la música?

Comienzo a darme cuenta de que esto era mi profesión cuando tenía que graduarme en el colegio, de bachiller, para lo cual tenía que rendir pruebas como de 40 materias atrasadas, aunque debo decir que fui buen estudiante como hasta el 4° año, luego lo repetí 4 veces. Ya tomé al colegio como un club, porque tenía la piscina, el equipo de beisbol, la música. Destacaba no solamente en música, sino también en deporte y en ciencias.

Sin embargo, yo era tímido para cantar, en Promesas Temporales (grupo que fundó con Hugo Idrovo) cantaban Hugo y Alex Alvear; en Rumbasón cantaba Ataúlfo Tobar (otro cofundador de este grupo). Todos mis grupos han tenido cantantes, pero yo tuve que dedicarme al canto porque si no lo hacía, hubiese tenido que depender de alguien siempre.

Así, en 1972, cuando estaba con los Apóstoles del Rocanrol, a los 18 años aún en el colegio, yo ya me había dado cuenta de que no iba a ser ni bachiller ni universitario ni médico ni ingeniero agrónomo, como me hubiera gustado ser. Entonces decidí ser músico y me fui a Europa y a los Estados Unidos por un tiempo. No fue una experiencia netamente musical, fue más una experiencia mística y de meditación; estuve con un gurú del cual sigo siendo muy buen amigo, practico una técnica de meditación de este maestro de la India. Eso te ayuda para toda la vida.

La década de los ochenta es la década de la ciudad de Quito para Napo, ¿cómo fue esa experiencia?

Exactamente, en el 80 me voy a vivir a Quito por una invitación de 15 días de vacaciones. Me invitó mi amigo Antonio del Campo, un pintor guayaquileño que vivía en esa ciudad. Y me quedé 10 años. Ahí nació Bastián, mi primer hijo, músico también(2) y consolidé mi carrera de músico. Ahí teníamos dos grupos: Rumbasón, fundado en 1984, y Promesas Temporales en 1985. Recuerdo una ocasión que fuimos a la playa con Alex Alvear, a Atacames, por ese entonces teníamos un trío que se llamaba Café con Leche y tocábamos en algunos restaurantes por la comida y la dormida, todo era aventura. Ahí conocimos a otro trío, que ya era muy conocido y respetado, se llamaba El Taller de Música, compuesto por Diego Luzuriaga, Juan Mullo y Ataúlfo Tobar, ellos ya habían grabado y tenían una trayectoria. A mí me parece que es uno de los grupos más representativos en la creatividad musical. Junto con Amauta, son grupos que marcaron una pauta a seguir. Nos conocimos en Atacames y nos pidieron prestado a nuestro músico del bongó, el ‘Caballito’ Gómez, luego nos invitaron a tocar con ellos, y luego nos fuimos por unas cervezas, pero en ese transcurso nos abrieron el carro y nos robaron el bongó que estaba dentro. Así que, sin perder más tiempo, decidimos juntarnos los dos tríos, Taller Musical y Café con Leche, para hacer un concierto y recaudar fondos para un nuevo bongó. Ese concierto fue impactante, que había cuadras enteras de gente haciendo fila, así que decidimos juntarnos definitivamente y estuvimos muchos años tocando, hasta que se nos vinculó con Alfaro Vive. Era una vinculación indirecta, por conocidos, porque tocábamos en las universidades, y era música cubana… (en ese régimen parecía no gustarles la música cubana) y nos desbarataron el grupo a base de una política del miedo, y pues nos separamos.

Luego vino con más fuerza Promesas Temporales, un grupo que lo había fundado Hugo Idrovo con Alex Alvear. Promesas Temporales era la misma gente que Rumbasón, solo que sin Ataúlfo Tobar, y con ropas diferentes y canciones diferentes. Al vivir la experiencia de creación con Taller Musical, comenzamos a investigar mucho más a fondo, íbamos a la provincia de Imbabura, a Peguche, hablábamos con el grupo Los Conejos, con Ñanda Mañachi, trabajamos la música indigenista, la mezclamos con blues, o sanjuanito con rock. Y ahora, a la distancia de los años, mientras más lo escucho me convenzo de que nunca perdimos el tiempo.

Y en Quito hay un lugar especial que los vio crecer como músicos, ¿cierto?

Claro que sí, nuestras vivencias se concentraron en Guápulo, yo, que he vivido tantas cosas en esta hermosa ciudad, allí tengo gente tan querida, las señoras que nos fiaban en las tiendas (risas), las doñas con las que uno se quedaba conversando horas y horas al son de una botella, gentes tan queridas, inolvidables. Los amigos, la creación, los ensayos, y el amor, siempre el amor. Yo soy guayaquileño de nacimiento, pero también soy quiteño, ibarreño, manaba, esmeraldeño y de tantas partes donde he dejado mi corazón. Yo soy propiedad de todos mis amigos de todo el Ecuador.

Voy a Guápulo cada vez que puedo como los musulmanes van a la Meca, voy a Guápulo como a una romería, como una procesión, a mí no me hablen de regionalismo, los amigos, Aníbal Guachamín, su esposa doña Rosita, era gente que me quería y yo a ellos, gente apreciada. Yo tengo más anclas en Quito que en Guayaquil. Quito me marcó la vida.

Luego de Quito, ¿cuál es el destino, la ciudad a la que Napo viaja para seguir con la búsqueda musical?

En 1991 viajé a Galápagos. Debo decir que en Quito se cumplió un ciclo; a las islas Galápagos fui también pensando en quedarme un corto tiempo y me quedé otros 10 años. Allí, ya con más experiencia, me dediqué a grabar y a componer. En 1996 hicimos una reedición y digitalizamos el CD que habíamos sacado con Promesas Temporales/Arcabuz (un proyecto musical de Hugo Idrovo y del ‘Viejo Napo’). Incluimos temas nuevos, interpretados por los dos, ahí está ‘Gringa Loca (valsecito criollo)’ y otras versiones eléctricas de ‘Gringa loca (bluescesito criollo)’ y ‘Amigo Trigo’. Esa canción se hizo bastante famosa.

La historia de esa canción (saliéndome del tema de Galápagos, que como todos sabemos, es un lugar maravilloso para la música, la bohemia y el amor) es esta: Dany Cobo, violinista que vivió en Quito por muchos años, tuvo una novia que se enamoró de él y se volvió loca. Era una gringa, y quiso casarse con él, y como Dany no estaba preparado para estos menesteres del matrimonio, le pareció el apresuramiento de la gringa una locura. Comentándome esto mi compadre Hugo Idrovo, sobre la prisa de la gringa, entonces decidimos componerle aquel tema. Nos sentamos una mañana, fuimos donde ‘el patucho’ David Gilbert y grabamos la canción con éxito. Tiene poder, sustento y condumio, además que fue hecha como valse guayaco. Así que Hugo compuso unas estrofas, yo otras, y así nace la canción. Para acotar, Dany vivió con la gringa 13 años. Recién hace un par de años me llamó y me dijo “se cumplió la profecía, o sea, gringa loca —la canción—, quieras o no quieras fue profética”. Ella sabía que existía la canción y nunca le gustó, de hecho creo que a ninguna gringa le gusta, creo que ellas prefieren el folclore…

Y de ‘Gringa loca’, pasando al tema de mujeres, ¿quiénes marcaron la vida a Napo?

Creo que todas las mujeres marcan la vida, las que te ponen los cachos y las que no, porque en definitiva: mal con ellas, peor sin ellas. El hombre cuando envejece habla menos, es menos celoso, es más tolerante, aunque es más proclive al cacho, pero la mujer nunca pierde esa gallardía que tiene, ese poder, que es un poder real, esa magia. Una mujer es mucho más inteligente, es el cable a tierra, es un ser que nos pusieron para que nosotros no nos creamos la divina pomada. Pienso que por eso pusieron a Eva y no fue el mismo Dios el que bajó… para que nos aguantemos.

¿De dónde viene el apellido Napolitano?

De un pueblo que se llama Montalto Uffugo, de Calabria, en Italia. Somos descendientes de las tantas familias que hay y salieron de Calabria. Primero mi abuelo Daniel llegó a Buenos Aires, Argentina, en la época de 1890, esto lo sé ahora a ciencia cierta —mi hermana mayor, Ana Delia, se encargó de averiguar de dónde veníamos— porque la única familia en el Ecuador con este apellido éramos nosotros. Mi padre no dejó ningún dato, nada, él murió de cáncer a los 60 años, fue un navegante, aventurero, un trotamundos, generoso, caballero, andaba vestido de lino blanco, de a caballo, era mi ídolo. Andaríamos, si estuviera vivo, del brazo, agarrados de la misma puta y la misma botella (risas). Mi padre, por alguna razón, se fue a Bolivia. De Bolivia vino al Ecuador como primer representante y gerente de la Singer. Cuando mi hermana investiga, entonces, nos enteramos de que entre los parientes cercanos de Argentina había un gran músico, una de las leyendas de la guitarra, ‘Pappo’ Napolitano, (Norberto Napolitano), biznieto de mi bisabuelo. Él se murió en el 2005, desgraciadamente no lo conocí personalmente, pero el año pasado, en marzo de 2013 fui a Argentina a tocar y estuve en su casa, dormí en su cuarto. Cada marzo se celebra el día de la guitarra en Argentina en honor a ‘Pappo’.

¿Una ciudad para vivir que no sea Guayaquil, o te quedarás para siempre en Guayaquil?

Yo siempre trataré de estar entre el cielo y el mar. La montaña vacía, la nostalgia y la soledad que te produce la naturaleza es el consejo y la respuesta a tus preguntas de un dios, si es que existe un dios. La naturaleza me da seguridad, esa soledad… La ciudad me enloquece, me embriaga de placer, pero prefiero el silencio y la soledad, el sonido de la naturaleza.

Creo que más me parezco a una pelota de pínball, o de ping-pong, o sea, yo me quedo con las experiencias que he tenido; no pertenezco a ninguna ciudad ni a un lugar determinado, pero la sensación interior que tengo es la soledad de la naturaleza. Las cosas que a mí me atraen, por ejemplo, son los tornados, los remolinos, la inmensidad del mar y su horizonte me hace pensar en la curiosidad de la muerte.

Y hablando de ese tema, Napo, para terminar esta charla, si te dijeran que antes de morir —ya en el estertor—, tienes la oportunidad de llevarte tres cosas intangibles de la vida, ¿qué tres cosas serían?

(Se queda pensativo por un momento, viendo al vacío, o al fondo de sus ojos, y dice): El beso de mis hijos… el olor de la vagina de una mujer… y ‘La consagración de la primavera’, de Stravinsky.

1.- Giuseppe Cavanna es el fundador de la barra más popular de Emelec, irónicamente, Napo confiesa que la mayoría de sus amigos son emelecistas —siendo él barcelonista toda la vida—, en esta canción, hay un guiño amistoso al fundador de la Boca del Pozo.

2.- Bastián Napolitano, joven músico, toca en grupos actuales como Biorn Borg, Los Nietos y Verde 70.

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