La soledad del escritor Arte y running
Es muchísimo mejor vivir diez años de vida con intensidad y perseverando en un firme objetivo, que vivir esos diez años de un modo vacuo y disperso. Y yo pienso que correr me ayuda a conseguirlo. Ir consumiéndose a uno mismo, con cierta eficiencia y dentro de las limitaciones que nos han sido impuestas a cada uno, es la esencia del correr y, al mismo tiempo, una metáfora del vivir (y, para mí también del escribir).
Haruki Murakami
Sales de la cama antes que el sol de las montañas, sin esperar a que suene el despertador, a que el gallo de algún vecino que se trajo del pueblo en la maleta rasgue la oscuridad con su canto cuarteado. Caminas hasta el pasillo y siempre en penumbras sustituyes el pijama por la camiseta de la última edición de la carrera Quito – Últimas Noticias, te colocas la lycra que impide que tus muslos, de tanto rasparse, se enciendan como pedernales, quemen la pantaloneta, y te pones un calcetín derecho que no puedes volver izquierdo y un zurdo que no puede volverse de derecho porque tienen las letras R y L o las palabras right y left en las puntas, ahí donde van los pulgares
Y sales, con ocho grados centígrados en el termómetro y la piel, a practicar un deporte que se designa con palabras en inglés en la medida en que su mismo nombre no es, en español, un sustantivo, sino un verbo, la acción por antonomasia. Y es que en la lengua que nos heredaron los conquistadores torvos, cuando a uno le preguntan qué deporte practica, uno responde ciclismo o natación o paracaidismo o judo, con un sustantivo, pero no con los verbos “correr” o “trotar”. De hacerlo, parecería que uno comete un error gramatical, parecería que uno es gringo, o al menos que habla como gringo.
Nótese así mismo, que uno juega fútbol o vóley o básquet, pero no juega “correr”, no juega “trotar”, porque el running, que es como lo llaman hasta las revistas españolas especializadas Run and race y Runners, definitivamente no es un juego, sino el deporte por excelencia, y el alma de muchos otros, pues hasta el béisbol exige que un obeso masticador de tabaco suelte el bate y corra, resollante y pesadamente, de base en base.
Por un momento piensas ir al parque, pero terminas optando, como siempre, por la antigua línea férrea; que el running te permita alejarte del diésel que los autobuses te tosen en la cara.
“El coro de Runaway, canción del intérprete norteamericano Del Shanon, te saca violentamente de tus reflexiones”.Bueno, ya estás afuera, exhalando vapor de humo, con un gorro bajo la cabeza rapada, cada vez más calva, con chaqueta, guantes y esos zapatos de croos-country que han sabido proteger tus rodillas y tu espalda del golpeteo de los talones sobre la tierra.
Calientas las articulaciones, sacas el iPod, digitas Nike Run y activas las canciones que has seleccionado para correr en la medida en que hablan, en mayor o menor grado, de la práctica que has convertido en parte de tu vida. La primera canción en sonar es: We happy together, de los Lovin’ Sponful. La incluiste por recomendación del escritor maratonista japonés Haruki Murakami, quien considera que se escuche donde se escuche, esta canción siempre suena estupenda. También grabaste, por recomendación suya, algo de Red Hot Chili Peppers, Gorillaz, Beck, Credence, Clearwater Revival y Beach Boys, y otra canciones de rock, de ritmo simple, pues si bien el escritor regentaba, antes de empezar a escribir, un bar de jazz en Tokio, considera que desde el punto de vista de adecuación de la carrera, el rock es lo más recomendable como acompañamiento.
«Distancia recorrida: dos kilómetros. Ritmo media de carrera: seis minutos, treinta y dos segundos», dice la voz de Nike Run, y empieza la segunda de las canciones que has seleccionado, ya no por influencia de Murakami, sino por iniciativa propia. Bob Marley, el más representativo cantautor regué de todos los tiempos y verdadero profeta rastafari interpreta Run for a cover, canción que habla de correr, pero como debe ser entre sus seguidores, a ritmo de footing, de caminata, con ropa de deporte de colores amarillo, verde y rojo. Y a propósito de tu iPod, piensas en lo mucho que durante los últimos años ha mejorado la tecnología del deporte, y lo mucho, incluso, que ha cambiado la concepción sobre el running. Y es que muchas décadas después de que deportes como el fútbol dejaron de ser considerados pasatiempos burgueses que los obreros no podían permitirse en la medida en que debían conservar la energía para la producción, el running era en nuestro medio, muy por el contrario, una práctica propia de las clases populares. De ahí, por ejemplo, que muchos de aquellos que escribieron sus mejores páginas tengan apellidos ancestrales. De hecho, el incremento de adeptos que en los últimos años ha logrado este deporte, se debe, por supuesto, a la creación de espacios en los cuales practicarlo, pero también y, sobre todo, al aumento de competencias. Ya no solo está la Últimas Noticias, sino también la Nike, la New Balance, la Energizer, la San Silvestre, la de la Liga de Quito, la de la Mitad del mundo, la de infinidad de colegios profesionales.
El coro de Runaway, canción del intérprete norteamericano Del Shanon, te saca violentamente de tus reflexiones, te transporta por un momento a las salas de baile que se llenaban los sábados por la noche, de tupés y vestidos acampanados.
Junto a ti pasa una mujer XXL empaquetada en un calentador, sudando copiosamente, resoplando, y a pesar de su lentitud, la consideras tu compañera, pues una cosa es correr para no perder el autobús o ser atrapado por un marido celoso, y otra, muy distinta, realizar, con método y disciplina, una práctica física.
Te preguntas entonces, ¿por qué no optará por otras actividades de moda como los aeróbicos o el taichi? Sabes, sin embargo, que es una pregunta socrática, que las personas optan por el running cuando se proponen hacer ejercicio, no solo porque es algo que puede hacerse en cualquier lugar el tiempo que uno quiera sin tener que recurrir a otras personas, sino también porque no requiere instructor, ni siquiera equipamiento o enseres especiales. De hecho, correr es la más natural de las actividades físicas; cuando uno es niño todo lo hace corriendo, como la pequeña del libro de Evelio Rosero Diago, Juliana los mira, que va tan rápido entre las paredes de su casa, que hasta se cree un auto de carreras cuyos sonidos imita, incluidas las revoluciones de cada marcha y el sonido de los viejos frenos a zapata. Una maravilla del running y la onomatopeya literaria.
«Distancia recorrida: seis kilómetros. Ritmo media de carrera: cinco minutos, cuarenta y cuatro segundos»
El running es la primera opción de las personas, porque fue su mecanismo de sobrevivencia y defensa desde épocas inmemoriales; los humanos corríamos cuando divisábamos a la bestia a la que debíamos someter para conseguir alimento, o en su defecto, para escapar de ella; tras sentir el retortijón de estómago que causaba el miedo, corríamos vaciando el estómago en el camino para aligerar el peso. Por eso incluso en estos días, en que uno va de traje y resbalosos mocasines, se tiende a correr, o al menos a acelerar el paso ante las amenazas: el auto al que el semáforo ha dado verde, los temblores de tierra, la repentina lluvia que podría causarnos un resfrío de muerte.
Pero si bien en un tiempo se corría para conseguir alimento, hoy se lo hace para deshacerse de él, o mejor dicho, de las calorías que en nuestras urbanas sociedades de consumo, acumulamos en exceso, debido a que la carne que antes debíamos cazar y acumular en forma de grasa en nuestro cuerpo para las épocas invernales, hoy nos llega empacada desde los supermercados.
“La literatura consigna, para la posteridad, la existencia que lleva una cultura en determinado momento de su historia...”.A propósito de persecuciones, según señala Raymond Chandler en el ensayo que realizó sobre la novela negra y que publicó en el prólogo de su obra Peces de colores, afirma que en la literatura policiaca siempre debe haber una persecución, en la idea, sacada de la naturaleza, del cazador y la presa. En novelas como las de Dashiell Hammett, Thomas Harris, Ian Fleming, Stieg Larsson, siempre hay delito, investigación, descubrimiento, persecución y captura o escape.
En tu iPod suena I’d run away, canción de la banda norteamericana The Jayhawaks con notas de gaitas escocesas, para corredores country, de bosques antiguos, que disfrutan los sonidos de las cascadas y los ríos, las piedrecillas y las ramas que crujen bajo los zapatos.
Le levantas el volumen al dispositivo y sigues pensando que se corre, como Maratón, los chasquis y los aztecas, para dar buenas y malas noticias o servir pescado fresco en la mesa del emperador. Piensas que unos corren para perder peso, otros para mejorar en otros deportes, algunos los hacen porque se ha puesto de moda, y hay algunos que corren, especialmente carreras populares como la Últimas Noticias, como quien hace una penitencia, se flagela, camina sobre el asfalto caliente, se azota la espalda con un silicio o carga una cruz tan grande que parece haber sido hecha para crucificar a un dios gigante, y por las mismas calles de esta ciudad de penitentes por donde pasan los cucuruchos de Viernes Santo, pasamos los atletas, y hasta tenemos una carrera que se llama La Ruta de las Iglesias. Estoy seguro que más de uno eleva una oración o se persigna ante cada una de las cruces. Un rosario deportivo.
«Distancia recorrida: diez kilómetros. Ritmo media de carrera: cuatro minutos, diez segundos»
El paso, junto a ti, de la manada de corredores de un club de atletismo, te lleva a considerar que en esta época en que las personas temen estar solas porque no se sienten cómodas consigo mismas o se aburren de su pobre mundo interior, en esta época en que nadie se siente bien comiendo o bailando solo por ser considerada la soledad un castigo, casi un estigma, el running es una de las pocas cosas que la gente puede hacer sin ser vista con el rabillo del ojo, sin ganarse la lástima de los otros, es una de las pocas actividades humanas que se disfrutan en soledad, que permiten reflexionar, poner en orden las ideas, gozar del silencio. Y es que tanto el running como la escritura son vocaciones de solitarios. Se puede, desde luego, correr acompañado, incluso en clubes, del mismo modo en que se puede escribir, como Borges y Bioy Casares, a cuatro manos, o como Breton y los surrealistas, grupalmente, pero por lo general, correr y escribir son actividades que las personas hacen solas, aisladas, y de las que salen con la sensación de haber hecho algo trascendente, o en todo caso, bueno.
Suena Run baby run, canción de la banda norteamericana Garbage cuyo video, lo has visto, muestra a una solitaria pelirroja corriendo, ora con un carrito de supermercado a través de la ciudad, ora frente al estadio, como quien da una vuelta olímpica por fuera, sin que una sola voz la ovacione. Cosas de la soledad del corredor de fondo.
“Haruki Murakami, (...) considera que correr es la más provechosa costumbre que adquirió a lo largo de su vida, pues fortaleció su cuerpo y su espíritu”.La literatura consigna, para la posteridad, la existencia que lleva una cultura en determinado momento de su historia, y el running, como todos los deportes, pone de manifiesto la vida de los pueblos. De ahí que se diga, en el plano futbolístico, que los países juegan como viven; de ahí que se explique que el corredor japonés Kokichi Tsuburaya se haya cercenado la carótida con su navaja de afeitar, tras su fracaso en las primeras olimpiadas realizadas después de la Segunda Guerra Mundial, al lesionarse y no poder cumplir con las expectativas que su pueblo había depositado en él.
La literatura siempre ha visto en los deportes la posibilidad de contar historias sobre la superación personal y deportiva con base en el esfuerzo y el entrenamiento, historias que conducen a los protagonistas a la libertad o a la gloria, historias inspiradoras.
Basta, para demostrar lo dicho, ver películas sobre el running como Jim Thorpe, el declive de un campeón (1952); La historia de Bob Matías (1954); La batalla de Maratón (1959); La prueba del valor (1970) o El Hijo de la jungla (1973).
«Distancia recorrida: dieciséis kilómetros. Ritmo media de carrera: seis minutos dieciocho segundos»
Pero volvamos a la literatura pura. Los artistas, tradicionalmente burgueses, siguieron primero la línea de Balzac, se volvieron gordos como pavos, o al menos eso es lo que le dice Pablo Neruda a Mario Jiménez, en la novela de Antonio Skarmeta, Ardiente paciencia.
Peor aún, los artistas han creído, en la tradición del modernismo, que hay que vivir como Rimbaud, Baudelaire, Bukowski, Carver, y encontrar vivencias e inspiración en el elíxir del corazón de las botellas, y han sido, por principio y estética, sedentarios, poco dados al ejercicio físico. Incluso Hemingway, el escritor aventurero, el obrero que puso fin a la hegemonía de los escritores de mansión, bata y pantuflas, incluso el escritor cazador de elefantes, pescador de peces espada, corresponsal de guerra que afirmaba que la vida puede matar pero no vencer, era muy dado a los martinis y a las inmovilizadoras resacas.
Hasta que un día, en la década de los años ochenta, los roqueros del glam consideraron que la música era un negocio en el que había que mantenerse todo el tiempo posible y dejaron de hacer pacto con el diablo y las drogas y se metieron al gimnasio y, por supuesto, salieron a correr. Los recuerdo porque lo mismo hizo, hace más de 30 años, Haruki Murakami, escritor que corre 270 kilómetros al mes y al menos una maratón al año y considera que correr es la más provechosa costumbre que adquirió a lo largo de su vida, pues fortaleció su cuerpo y su espíritu.
Mientras en tu iPod suena, de The Newbeats HD-Stereo, un rock and roll de los años sesenta que también se llama Run baby run, ideal para correr con camisas de cuellos anchos, largas patillas y grandes gafas, ves acercarse al Norbert, tu compañero de pistas por más de una década. Sus conversaciones no tardan en girar, como de costumbre, hacia la literatura.
—¿Qué estás leyendo?—te pregunta.
Le dices que a Murakami, que ser escritor y llevar una vida de corredor sin conocer su libro más biográfico y personal titulado De qué hablo cuando hablo de correr, en honor al libro de Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor, es simplemente inaudito, pues en este establece una analogía entre el running y la literatura, con la autoridad que le da el haber publicado más de 15 libros y haber corrido desde los 32 años (actualmente tiene 64) al menos una maratón al año, en ciudades como Atenas, Nueva York o Boston.
“El maratón —dice— no es un deporte para todo el mundo, ocurre lo mismo con el oficio de escritor. Yo no me hice novelista porque alguien me pidiera o me lo recomendara, me hice novelista por iniciativa propia. Del mismo modo, uno no se hace corredor porque alguien se lo recomiende. En esencia, uno se hace corredor sin más”.
En este libro sobre el oficio de las palabras válido, sobre todo, para quienes corren y escriben, el escritor japonés asegura que escribir novelas se parece a un maratón, en la medida en que la motivación se halla en su interior, de modo que no precisa buscar en el exterior ni formas ni criterios.
—¿Pero de qué habla Murakami cuando habla de correr?— te pregunta tu amigo parafraseando el título del libro, evidentemente interesado.
Le dices que de los paisajes que mira cuando corre; de sus zapatillas Mizuno semejantes, por lo eficientes y poco atractivas, a un Subaru; de distancias; de tiempos; de peso corporal; de lesiones, de bebidas isotónicas. De lo que hablaría cualquier revista de running, pero sumando sus memorias y realizando reflexiones sobre la vida, con la sensibilidad y potencia literarias que sin duda lo llevarán a conseguir el premio Nobel de Literatura.
Suena en tus oídos, con acordes de trompeta, la melodía elaborada por Bill Conti para que el Rocky Balboa corra al borde de un río, entre autos, como el flautista del cuento, con un ejército de niños detrás, hasta llegar, coincidencialmente, a la biblioteca, a la literatura, para que levante los brazos, en símbolo de triunfo, con los libros a la espalda. En el capítulo quinto “el garañón italiano” llega hasta el mismo simbólico lugar acompañado de su hijo, y le dice que nunca se percató de que en aquel lugar funcionara la biblioteca; a lo mejor por eso lo había perdido absolutamente todo, por eso quizás, estaba en la ruina monetaria.
El volumen está demasiado alto, sacas el iPod del bolsillo y le bajas el volumen.
—Me estabas diciendo de lo que habla Murakami —te dice tu amigo en cuanto vuelves a guardar el dispositivo. del bolsillo
—Dice que escribir novelas largas es básicamente una labor física que requiere sentarse a la mesa, concentrar los sentidos en un solo punto, poner en marcha la imaginación, crear historias, seleccionar las palabras y mantener los flujos de la historia, actividades que requieren la energía que correr proporciona.
Heredero del pensamiento de Raymond Chandler, quien decía que fortalecía, con todo su empeño y en silencio, su entusiasmo y el tono muscular necesarios para poder ser novelista profesional, asegura que si no hubiese corrido tanto cada mañana, sus novelas serían diferentes, que ha aprendido corriendo por la calle, de un modo natural, físico y práctico: en qué medida y hasta dónde forzarse, cuánto descanso es justificado y cuánto es excesivo, hasta dónde llega la coherencia y dónde empieza la mezquindad, cuánto fijarse en el paisaje exterior y cuánto concentrase en el interior, hasta qué punto confiar en la capacidad y hasta qué punto dudar de ella.
Correr, dice Murakami, ayuda a memorizar discursos y cosas similares. Asegura que al tiempo en que uno se desplaza con sus piernas, puede ordenar mentalmente las palabras de un modo casi inconsciente, sopesar el ritmo del texto y evocar el sonido de las palabras.
—¿Por qué corre Murakami? —te pregunta tu amigo, en la cada vez más errada creencia que los deportes no son cosas de artistas.
—Le respondes que corre para prolongar un poco más, aunque solo sea un poco más, sus habilidades y vitalidad y, sobre todo, para paliar la toxina que los escritores tienen en su centro y mantenerse sano y con energía creativa; la única manera de contar cosas insanas y de cada vez mayor envergadura.
En tu dispositivo, la banda norteamericana N.W.A interpreta 100 Miles, un rap que habla de fugas y persecuciones, de vecindarios de película policiaca norteamericana de los ochentas y viejos autos con sirenas imantadas en los techos.
—Yo también estoy leyendo algo sobre running —te confiesa tu amigo, y por un momento temes que te hable de alguna de las decenas de publicaciones que ex corredores publican sobre el tema en la medida en que no hacen otra cosa que narrar experiencias y anécdotas personales en tono de libro de autoayuda, pero antes de que le digas nada, se suelta a hablar de Correr, libro en el cual, el escritor francés Jean Echenoz, ha recreado la vida y correrías de Emil Zátopek, corredor de aire dócil y amable, que al descubrir cuánto le gusta correr, no puede parar de hacerlo, y corre cada vez más lejos, cada vez más rápido, sin reparar en la técnica, sin preocuparse por el estilo. “La locomotora humana” corre como un excavador, con la cara deformada por un rictus de dolor, como un auto de carreras sobre el cual han olvidado colocar la carrocería, en república Checa, en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
“Le dices, entonces, que a partir de este momento el lector sabrá de la resistencia de estos misteriosos seres nacidos para correr ultramaratones sobre el desierto...”Tú le hablas a continuación de Nacidos para correr, libro del corresponsal de guerra y colaborador de la revista Men’s Health, Christopher MacDougall, que demuestra, una vez más, que los reportajes periodísticos constituyen un género literario. Le cuentas que el autor llega a Baja California para intentar contactarse con los Tarahumara, indígenas que se han ocultado en las grietas de los riscos, rodeados de sanguinarios y nerviosos narcotraficantes, debido a los traumas que les ha generado, desde la época de la Conquista española, la relación con los extranjeros. Le cuentas, que cuando finalmente logra llegar a ellos, pone en escena su historia, su universo, su cultura y, por supuesto, ofrece detalles sobre la práctica que caracteriza a este pueblo desde épocas inmemoriales: el running. Le dices, entonces, que a partir de este momento el lector sabrá de la resistencia de estos misteriosos seres nacidos para correr ultramaratones sobre el desierto, apenas calzados con sus primitivas guarachas, así como, de las historias de los blancos que compitieron contra ellos en las pocas carreras que lograron vincular a las culturas. Le dices que es un libro como las carreras de este mítico pueblo, de ochenta kilómetros, un relato inspirador cuya lectura fluye, veloz, como los pies de los hombres que han encontrado, en el correr, la serenidad y la inmunidad contra las enfermedades del cuerpo y el espíritu. Le dices, incluso, que los creativos de la Warner Bross debieron pensar en los Tarahumara al momento de caracterizar a Speedy González, el ratón mexicano con traje blanco y guarachas más rápido que la luz.
Tu amigo, para no quedarse atrás, rezagado, ni en running ni en conocimientos de arte, menciona La Soledad del corredor de fondo, novela de Allan Sillitoe que muestra la vida de un joven delincuente en las calles de Nottingham y el entrenamiento que recibe, tras ser internado en un reformatorio, con miras a participar en un torneo colegial. Y puesto que de este alegato antisistema, existe una versión cinematográfica, todo discurre después hacia las películas, tú dices: Marathon Man (1976); él: Running (1979); tú: Carros de fuego (1981), él: Personal best (1982); tú: Corredor valiente (1983); él: Triunfo amargo (1991), y ambos, casi al unísono, clásicos que los han conformado como El último maratón (1985); Forrest Gump (1994); Pentatlón (1995) y Sin límite (1998).
Y puesto que 20 kilómetros es algo así como 20.000 metros, que es, a su vez, por esa misteriosa relación que existe entre correr y escribir, algo así como 20.000 caracteres, todo el espacio que tienes para escribir este artículo, dejan las reseñas para otro día.