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La filosofía suena a música cuando se enseña en catalán

La filosofía suena a música cuando se enseña en catalán
Foto: TV 3 / Televisión de Catalunya
10 de marzo de 2018 - 00:00 - José Miguel Cabrera Kozisek

En cualquier momento del aprendizaje, siempre aparecerá un profesor buena onda que anda por la clase cuestionando todo, lanzando palabrotas, dedicándole un tiempo a hablar con los alumnos de sus problemas personales y, si queda tiempo, tomando uno que otro examen. En la televisión catalana lo hicieron serie. Una serie necesaria sobre un tipo que funciona para estimular a sus estudiantes, pero que en su vida personal casi nunca hace lo que enseña. En Merlí mezclaron a Mr. John Keating con Zorba el Griego.

La historia empieza cuando Merlí Bergeron (Francesc Orella), un profesor de Filosofía en paro, se entera de que su ex está por irse a vivir a Roma y que tendrá que hacerse cargo de su hijo, Bruno (David Solans), un adolescente al que le quedan dos años de secundaria. Padre e hijo suben a un taxi para ir a casa, pero cuando pierden de vista a su ex, Merlí se baja para ir a pie y ahorrarse unos euros, porque Barcelona está carísimo. «¡Otra merlinada!», se queja Bruno.

Las merlinadas ocurrirán todo el tiempo. El protagonista es —sus conocimientos filosóficos se lo permiten— un manipulador que suele salir bien librado gracias a su personalidad, que, por cierto, no es tan encantadora: es un viejo cascarrabias que le dice a todo el mundo en la cara lo que piensa. Pero ese sujeto que te grita las verdades que no quieres enfrentar es esencial para sus alumnos, personas que crecen porque alguien por fin los reta a salir de su zona de confort.

Merlí consigue una plaza como profesor suplente en el mismo instituto público al que asiste Bruno, a quien la cosa no le hace mucha gracia.

«Me llamo Merlí, y quiero que la Filosofía los haga trempar» (en catalán, trempar es temblar, y sé en sentido figurado como excitar). Así se presenta mientras Bruno, que aún no ha revelado que el profesor es su padre, se encoge en su asiento.

Pero a Merlí poco le importa ese detalle. Poco a poco, se involucra con los amigos de su hijo, a los que llama peripatéticos, como los discípulos de Aristóteles, y aplica su propia agenda: mover ciertos hilos con la esperanza de que Bruno, que no se pierde un día de entrenamiento en la escuela de ballet, salga por fin del clóset.

Antes de su primera clase, el profesor de Catlána, Eugeni Bosch (Pere Ponce), le advierte a Merlí sobre un estudiante que le va a dar problemas, un chico que ha repetido el curso dos veces y que tal vez no termine la secundaria porque en su casa lo presionan para que se ponga a trabajar: el Pol Rubio (Carlos Cuevas).

El Pol (los catalanes usan artículos antes de los nombres) es, en efecto, un tío que anda más preocupado por saber con quién se va a acostar la próxima vez, y que se ríe como tonto cada vez que el profesor dice que alguna cosa lo tiene hasta los cojones. Es un sujeto que va por la vida siendo buena onda —lo poco que se puede ser en la secundaria—, pero que pronto se convierte en el mejor alumno de la clase de Filosofía, en la que no está siendo constantemente evaluado, en la que lo retan a pensar por sí mismo, y en la que una frase lo ha seducido: «Que las cosas sean de una manera no significa que no se puedan cambiar».

Es precisamente eso lo que hace a Merlí tan especial para sus alumnos: es un agente de cambio. Él sabe cómo funciona el mundo y nunca se lo está escondiendo ni endulzando para las jóvenes cabezas que tiene al frente.

Joan Capdevila (Albert Baró), el chico de todos los dieces, camina siempre por la línea de las reglas, reprimido por la figura dominante de su padre, Jaume (Jordi Martínez), un abogado que ya ha planeado toda la vida de Joan. Poco a poco, las enseñanzas del profesor de Filosofía —y sus nada sutiles palabras— empujan a Joan a enfrentarse a una autoridad mucho más difícil que la del instituto, la de su propia casa.

Cada capítulo de la serie tiene el nombre de un filósofo, la mayoría de ellos muertos, que van apareciendo sin un orden en particular, porque seguir el programa no es precisamente su estilo. Ya desde el principio había quedado claro que su labor gira en torno a la vida de sus estudiantes. Cuando Eugeni le dice que es mejor mantener la distancia con los alumnos, Merlí declara: «Yo prefiero tener de lejos a los profesores».

Un día se difunde por todos los teléfonos del instituto un video íntimo que un ex le hizo a Monica de Villamore (Julia). Merlí decide que ese es un buen momento para hablar de Guy Debord y la sociedad del espectáculo. Así, sus peripatétics se van enterando de que si la Filosofía sirve para algo, es para aplicarla en la vida, una cosa que ocurre —igual que su sílabus— en completo desorden.

En casa, las cosas son distintas. Merlí sabe quién es: un tipo que ha fracasado en todas sus grandes metas, que vive con su hijo porque no les ha quedado de otra, que no es capaz de mantener relaciones amorosas estables, que no se detiene a pensar en la estela de problemas que deja a su paso cada vez que se lía con otras profesoras o con las madres de sus alumnos, y que se ha tenido que mudar de vuelta a la casa de su madre, una actriz famosa que vive conflictuada porque todo el mundo la recuerda por sus apariciones en la televisión, pero no por sus grandes papeles en obras de Shakespeare.

Su modelo de enseñanza es su propia catarsis. Aunque en su vida todo es un desastre, su reivindicación es la huella que deja en sus peripatétics, a quienes trata —aunque a veces sin mucho respeto— como a personas que merecen ser escuchadas. «Estoy harto de que a los adolescentes los traten como tontos», es lo que dice en su primera clase.

Merlí, que es el único que ha sido capaz de convencer a Iván (Pau Poch), un alumno con agorafobia, de volver a salir a la calle luego de meses que estar encerrado en casa, es como Batman: «Tal vez no es el héroe que merecemos, pero sí el que necesitamos».

Nadie niega que la Filosofía se trata muy superficialmente, pero aun así, se pueden disfrutar las pastillas sobre Schopenhauer, Nietzsche, Zizek, Hume, Benjamin o Sócrates.

Quizás el mejor sea el capítulo ‘Judith Butler’, que narra el día en que llega una trans, Quima, que va a dar clases de inglés. Merlí, que no es delicado ni para dar los buenos días, empieza a seguirla por el instituto, para ‘facilitarle’ las cosas, lo que en realidad la exaspera, pues le está recordando todo el tiempo que es diferente. La cosa acaba con un partido de fútbol en el que las chicas se visten de chicos y viceversa, mientras de fondo suena ‘The Amazing Grace’, para cólera de la directora del instituto, una mujer que se niega a llamar a Quima de otra forma que no sea Joaquim, como dice su DNI.

Hay que ver Merlí en catalán, que es como mezclar francés con italiano, portugués y español para formar el idioma que más se parece a la música. CP

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