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La ficción también refleja la historia

El realismo es una manera diferente de traducir la

naturaleza.

Jean Renoir

 

 

Cine, prehistoria e influencia

 

Resulta un tanto obvio mencionar la validez del cine documental como un registro histórico de la humanidad. Más allá de que el filtro de la subjetividad —algo que incluso en el periodismo ha sido poco probable de superar— juegue un papel muy importante, sobre todo cuando hablamos de “obras de autor”, el documental refleja un momento, un pensamiento, una acción y mantiene despierta la memoria.

 

Dos ejemplos, uno más personal que el otro, ilustran este punto dentro del cine ecuatoriano: Con mi corazón en Yambo, de María Fernanda Restrepo, y La muerte de Jaime Roldós, de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, próxima a estrenarse en agosto.

 

Pero, en general, esa es la función esencial del documental: mantener viva la memoria. Y no resulta coincidencia que desde su nacimiento, la función primaria del cine haya sido tener esa capacidad de registrar lo que acontecía, siempre determinada por el punto de vista escogido por quienes decidían dónde situar la cámara. El punto de vista saltaba de puesto en puesto ante salidas de obreros y llegadas de trenes construyendo a pasos agigantados el lenguaje cinematográfico desde su etapa prehistórica.

 

Las célebres “vistas” de los hermanos Lumière proyectadas en el Salon Indien del Gran Café situado en el número 14 del Boulevard des Capucines parisino, documentaron el movimiento urbano e industrial de las principales ciudades del mundo entre finales del siglo XIX y principios del XX y aportaron valiosos datos sobre el modo de vida de las clases trabajadoras, el uso del espacio público y la recepción que los adelantos modernos, como el ferrocarril, tenían entre la población.

 

Pero si el documental registra una época, ¿cuál es la capacidad que tiene el cine de ficción en ese sentido?

 

Partamos del punto de que por más ficción o invención que contenga una película, por más lejano que se ubique su escenario y por más extraños que sean sus personajes, siempre el cine será un reflejo de la realidad, o al menos de parte de ella. Y aunque el cine constituye o es visto como un sueño del espectador y la proyección forma parte de algo imaginario y todo lo que se ve en la pantalla no llega a ser nunca la realidad absoluta, el cine forma parte de una cultura y los filmes reflejan esa cultura, la influyen e incluso llegan a modificarla.

 

Con su lenguaje propio y sus códigos lingüísticos, que continuamente siguen en desarrollo, el filme puede ser entendido, estudiado y analizado como un texto y al igual que este, posee una serie de mensajes tras las imágenes y los sonidos. Y en los filmes podemos ver los roles sociales impuestos o esperados de cada uno de los géneros, así como de otros grupos o subculturas y cómo estos cambian o evolucionan a lo largo del tiempo.

 

Además, como afirma Pierre Sorlin, los filmes “son, indudablemente, expresiones ideológicas”. Y ante ello cabe la posibilidad de que el cine pueda convertirse en un documento histórico del cual se obtenga información socio-política. Existe un conjunto de filmes de ficción, no necesariamente con temáticas históricas, sino más bien populares, que pueden llegar a ser una fuente de investigación, pues constituyen el reflejo de la mentalidad de un grupo social, representado a través de su autor. Además, ofrecen la posibilidad de retratar cualquier aspecto del conocimiento humano y cualquier tema del pasado.

 

A más de 100 años de su invención, el cine sigue siendo uno de los acontecimientos socioculturales de mayor expansión en lo que va del presente siglo y del anterior. Día a día, desde los más apartados confines del planeta, continúan produciéndose innumerables muestras cinematográficas que mantienen vivo el interés de miles de millones de espectadores en el mundo.

 

Y es que en ninguna de las ramas del arte como en el cine podemos encontrar una visión totalizadora que encarne a través de imágenes en movimiento el fondo último de la naturaleza humana y social en sus manifestaciones ya sea que provengan de su cotidianidad o de su trascendentalidad.

 

Es en el cine donde los seres humanos hemos podido revelar nuestros sueños, expresar nuestros deseos y provocar con nuestras ideas. Pues el cine no solo es el reflejo de una época o el registro de la memoria, sino que se ha constituido en la ventana a los sueños, a la vez que representa un minucioso registro de los principales sucesos históricos, políticos, sociales y culturales. El cine es un marco a la fantasía, un espectáculo de masas y una gran industria, pero también, un arte y un medio de comunicación de incalculable influencia en la sociedad contemporánea.

 

El mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cinematográfica. Fragmentos de los mitos más diversos, de épocas remotas, de las costumbres más exóticas, pueden resucitar en la luz del proyector. Y en su corta existencia ha podido ser testigo y registro de distintas cotidianidades, tendencias y discursos, convirtiéndose en el más claro espejo de nuestro tiempo, aunque también en aparato de propaganda, manipulación y acondicionamiento.

 

Sus imágenes entretienen, educan o modelan nuestra conducta. Nos descubren nuevos mundos asombrosos, exóticos o curiosos, pero por sobre todo nos muestran nuestra fragilidad, nuestros miedos y temores, nuestra posibilidad de soñar, nuestra condición de seres sociales, nuestra realidad.

 

Es precisamente esa capacidad del cine de reflejar la realidad en múltiples niveles la que ha atraído la atención de numerosos investigadores de diferentes épocas y de distintas corrientes de pensamiento, al estudio del fenómeno cinematográfico.

 

La historia en el cine y el cine en la historia

 

Roman Gubern subraya el inestimable valor intrínseco del cine como documento de una época, de sus gustos, de sus modas, de sus trajes, de sus trabajos y de sus máquinas. Desde sus primeras imágenes primitivas, el cine demostraba ya sus extraordinarias posibilidades de reproducción realista. “El cine aventaja en fidelidad a la crónica escrita, al pincel del artista o a la narración oral, la cámara de cine se revela como el más fiel e imparcial narrador y testigo de lo que aconteciera ante su objetivo y desde las películas más primitivas, el cine logró demostrar sus extraordinarias posibilidades de reproducción realista”. (Gubern, 2000)

 

Sin embargo, a pesar del reconocimiento de la enorme influencia social de las películas de cine, no es demasiado común el interés por parte de la historiografía por incorporar a sus estudios este arte como medio de producción de discursos históricos y menos como instrumento de la enseñanza de la Historia.

 

Al preguntarnos sobre el efecto espejo/espejismo del cine, la respuesta la encontramos en la propia naturaleza del cine, en su asombrosa capacidad para crear memoria en el imaginario colectivo de los espectadores. No de otra manera, estos podrían hoy en día imaginar por ejemplo a personajes históricos concretos como Espartaco sin ponerle la cara de Kirk Douglas u oír hablar de hechos históricos como el incidente de El acorazado Potemkin sin acordarnos de la escena de la matanza en las escaleras de Odessa, aunque nunca ocurriera (Ibars Fernández, 2006).

 

Algo posible sí, en cambio, gracias a la autenticidad que el cine ofrece en imagen (Ferro, 1980), a su condición de “revelador social privilegiado” (Goldmann, 2005), como lo caracterizara la historiadora francesa Annie Goldmann. “Documental o ficción, la imagen que ofrece el cine resulta terriblemente auténtica, y se nota que no forzosamente corresponde a las afirmaciones de los dirigentes, los esquemas de los teóricos, o las críticas de la oposición; en lugar de ilustrar sus ideas puede poner de relieve sus insuficiencias” (Alvira, 2011).

 

El cine, al igual que otros medios masivos, puede establecer los polos del conocimiento histórico y definir lo que cada uno sabía del pasado. Según confirma Alvira, “el cine le dio una forma llena de imágenes a este conocimiento, hizo de Federico II una figura familiar, tal vez exagerando ciertos rasgos o ciertos hechos, pero retomando también algunos puntos que la historiografía había puesto en relieve”.

 

Existen películas de ficción histórica, que toman el pasado histórico solo como marco referencial, sin analizarlo y otras de reconstitución histórica que tienen como objetivo hacer historia y evocar un hecho o un periodo con la intención de reinterpretarlo. Pero la mayor parte del cine es de reconstrucción histórica: un cine que sin pretender hacer historia posee un contenido social y filosófico que con el tiempo se convierte en testimonios o fuentes para la Historia.

 

José María Caparrós Lera se refiere a ellos como filmes que “sin una voluntad directa de hacer Historia, poseen un contenido social, y con el tiempo, pueden convertirse en testimonios importantes de la Historia, o para conocer las mentalidades de cierta sociedad en una determinada época” (Caparrós, 1995).

 

Por su condición reveladora que lo convierte en una muestra cultural de un momento determinado, el testimonio que ofrecen las imágenes acerca del pasado es realmente valioso. El historiador de la cultura Peter Burke confirma que “la capacidad que las películas tienen de hacer que el pasado parezca estar presente y de evocar el espíritu de tiempos pretéritos es bastante evidente”. (Caparrós, 2010)

 

Entonces, precisamente, es esta cualidad de autenticidad la que puede hacer que el cine sea tan valioso para el historiador. Así lo entiende el crítico cinematográfico Julián Marías cuando afirma: “El cine es, en principio al menos, la máxima potencia de comprensión de una época pretérita. ¿Por qué? Porque realiza el milagro que se le pide a la literatura o a la historia científica: reconstruir un ambiente, una circunstancia. Eso que para las palabras es un prodigio inverosímil, lo hace el cine solo con existir”. (Marías, 1979)

 

El debate histórico

 

A estas alturas del debate, la cuestión fundamental se centra no en la capacidad del cine para transmitir la verdad histórica, puesto que esa no es su función, sino tan solo la de constituir un documento para conocer la historia. Y quizá, también debido a esa cualidad excepcional del séptimo arte por encima de las otras seis, el debate cinematográfico continúe vigente.

 

En los inicios del siglo XX, desde que el cine empezó a tratar argumentos históricos, la polémica se avivó. Fue precisamente a partir de 1915, a propósito del estreno de la película El nacimiento de una nación, de David Wark Griffith, cuando se encendieron los fuegos: el tratamiento sobre el racismo, del nacimiento del Ku-Klux-klan y de la causa sudista que se hace en este filme fueron el detonante.

 

A esa primera polémica siguieron otras de igual tono y similares enconos. Es conocido el escándalo producido a propósito del estreno de La vida es bella del italiano Roberto Benigni al acusar a la película poco menos que de blasfema por utilizar el tema del Holocausto para realizar una comedia, algo que en plena Primera Guerra Mundial ya había hecho el genial Charles Chaplin con El gran Dictador y, para tener un ejemplo más cercano Radu Mihaileanu con El tren de la vida. La controversia atrajo también a prestigiosos cientistas sociales como Marvin J. Chomsky cuando con ocasión del estreno de Holocausto se planteó la cuestión de si el cine da a conocer o trivializa la historia.

 

Y aún hoy, la pervivencia del desencuentro, tras los grandes cambios historiográficos del siglo XX, auna nuevas voces a la proclama. Incluso el italiano Ortoleva (Ortoleva, 1991) parece hacerse eco de una cierta desazón del historiador ante la imagen, ante el vacío provocado por la ausencia de escritura, cuando se pregunta ¿cómo se puede leer o interpretar una imagen?, ¿qué verdad contiene una imagen? y ¿cuál parece ser la intención del autor?

 

Como reflejo de la realidad, el cine nos muestra aspectos de esa realidad en sus manifestaciones sociopolíticas, culturales, antropológicas y aun el pensamiento de un determinado grupo social en un determinado momento.

 

Por su valor documental, el cine, a través de la invención, la condensación y la recreación, nos ayuda a reconstruir la memoria colectiva como fuente de estudios económico-industriales, de las historias sociales, de las historias estético-lingüísticas, y aun de “lo oculto de una sociedad, su pensamiento y su mentalidad” (Cassetti, 1994).

 

Y es que el cine, por su condición de estructura social compleja, nunca se puede dejar de preguntar cuáles son las influencias del documento en el momento de su redacción o filmación, en este caso, o bien sobre el pasado al que hace referencia y su presente reflejado en ella.

 

Como dice Ferro, los filmes nos permiten “sobrepasar la realidad representada, permite alcanzar cada vez una zona de historia hasta entonces oculta, inasimilable, no visible” (Ferro, 1980). Algo que “escapa al operador, al cineasta, que no advierten necesariamente todas las significaciones de la realidad que ellos figuran”. Algo que se transmite directamente al público y que el historiador puede descubrir, estudiar e interpretar.

 

Hay que recordar que el filme se presenta como una determinada materialidad, en la que se pueden estudiar los contenidos intelectuales, culturales, hasta el trabajo personal y colectivo de la realización, su presentación y la recepción al público que lo consume.

 

Según Ferro, una película debe ser estudiada desde un punto de vista histórico y no cinematográfico. “Los filmes, tanto si se trata de obras imaginativas como de obras basadas en hechos reales, revelan —en ocasiones inconscientemente- la vida interior de un pueblo. Pues la escenografía, los decorados, los personajes, el estilo e incluso el montaje del filme son un reflejo fiel del estado de ánimo de las personas que lo han realizado”.

 

Una película puede llegar a ser el centro de una propuesta filosófica y el cine puede brindar la enorme resonancia de una forma de vida y de un pensamiento dado. En sus imágenes se encierra la vida secreta de las naciones y puede ser un espejo de la historia oculta y del pensamiento universal.

 

BIBLIOGRAFÍA

- Gubern, Román. Historia del cine. Barcelona. Editorial Lumen. 2000. Pág. 25.

 

- Ricardo Ibars Fernández e Idoya López Soriano, La Historia y el Cine, Rev. CLIO, n.º 32, 2006.

http://clio.rediris.es

- Ferro, Marc. Cine e Historia. Editorial Gustavo Gil. Colección Punto y Línea. Barcelona.1980.

 

- Goldmann, Annie. Madame Bovary vista por Flaubert, Minnelli y Chabrol, (2005).

 

- Alvira Pablo. El cine como fuente para la investigación histórica. orígenes, actualidad y perspectivas (2011).

 

- Caparrós, J. M. El cine como documento histórico, (1995), p. 42.

 

- Caparrós, J. M. Enseñar la historia contemporánea a través del cine de ficción. Centre d’Investigacions Filme-Història. Universidad de Barcelona, (2010).

 

- Bühler, K., & Marías, J. (1979). Teoría del lenguaje. Alianza Editorial.

 

- Ortoleva, Peppino: Cinema e storia. Scene dal passato, Torino, Loescher editorie, 1991, pp.5-8).

 

- Cassetti, F. y F. Di Chio: Cómo analizar un filme, Barcelona, Paidós, 1994.

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