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Keira Knightley: De cómo sus huesos golpearon mis nervios

Su rostro: una marca de tiza impregnada en la pantalla de cine. Sus pómulos: cráteres  reventados en la cima de sus mejillas. Su cuerpo: una gacela posando para Chanel. Sus ojos: tiernas almendras de Marte. Su risa: la desgracia que encanta.

La primera vez que la vi actuar ella tenía 18 años, interpretaba a Elizabeth Bennet, en Orgullo y prejuicio, de Joe Wright, basado en el incansable libro de Jane Austen. Pálida,  desalineada y minúscula, Keira Knightley poseía la textura adecuada para calzar en el personaje de Elizabeth, a quien Austen construyó como  una mujer  que escupía lo que pensaba, sin más ataduras  que las de sus apretados zapatos.

La película está cargada de aciertos en cuanto a la selección estética de los  personajes:   la insoportable madre que  imponía sus fallidos anhelos en la vida de sus hijas, el cómplice padre lector, la extremadamente tierna  Jane Bennet y el penoso, pero no menos pasional, Charles Bingley.

Sin embargo, Keira se convirtió, desde esa película, en una astilla en mi memoria. La escena en la que, con inclemente voz cuestiona los rígidos principios sobre el amor del señor Darcy (me la imagino y la reproduzco en la versión original  del libro), me alertaron de su genio interpretativo:
 
Elizabeth Bennet: ¡Me pregunto quién sería el primero en descubrir la eficacia de la poesía para acabar con el amor!

Fitzwilliam Darcy: ¿Acabar con el amor, señorita Elizabeth? ¡Curioso! ¡Tenía entendido que la poesía era el alimento del amor, no su verdugo! —Elizabeth levantó la cabeza al oír la réplica de Darcy y él vio con complacencia la chispa que devolvieron a sus ojos esas palabras de desafío.

EB: Puede ser el alimento de un gran amor, sólido y fuerte —contestó ella—. Todo nutre a lo que ya es fuerte de por sí. Pero si sólo se trata de una inclinación ligera, sin ninguna base, estoy convencida de que un buen soneto acabaría matándola de hambre.

Dos años después, con el mismo director, Keira Knightley dio vida a Cecilia Tallis,  en Expiación,  cinta basada en la novela del escritor inglés  Ian McEwan. La recuerdo sumergiéndose  en una fuente  de agua para rescatar el pedazo roto de una preciada jarra familiar. Llevaba encima  solamente ropa interior color piel que, al saturarse del vital líquido, delataba su vital sexo.

Robbie Turner (interpretado por James McAvoy), hijo de la empleada de la famila Tallis, observaba este hecho con el recelo de quien quiere ver todo. A  lo lejos,  desde una ventana, la pequeña Briony Tallis,  hermana menor de Cecilia, y personificada  por Saoirse Una Ronan, al evidenciar este sutil suceso, montó en su prematura e ingeniosa mente toda una ¿prejuiciosa? historia de ¿celos? 

La interpretación de Keria en Expiación me resultó más  inquietante, pues  deviene en una compleja mujer que, en medio de la Segunda Guerra Mundial, y después de experimentar una galopante  secuencia de hechos desfavorables, debe sostener las culpas de Briony y las pasiones postergadas con Robbie.
    
Briony Tallis:  ¿Cee?
Cecilia Tallis: ¿Sí?
BT: ¿Por qué ya no le hablas a Robert?
CT: Sí hablamos, pero nos movemos en diferentes círculos.

Antes de completar la trilogía fílmica Joe Wright - Keira Knightley, con la adaptación de Anna Karenina, de León Tolstói, en 2012, Wright había rodado un comercial para Chanel (promocionando Coco Mademoiselle) con Keira como protagonista, y This is a mans world, de Joss Stone, como telón de fondo musical. Esto da cuenta de las múltiples representaciones (obsesiones) visuales que Keira genera en el lente de Wright, quien en el comercial, al igual que en Expiación, juega con una cromática plana (color piel), para destacar la composición ósea de Keira y el penetrante lenguaje de su dilatado cuerpo.

Hes lost in the wilderness
Hes lost in bitterness
 
Anna Karenina es una de las novelas literarias que más adaptaciones fílmicas ha tenido en la historia del cine, y es comprensible, pues corporizar ese inasible ser que Tolstói ideó, es una inagotable tarea. Clarence Brown  lo hizo en 1935, con Greta Garbo como protagonista; en 1948, Julien Duvivier, con Vivien Leigh; en 1967, Aleksandr Zarjí, con Tatiana Samóilova; en 1985, se  realizó una adaptación  del libro para televisión dirigida por Simon Langton, con Jacqueline Bisset; en 1997, Bernard Rose,  con Sophie Marceau; en 2009, Sergei Solovyov hizo una mini serie televisiva del texto; y finalmente, en 2012,  Joe Wright encarnó a Anna Karenina en Keira Knightley, quien antes de  este proyecto  trabajó en Un método peligroso, La Duquesa, Seda, entre otras. 

La película, como en las anteriores versiones, narra la historia de la contenida madre, esposa y hermana que es Anna Karenina, quien se desplaza en tren de San Petersburgo a Moscú para saldar las infieles cuentas de su hermano Stiva, con su cuñada Dolly. Es justo en ese trayecto donde  hace contacto con la madre de quien se convertiría en su latido esencial:  el   Conde Alekséi Vronski. Al conocerlo, toda la pose y recato se diluyen por las grietas del deseo, y solo queda la incontenible fuerza de poseer el dionisiaco  cuerpo de Vronski.     

Imaginemos la Rusia del siglo XIX, los gruesos granos de hielo golpeando los castillos de la época, el imparable  tren sideral que solo se detendrá ante la presencia de Anna.

Escenificar este imponente espacio histórico resultaría en la actualidad, un juego  para cualquier especialista en efectos especiales. Sin embargo, cuatro logros de Joe Wright que hacen de esta película una pieza que opaca con creces a las anteriores son: Keira como Anna, el teatro como escenario, la composición musical de Dario Marianelli y el vestuario de Jacqueline Durran.   

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Wright desde el inicio, no nos ubica ante un proyector de cine sino ante el escenario de un teatro. No compite por alcanzar una ambietación cercana a la real. Prioriza la narración visual que solo el espacio del teatro puede provocar, inclusive en las escenas más arriesgadas, como en la de la corrida de caballos o el extendido baile de sirena entre Anna y Alekséi.

Keira, por su parte, es una  gacela de sonrisa atormentadora, que se mueve entre la precisa  contención y los perturbadores gestos  nerviosos de su descarnado rostro.
Ampliamente conocida la historia y desenlace de Anna Karenina, esta obra es la muestra de la imposibilidad del deseo, del placer suspendido por el murmullo. Es el  ahogo de una mujer que no puede manejar la felicidad que ha conquistado, por lo que decide aferrarse en la  seguridad de la muerte.

Anna Karenina: ¿Alekséi?
Alekséi Vronski:  ¿Sí, Ana?
AK:  ¿Acaso existe el dolor en el mundo? ¿Existe el llanto?
AV: En este momento se extinguieron.
AK: Siento dolor. Siento lágrimas.
AV: ¿Por qué?
AK: Porque estoy feliz. Sin pensar, solo vivir, solo sentir.

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