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ENTREVISTA

Ismael Oddó: “Es esperanzador ver florecer a una nueva escena musical chilena”

Ismael Oddó. Tomada del blog La kaza al aire libre.
Ismael Oddó. Tomada del blog La kaza al aire libre.
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Son días luminosos para Ismael Oddó (40 años), miembro más joven de Quilapayún, emblemático conjunto musical chileno, famoso por sus barbas y ponchos negros en el Chile de Salvador Allende. El filme Quilapayún, más allá de la canción, del periodista Jorge Leiva, acaba de ganar como mejor documental nacional en la última edición del In-Edit Nescafé, influyente festival especializado en cine y documental musical. Quilapayún, además, festejó el año pasado sus cincuenta años de trayectoria. Pero lo que tiene más satisfecho a Oddó es su nuevo álbum, Ecce Homo, segundo disco de su carrera solista, una obra luminosa como estos días de sol en el verano en Santiago.

Ecce Homo, que se puede escuchar completo en Spotify y que contó con la colaboración de cantautores chilenos como Nano Stern Manuel García, y Camila Moreno, habla del Chile actual, marcado por la injusticia social y el eterno problema no resuelto del país: la abismal brecha social entre ricos y pobres. Pero al mismo tiempo es una placa íntima, con claras referencias al amor y la distancia. Todo en un manejo casi perfecto de la sátira y la ironía, en clave autobiográfica y testimonial. En este disco, Oddó apela a prácticamente todas las influencias musicales que recogió del exilio junto a su familia en el barrio parisino de Colombes y también de su regreso —nunca fácil— al Chile pos regreso de la democracia en los noventa.

Con su guitarra, Oddó mezcla funk, hip hop y rap, pero también trova y rock; todo cruzado por una línea en sintonía pop. Ecce Homo, que lo consolida como uno de los músicos más inquietos de la escena local, incluye canciones como ‘Ya no basta’, ‘Yo canto porque sí’, y ‘Justicia’, dedicada a Víctor Jara, quien a fines de los sesenta era el director musical de Quilapayún. Pero quizás la narración más profunda, más brutal, llega en el tema ‘Ecce Homo’, en que el músico se refiere a la muerte nunca aclarada de Willy Oddó, su padre, miembro fundamental de Quilapayún, en 1991: “La historia de Chile cruzó mi trayectoria, no tuve escapatoria/ mis padres se exiliaron y se fueron a Colombes, palomas en tu idioma/ y yo nací exiliado en un barrio parisino, eso es lo que vino, lo trajo mi destino/ la cosa es que vivimos huyendo el desacato del que no voy a nombrar, asesino por un rato […] El Willy del Quila, grupo tan famoso, yo estaba orgulloso/ tocaba la guitarra […]/ al Willy lo mataron”.

En 2003, Quilapayún, liderado por Eduardo Carrasco, decidió invitar a Ismael a integrarse al conjunto, como una manera de tomar la posta de su parte. No fue sencillo, pero Oddó, quien también estudió teatro, aceptó el desafío. Este mes, Oddó presentará su álbum en distintos puntos de la capital chilena, entre esos, el nuevo Museo Violeta Parra. El músico repasa su trayectoria y habla de su futuro en esta entrevista con EL TELÉGRAFO.

Naciste en 1975 en Francia, dos años después del golpe militar en Chile ¿De qué manera lo ocurrido en el 73 marcó tu infancia y la de tu familia en el exilio?

Soy parte de una generación que nació y/o creció en el exilio de nuestros padres. Mi padre, Guillermo ‘Willy’ Oddó, junto con sus compañeros de Quilapayún, había salido de gira a Europa a fines de agosto de 1973, semanas antes del Golpe de Estado, salvándose así y sin saberlo de una muerte segura como la de su amigo y compañero Víctor Jara. El mismo presidente Allende los había nombrado embajadores culturales. La muerte de Allende causó un gran revuelo en todo el mundo y una ola de solidaridad permitió que, en nuestro caso, fuéramos acogidos como exiliados con los brazos abiertos. Muy rápidamente, nuestras madres pudieron juntarse con nuestros padres en Francia y gracias al alcalde Frelaut de la ciudad de Colombes (a doce kilómetros de París) nos instalamos en esa comuna. Les Fossés-Jeans era el nombre del barrio obrero que estrenaba viviendas sociales, dentro de las cuales se encontraba el edificio en el que nos quedamos, la Tour Z.

Vivimos en comunidad y esa fue nuestra tribu durante los quince años de exilio. Los hijos íbamos al colegio juntos, participábamos activamente de la vida del barrio, teníamos actividades extra programáticas tanto deportivas y musicales, nuestras madres trabajaban o estudiaban, nuestros padres ensayaban rigurosamente si no estaban de gira. Los íbamos a ver cantar en cada ocasión que se presentaba, celebrábamos todas las fiestas juntos en las que también compartíamos noticias y fotos que llegaban desde Chile. Ese fue nuestro Chile en ese ambiente fraterno al que otras familias chilenas también se unieron a medida que el exilio se prolongaba.

¿Cuándo decidiste instalarte en Chile de manera definitiva y dedicarte a la música?

En octubre de 1988 se juntaron dos acontecimientos mayores: el plebiscito en Chile y el término del exilio. Ahí y luego de un breve paso por Argentina (seis meses), en el regreso de mis padres, conocí Chile, a los catorce años. Me encontré con mis abuelos, tías, tíos y primos que habían vivido bajo dictadura o que también regresaban de su exilio en Venezuela. Con mis padres nos instalamos en Santiago con la ayuda de los nuestros y mi padre, que había salido del grupo, trabajó en los años de la democracia renaciente como director de Cultura en la Municipalidad de Santiago. Su necesidad de aportar con su experiencia y entusiasmo en el restablecimiento de la participación social en los barrios populares de Santiago nos contagiaba a todos. Mi madre, Rayén Méndez, maestra de danza moderna, dio clases en distintas escuelas. Gracias a mi doble nacionalidad fui al liceo francés y terminé mis estudios escolares ahí. Tuve la suerte de encontrarme con más hijos de retornados del exilio con quienes cultivamos una red de apoyo y entreayuda gracias a la cual pudimos sentirnos más y mejor integrados al país al que llegábamos, que poco tenía que ver con el que imaginamos. La justicia y la solidaridad eran términos necesarios pero extraños en Chile. Durante esos años de adaptación, la música que escuchaba iba desde el rap, al funk, el soul, hasta el rock, pasando por la música francesa. Me puse a bailar hip hop, rítmico y rebelde, como una manera de no perder Francia. Las esperanzas en rumbos más serenos y democráticos se desplomaron el 7 de noviembre de 1991 cuando mi padre es asesinado en extrañas y nunca dilucidadas circunstancias. Fue desde ese momento que desenfundé su guitarra y me empecé a interesar en sacar canciones de Quilapayún fundamentalmente. No quise dejarme vencer por el dolor y quería mantener en vida su espíritu. Volví a escuchar muy atentamente todos los discos de Quilapayún y me interesé en aspectos musicales, de composición y arreglos, producción musical. Luego me interesé en los orígenes y las propias mezclas que habían hecho los Quilas a lo largo de todos los discos hasta el momento. Así, sumando los más diversos estilos de mi interés, fui acercándome al aprendizaje, la escucha y la ejecución de la teoría y la práctica musicales. Hasta ponerme a estudiar firme en la escuela de música SCD (Sociedad Chilena del Derecho de Autor) en Santiago.

¿Cómo ha logrado mantenerse vigente un conjunto como Quilapayún?

Es necesario conversar con la gente, sobre sus realidades, en tiempos en que las antiguas definiciones políticas son difíciles de mantener porque el mundo es sencillamente otro.

Por un lado, la vigencia nos la da la gente, los jóvenes ávidos de cambios, de transformaciones en el funcionamiento de la sociedad, los que todavía esperan, los que sueñan un mundo más justo, los que luchan por ese sueño. Ese sueño no se ha desvanecido, por el contario, ha tomado cada vez más amplitud y no solo en Chile. Y, por otra parte, los tiempos que vivimos también permiten que el canto de Quilapayún aparezca como la expresión más comprometida y sobreviviente de la época en la que se alcanzaron a realizar esos cambios en virtud de una equidad mayor entre compatriotas. Aunque el mundo haya cambiado, las canciones antiguas aún tienen un inmenso impacto en la contingencia así como en las motivaciones de nuestros seguidores. Somos once integrantes de tres generaciones: los fundadores e históricos (Eduardo Carrasco, Carlos Quezada, Hernán Gómez, Rubén Escudero), los que entraron alrededor del exilio (Hugo Lagos, Guillermo García, Ricardo Venegas, Fernando Carrasco) y por último, los hijos (Sebastián Quezada, Caíto Venegas y yo). En el funcionamiento interno permanecen modos de trabajo que Víctor Jara le imprimió al grupo en los primeros años, uno de esos principios es sacar partido de los talentos individuales en beneficio del colectivo, por tanto, el movimiento dentro de lo creativo es permanente. Más allá de las pérdidas significativas y desgarros como el exilio, la derrota, las muertes de Allende, Víctor Jara o la de mi padre y tantos otros amigos, no somos nostálgicos, al contario, existe una gran dosis de optimismo por seguir adelante en la vida, su celebración, la creación, en la elaboración de nuestros espectáculos, los momentos más poéticos y teatrales, dándole un respiro a la carga de muchas canciones nuestras y de nuestra trayectoria de cincuenta años.

¿Qué planes inmediatos tiene Quilapayún?

Aprovechamos los cincuenta años para lanzar el CD y DVD de nuestro concierto homenaje del pasado 25 abril en el frontis de La Moneda, donde hicimos un gran resumen de nuestro cancionero. Manuel García, el colectivo La Patogallina, Inti Illimani Histórico, Palta Meléndez son algunos de los artistas que se sumaron a esta tremenda celebración. Además, como broche oro, estamos reeditando cuatro vinilos: la Cantata Santa María de Iquique, Mi Patria, El Pueblo Unido y nuestra última producción (2014) Encuentros (con la participación de artistas más jóvenes como Camila Moreno, Chancho en Piedra, Álvaro Henríquez entre otros). También hemos estado en la difusión del documental de Jorge Leiva Quilapayún, más allá de la canción, que nos retrata más personalmente a través de algunos grandes ejes del grupo: los inicios, el exilio, el regreso a Chile, etc.

Además de la labor con tu grupo, hace unos años iniciaste una carrera solista. ¿Qué temáticas abordas en tus discos? ¿A qué compositor te sientes cercano, en cuanto a su propuesta musical, social y política?

Desde mi segundo regreso a Chile en 2007, empecé a juntar canciones que compuse durante los años en que trabajaba sobre todo para montajes teatrales (como La Mancha, o junto a Teatro del Silencio) así como material que fue naciendo. Armé un disco muy variado en estilos y temáticas. Lancé un primer disco llamado Bando nº 1 en 2011. Dentro de las ayudas e impulsos que recibí, Eduardo Carrasco ha sido hasta ahora un pilar fundamental: es el autor de la mayoría de las canciones. Trabajamos juntos pensando en temáticas o yo vengo con alguna idea en la guitarra o el piano, o él me pasa textos escritos para que yo los musicalice e interprete. El ejercicio y el resultado han sido inmensamente satisfactorios para ambos. El amor, el desamor, la incomodidad social, los temas pendientes de derechos humanos, la necesidad de iluminar(se) en el caos del que somos parte son algunos de los temas que hemos abordado y que me interesan tratar.

Es lo que ocurre también en mi segundo disco, recién salido del horno, Ecce Homo, coproducido por Misha Celis y en el que me acompaña mi banda, la Big Shoclo’s Band, sin la que no podría mostrar la diversidad estilística de lo que hago. Ellos son Caíto Venegas (bajo), Jorge Fortune (guitarra eléctrica), Raúl Céspedes (guitarra acústica) y Danilo Donoso (Batería y percusiones). Todos son connotados profesionales además de grandes amigos. Me gusta mucho el trabajo de Ana Tijoux, otra amiga; Manuel García también. Hay un aporte indudable de su parte en la nueva escena en Chile; creo que esta ha crecido muchísimo y otros autores, bandas y músicos son tan importantes dentro del mapa de creadores que proponen caminos que no forzosamente deban inscribirse en una línea social o política. Es esperanzador ver florecer esa escena porque habla de una necesidad de expresión genuina de las nuevas generaciones en busca de caminos propios donde confluyen las mezclas más insospechadas.

¿Cuáles fueron tus fuentes de inspiración para Ecce Homo?

Las influencias son diversas y en general me interesa trabajar el estilo en función de lo que necesito decir aspirando a un mayor impacto en quien escuche el resultado. Pero puedo hablarte fácilmente de Stevie Wonder, Joao Gilberto, Hair (banda sonora de la película), The Beatles (el Álbum blanco), Renaud, Public Enemy y Violeta Parra. Ellos siempre están sonando en mis audífonos.

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