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Isabelle Coudrier honra a la novela del siglo XIX en ‘La ecuación del amor’

Como un homenaje a las grandes obras literarias del siglo XIX  Isabelle Coudrier plantea su opera prima La ecuación del amor, una novela “total” e irónica,  en la que esta ex guionista de cine aborda las etapas del amor a la vez que relata el “difícil” mundo actual de “guerra económica”. Con Honoré de Balzac y su monumental Comedia humana, y con Marcel Proust y su influyente En busca del tiempo perdido como maestros y modelos, Coudrier hace un retrato descarnado de la “posmodernidad” de la mano de una pareja que se encuentra en el París de los años noventa y cuyas peripecias sentimentales llegan hasta la actualidad.

Antigua guionista de Michel Béna (Le ciel de Paris) y André Téchiné (Jembrasse pas), Coudrier se divierte en La ecuación del amor (Va et dis-le aux chiens, en su título original) desmontando los clichés del amor a través de la relación tormentosa que establecen
Louis y Sylvia, dos jóvenes en busca de un sitio en el mundo.

Es un libro sobre “la generación perdida”, en la que se incluye su autora al citar a quienes están ahora en la cuarentena, y que sufren de un “exceso de lucidez”, lo que les lleva a analizarlo todo, también el amor, con “distanciamiento”. “Es la tragedia de la posmodernidad”, reflexiona Coudrier, quien en La ecuación del amor (Lumen) evoca, parodia y homenajea al mismo tiempo las “grandes novelas clásicas que devoraba cuando era adolescente”. “Me gustan los libros en los que uno se puede zambullir como en un río”, dice al hacer alusión a las casi mil páginas de su novela, en la que quería reflejar “el espesor del tiempo”. Y como en la canción Le tourbillon de la vie, que la actriz Jeanne Moreau interpretaba en el filme Jules et Jim, de François Truffaut, los protagonistas de La ecuación del amor se conocen, se encuentran, se aman, se separan, se reencuentran y se dan una segunda oportunidad. Él, como crítico de cine en una prestigiosa revista, y ella, como estudiante primero y profesora-investigadora de matemáticas después, tienen una acentuada tendencia a escrutar la vida hasta el mínimo detalle, aunque a la vez sus profesiones les permiten crearse mundos paralelos en los que pueden refugiarse y escapar de la realidad. “Los personajes pasan por todas las etapas de la novela de amor clásica: la fusión, los celos, las escenas, un viaje a Venecia, la boda. Caen en todos los clichés pero logran superarlos con ironía”.   Y es un problema sobrevenido, en este caso la enfermedad -como le sucedió a la propia Coudrier cuando decidió dejar el cine-, la inflexión que permite a los protagonistas cambiar de vida, o al menos es lo que se deja entrever.

“Vivimos -dice- en un mundo en el que no es fácil vivir relaciones amorosas, un mundo marcado por un cierto desarraigo posmoderno, en el que se han perdido las grandes ideologías y la creencia en los sentimientos fuertes, como se abordaban en las novelas del XIX”.

Para su primera incursión en la literatura, Coudrier quería componer “una historia de personajes que le sirviese también para relatar el mundo. Quería una novela total”, subraya. Una obra sobre “nuestro presente que es un poco difícil, un presente de guerra económica, lo que es muy duro. El paro de masas es algo muy grave”, señala la escritora.

Tras abandonar “harta” el mundo cinematográfico, debuta exitosamente en la literatura, empezando su aventura extranjera con la traducción de La ecuación del amor al español y, en breve, al italiano. En septiembre, mes en el que se publican las grandes novedades en Francia, se editará su segunda obra, Jétais Contin Erschen. (EFE)

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