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Historia, metaliteratura e identidad Memorias de Andrés Chiliquinga, de Carlos Arcos Cabrera

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Carlos Arcos Cabrera integra sin duda alguna la nómina de los grandes literatos actuales del Ecuador. Un rasgo recurrente en su obra narrativa es el fructífero diálogo de la Historia con la Literatura. Dan prueba de ello Un asunto de familia (1997), Vientos de agosto (2003) y El invitado (2007). Sin embargo, es en Memorias de Andrés Chiliquinga (2012) donde el novelista quiteño explota con maestría la correlación entre la tradición literaria ecuatoriana y la historia, al revisar de manera irónico-crítica Huasipungo (1934), monumento de la literatura ecuatoriana de Jorge Icaza.

Memorias de Andrés Chiliquinga nació de una pregunta que Arcos Cabrera se hizo a inicios de la década pasada: ¿Cómo se leería Huasipungo a la luz de todos los cambios dramáticos que había vivido el país y el mundo indígena desde 1990? A través de los ojos de Andrés Chiliquinga, músico otavaleño homónimo del inmortal personaje de Huasipungo, nos embarcamos en un viaje de estudios a Estados Unidos en el que Andrés descubre su historia, su cultura y su identidad.

Aparte de ser músico, Andrés Chiliquinga es dirigente de la Confederación de nacionalidades indígenas del Ecuador (Conaie) y de la Fenocin (Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas Indígenas y Negras). No es sorprendente que Arcos Cabrera eligiera a un indio otavaleño como protagonista porque este pueblo kichwa es un símbolo nacional conocido en todo el mundo por su música, sus artesanías, su cosmopolitismo y el huango. Ahora bien, esta iconicidad del indígena trabajador, respetuoso y culto fue muy larga en dibujarse. Recordemos que durante gran parte del siglo XX los indígenas fueron sistemáticamente aislados, invisibilizados y dejados a un lado por los actores sociales. Fue solo a partir del levantamiento indígena del miércoles 6 de julio de 1990 que ocurrió algo inédito: por primera vez en la historia ecuatoriana los indígenas se presentaron ante los ojos de la sociedad como ciudadanos decididos a cambiar el rumbo del país, acabando automáticamente con una construcción fantasmal decimonónica.

Este relato autobiográfico (por esa razón se llama Memorias de Andrés Chiliquinga) se inicia el 4 de julio de 2000 en Nueva York, es decir, apenas cinco meses después del derrocamiento de Jamil Mahuad. Andrés, junto con veinte compañeros y compañeras de la Conaie, en agradecimiento por su labor política en los acontecimientos de enero de 2000, recibió una beca Fullbright otorgada por el estado ecuatoriano para viajar a Estados Unidos y conocer la cultura americana. Gracias a esta fue invitado por la Universidad de Columbia y decidió seguir el curso de Literaturas Andinas.

En la novela hay varias referencias históricas a los sucesos que sacudieron Ecuador apenas iniciado el siglo XXI. Estas nos permiten evidenciar la evolución del discurso histórico sobre el indígena y su función en la sociedad, pero también asoman los avances que todavía están por conseguir: promover lugares de encuentros frecuentes entre indígenas y afroecuatorianos para estrechar sus relaciones; combatir el menosprecio de la clase alta hacia los indígenas y borrar del imaginario colectivo la idea recibida según la que es más fácil para un indígena relacionarse con una blanca o mestiza europea que con una ecuatoriana. La alusión histórica más representativa de la novela tiene lugar durante una cena que Andrés comparte con Hildebrando, un antropólogo que se dedica al estudio de los movimientos indígenas peruanos y que es casado con la directora del curso de literaturas al que asiste Andrés.

En una conversación de sobremesa, Andrés cuenta cómo se vivió desde dentro la revuelta de enero y la destitución de Jamil Mahuad:

Los mishus ya venían jodidos, más que los mismos runas, porque nosotros hemos estado así desde siempre. El Mahuad, en marzo del 99, prohibió que la gente retirara el dinero que tenía en los bancos. […] Nosotros no tenemos plata en esos lugares, tal vez los comerciantes más grandes, pero el común vive al día y nada más. […] En enero se terminó de joder todo. El Mahuad eliminó el sucre y puso el dólar como moneda. Entonces fue cuando empezó el relajo. […] A mitad de mes me vinieron a ver compañeros de la Fenocin. […] Empezaron a hablar y hablar dando vueltas hasta que dijeron que nos íbamos a tomar el Congreso el 18 de enero. […] A eso de las seis de la tarde del lunes, se corrió la voz y todos fuimos hasta el Congreso, que está a dos cuadras del parque, y le rodeamos. A eso de las seis de la mañana del día siguiente llegaron los militares […] le quitaron el apoyo a Mahuad, se formó un gobierno en el que nosotros participábamos y que duró poquísimo. […] Ahí terminó todo. En mayo me invitaron al curso y aquí me tienen.

A la vista de esta cita se infiere que los indígenas ya hacen la historia ecuatoriana en el sentido de que la protagonizan, siendo actores directos de los acontecimientos, y la elaboran, dado que sus relatos fueron retomados por numerosos periódicos, canales de televisión y, por supuesto, incluidos en algunos libros de historia ecuatorianos. No obstante, no cabe olvidar que hasta 1990 los indígenas eran representados por una serie de intermediarios étnicos que pretendían hablar en su nombre, fenómeno que Andrés Guerrero nombró «ventriloquia política» (1994: 197), pero, a partir del levantamiento de la última década del siglo XX los indígenas se convirtieron en agentes de su propia voz en la escena pública. Esta realidad la ratifica Andrés Chiliquinga joven: fue gracias a la política que los indios encontraron un canal de comunicación directo con la sociedad y no mediante el sindicalismo.

Uno de los hitos de esta novela de Arcos Cabrera es que se aborrece esta imagen pasiva del indígena que ha sido transmitida por todos los viajeros europeos del siglo XIX y que fue utilizada por los ecuatorianos cuando les convenía. Andrés Chiliquinga joven no es servil: es un ser libre, inteligente, parte integrante del progreso y de la modernidad de las sociedades occidentales. Lo sugestivo de la propuesta del escritor quiteño es que no hay historia sin escritura y, en consecuencia, toda historia es literatura, puesto que es una de las versiones posibles de un mismo acontecimiento. Es por ese motivo que el Andrés Chilinquinga de Icaza le dice al final de la novela al Andrés de Arcos Cabrera que escriba su historia en primera persona para que sea dueño de esta y no le suceda lo mismo que a él: ser contado por otro, un mishu por si fuera poco.

En Memorias de Andrés Chiliquinga se establece un juego literario múltiple que abarca tres dimensiones: las reflexiones literarias y metaliterarias que se formulan en el curso de «Literaturas andinas» y que son mediadas por María Clara, compañera de curso de Andrés con la que tendrá un apasionado e intrigante romance; las consideraciones de Andrés Chiliquinga, el protagonista de Memorias de Andrés Chiliquinga, quien lee Huasipungo y enjuicia la novela desde la cosmovisión indígena; y las apariciones oníricas de Andrés Chiliquinga, el protagonista de Huasipungo, que siempre acarrean un coloquio con el protagonista de Memorias de Andrés Chiliquinga. El Andrés Chiliquinga de Icaza da su versión de los hechos contados por este y le revela a su homónimo su exégesis de la historia del pueblo indígena, que es una de las tantas válidas que existen.

En su primer encuentro con Liz, la directora del curso de «Literaturas andinas», se determina que Andrés leerá Huasipungo para que «diga a sus compañeros lo que siente y si el libro refleja la realidad de los indígenas». Con Andrés Chiliquinga es todo el pueblo indígena que impugna a la obra y a su autor. En realidad, Andrés le presenta a María Clara cinco reseñas conforme va avanzando en su lectura.

La primera de estas reseñas le reconoce a Icaza la exactitud con la que plasma la explotación de los indios por parte de los mestizos: «Los sueños del progreso de los mishus se hicieron, como vulgarmente se dice, sobre los lomos de nosotros los runas, y eso es la pura verdad. El Icaza no miente», sin embargo, Andrés es muy acerbo con los olvidos voluntarios de Icaza. Por ejemplo, insiste en que «… no se dice ni una palabra de los levantamientos indígenas y del nacimiento de la organización, a pesar de que se trata de una novela indigenista, es decir, sobre nosotros, los runas. Es propio de los mishus oscurecer lo que nosotros éramos y somos de verdad».

En segundo lugar, Andrés indica que Icaza hace aparecer los indígenas como animales, hasta menos que ellos, porque los animales no se juntan después de haberse pegado:

Mi tocayo llegó a la choza y se volvió un bruto … La misma organización dice a los compañeros que traten bien a las compañeras. Pero de ahí a que mi tocayo llegue y le maltrate a la Cunshi para después tener sexo, creo que es exageración por parte del Icaza. Él no se interioriza en los sentimientos de mi tocayo, no puede ver su corazón.

A pesar de no ser un homo legens, Andrés, de la mano de María Clara, desarrolla rápidamente una capacidad de análisis crítico que lo lleva a enfurecerse cuando llega a la escena en la que el mayordomo, el cholo Policarpio, busca mujeres indígenas para dar de mamar al nieto de Pereira, dado que las retrata como una tropa de ganado, cuyo único valor es su leche: «Lo que narra aquí es injusto porque presenta a nuestras compañeras como unas desalmadas dispuestas a dejar a sus hijos por pasar unos días en la casa del patrón. … Para el Icaza nuestros hijos son larvas hediondas y nuestras mujeres, animales».

Reticente al inicio, a la semana de empezada la lectura Andrés pasa Huasipungo por la criba y señala otra incoherencia en el discurso de Icaza: descalifica constantemente las creencias de los indígenas; ni siquiera es capaz de reconocer que el saber del curandero sanó el pie de Andrés: «cuando el yachag cura a Andrés, Icaza considera eso como magia negra y actos nauseabundos; los cantos del yachag son “frases de su invención”». Al avanzar en la lectura este desprecio se convierte en rabia y repulsión hacia el autor de El chulla Romero y Flores:

Eran crueles las palabras del Icaza y no importaba si eran verdad o mentira, o las dos a la vez. Verdad del maltrato, de la explotación, de los engaños del cura; mentira que fuéramos tan brutos como para matar a un compañero. Ni imaginarse: mi tocayo y sus compañeros matando a otro runa, al Gualacoto. El Icaza no nos conocía, decía solo media verdad. Su libro era una trampa y también ignorancia de nuestro mundo. Eso era el indigenismo del que hablaban la María Clara y la Liz: la media verdad, no comprendernos, falsearnos a nombre de la maldad de los poderosos.

Es en este momento cuando Andrés descubre la fragilidad de la narración de Icaza. Además, apunta a esa doble mirada que tenía el creador de Huasipungo: sí denuncia la explotación del indio, pero, al mismo tiempo, desprecia la cultura indígena. En esencia el Andrés Chiliquinga de Arcos Cabrera apunta al «mestizocentrismo» de Icaza, al hecho de juzgar una realidad ajena con parámetros inadecuados a la sociedad que se valora; explicita también el encubrimiento del que son víctimas los indígenas a expensas de un pseudoindigenismo destinado a defender y rescatar a lo indígena pero que no consigue otro efecto que marginalizarlos, al retratarlos como bestias inhumanas solo preocupadas por el dinero, el trago y las mujeres. Es así como el protagonista de Arcos Cabrera llega a la conclusión de que Icaza no comprende el corazón de los indígenas. Es más, en Huasipungo Icaza reduce a la casi nada el universo cultural indígena, encasillándose a los personajes indios en la «psicología de la raza indígena»1 impuesta por mestizos. En la obra de Jorge Icaza no hay polifonía: cada voz se define frente al lector según el discurso del narrador mestizo y no en función de su propia voz.

El tercer juego literario que se instaura en la novela es realmente desconcertante: el Andrés Chiliquinga de Jorge Icaza se transforma en personaje de Memorias de Andrés Chiliquinga al aparecerle a partir del capítulo nueve en cuatro ocasiones al protagonista de Arcos Cabrera. Estas apariciones tienen una función capital en la novela: restablecer la verdad sobre los episodios que le conciernen (se desmiente que mataron al Gualacoto) y completar las lagunas dejadas por Icaza en Huasipungo (cuenta lo que realmente sucedió el día de la revuelta en Cuchitambo). Llegados a este punto, no queda ninguna duda de que la metaliteratura ideada por Arcos Cabrera, además de atar los cabos sueltos dejados en el final abierto de Icaza, nos permite tener una versión alternativa a la oficial, que no es ni más ni menos legítima que esta, pero, eso sí, permite abordar el pasado desde una perspectiva ampliada que, por definición, es más rica y cuestionadora.

Este curso, que involucra la lectura de Huasipungo y las conversaciones con María Clara, es una verdadera conmoción para Andrés: ahora entiende el sufrimiento de sus compañeros, las humillaciones que padecieron y los motivos por los que se formaron las primeras organizaciones indígenas a partir de los treinta. A esto hay que añadir las varias apariciones del viejo Andrés Chiliquinga, que terminaron por fijar la autoconciencia identitaria del Andrés Chiliquinga de Arcos Cabrera. Por lo tanto, esta obra no podía llamarse de otra manera que Memorias de Andrés Chiliquinga al ser una recuperación de la memoria histórica que heredó del Andrés viejo y convertirse en la ayahuasca2 de sus aventuras en Nueva York.

Para él, esta estancia de estudio en Estados Unidos es un viaje iniciático, de descubrimiento de lo otro y del otro, que le permite reencontrarse con sus raíces. En efecto, es en la literatura en la que Andrés Chiliquinga encuentra su identidad, se rebela contra el statu quo y se revela a sí mismo. Esta novela rinde un tributo innegable al Ecuador, a su gente y, por supuesto, a su cultura.

Esta novela no solo tiende puentes entre el pasado y el presente, entre la realidad y la ficción, sino que critica a Huasipungo gracias a un juego metaliterario en el que dialogan los dos Andrés Chiliquinga, evidenciando que Icaza no retrató el indígena tan fielmente como afirmaba al introducir en la narración, estereotipos deudores de su visión mestiza. Gracias a Memorias de Andrés Chiliquinga Carlos Arcos Cabrera desvela un nuevo Huasipungo; en esta magia reside la fuerza de la metaliteratura.

Con esta novela se cierra ya definitivamente el indigenismo ecuatoriano de los treinta y cuarenta, el postindigenismo de los sesenta a los ochenta para pasar página al neoindigenismo del siglo XXI. Ahora que la preocupación por la identidad y la conciencia étnica ha adquirido relevancia en el escenario sociocultural ecuatoriano, convendría utilizar la literatura de Carlos Arcos Cabrera para crear conciencia, pero sobre todo para acercar a los ciudadanos, especialmente a nuestros jóvenes, a la historia ecuatoriana, dado que leer ficción no solo implica dar vida a personas y sucesos que están ahí, sino también entender algunas lógicas de la historia.

Notas

1.- Véase al respecto ‘Psicología de la raza indígena’ en Pueblo enfermo (1909) de Alcides Arguedas.

2.- La memoria escrita vigente, el canal idóneo para transmitir su estancia estadounidense.

Bibliografía

Arcos Cabrera, Carlos (2012). Memorias de Andrés Chiliquinga. Quito: Alfaguara.

Arguedas, Alcides (1939). Psicología de la raza indígena en Pueblo enfermo. México: UNAM, 18-35.

Guerrero, Andrés (1994). Una imagen ventrílocua: el discurso liberal de la ‘desgraciada raza indígena’ a fines del Siglo XIX, en Muratorio, Blanca (ed.), Imágenes e imagineros. Representaciones de los indígenas ecuatorianos. Siglos XIX y XX. Quito: Flacso, 197-252.

Icaza, Jorge (1994). Huasipungo, edición crítica de Teodosio Fernández. Madrid: Cátedra.

Muratorio, Blanca (1994). Nación, identidad y etnicidad: imágenes de los indios ecuatorianos y sus imagineros a fines del Siglo XIX, en Muratorio, Blanca (ed.), Imágenes e imagineros. Representaciones de los indígenas ecuatorianos. Siglos XIX y XX. Quito: Flacso, 109-196.

Ortega Caicedo, Alicia (2014). Filiaciones y huellas literarias en tres novelas contemporáneas: El pinar de Segismundo, Oscurana, Memorias de Andrés Chiliquinga. Revista del Patrimonio Cultural del Ecuador, Nº 6. Quito: INPC, 24-32.

Postigo, María Ximena (2012-2013). Fisuras en los monopolios discursivos de dos narradores: el indio inexistente de Huasipungo y el indio ausente de Raza de bronce. Revista de Estudios Bolivianos, 19. : 105-131. Doi: 10.5195/bsj.2012.60.

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