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Gustavo Salazar Calle

Sin el más mínimo deseo de ofender la susceptibilidad femenina y en vista de la tradición que por familia me corresponde; de la preferencia que por mi particular convicción me conviene, y del oportuno mandato de la RAE de economizar el lenguaje, me permito “mantener el masculino como género universal para designar al conglomerado que, en este caso, es exclusivamente de personas” con el único fin de dirigirme a ustedes, en género epistolar:

 

 

Muy entrañables amigos (conocidos y por conocer):

 

 

Cuando Francisco Estrella, cual heraldo de su eminencia Gustavo Salazar Calle llamó a mi puerta —óigase celular— para proponerme la presentación de la nueva obra de autoría de este último, se produjo en mí una bifurcación: por un lado, una especie de “ser o no ser”, con temor incluido; y, por otro, una exaltación con visos de gloria. Trataré de explicarme, aunque sé que al final de esta intervención me comprenderán.

 

Hace un año y medio, aproximadamente, el Gran Anotador —como llama Davina Pazos a nuestro común y bienamado Gustavo—, teniendo ya en su mira al Faquir como presa para su próxima creación, me propuso indecentemente que compartiéramos su producción y osó, además, pedirme, ya en ese entonces, que hiciera su presentación. Con el corazón en la mano, latiendo humildemente, le dije, con dulzura extrema que “¡No!”. Un “no” enorme, categórico, expresado en mayúsculas y entre innumerables signos de admiración. Un “no” definitivo con el que, en el fondo, como digna representante de mi género, quería decir: “Sí, amigo mío, sería un honor”.

 

Pero, claro, Gustavo, a más de bibliotecario por vocación; lector a más no poder; escritor compulsivo; investigador empedernido; crítico puntilloso y muchas otras cualidades y defectos, propios de su especie, es el hombre sui géneris por excelencia y, como tal, tiene un extra sentido que le permite intuir y seducir, una pasión desbordante, una manía u obsesión, como quieran interpretarlo. Personalmente, considero que es un poder divino, de esos que son exponenciales y que, en él, integrando en sí varios otros poderes como la vehemencia, la perseverancia, la persuasión, y el encanto, se transforman en un súperpoder: la palabra. Con ella, Gustavo no da tregua, ni a sí mismo, ni a sus amigos —y menos aún a sus enemigos que, pretenden no existir pero de que los hay, ¡los hay!— y está ahí, dale que dale, fascinando a quienes lo escuchamos, hasta conseguir lo que quiere.

 

Y, bueno, como así mismo es él, se las ingenió para insistir una vez más, embaucarme con sus sutilezas caballerescas y haberme aquí, en contra de mi voluntad, haciendo lo que él había planificado hace tiempo: la presentación de su quinto lingote de oro, —parafraseando a Simón Espinosa— contante y sonante: el volumen número 5 de sus ya reconocidos Cuadernos “A Pie de página” que, esta vez, dedica a César Dávila Andrade.

 

Si hay alguien entre los presentes que osa no conocer a Gustavo Salazar Calle o su obra, debo comentarle —a manera de conocimiento previo o cultura general— que el contenido de los cuatro números anteriores fue dedicado a ilustres escritores ecuatorianos. A saber: Pablo Palacio, César Arroyo, Gonzalo Zaldumbide, en ese orden.

 

 

¿Por qué esto de “Cuadernos”?

 

Primero, por asociación de recuerdos. En alguna charla informal, Gustavo manifestó su gusto particular por los cuadernos que usaba en la escuela y el colegio: su tamaño, su grapado, su textura. Sentimental como es, quiso prolongar el deleite de hojear, con h y sin h, ese útil escolar que tanto placer le otorgó en su infancia y juventud; y lo hace, año tras año, a través de la elaboración minuciosa de un nuevo Cuaderno, que para asombro de la tecnología actual, lo hace manufacturándolo él mismo.

 

No me cabe la menor duda de que, si al dios del tiempo le fuera propicio, caligrafiaría cada una de las páginas, de cada uno de los 100 ejemplares editados, de cada uno de sus cuadernos; mas, lamentablemente para nosotros y ventajosamente para él, existe un programa informático que se ha convertido en su aliado para la edición de su obra y que, no en vano, lleva su mismo poder como nombre: Word, palabra que en inglés significa eso: palabra; y, además, cuenta con la complicidad de una magnífica amiga quien, admirada e incrédula, le ayuda con el fotocopiado de las miles de hojas que, posteriormente, Gustavo doblará, compaginará y grapará… con sus propias manos, claro está. Con estas evidencias, podríamos añadir a la lista de epítetos elaborada por sus allegados, otro más: Gustavo, el facedor de encuadernados.

 

Segundo, porque Gustavo es un insigne coleccionador y como tal necesitó, en un momento dado, tener un lugar donde guardar los mil y un objetos y conocimientos que, desde sus particulares gustos y sus primeras motivaciones intelectuales, fue reuniendo: citas, datos históricos, fechas, cronologías, recortes, papelitos, papelotes; libros, historietas, postales, fotografías; cartas, documentos históricos, entrevistas personales y reliquias familiares. Estas como otras ocultas y desconocidas curiosidades, consolidadas en su amplísimo bagaje cultural, —preservado por una memoria prodigiosa— son actualmente, resguardadas en estos cuadernos A Pie de Página. Es ya una colección de cinco cuadernos. Su forma nos remite encantadoramente a nuestra adolescencia y su contenido nos eleva el espíritu. Ya podrán constatarlo por ustedes mismos.

 

 

A pie de página”, ¿por qué?

 

Estos sorprendentes cuadernos retan sin descanso al lector, le crean la necesidad imperiosa de salir corriendo en pos y en pro del saber. Y lo logran, no solo por el contenido central referente a la figura estudiada sino porque tejen una verdadera red de metaconocimientos que, finalmente, se cristalizan ampliando la cultura personal del leedor. Todo esto, gracias a la herramienta predilecta de Salazar: la nota a pie de página.

 

Niall Binns, —académico escocés, experto en literatura latinoamericana y amigo personal de algunos intelectuales ecuatorianos como Javier Vásconez y, obviamente, Gustavo Salazar—, cita, en la presentación en Madrid del tercer cuaderno salazareano sobre Gonzalo Zaldumbide, a Anthony Grafton, historiador de la Universidad de Princeton, quien dice, entre otras cosas por demás interesantes, que la nota de pie de página es “la marca inequívoca del investigador moderno; la herramienta que distingue al profesional del aficionado; la prueba de que el investigador ha hecho sus deberes, ha visitado los archivos necesarios, ha consultado los documentos clave, ha repasado exhaustivamente toda la bibliografía sobre el tema”. En definitiva, entiendo yo, es un recurso metodológico que garantiza la cientificidad de un texto.

 

 

Ciertamente, los Cuadernos “A Pie de Página” evidencian —y con creces— esta concepción y su funcionalidad. Sin embargo, en Gustavo Salazar es, sobre todo, el reflejo de un espíritu selecto, profundamente inquieto, exigente consigo mismo, y eternamente inconforme con las pistas fáciles que confunden la conciencia. En Salazar Calle, la nota a pie de página es el indicio contundente de una mente que busca refractar la verdad, a toda costa.

 

 

Gustavo usa este recurso, a mi parecer, por las siguientes razones, entre otras; para ser transparente consigo mismo y defender su integridad de perpetuo aprendiz; para mantener la objetividad en sus criterios y dar, a sus lectores, nuevos elementos de juicio sobre las figuras literarias del Ecuador; y, para de rato en rato, desmitificando a las vacas sagradas, enalteciendo a uno que otro árbol caído y dando lugar a los olvidados; asemejarlos a su prójimo y profundizar en la personalidad de los autores, ubicándolos en su verdadera dimensión humana, histórica y cultural.

 

 

¿Por qué César Dávila Andrade?

 

Creo que esta pregunta es de por sí algo innecesaria, pues la respuesta es más que obvia y ya todos la conocen: César Dávila Andrade es, sin duda, una de las figuras más relevantes de la literatura ecuatoriana y si alguien se precia de ser amante estudioso de nuestras letras no puede prescindir de él, bajo ningún concepto.

 

Lo curioso es que Gustavo Salazar se autoespecializó, desde muy joven, en la literatura ecuatoriana de finales del siglo XIX, y Dávila Andrade corresponde a la primera mitad del XX, lo cual le eximiría de ser coleccionado por nuestro autor. Por otro lado, Gustavo mismo, en la página 82 de su cuaderno quinto, en el Historial de este cuaderno y epistolario de Dávila Andrade, expresa que “no es un personaje al cual haya estudiado a lo largo de los años y que lo conocía escasamente”. Entonces, si el Fakir no entraba en su radio de preferencias literarias y tampoco se había detenido en su obra, la pregunta se hace necesaria y la respuesta ya no es tan obvia, por lo que insisto: ¿por qué César Dávila Andrade?

 

Porque entre las búsquedas y los descubrimientos en bibliotecas —públicas y privadas—, archivos, conventos, universidades, librerías, etc., Gustavo encontró una serie de textos relacionados con el autor de Catedral salvaje: textos que en su faceta de ensayista y crítico, César Dávila Andrade dedicó a figuras como Jorge Carrera Andrade, Franz Kafka, Mariano Picón Salas o Yorgos Seferis; opiniones acerca de la obra del poeta cuencano escritas por intelectuales nacionales y extranjeros, entre ellos: Alberto Baeza Flores, Enrique Anderson Imbert, Guillermo Sucre, Jorge Salvador Lara, Juan Liscano; epístolas dirigidas por Dávila Andrade a Galo René Pérez, Francisco Araujo Sánchez o Vladimiro Rivas Iturralde; e incluso ilustraciones que el propio Fakir había dibujado en un libro de poemas de César Vallejo y que fueron publicados por G. H. Mata en una obra suya. Estas son algunas de las contundentes razones para que Gustavo Salazar haya decidido dedicarse a fondo a nuestro poeta y para que nosotros corramos a disfrutar de la lectura de este quinto Cuaderno.

 

Hay otra; sin embargo, que por ser de corte intimista, me hace correr el riesgo de caer en la jactancia. Les ruego me disculpen si así ocurre, pero deseo compartirla con ustedes, pues de alguna manera justifica mi presencia en este escenario ya que, como se habrán dado cuenta, no poseo el don de la hermenéutica sino solo el cariño y la gratitud. Espero que Gustavo perdone mi infidencia.

 

La mañana del 29 de septiembre de 2011, en el sector de Bellavista, en una deliciosa tertulia entre Gustavo y yo, surgió el ineludible tema de sus cuadernos, pues días antes se había presentado, como siempre, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, el que, en ese entonces, era el último de ellos, dirigido a Gonzalo Zaldumbide. Hablamos de nuestros amores literarios y el nombre de César Dávila Andrade surgió de mí indiscriminadamente, por decirlo de alguna manera, por dos motivos: César Dávila Andrade había sido desde siempre Mi Poeta —si acaso se puede hablar de exclusividad en la poesía—; y porque Gustavo cumplía con la sensibilidad perfecta para comprender mi pasión y ser testigo de los momentos de indecible deleite transcurridos entre la ternura de la Bella distante y la soledad de Espacio me has vencido.

 

 

Fue así como conté a Gustavo que desde muy pequeña había oído hablar de César Dávila Andrade, pues en la casa de mis padres su nombre y su obra, a través de intensas lecturas familiares, era el agua de todos los días. Amigo personal de Jorge Salvador Lara, César Dávila Andrade le había confiado algunos de sus escritos, los mismos que —prolijamente compilados por mi padre, en una carpeta de cartón azul, hoy, ya envejecida y polvorienta— desde una esquina, llegaron a mis manos en una de esas inmersiones por las estanterías de la biblioteca paterna, siempre en busca de “algo más”.

 

Motivada por mis padres empecé a leer su poesía desde muy joven, aún colegiala, y fue irremediable: caí rendida ante su insondable espíritu, plagado de dulzuras y angustias; de pánicos y bellezas; de indignaciones y amores. Su capacidad de plasmar las ráfagas de vida y muerte en fascinantes imágenes que, por su evidencia natural, fueron para mí el espejo de la trascendencia humana, definieron mi amor por la literatura e incluso mi vida. Separados por varias décadas de existencia, el “ángel imponente” —como lo describió tan bellamente Teresa Crespo Toral— y yo, logramos vencer el espacio y fundirnos en un solo tiempo a través de la palabra y la poesía.

 

Se me ocurrió, entonces, importunar a Gustavo con un arrebato un poco pretencioso, e instarle a que dedicara su siguiente cuaderno al Fakir y él, generosamente, aceptó. Al día siguiente, inició la incesante búsqueda de los documentos que le permitirían acercarse a la figura y la literatura davilianas para incrementar su colección.

 

Aún le restaban algunos días de estadía en Quito, así que aprovechamos para que se entrevistara con Jorge Salvador, quien le recibió sin más y apoyó entusiasmado la iniciativa de Gustavo. La correspondencia entre ellos inició un mes más tarde, hasta que, el 23 de enero de 2012, en la respuesta dirigida a Gustavo, mi padre depositó su magnánima confianza en mí, al nombrarme su colaboradora, dando así el visto bueno para la reproducción y entrega del preciado material de la carpeta azul.

 

 

 

“Apreciado amigo —dice Salvador Lara—:

 

Me es grato avisarle recibo de su atenta carta fechada el 16 de los corrientes, relacionada con la inmediata preparación del fascículo 5 de su magistral serie Cuadernos “A pie de página”, dedicado a mi siempre admirado y entrañable amigo César Dávila Andrade, la más alta figura de la poesía en el Ecuador del siglo XX, según lo he sostenido en varias publicaciones.

 

Me complacerá enormemente poder contribuir a su estudio con el envío de todo el material que existe en mi biblioteca sobre el inolvidable poeta cuencano, tarea en la cual colaborará conmigo mi bienamada hija Susana.

 

Voy a revisar ese material sacando tiempo de urgentes tareas que aún me obligan y de los achaques propios de mis 85 años. Pido a Dios que me prolongue la existencia el tiempo necesario para cumplir lo que le ofrezco, empeño al que me dedicaré de inmediato, pues como dice la Escritura “…nadie sabe el día ni la hora…”.

 

 

(…) En fin, querido amigo, no es tarde para augurarle toda felicidad en el presente año, deseos que hago extensivos a su dignísima familia.

 

 

Reciba un afectuoso abrazo.

 

 

Jorge Salvador Lara”.

 

 

Apenas 16 días después de esta carta, el 8 de febrero de 2012, me sobrevino la muerte y fui absorbida por un agujero negro. Dios le prolongó la existencia a su lado y, por algún tiempo, yo no encontré la luz para salir de él. El fallecimiento de Jorge Salvador Lara me dejó inconclusa y, como yo, quedaron sin continuidad muchas ilusiones y sueños. Entre ellos, este, al que no pude ya aportar pero que gracias a Gustavo, felizmente, hoy llega a nuestras manos, sano y salvo. Por ello, gracias, amigo mío.

 

 

Estar en el Centro Cultural Benjamín Carrión, junto a Raúl Pacheco, Gustavo Salazar, Francisco Estrella y frente a todos ustedes, cada cual más notable que otro, a más de ser un honor, tiene tres objetivos claros:

 

1. Saldar una deuda personal con tres seres humanos espléndidos, que tengo el privilegio de tener en mi vida: Jorge Salvador Lara, César Dávila Andrade, y Gustavo Salazar Calle, personajes que, además, con su palabra inteligente y sensible atraviesan y amplían permanentemente el horizonte de la Literatura y la Historia ecuatorianas.

 

2. Resaltar la importancia de los Cuadernos “A Pie de Página” de Gustavo Salazar Calle, haciéndome eco nuevamente de las palabras del emérito Presidente de la Academia Nacional de Historia y de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, quien lo confirma como —y cito con su permiso,— “original y valioso historiador de la literatura ecuatoriana” cuyos cuadernos “recopilados, darán lugar a uno de los más importantes volúmenes, en la vida de nuestra cultura, sobre historia crítica de la literatura ecuatoriana”.

 

3. Y, finalmente, como quien nada dice y dice todo, sugerir enfáticamente a los gestores culturales, con base en todo lo dicho, la publicación conjunta o por separado de los primeros cinco Cuadernos “A pie de página”, no en edición personal —pues esa es digna de pocos, entre ellos, nosotros— sino, justa y necesariamente pública, para que el país siga descubriendo su riqueza patrimonial, aproveche el talento de Gustavo Salazar y reconozca el invaluable trabajo de este “sabio oculto” quien enaltece motu proprio, y desde territorios distantes, la Cultura Ecuatoriana.

 

 

A Gustavo, Francisco, Raúl y a ustedes, gracias por prestar oído a estas confesiones. Ruego su indulgencia.

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