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Escenario
Fons Gallardo el primer profesor de rock en Quito
En la década de los ochenta, decenas de jóvenes en Quito querían tocar rock, ya sea interpretando temas de sus grupos extranjeros preferidos, o componiendo canciones inspiradas en esas ideas que vibraban en sus cabezas y en sus corazones. Las ganas hervían, las ideas iban en aumento, y eso generó una vibra que, lastimosamente, se enfrentó con un problema crucial: la falta de espacios.
El parque era talvez el único sitio donde se podía hacer un poco de bulla, pero su tiempo de vida útil se limitaba al momento en que algún vecino llamara a la policía, molesto por esos sonidos, incomprensibles para su oído, que alteraban su actividad común. Un espacio para ensayar, aprender y convivir con la música era vital. Se hacía necesario crear lo que luego fue la Academia Beatle, ubicada en el centro de Quito, el sitio donde se gestó parte importante del rock capitalino hace algo más de tres décadas.
Alfonsino Gallardo (Salcedo, 1947) fue el artífice de ese espacio que tanta falta le hacía al rock que se forjaba en esa época. Era parte de esos jóvenes músicos que buscaban algo más allá de —en su caso— Los Huagrocotes, banda de pueblo que su abuelo, Pedro Pablo Gallardo, dirigía en Salcedo, y del Conservatorio Nacional de Música, donde aprendió sus primeras lecciones musicales formales. Es que Alfonsino, o Fons, como cariñosamente lo llaman quienes lo conocen, solo quería tocar, componer canciones y reunirse con sus amigos a pasar la tarde tocando los temas de Elvis Presley y de The Beatles que tanto le gustaban, junto con clásicos como ‘Guantanamera’.
Fons componía con frecuencia: su carácter enamoradizo lo mantenía en constante estado de inspiración, pero necesitaba un lugar donde “cantar tan alto que pudiera escucharlo la persona a quien dedicaba la canción”, dice, tras señalar al Itchimbía y el Panecillo como los sitios donde solía ir a materializar su inspiración. A Fons le gustaba oír el canto de los pájaros, otra de las cosas que lo inspiraron en su despertar musical. Su sensibilidad fue un factor decisivo para la conformación de la Beatle, como se conocía a su academia de música.
La idea de crear su academia se dio a inicios de los ochenta, mientras Fons estudiaba en el Conservatorio Nacional de Música. Vivía con sus padres y tenía escasos recursos económicos, pero le sobraban ganas de comerse el mundo con algún grupo musical. Junto a su hermano Geovanny, y sus compañeros Luis Ordóñez y Marcelo Altamirano —con quienes ensayaba en parques o donde pudieran— dio forma a su primera banda. El conjunto se forjó en interminables sesiones que Fons recuerda como pequeños momentos en que pudieron “componer canciones mirando el amanecer, ensayando sin cansancio” y dejándose llevar por el poder de la música. Esa era la realidad que vivían entonces otros jóvenes músicos como Pablo Orejuela, Juan Tapia, Paúl Sánchez, quienes en esa época conformaban bandas como Abadon, Adipsia (hoy Metamorfosis), referentes clave del rock en la ciudad, influido por el papel que cumplió la academia de Fons.
Estos espacios solían verse alterados por vecinos que les llamaban la atención, autoridades que los dispersaban por usar el espacio público —lo público se entendía como sitios de tránsito, de una movilidad que no debía interrumpirse—. Cuando no pasaba esto, el problema era otro al cabo de unas horas haciendo música: las inclemencias del clima. Todos estos aspectos impulsaron a Fons para decidirse a dar forma a ese espacio definitivo “donde sin padecer las inclemencias de la calle y sin tener la presión de nadie”, pudieran pasar tocando y ensayando todo el tiempo que sea necesario, recuerda con un brillo de esperanza en sus ojos.
Hacer una canción es como una medicina que hace sentir bien a quien la escucha, provoca disfrute, gozo, hace mejor tu vida a través de las buenas emociones que provoque esa canción, y te llevas un pedacito de la vida de quien la hizo.
Fons Gallardo
Nace la “Beatle”
Fons trabajaba ocasionalmente dando clases en algunos lugares. En uno de esos, se hizo amigo de Napoleón Armas, un músico que lo acompaña hasta ahora, ya sea para platicar en la pequeña sala donde actualmente da clases, o para interpretar un poco de rock recordando los viejos tiempos. La madre de Napo tenía una casa por el centro de Quito, que pensaba remodelar para rentarla. Fons visitó el lugar, y a pesar de lo maltrecho que estaba, visionó allí el sitio ideal para crear ese espacio que necesitaba para hacer música y, a la vez, compartirlo con otros que carecían de ese espacio. Acordó un pago de 3.500 sucres, y empezó a remodelar el sitio. Fons tuvo que improvisar: fue plomero, electricista y albañil para crear este espacio al que tanto le debe el rock quiteño. “Mientras más difícil te sea conseguir las cosas, estas son mejores, porque en ese camino aprendes, coges temple, ¡y es más entretenido!”, dice Fons.
Una vez remodelado el sitio, lo decoró con macetas, una pequeña palmera, carteles con notas musicales, pentagramas..., todo enfocado en formar “un pequeño paraíso natural donde hacer música, crecer” y encontrarse consigo mismo, dice Fons. Quería que los visitantes y alumnos sintieran su esencia; tenía la intención de que se conectaran y que la música pudiera fluir en ese sitio que recuerda como uno que, aparte de mucha voluntad y un ambiente atractivo, no tenía nada más que su “guitarra, una mesa, dos sillas y un pizarrón”. La batería, el amplificador de bajo y guitarra llegaron después, y con ellos, el espacio donde muchas bandas ensayaban en esa época, desde 1981.
A sus clases las consideraba terapias. Entiende a las canciones como una suerte de pastillas que provocan bienestar a quien las escucha, y cree fundamental que una persona llegue a la música de una forma natural. Las clases tenían una hora de teoría con pausas cada 30 minutos, pasando un día. El resto del tiempo lo destinaba a la práctica. Como el silencio en un pentagrama, las pausas para él eran indispensables. “Una hora seguida hace que el alumno pierda la perspectiva, lo vuelve mecánico y esa no es la forma de aprender música”. Fons trataba de detectar el vacío que tenían sus estudiantes, para enfocarse en esos detalles y ayudar a cubrir las falencias.
Nunca olvidó los pesares que vivió por la falta de recursos, por eso cuando algún alumno no tenía para pagar completa la hora de ensayo o de clase, le recibía lo que podía reunir. Pero también tenía la capacidad de sentir cuando la carencia era efectiva: su sensibilidad le alcanzaba para saberlo solo con verlos a los ojos. Y es que siempre estuvo atento a que nadie se burle o se abuse de su generosidad. Esto lo recuerdan bien el gestor cultural Cristian Castro —hoy uno de los principales del festival Concha Acústica de la Villaflora— y el músico Juan Tapia, guitarrista de Metamorfosis. Ambos eran asiduos visitantes de la academia, y varias veces se beneficiaron de la generosidad de Fons para poder llevar a cabo sus ensayos.
La academia estuvo activa cerca de 15 años, en los que llegó a tener jornadas que iniciaban a las 07:00 y terminaban pasadas las 20:00. Fons llegó a tener hasta 200 alumnos diarios. A todos daba clases personales, lo que implicaba que comiera a deshoras —y mal—. A veces su almuerzo era un sánduche de huevo o, en el mejor de los casos, un pedazo de pollo asado que se comía en cinco minutos. Este ritmo de trabajo, a pesar de su juventud, le pasó factura. Visitó al médico, y este le obligó a seguir una dieta más nutritiva y rever su horario de trabajo. “Pero era imposible”, recuerda Fons. El último alumno salía a las ocho de la noche, y a la mañana siguiente tenía chicos a las 07:00 golpeando a su puerta. Fons vivía en un departamento contiguo a la academia.
El primer nombre de la academia fue ODEM (Oficina de Estudios Musicales). Luego, con la muerte de John Lennon, decidió cambiar su nombre como un homenaje a lo que hicieron The Beatles. Inscribió la academia en el Departamento de Educación No Escolarizada del Ministerio de Educación, elaboró un plan de estudios que, una vez aprobado, le permitió registrar a la academia como Centro de Desarrollo Artístico Beatle. Aunque le insinuaron que cambiara el nombre por uno más autóctono, Fons se opuso.
“Yo sé lo que es tener ganas, ilusiones, muchas ideas, pero carecer de un espacio, de medios, de oportunidades y de alguien que te ayude a seguir adelante”, dice Fons en referencia a las carencias existentes en esa época. Salvo el Conservatorio, no había un sitio donde aprender música, mucho menos rock, que no era visto como un arte. Quien quería tocarlo se limitaba a los covers, como pasó con buena parte de bandas rockeras quiteñas desde los años setenta. La mayoría de jóvenes que se aventuraban por ese camino tenían dificultades en un medio donde casi no había almacenes donde comprar cuerdas, baquetas y más instrumentos que exige el rock.
Hoy es habitual ver gente que se le acerca a en la calle a saludarlo y agradecerle con una sonrisa. En la mayoría de ocasiones, Fons no los reconoce, pero tras un breve diálogo vuelve en el tiempo y ubica a su emocionado contertulio. Es lógico: han pasado entre 15 y 20 años, y la imagen que guarda es la de aquellos jovencitos que buscaban algo a través de la música. Estos encuentros evidencian su obra y su aporte. “Algunos han seguido con la música, otros ya no, pero recuerdan con cariño los momentos que pasaron en la academia, y eso me basta para saber que valió la pena aquel esfuerzo”.
Los hijos del Fons
De lo aquí expuesto da fe mucha gente, como Juan Carlos “Jota” Jarrín, baterista del grupo de grindcore Brutal Masacre, que prácticamente nació en la academia de Fons, y es uno de los pilares de la música extrema hecha en Ecuador. “Fons es un ser de luz”, dice para resumir a este mecenas del rock.
Ese concepto lo comparte Paúl Sánchez, baterista de Abadon, Metamorfosis, Muerte Súbita y otras bandas de la escena local. Sánchez recuerda a Fons como un “hombre bondadoso, que tenía la palabra justa y siempre con la intención de guiar de la mejor manera tanto a sus alumnos como a los grupos nacientes que allí ensayaban”. El baterista cuenta que cuando Fons escuchaba alguna nota fuera de lugar o alguna parte sin sonar bien, interrumpía los ensayos para dar las recomendaciones necesarias.
“El Fons siempre tuvo una bondadosa apertura para los rockeros de la época. Si alguna banda le gustaba, les dejaba repasar más tiempo del alquilado”, recuerda Juan Tapia, hoy guitarrista de Metamorfosis, y que en 1983 ensayaba ahí con su grupo Adipsia. Entre los grupos que recuerda como los que ensayaban allí están Los Mismos, grupo de la Facultad de Artes de la Universidad Central que tocaba blues.
Por su parte, Fons recuerda con cariño a los hermanos Beethoven y Byron Hidalgo, así como al conocido Gordo Max, quien solía acompañarlo hasta el fin de la jornada, hasta el momento de ayudarle a cerrar la puerta.
El círculo de amigos fue la clave para dar con la academia de Fons, como fue en el caso de Jota Jarrín: Vinicio Endara, un compañero suyo del colegio Ángel Polibio Chávez —más conocido en la época como APCHE—, lo llevó a la academia, donde ensayaba en un grupo cuyo baterista era Mauricio ‘Cuervo’ Machado —quien años después fundó el grupo Zelestial—. El grupo no duró mucho. Pero en sus constantes visitas, Jota volvió a encontrarse con un viejo amigo suyo, Juancho, que iba con unos amigos de otro colegio, el Luis Napoleón Dillon.
Por ese mismo tiempo, Jota conoció a un gringo —del que no se acuerda el nombre—, quien les enseñó de grupos de grindcore de Estados Unidos, como Cryptic Slaughter. Esa influencia, sumada a los grupos de death metal que ya conocían, dio paso a la formación de Mesías Leproso, germen de lo que más tarde fue Brutal Masacre, la primera banda ecuatoriana en grabar un disco compartido con una banda del mismo género a escala internacional. De ese casete, recuerda Jota, no quede ni una sola copia: además de que se comercializaron muy pocas unidades en Ecuador, ninguna recibió el cuidado necesario para sobrevivir hasta ahora.
Jota cuenta que durante los años en que asistía a la academia, llevó a “más amigos para que ensayen con sus bandas, como los hermanos Byron y Beethoven Hidalgo, —de quienes Fons guarda un inmenso recuerdo—, que en su tiempo tocaron con bandas como Corazón de Metal y Visions of Death”, a las que Fons cita cuando le preguntan sobre los grupos que pasaron por la academia. Beethoven y Jota son bateristas, por eso eran los encargados de arreglar la batería cada vez que esta quedaba maltrecha luego de las intensas jornadas ensayando rock duro.
La academia Beatle nunca tuvo objetivos económicos, salvo conseguir lo necesario para pagar las cuentas y adquirir equipos que faciliten las clases. Por esta razón, Fons nunca se enriqueció, hasta el día de hoy. Ahora, pasa su tiempo dando clases en los mismos equipos de hace 30 años, en una pequeña sala rentada en el segundo piso de las calles Olmedo 230 y Guayaquil.