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Ese universo instalado en la Mitad del Mundo vasconiano. Sobre Estación de lluvia, de Javier Vásconez

Ese universo instalado en la Mitad del Mundo vasconiano.  Sobre Estación de lluvia, de Javier Vásconez
21 de septiembre de 2015 - 00:00 - Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Javier Vásconez confronta su narrativa con sus propias convicciones y con sus dudas. A veces con más énfasis en las primeras que en las segundas y viceversa. Abre unos espacios para la búsqueda de personajes, pero se devuelve a los suyos, a los de siempre (un siempre relativo, si se mira desde el sentido de una obra narrativa). En diferentes dimensiones o capas narrativas hay una confrontación de dos niveles: sus personajes y sus geografías. Es decir, se asume como un escritor en ese sentido nabokiano del término y se somete a una sola de sus razones literarias: pensar la realidad donde quiere que esta le obligue a crear la ficción, crear personajes con un hondo sentido histórico y como la expresión de un universo propio.

Reunir en un tomo todos sus relatos cortos (aunque la categoría sea asumida por el número de caracteres o de páginas más que por la hondura semántica) es un ejercicio válido para mirar por encima de las circunstancias y de los vaivenes de la crítica. Pero más que un ejercicio editorial es un hito para el lector; para el nuevo, aquel que descubre la obra de Vásconez; para el viejo que acompañó a este escritor quiteño en sus publicaciones, disertaciones y críticas sobre estos relatos. Para el primero porque de aquí en adelante tendrá un referente impertinente a lo que tuvo como antecedente de lo que es la literatura ecuatoriana. Y para el segundo porque ahora sí es posible entender las ‘razones’ de Vásconez cuando ha sido siempre un peleador con los lugares comunes, con la lectura fácil o con la crítica cómoda o aquella que aplaude o aplasta por joder o fastidiar al autor en lugar de ponderar la obra ante los lectores.

Por eso ha sido oportuna esta nueva edición de los relatos de Vásconez y que la misma cuente con estudios como los de Emmanuelle Sinardet. Como ella lo explica y propone, no hay un modelo único para entender su trabajo literario, ese sentido de la escritura provocadora de nuevas miradas y texturas. La crítica ecuatoriana ha sido demasiado egoísta para valorar y destacar algunas de esas etapas poderosas del escritor quiteño, a veces por pura vagancia y otras por la precariedad de conceptos para entender por dónde se sitúan las columnas de una obra como esos resortes que la hacen perdurable, dinámica y coqueta con las nuevas generaciones.

Claro, en una lectura óptima (si existiese) el repaso de los relatos también abren un abanico de miradas sobre una ciudad y sus lógicas, las ventanas y puertas de sus secretos, así como un conjunto de personajes para (como lo hace un pintor capitalino) retratarnos del modo que solo la literatura entiende: más allá de ciertas estéticas hegemónicas y banalidades contemporáneas.

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