Publicidad

Ecuador, 28 de Junio de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo
Ecuado TV
Pública FM
Ecuado TV
Pública FM

Publicidad

Comparte

El señor de las entrevistas: Carlos Calderón Chico

Como no vuelvo a nuestro país con la frecuencia que deseo, aparte de la gran pena que comparto con los que tuvimos el honor y privilegio de conocer y colaborar con Carlos Calderón Chico, también me apena haber dejado pendientes unas entrevistas que quería hacerme, y explicaré por qué. Conocí a Carlos indirectamente, por medio de mi madre. Le había hecho un encargo a ella de algunos libros, en los años anteriores al correo electrónico, que Carlos, tal vez con razón, nunca quiso dominar, para no ser dominado como el resto de nosotros. Illo tempore no existían las librerías de centros comerciales, y como muchos hicieron con Carlos, había que depender de bibliófilos de su tipo, inundados o atraídos por los libros, y básicamente consubstanciado con ellos. En fin, mi madre fue a una “librería”, y por supuesto le dijeron que no tenían lo que buscaba, pero que había “un señor que sabe de todo eso, y de dónde puede encontrarlo, y está aquí”.

 

Ese señor era Carlos, quien preguntó para quién eran los libros. Para grato orgullo materno, y posterior sorpresa mía, Carlos le dijo que sabía quién era yo, que había leído algo mío sobre Pablo Palacio, y que como no se hallaba ejemplares de la mayoría de los libros que quería, él me los copiaría. Así fue, y mi madre volvió con fotocopias y algunos libros de Carlos, entre ellos uno de entrevistas. Me los mandó y yo le escribí a Carlos una carta de agradecimiento. Desde entonces comenzó un contacto amable, generoso como él, y una correspondencia desigual, gentil, a veces enredada, porque no siempre estábamos de acuerdo ideológicamente.

 

Pero yo respetaba que nos pusiéramos de acuerdo en no estar de acuerdo, actitud todavía imposible con “compatriotas” dedicados al ninguneo y a matar con la indiferencia o hipocresía. Si tampoco siempre estuve de acuerdo con el tipo de crítica literaria, digamos guayaquileña, que podía practicar Carlos, siempre apoyé y disfruté de que no fuera cobarde, que pusiera los puntos sobre la íes, carestía que impide que nuestras opiniones políticas se eleven por encima del localismo y triunfalismo patriotero, o en el caso de la crítica literaria que es mi profesión, o que coexista la necesidad de criterios junto al pluralismo de interpretaciones subjetivas.

 

Poco después conocí a Carlos en persona, comimos como le gustaba a él, fui a su torre de Montaigne, donde me ofreció colada, hablamos infinitamente de libros, los tocamos. Y como me consta que hacía con más de un literato perdido, me consiguió documentos sobre Humberto Salvador y me presentó a amigos, con la generosidad mencionada. Poco después conocí a dos escritores similares por diferentes, primero a Leonardo Valencia, guayaquileño de cepa, y luego a Javier Vásconez, quiteño con más. Los traigo a colación porque, cuando surgía el tema Carlos Calderón Chico, se daba uno de los pocos momentos en que los tres estábamos de acuerdo: Carlos era un gran tipo, ya en Guayaquil o en los encuentros sobre literatura ecuatoriana que sigue organizando la Universidad de Cuenca con éxito y reconocimiento internacional.

 

¿Por qué hablo del “señor de las entrevistas”? Creo que ese es el género en que él sobresalía, desafortunadamente para nosotros en un medio que lo supedita o menosprecia como “periodismo de segunda”, cuando el suyo se basaba en su conocimiento de nuestro patrimonio cultural, en tratar de estar al día con todo. Las entrevistas de Carlos son excelentes, no por los entrevistados, sino más por lo que les preguntaba, hilando sus argumentos. “Ceceche”, como lo llamaba con cariño guayaco Marcelo Báez, otro amigo con quien compartimos mesa, anécdotas y hasta chistes conceptuales, era un maestro de ese arte hoy reducido a una página, o a un “tuit”.

 

Se notaba que había hecho sus deberes, es decir, antes de entrevistar se había informado de contextos mayores y de minucias que frecuentemente asombraban al entrevistado. Tenía un apetito insaciable e intrépido por la fibra histórica que constituye la materia prima de las historias que le contaban los entrevistados, y hay una fluidez temática en su quehacer, aunque claramente prefería la política nacional. A la vez, no sufría de la mezquindad o envidias que hacen rechazar frontalmente al Otro, o al ecuatoriano que “hace patria” desde afuera, y abría sus puertas a todos.

 

Sus entrevistas, como las mejores del género, muestran a dos seres embrollados en luchas por el control narrativo, y Carlos era “de pelea”. No sé si con el tiempo el señor suavizó su postura ante los entrevistados; me parece que no. En casos como los de Pedro Jorge Vera se confiesa (1985), Tres maestros se cuentan a sí mismos (1991), y sobre todo en el más reciente que me obsequió, el magistral No me importa el juicio de la historia (Conversaciones con Carlos Julio Arosemena) (2003), que vio dos reimpresiones, la exquisita tensión no surge de ninguna hostilidad, sino de cómo nosotros los lectores siempre tenemos conciencia de la naturaleza en última instancia artificial y delicada del diálogo.

 

En las pláticas de que disponemos se nota sobre todo que él había establecido sus términos, y siempre se sintió libre para trabajar en el contexto de ellos. No hay malicia en esos textos, sino paciencia y aquiescencia para lo descabellado, y sospecho que el ecuménico Carlos consideraba, muy a diferencia de otros periodistas cínicos, que lo que hacía era moralmente defendible. Sí, se calentaba, pero recapacitaba y le salía la humanidad que recuerdo aquí. Así, amigo Carlos, desde la biblioteca o tribuna donde estés seguirás pensando en tu próxima entrevista, y yo en la que no tuvimos.

 

Se notaba que había hecho sus deberes, es decir, antes de entrevistar se había informado de contextos mayores y de minucias que frecuentemente asombraban al entrevistado. Tenía un apetito insaciable e intrépido por la fibra histórica que constituye la materia prima de las historias que le contaban los entrevistados, y hay una fluidez temática en su quehacer, aunque claramente prefería la política nacional. A la vez, no sufría de la mezquindad o envidias que hacen rechazar frontalmente al Otro, o al ecuatoriano que “hace patria” desde afuera, y abría sus puertas a todos.

 

Sus entrevistas, como las mejores del género, muestran a dos seres embrollados en luchas por el control narrativo, y Carlos era “de pelea”. No sé si con el tiempo el señor suavizó su postura ante los entrevistados; me parece que no. En casos como los de Pedro Jorge Vera se confiesa (1985), Tres maestros se cuentan a sí mismos (1991), y sobre todo en el más reciente que me obsequió, el magistral No me importa el juicio de la historia (Conversaciones con Carlos Julio Arosemena) (2003), que vio dos reimpresiones, la exquisita tensión no surge de ninguna hostilidad, sino de cómo nosotros los lectores siempre tenemos conciencia de la naturaleza en última instancia artificial y delicada del diálogo.

 

En las pláticas de que disponemos se nota sobre todo que él había establecido sus términos, y siempre se sintió libre para trabajar en el contexto de ellos. No hay malicia en esos textos, sino paciencia y aquiescencia para lo descabellado, y sospecho que el ecuménico Carlos consideraba, muy a diferencia de otros periodistas cínicos, que lo que hacía era moralmente defendible. Sí, se calentaba, pero recapacitaba y le salía la humanidad que recuerdo aquí. Así, amigo Carlos, desde la biblioteca o tribuna donde estés seguirás pensando en tu próxima entrevista, y yo en la que no tuvimos.

Publicidad Externa

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Noticias relacionadas

Pública FM

Social media