El incidente de la última Feria del Libro en Bogotá resonó en todo el mundo: alguien hurtó un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad, publicado por editorial Sudamericana, firmado por Gabriel García Márquez, de propiedad del reconocido librero Álvaro Castillo.

“Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo, Gabriel”, rezaba la dedicatoria del ejemplar expuesto, que formaba parte del tiraje inicial de 8 000 ejemplares y que formaba parte del pabellón dedicado a Macondo, en medio de un homenaje al Gabo, a un año de su fallecimiento.

Por supuesto, el dueño del ejemplar, mortificado por el hecho, pidió públicamente a los autores del robo que devuelvan el libro pues no le han hecho un daño solamente a él, sino a la Feria, a los libreros independientes y al patrimonio cultural de todos los colombianos.

Esta última afirmación suena un tanto desproporcionada, si tomamos en cuenta que este no era el único ejemplar de la primera edición impresa de Sudamericana, y que si bien esta tiene un valor sentimental para su propietario, más allá del valor económico de esta —se aventuran costos de los doce mil a los sesenta mil dólares—, nos preguntamos si un ejemplar puede concentrar en sí el amplio concepto de patrimonio cultural de todo un pueblo.

Pero ¿qué puede ser considerado, precisamente, como patrimonio cultural de una comunidad? Todos aquellos bienes, más allá de lo material, que contribuyan a la creación y sostenimiento de la identidad colectiva, que puedan ser transmitidos de generación en generación, y que puedan ser apreciados por todos los miembros de una comunidad. Entonces, ¿de qué patrimonio ‘común’ hablamos si este es el ejemplar de una sola persona? Es cierto que Álvaro Castillo prestó de buena voluntad su ejemplar para completar la exposición en el stand, y que él es una de las personas más autorizadas en su país, y a nivel latinoamericano, para hablar de primeras ediciones, de libros raros y de ejemplares únicos, pero el robo de este libro, precisamente, no podría calificarse como un atentado al patrimonio.

La obra de García Márquez, no solo Cien años de soledad, de seguro seguirá editándose en todos los idiomas. El legado literario de Gabo ha trascendido ediciones y críticas, y eso sí podría considerarse como patrimonio intangible del pueblo colombiano, que tiene el orgullo de haber visto nacer a uno de los premios nobel más queridos en el mundo.

Es cierto que este robo empaña la fiesta que implica una Feria del Libro, más cuando es un homenaje, y por supuesto, deja mucho que decir sobre la seguridad dentro del recinto en que se efectúa el evento. Es completamente necesario que la Policía colombiana efectúe pesquisas para que el ejemplar sea restituido a su dueño y, más que nada, para que no sea reducido en una venta que podría alejar un ejemplar firmado por el autor a la vitrina de un coleccionista privado, que lo ocultará por obvias razones. Es decir, nadie más tendría acceso a ese ejemplar.

Pero a la obra de Márquez sí habrá acceso, aún, quizá siempre._Incluso, el patrimonio cultural que legó García Márquez se ha visto protegido al momento en que su archivo personal fue adquirido por la Universidad de Austin, Texas, para sumarlo a otras colecciones de autores como Joyce y Faulkner. En ese momento, uno de los hijos del escritor dijo que habían vendido el archivo a dicha universidad pues el Gobierno de Colombia no tuvo interés en adquirirlo o preservarlo, entonces, la familia optó por dejárselo a la institución que mejor pudiese conservar toda aquella documentación.

El patrimonio existe, más allá de un ejemplar. Y quizá no muera, siempre y cuando la obra no sea reducida a un libro, a un solo lector, sino a los que aprecian su riqueza.

Actualización: antes del cierre de esta edición el ejemplar fue recuperado por la Policía colombiana.