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De las palabras a los hechos

El poder sorprendente del español

El poder sorprendente del español
20 de julio de 2015 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Profesora de redacción y lexicógrafa

Hace algunos meses, el director de la RAE, Darío Villanueva,  visitó varios países de América para presentar la nueva edición del Diccionario académico. En reiteradas ocasiones comentó que se sentía gratamente sorprendido por lo bien que se habla español en este lado del mundo. A mí me sorprenden y me preocupan sus palabras porque no creo que nadie tenga la potestad de calificar dónde se habla bien el español y dónde no, aunque se trate del mismísimo director de la Real Academia Española. Si bien la RAE es la principal institución encargada de ‘encauzar’ la norma de nuestra lengua (un encargo que conlleva, aún hoy, rasgos colonialistas), no puede de ninguna manera ser la encargada de calificar o descalificar una forma de expresarse, tan propia de cada uno y tan representativa de nuestros procesos culturales.

Si bien el español procede de España, es en América en donde se ha enriquecido con nuestras lenguas ancestrales y nuestros usos, llegando a enriquecer, de vuelta, al español ibérico. De las 22 academias de la lengua española que existen en el mundo, 20 son americanas. Entonces, ¿por qué deberíamos sorprendernos de que el español que hablamos aquí sea correcto? ¿Podemos hablar de un español correcto y de un español incorrecto cuando hablamos españoles diversos, que caminan y se moldean cada día con la riqueza que le imprimen sus usuarios? La corrección de nuestro idioma radica en la facilidad de comunicarnos, en el hecho de que usted y yo convengamos en el mensaje que se transmite y en el código que lo posibilita. Es absurdo, en esta segunda década del siglo XXI, seguir pensando todavía que ‘el otro’ debe acomodar su uso a la norma de ‘mi’ lengua para que podamos entendernos. La comunicación solo se puede dar de una manera adecuada cuando hablamos un idioma nuestro, no ‘mío’ ni ‘suyo’.

Es absurdo también condenar a estas alturas la colonización que se dio hace 500 años, pues queramos o no, este hecho aportó también con una gran riqueza a nuestra cultura (el cómo, obviamente, es otra discusión). El sincretismo que se dio entre el español impuesto y las lenguas prehispánicas es lo que ahora configura nuestras ricas variantes americanas. Y el sincretismo que se sigue dando entre nuestras variantes y todas las realidades que las enriquecen diariamente es lo que enaltece nuestra cultura y nuestras diversas maneras de comunicarnos. Juzgar una variante desde la visión de otra es caer en arbitrariedades ridículas, porque ninguno de nosotros es el dueño de la verdad ni el abanderado de la norma suprema. Y no solo me refiero a las palabras del Director de la RAE, sino a las absurdas discusiones que dividen a países y regiones acerca del tema de ‘lo mejor’ o ‘lo peor’.

Por último, creo que esta visión colonialista que, lamentablemente, aún guía de cierta manera a la RAE, debería ser debatida desde el resto de academias de la lengua, y no solo desde la norma sino también desde el uso que configura nuestra construcción como sociedad. Y,  además, el debate debería salir a la calle, que es donde se fragua nuestra lengua, debería estar en boca de los usuarios del español, de quienes nos sentimos orgullosos de sus giros, de su poder, de ese ADN que nos recuerda diariamente quiénes somos.

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