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Eddie Palmieri: el sol de la música latina

Eddie Palmieri: el sol de la música latina
12 de octubre de 2015 - 00:00 - Freddy Russo, Musicólogo ecuatoriano

Al pianista y compositor estadounidense Eddie Palmieri lo llaman ‘el sol de la música latina’: descendiente de inmigrantes italo-portorriqueños, a través de su obra es posible descubrir todos los sonidos boricuas1, cubanos y dominicanos para sentir, comprender y llevarlos hasta el bullicio de Nueva York, donde todo es tan reciente que da la sensación de que el pasado nunca existió. Su música ha sido capaz de naturalizar el folclore caribeño en un entorno urbano.

1. El rumbero del piano

Eddie Palmieri nació en el hospital Beth David del condado de Manhattan el 15 de diciembre de 1936. Sus padres, Isabel Maldonado y Carlos Manuel Palmieri, miraban absortos a la inquieta criatura moviendo sus manitas como si tocara aceleradamente el bongó. Creció en el barrio del Bronx vendiendo jugos y caramelos. Su padre tenía un taller de reparación de radios. Al paso, Eddie iba escuchando la música de Mario Bauzá, Tito Rodríguez y Tito Puente que sonaba en locales del barrio de la inmensa urbe.

A los cinco años, Eddie ya cantaba boleros de Daniel Santos y tocaba las maracas. Ganó dos premios de amateur en los teatros Campoamor y San José. Cuando tenía ocho años empezó a tocar el piano con la profesora Margaret Bonds, que le educó y le formó. Su estudio quedaba en el conocido edificio del prestigioso Carnegie Hall, donde a los quince años dio su primer recital leyendo las partituras de Johann Sebastian Bach. Sin embargo, tenía cierta inclinación por la percusión, y terminó por convencer a sus padres quienes le compraron, como premio por su graduación, un verdadero arsenal de timbales, cencerro, campana, clave, redoblante, platillos y baquetas; no sin antes escuchar a su madre: “mira qué bien se ve a tu hermano Charlie cuando sale a trabajar a tocar el piano sin tener que cargar ningún instrumento; y tú cargarás todo un portaequipaje”. En poco tiempo, dominó los sonidos percusivos, que le dieron riqueza auditiva. El piano —le decía su hermano Charlie— es un instrumento de percusión con teclas blancas y negras que emiten sonidos previamente afinados llamados notas, pero a esa edad, Eddie soñaba con ser el dueño de la rumba.

Sin embargo, unas semanas después Eddie le dijo adiós a los instrumentos de percusión y volvió a las blancas y las negras, estudiando metódicamente los libros de su hermano Charlie, tarea en la que estuvo involucrado como un sabio por mucho tiempo. Tenía apenas quince años cuando formó un pequeño combo con su amigo Orlando Marín en los timbales y Joe Quijano en el bongó, grupo que bautizaron como Bananas Kelly Mambo.

Las primeras grabaciones fueron ‘Abaniquito’ y ‘El Cumbanchero’. Dos años más tarde, dio un gran paso al unirse a la orquesta de Vicentico Valdés. Allí se nutrió y estudió todo el folclore afrocubano. Adquirió la necesaria referencia para moldear su estilo, diferenciando, en la rumba, los subtipos entre el guaguancó, la columbia y el yambú. Era tan sofisticada y compleja la rumba que cuando Igor Stravinski —cuya música es toda ritmo— fue a La Habana por primera vez en 1946, lo llevaron a una descarga, donde trató de captar con su notación los diferentes instrumentos de percusión y se voló, se perdió.

Eddie Palmieri también estudió a fondo el cha-cha-chá que se deriva del danzón-mambo, que es uno de los más bellos conceptos dentro de la estructura rítmica afrocubana. En síntesis, cuando el rumbero Palmieri toca su piano, el folclore del Caribe se vuelve urbano.

2. El alquimista

Después de que Palmieri se uniera a la orquesta de Tito Rodríguez en el Palladium (1958-1960) aprende lo duro que es el ambiente musical y, sobre todo, la forma en que se maneja una orquesta. En este período, Palmieri se conecta con el ambiente del jazz. Ya poseía la mano izquierda de los primeros maestros con un sentido rítmico y tímbrico de raíz africana. Cuando una noche fue a tocar en el Corso, adonde llegaba el enigmático pianista Thelonious Monk —uno de los padres del bebop—, se sorprendió al verlo entrar. “Cuando terminó la presentación —cuenta Palmieri— fui hacia él y le di las gracias, le dije que era un honor conocerle, y alguien le preguntó: ‘Monk, ¿te gustó la forma en que toca Eddie Palmieri?’. Él emitió una especie de gruñido. Yo miré a su socio, que me hizo un gesto explicativo: ‘está encantado’”2. En realidad, Monk fue el primero en descubrir al oculto rumbero del jazz que empezaba a crecer. Hay dos grabaciones célebres de este período, en las que Palmieri interviene como pianista: ‘Returns to the Palladium’ y ‘Back Home in Puerto Rico’, verdaderos testimonios del desarrollo de la música latina.

Por esta época se puso de moda el mambo, una creación de Orestes López, el ‘Gran Cachao’, enorme contrabajista que hizo con el danzón, como dice Guillermo Cabrera Infante, “lo que la Revolución Francesa hizo con el minué. ¡Que rueden las pelucas!”3. Sin embargo, fue Pérez Prado el primero que dio el grito infernal. Cachao nunca cobró un céntimo por su invención diabólica, toda la gloria se la llevó Pérez Prado, sobre todo desde que Federico Fellini usó su mambo ‘Patricia’ para vestir de fraile a Anita Ekberg, quien lo convirtió en un himno ateo en su famosa película La dolce vita. Parte de ese dolce perteneció en vida a Pérez Prado.

Abrirse campo en una metrópoli como Nueva York nunca fue fácil para ningún artista, peor aún imponer su arte. Palmieri, basado en la antigua sabiduría yoruba, fue imponiendo su estilo. Supo que la música africana era una especie de magneto donde estaban depositadas las ideas, conocimientos y creencias tradicionales. La antigua sabiduría de los yorubas fue trasmitida a sus descendientes lucumíes en Cuba y los tambores de la santería estaban basados casi por completo en los patrones del modelo yoruba. En su disco Lucumí, Macumba, Voodoo, Palmieri recoge esta sabiduría ancestral y deja como testimonio la clave para las nuevas generaciones de músicos latinos, porque Palmieri es brillante en hacer accesible, natural y respirable la tensión expresiva de la rumba. Además, conoce el significado de los dioses Oshun, Shangó y Obatalá, que con la música —en especial la de los tambores— sincronizan el alma con sus diferentes niveles de energía. En el disco Vámonos Pa’l Monte —sobre todo en el tema ‘Pa la Osha tambo’—, evoca la lucumí, el monte (donde residen los dioses) y el despliegue de toda la percusión. En otras palabras, Palmieri sabe ir con sencillez a los recodos más profundos de la música africana, siendo la influencia del jazz la que le abrió horizontes nuevos, en especial cuando improvisa creando frases que saltan de sorpresa en sorpresa.

3. El emperador de la salsa

La presencia de la negritud musical (afroamericana: blues y jazz; afrocubana: rumba, son y mambo, y la afro-riqueña: la bomba y la plena), había crecido con un dominio casi absoluto en Estados Unidos hasta los años cincuenta. Políticos republicanos veían aquello como un peligro “racial” e “ideológico”, pues las distintas sublevaciones y movimientos de protesta de negros y latinos venían reclamando derechos de justicia e igualdad. La Revolución Cubana de 1959 sirvió de pretexto para reprimir toda esperanza y expectativa de los latinos. Era necesario ahogar todo lo que oliera a cubano, como los ya poderosos clubes Palladium y Blen Blen. Las autoridades neoyorquinas les suspendieron la licencia para expender licores y los clubes quebraron.

Pero más puede la sangre, la alegría y el ritmo que el enemigo temeroso, triste y amargado. Si bien es cierto que las grandes orquestas se desintegraron y el lujoso Palladium fue sustituido por el barrio marginal y la esquina de la miseria, los músicos empezaron a formar pequeñas charangas para tocar en sitios modestos y con públicos reducidos. El sonido cálido de saxos y trompetas predominante en años anteriores, dio paso al dominio del fluido de la flauta y el guajeo de los violines con la llegada de la charanga. El maestro cubano Enrique Jorrín, creador del cha-cha-chá, y la orquesta Aragón habían popularizado dichos ritmos. Éxitos como ‘Rico Vacilón’ y ‘Para cochero’ marcaron la influencia definitiva. El pianista Charlie Palmieri tomó la posta del maestro Jorrín llegando a la innovación inteligente con su tema ‘Duboney’, en el que la sustitución de los violines por el duelo de trombones y flauta resultó nuevo en el ambiente musical de Nueva York.

La joven generación de latinos nacidos en la metrópoli insistieron en formar orquestas y combos, logrando descargas (sesiones de improvisación colectiva) y fusiones interesantes de mambo y jazz, de rock y son montuno, de ritmo y baile como ‘El Watusi’ de Ray Barreto, ‘La pachanga’ de Eduardo Davison, el ‘Booga-loo’ de Joe Cuba y el ‘Jala-jala’ de Ricardo Ray, hasta que el excelente pianista Eddie Palmieri, con su orquesta La Perfecta realizó la síntesis de las innovaciones rítmicas anteriores. En el tema ‘Muñeca’ de 1964, del disco Justicia, se aprecia claramente esta síntesis: introdujo oberturas modales en el piano, descargas de percusión afrolatina, sonidos de metales de una ambigüedad extraña, brillante y conducente. Adicionalmente, la improvisación y pureza de tono del cantante Ismael Quintana que entonaba: “Ay mi muñeca perdóname/ El amor y el interés se fueron al campo un día/ El amor y el interés oye se fueron al campo un día/ y más pudo el interés que el amor que me tenía”.

Esta estructura musical del son y en especial del son montuno se basa en la repetición constante de un estribillo de cuatro compases que es característico del montuno por parte del tropicoro y funciona en contrapunto con la improvisación del cantante solista, sumado al duelo implacable de la flauta con el sonido prolongado, tenso y melancólico del trombón de Barry Rodgers, que influirá un poco más tarde en Mon Rivera y, de manera decisiva, en el gran trombonista y compositor Willie Colón.

Para el crítico latino Pablo ‘Yoruba’ Guzmán, la orquesta La Perfecta de Eddie Palmieri “constituye una de las unidades primordiales en la historia de la música”4. El resultado de esa compleja estructura de melodía, armonía, ritmo y sabrosura es lo que ha sido bautizado popularmente como Salsa.

4. Un gigante del jazz latino

Eddie Palmieri posee una personalidad musical arrolladora. Fiel a sus convicciones, ha sabido ir con sencillez a los rincones más profundos del tejido musical afrocaribeño y ha mostrado un virtuosismo preciso desarrollando un gran estilo. Es esta personalidad la que lo llevó finalmente al mundo del jazz latino. Las influencias de los pianistas Bill Evans, Bud Powell y McTyner fueron decisivas para sus primeras composiciones en este género; junto a Carl Tjader en ‘Bamboleo’ y después con Tito Puente en Mambo Diablo fue premiado con un Grammy latino. Más tarde, en 1987, grabó La Verdad, dedicado al genial pianista de jazz Thelonius Monk. Con este disco ganó otro Grammy.

En 1998, Eddie produce el álbum El Rumbero del Piano, en el que destaca la gran variedad de ritmos provenientes de la diáspora afrolatina como la plena, la bomba y el son; en el tema ‘Bug’ se escucha un jazz puro en el que resaltan los solos de las nuevas revelaciones de latin jazz, como el trompetista Tony Lujan y el extraordinario Reedman Phil Vieux. En la presentación del disco, Palmieri declaró al periodista del Boston Globe, Fernando González: “Uno no puede decir que conoce la tradición, o que la respeta simplemente. Tienes que entenderla. Debes entender la clave y los patrones de la danza. Y luego, cuando unas las armonías avanzadas de Jazz con aquellos patrones rítmicos de África que han estado con nosotros por siglos, tendrás la más energética, compleja y fascinante música sobre la tierra”5.

5. La danza voluptuosa

Cada vez que Eddie se sienta al piano, todo se trasmuta a su alrededor, su mirada plácida transmite serenidad y seguridad. Empieza con frases sencillas y poco a poco va creando enormes monumentos sonoros que se van levantando apoyados por su orquesta. La visión pianística de Palmieri es lúcida, domina el teclado a placer, mientras su prodigiosa mano izquierda toca montunos con absoluta tranquilidad, su mano derecha improvisa líneas melódicas que transitan por los recodos del folclore caribeño. El público escucha con emoción y asombro y se deja llevar por un mar desconocido hacia un tour de profunda emoción latina. La suya es una música que hipnotiza tanto por el magnetismo afrocaribeño como por la belleza del envoltorio jazzístico. La gran danzarina Isadora Duncan dijo: “es una danza voluptuosa, suave como una larga caricia, embriagadora como el amor bajo el sol del mediodía y peligrosa como la seducción de un bosque tropical”.

Notas

1. Boricua, este término viene de ‘Boriquén’ que se deriva del vocablo “buruquena”, nombre de un pequeño crustáceo endémico del Caribe Puertorriqueño.

2. Entrevista con el periodista Fernando González del Boston Globe en febrero de 1990.

3. Cabrera Infante, Guillermo (1996). Delito por bailar el Cha-cha-cha. Alfaguara, pp. 121.

4. Storm Roberts, John (1982). El toque latino. México: Edimex, pp. 210.

5.  Entrevista con el periodista Fernando González del Boston Globe en 1998.

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