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Dime qué lees y te diré quién eres: la biblioteca, depositaria silenciosa de la condición humana

Dime qué lees y te diré quién eres: la biblioteca, depositaria silenciosa de la condición humana
10 de marzo de 2013 - 00:00

“No todas las verdades son para todos los oídos ni todas las mentiras pueden ser reconocidas” (Eco, 1980), así se justifica el ingreso al prohibido mundo del conocimiento simbolizado en un oscuro laberinto al que Umberto Eco le da figura de Biblioteca en su obra “El Nombre de la Rosa”. Aun cuando los monjes benedictinos del medievo (XIV) eran custodios de una de las más fabulosas bibliotecas del norte de los Apeninos, el engañoso apetito humano y terrenal por la sabiduría -del por qué de las cosas-, restringía con duras reglas el ingreso “al amplio vientre de la biblioteca” (Eco, 1980).  

En Quito, en la planta baja del Edificio Aranjuez del Ministerio de Cultura (Reina Victoria y G. Washington), a la puerta de entrada le siguen grandes estanterías metálicas, todas ellas arriostradas entre sí para evitar el movimiento, cada una conserva un dedicado orden de clasificación, pues solo una persona es la encargada de custodiar cientos y miles de libros históricos que forman parte de la reserva del Fondo de Ciencias Humanas (FCH). Los pasillos para la circulación están dispuestos a manera de un laberinto sin complejidad, en el que paso a paso verdades y mentiras calman el apetito de los investigadores y estudiosos que acuden para develar cuestiones del pasado. Aquí, las restricciones son mínimas, un cartel a modo de señalética instruye al investigador sobre el comportamiento que deberá tener en cuenta dentro de las áreas de consulta. Todos los libros son de libre acceso, excepto los incunables o aquellos sobre los que se asignan protocolos de seguridad especiales ya sea por su valor histórico, rareza o estado de conservación.

Laberinto de sabiduría

El afán por penetrar en el laberinto de la sabiduría se remonta al descubrimiento de la escritura y posteriormente a la circulación del libro. Lenguaje y escritura son la base fundamental para el desarrollo de muchos inventos, pero son principalmente lo que nos determina como sujetos sociales. Desde el uso de soportes como piedra, madera, hueso, pergamino y papiro, la tecnología para el intercambio de la idea escrita fue adaptándose a susnacientes necesidades de circulación, en tanto la época helenística determinó una basta producción de rollos que contenían investigaciones científicas y literarias. Con la fundación de la Biblioteca de Alejandría en Egipto (siglo V a.C.) construida bajo el mandato de Tolomeo I, la erudición se hace posible, puesto que ya en este momento se dispone de la materia prima para llevarla acabo. Junto al Museion(templo de las musas), la Biblioteca era un centro de investigaciones dedicado a albergar toda la producción de obras de la literatura griega de la mejor calidad (González Castrilló, 2004). Contaba con un sistema de catalogación y administración desarrollado por el poeta Calímaco que daba cuenta de su trabajo como bibliotecario. El término erudición fue conceptualizado por  Rudolf Pfieffer (1889-1979) como “el arte de entender, explicar y restaurar la tradición literaria” y parte de aquellos depositarios de la información escrita que custodiaban el conocimiento y la sabiduría pero que además poseían el dominio de sus contenidos.

El mundo occidental traslada a Roma la difusión y circulación de información escrita a través del negocio editorial. A partir de los códices de soporte en pergamino, se elaboran cuadernillos o dípticos cosidos entre sí, dando lugar al libro que conocemos en la actualidad. Esta innovación permitió reducir el tamaño y facilitar la transportación de contenidos, permitiendo de alguna forma el desarrollo de una incipiente costumbre de poseer colecciones de libros como signo de distinción. (González Castrilló, 2004). Estas primeras colecciones configuraron lo que hoy entendemos por biblioteca, sin embargo estos espacios no estaban dispuestos para el común de la población sino para una selecta comunidad lectora cuya apropiación del conocimiento le otorgaba un estado de superioridad frente a otros grupos sociales.

Las colecciones permitieron la preservación y archivo de grandes legados de información escrita en bibliotecas de carácter privado o exclusivo, desde donde se determinó la organización para su uso. Entendiendo que la biblioteca alberga la memoria de la humanidad, el libro representa el ejercicio compilador de esa memoria y la posibilidad plena de reproducirla, mantenerla, interpretarla y modificarla. De ahí proviene el poder del acceso al conocimiento y su potencial político frente a procesos de dominación, manipulación, exclusión, construcción y transformación ideológica. El pensamiento se limita o se regula a través la selección específica de una colección y de lo que se puede o se debe mostrar.

Como menciona Clifford, el individuo “aprende a seleccionar, ordenar y clasificar por jerarquías, a hacer “buenas” colecciones”, (Clifford, 1995). Este universo –el de la colección- está gobernado por reglas implícitas, según Sekula: “el archivo también  ‘subordina’ y ‘territorializa’” (Sekula, 1986). Otorga una identidad y una pertenencia desde la construcción de un pasado común generando diferencias entorno a una determinada línea ideológica.

10-03-13-cp-biblioteca-2El cristianismo se identificó con esta dinámica e inició un proceso de transformación del pensamiento a través del uso de textos científicos, filosóficos y literarios griegos y latinos que ocultaban, reinterpretaban y validaban causas y efectos “divinos” del mensaje de Dios. “En el nombre de la rosa”, Eco ejemplifica esta práctica con la simbología del laberinto “por eso entre las paredes de piedra del laberinto, el gran enemigo es Aristóteles, quien busca a través de la ciencia universal “el conocimiento de todas las cosas”, de sus causas y primeros principios” (Girald, 1988). El ocultamiento del conocimiento, determina -para ellos- la existencia de “libros engañosos” “por las mentiras que custodian”; y, por tanto, quien se aventurase en el laberinto de la biblioteca, recibirá el peor de los castigos (Girald, 1988). Durante la edad media, la biblioteca se transforma en un espacio monástico en el que se resguarda y reproduce la información escrita para evitar y regular su circulación promoviendo nuevas formas de pensamiento.

Aparecen los copistas monacales encargados de caracterizar y estilizar la imagen librera. Muchos estudiosos aseguran que la pervivencia de la información escrita, asumida por la Iglesia –especialmente bizantina-, garantizó el posterior estudio de la Literatura Clásica griega y latina y la formación de una nueva Filosofía basada en la fe y la razón. Una gran cantidad de obras reproducidas por copistas monacales –muchos de ellos benedictinos como lo describe Umberto Eco– se encuentran actualmente atesoradas en grandes bibliotecas del mundo.

Con la fundación de la universidad, se seculariza el oficio del copista e inicia una nueva etapa para la biblioteca. La reproducción de libros se convierte en un negocio lucrativo, pero es especialmente con el surgimiento de la burguesía y su creciente poder adquisitivo, que la compra de libros para alimentar colecciones privadas se materializa. El comercio del libro y su acelerada demanda experimenta un giro total con la invención de la imprenta atribuida a Gutenberg el s. XV (aunque fueron los chinos quienes la inventaron), lo que da lugar a la producción de libros a gran escala y por tanto su distribución y consumo. Es importante comprender la importancia del libro, no solo como un contenedor de información, sino como su principal transmisor. Por ello, la configuración del pensamiento político sobre la base de conceptos como “pueblo” o “nación” que circulaban en los libros, dio paso a la conformación de ideales sobre el territorio, el poder y la búsqueda de lo desconocido. Entonces, imaginar una comunidad fue posible gracias al libro y a la imprenta que propagó saberes y lenguas durante varios siglos.
 
La biblioteca como una radiografía social

Posterior al establecimiento de la Ilustración y a partir delsiglo XIX, se desarrolla otro tipo de coleccionismo bibliófilo que popularizó una expresión denominada Ex Libris “de entre los libros de”. Esta dinámica determinó tendencias específicas en imaginarios, ideologías y prácticas sociales, puesto que a partir de este momento se puede identificar la pertenencia de una selección bibliográfica particular y su injerencia dentro del pensamiento político de una sociedad. El coleccionista como sujeto histórico responde a su presente: prácticas sociales, políticas y culturales y a necesidades que le imponen sus ideologías e imaginarios (Bedoya, 2008).

La forma de ordenar de un coleccionista no es inocente, sino que obedece a una época y a un tipo de pensamiento particular, que responde a cómo haya estado configurada la mentalidad de la época. (Bedoya:  2008). Las formas de catalogar o más bien ordenar el archivo también responderán a cómo se quiere ser recordado, es decir, acorde a los intereses propios y a una política y agenda de memoria clara. El acercamiento a una biblioteca formada en este sentido, puede entenderse y luego estudiarse para “la reconstrucción social de las distintas prácticas e interpretaciones dentro de las cuáles fueron adquiridas, colectadas, atesoradas y archivadas” (Bedoya, 2008). Los libros por tanto, pueden servir para entender una dinámica particular vinculada a una práctica de lectura y un contexto histórico específico.

Tres colecciones conforman el Fondo de Ciencias Humanas del Ministerio de Cultura: Jijón, Barrera y Larrea. La primera y más importante perteneció a Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950), fundador de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Católicos, la Academia Nacional de Historia, el Partido Conservador Ecuatoriano, el Centro Católico de Obreros y además nombrado Primer Burgomaestre de la capital. Posiblemente esta es una de las colecciones bibliográficas más interesantes que actualmente forman parte del patrimonio del Estado, debido a la clara tendencia ideológica con la que fue creada y que se puede determinar, a partir de cómo estaban clasificados los bienes de esta colección.

María Elena Bedoya, una de las principales conocedoras de esta colección, sugiere una amplia reflexión sobre la práctica lectora en el Ecuador a través de su investigación “Exlibris Jijón y Caamaño: Universos del lector y prácticas del coleccionismo”, que vale la pena revisar. Este estudio, relaciona la actividad política e intelectual de Jijón y Caamaño con las características de su colección, en tanto analiza la temporalidad histórica en la que se desarrolla su práctica lectora. Como bien afirma Bedoya, “su acervo ha sido catalogado generalmente como una ‘biblioteca americanista’ con publicaciones de todo tipo, sean históricas, arqueológicas, etnográficas, religiosas, económicas, arquitectónicas, etc”, cuyas características particulares nos permiten comprender el período  histórico en el que el coleccionista se desenvolvió, tanto en sus intereses privados como arqueólogo e historiador, como en su participación dentro de la esfera pública como actor político. Su influencia dentro de la construcción de una tendencia ideológica de carácter nacional, puede entenderse a través del estudio de esta colección.

El laberinto de libros que posee el FCH y que en su momento fue articulado por el Banco Central del Ecuador (1978) para beneficio de la ciudadanía y que hoy es administrado por el Ministerio de Cultura, provee un abanico de posibilidades de estudio, por un lado la gestión bibliotecaria y los esfuerzos por garantizar el libre acceso al conocimiento, los procesos de conservación y almacenamiento de bienes bibliográficos de alto valor histórico, las formas de catalogación y archivo que permiten una adecuada localización de información y por otro lado, la diversidad de contenidos que esta biblioteca pone a disposición de la ciudadanía interesada en la investigación de las ciencias humanas.

En la actualidad, los nuevos sistemas de almacenamiento de información y las cada vez más cambiantes tecnologías informáticas limitan los procesos de construcción de colecciones y archivos particulares que permitan a futuro tener nuevas luces acerca de otras pertenencias ideológicas o configuraciones del pensamiento en un presente que se convierte en pasado más aceleradamente. Es cierto que la tecnología ha permitido democratizar enormemente el acceso a la información, pero también ha restringido en gran medida la asistencia de públicos a nuestras bibliotecas debido a la cantidad de información que se obtiene día a día a través del Internet y las redes de información. No obstante, es preciso tener en cuenta que el libro sigue siendo la herramienta de difusión de la cultura escrita que más ha pervivido en el tiempo y, por tanto, la que nos permite enriquecer nuestras formas de identificación colectiva. Por ello, nuestras bibliotecas y archivos siguen siendo el motor principal para la reconstrucción de contextos históricos, la deconstrucción de discursos de represión o exclusión y el afianzamiento de un modelo de pensamiento libre y soberano a través del fortalecimiento de una sociedad crítica y reflexiva.

No mucha gente atiende el FCH, pero se puede afirmar que quienes lo hacen son verdaderos eruditos de sus contenidos, además de ser custodios de un acervo de incalculable valor. Yesenia Villacrés lleva nueve años al servicio de este espacio de investigación científica que, entre otras cosas, alberga cuatro obras incunables (en la cuna o a las puertas de la invención de la imprenta de caracteres móviles entre 1450 - 1500) de origen europeo, una de ellas única en el Ecuador. Se trata una reimpresión de la obra de Santo Tomás “De Veritate” del siglo XIII realizada en 1480. Villacrés presume de su existencia y afirma que muchas personas acuden al FCH para ver directamente esta obra. Imaginar que, de no haber existido el interés de preservar la información escrita a través del tiempo, seguramente Santo Tomás no habría podido lograr la “justificación” del pensamiento teológico “verdadero” contrastado con una “absurda verdad” clásica del pensamiento racional, expresado en esta obra, base fundamental para la comprensión de los preceptos de Dios. Pero la ausencia del coleccionismo seguramente habría impedido que Jijón y Caamaño adquiriera para sí un bien de esa naturaleza. En ello, Villacrés, al mostrar esta obra a todos aquellos interesados en verla, cumple con un fin de mediación vital para la transmisión del conocimiento, tal y como lo hacían los eruditos de la antigua Alejandría, cerrando un circuito de información. Es así que el papel del bibliotecario –históricamente olvidado- pasa a ser un ejercitador protagónico en la continuidad de la vida de los acervos bibliográficos.

El libro no desaparecerá porque las sociedades nunca callarán, por ello dejo a los lectores cotidianos, fanáticos, abstractos, sabios y curiosos el pensamiento de Borges al referirse a la biblioteca: “Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.” (Borges, “La biblioteca de Babel”).

Ivette Celi Piedra es Subsecretaria de Memoria Social del Ministerio de Cultura, Magíster en Historia Hispánica por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid.

LAS BIBLIOTECAS EN EL ECUADOR

La historia de las bibliotecas en nuestro país inicia en 1792 con el nombramiento de Eugenio Espejo como Primer Bibliotecario Público, quien asumió la custodia de los fondos bibliográficos de la comunidad jesuita luego de su expulsión en 1767.

El acervo inicial ascendía a unos 40.000 volúmenes que contenían temas variados: Ciencias, Filosofía, Teología, Literatura, etc. Sin embargo,  cuando Espejo acogió este fondo bibliográfico, el número de ejemplares fue menor. Actualmente esta colección se encuentra desmembrada en varias instituciones: Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, Colegio Nacional Mejía, Biblioteca de la Universidad Central, Archivo Nacional de Historia y Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit.

A partir del siglo XIX se fueron creando otras bibliotecas importantes como la Municipal de Quito (1886) Guayaquil (1884) Cuenca (1891). El sistema de clasificación de la Biblioteca Pública (hoy Nacional Eugenio Espejo) fue agrupar las obras en grandes temáticas: Filosofía, Teología, Literatura, Historia, etc., y otorgarles una identificación cromática en el lomo, eso permitía ubicarlas fácilmente. Adicionalmente, se contaba con un registro manual que reseñaba los datos principales de cada libro.

A inicios del siglo XX entró en vigencia en el Ecuador el Sistema de Clasificación Decimal Dewey (Melvil Dewey 1876), la Biblioteca Municipal de Quito fue la primera en utilizarlo a través de una reglamentación que determinaba un registro exhaustivo del manejo de las obras, información e ingreso, préstamo, ubicación y estado de conservación. En Guayaquil la Biblioteca Municipal empezó a utilizar este sistema de clasificación a partir de 1920, con Juan Alminate y Carlos A. Rolando, quienes publicaron los respectivos catálogos.

De las colecciones bibliográficas que tiene nuestro país, se destacan además de la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, la Biblioteca y Archivo Municipal Carlos Rolando, la Biblioteca de la Universidad Central (creada a través de Decreto Ejecutivo por Simón Bolívar en 1826), la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (administrada por la Compañía de Jesús) una de las más completas en lo que respecta a autores ecuatorianos.

En el año 2008, el Decreto de Emergencia del Patrimonio Cultural, desarrollado por el Ministerio Coordinador de Patrimonio, hizo una evaluación del estado de los archivos históricos y los fondos bibliográficos antiguos, con el fin de inventariar y diagnosticar los problemas emergentes. De este resultado se conoció que en lo que se refiere a fondos bibliográficos públicos existió un abandono histórico por parte de autoridades gubernamentales, y tampoco se asignaron recursos suficientes para ejecutar proyectos de salvaguarda, inventario y catalogación. En el caso de las bibliotecas municipales, podemos afirmar que las principales ciudades del país tienen un sistema de inventario y funcionarios que trabajan en la adecuación de salas y atención a los usuarios, sin embargo, no se tomaron en cuenta procesos de deterioro que sufren los libros y los riesgos que representan los archivos de prensa y revistas.

Los fondos bibliográficos antiguos que estuvieron a cargo del área cultural del Banco Central del Ecuador han sido los únicos sobre los que el Estado puso mucho énfasis en su cuidado, conservación y restauración. Luego del traspaso de estos bienes al Ministerio de Cultura (2010), se desarrolló un modelo de gestión que creó la Dirección Técnica de Bibliotecas (2012), para la ejecución de programas y proyectos para la actualización y sostenimiento de los fondos bibliográficos estatales contemplados en el Sistema Nacional de Bibliotecas del Ecuador, que determina a la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, como nodo central del Sistema para la articulación de las redes de bibliotecas del país. Para ello, se realizó un estudio arquitectónico integral para la rehabilitación física de la BNEE, la conservación de los fondos antiguos, un proceso de catalogación general de fondos y la actualización del sistema de gestión bibliotecaria con un software especializado que se ajusta a la normativa internacional y que será implementado en la Red de Bibliotecas del Ministerio de Cultura, en nueve provincias del país, a partir de este año.

BIBLIOGRAFÍA

1. Anderson, Bennedict, “Comunidades imaginadas”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993.
2. Bedoya, María Elena, “Exlibris Jijón y Caamaño. Universos del lector y prácticas del coleccionista 1890 – 1950”,  Banco Central del Ecuador, Quito, 2008.
3. Borges, Jorge Luís, “La biblioteca de Babel”, en “El jardín de los senderos que se bifurcan”, Sur, Buenos Aires, 1942.
4. Eco, Umberto, “El nombre de la rosa”, Ed. Bompiani, Italia, 1980.
5. Girald, María de los Ángeles, “Aristóteles en el nombre de la rosa”, en “Rev. Filosofía, Univ. Costa Rica XXVI”, 1988.
6. González Castrillo, Ricardo, “Oposiciones a Bibliotecas y Archivos”, Complutense, Madrid, 2004.
7. Poole, Deborah, “An excess of description: Ethnography, race and visual technologies. Annual review of Anthropology”, No.34; 2005.
8. Sekula, Allan, “The body and the archive”, October 39, Winter, 1986.

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