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Ensayo

Diez libros pornoeróticos para vibrar

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Esta lista es arbitraria, pero el término que utilizo para definirla no lo es: una lista de literatura no erótica, no pornográfica, sino pornoerótica. Esto es más que un juego con el lenguaje. La literatura pornoerótica es aquella que baila entre lo erótico y lo pornográfico, es un híbrido que saca —según le convenga— características de ambas categorías para construir un texto literario rebelde, irreverente, que difícilmente se ajusta a las dudosas delimitaciones del erotismo y la pornografía, que juega con los límites de ambos géneros y con los límites de su propia representación; es iconoclasta, pero poética; cómica, pero grave; privada, pero pública. Es una literatura que incomoda, que inquieta; una a la que no se la puede llamar “erótica” sin amputarle su carácter político, obsceno y abyecto, pero tampoco se la puede tildar de “pornográfica” sin despojarla de su condición reflexiva y autorreflexiva, ni de su uso filosófico, en algunos casos, del lenguaje —ni de su indiscutible condición de obra artística—. La literatura pornoerótica no es un género: es el quiebre de las condiciones que adopta el género literario del erotismo para distanciarse del no-género literario de la pornografía. Una no-categoría.

Es un replanteamiento de etiquetas.

Hablar de literatura pornoerótica es referirnos a un corpus que demuestra que la distinción entre erotismo y pornografía es confusa, mutante e inestable. Por eso, los diez libros que propongo a continuación responden a los siguientes criterios de selección: a) son literatura, es decir, son arte; b) son periféricos, son canónicos, son del norte, son del sur, son de todas partes y de ninguna; c) como pertenecen a un no-género, además de novelas también son ensayos, cuentos y poemarios; d) son contemporáneos, aunque hayan sido escritos en el siglo XVI —contemporáneamente indiscretos y subversivos—; y e) excitan y perturban el cuerpo-mente para abrir paso a una escritura de las sensaciones.

1. Lo impenetrable, de Griselda Gambaro

Griselda Gambaro escribió en el exilio Lo impenetrable, novela pornoerótica que publicó en 1984 en Argentina. Gambaro llama a su obra remake del género erótico porque toma los escenarios, los personajes y los actos sexuales recurrentes en estas narraciones y los exagera llevándolos al colmo de la hiperbolización con el fin de parodiar su propio lugar de enunciación; todo esto sin dejar a un lado una de las intenciones básicas de esta literatura: la de excitar al lector.

Escena memorable: cuando en pleno juicio con acusado, abogados, testigos, asistentes, juez y jurado, se testifica en contra de un onanista describiendo meticulosamente el acto de la masturbación y desatando, a través de la narración, una orgía en la corte.

Una dama, elegantemente vestida, estimulada por la veracidad de la descripción y por los nombres soeces, se había sentado sobre su compañero y estaba copulando calladamente, pero el hecho había sido advertido y se había propagado por todas las últimas filas de bancos, cuyos ocupantes solo habían alterado a capricho la posición.

2. El erotismo, de George Bataille

En este ensayo, Bataille reflexiona sobre lo profano, lo prohibido, lo sagrado que hay en lo erótico desde una perspectiva mucho más amplia que incluye también el sentido que hoy le damos a lo pornográfico (el de lo obsceno y lo abyecto). El erotismo es transgresión —solo a través de esta se puede acceder al placer—, violación, quiebre del ser discontinuo, enfrentamiento al horror y a la muerte; por eso considera que Sade es un erótico por excelencia y, al hacerlo, vacía el término ‘erotismo’ de las características morales positivas y clasistas que se le suelen atribuir.

Reflexión memorable: Bataille no concibe el erotismo como la sublimación del placer ni de la sexualidad, sino como el espacio en que lo prohibido nos lleva a indagar en lo sagrado, que es el objeto de prohibición, para lanzarnos al mundo del misterio de la muerte.

El hecho de que, en sus novelas, el marqués de Sade defina en el acto de matar una cumbre de la excitación erótica, solo tiene un sentido: que si llevamos a su consecuencia extrema el esbozo de movimiento que he descrito, no necesariamente nos alejamos del erotismo. Hay, en el paso de la actitud normal al deseo, una fascinación fundamental por la muerte. Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas.

3. El fiord, de Osvaldo Lamborghini

Esta nouvelle, o cuento largo, circuló casi a escondidas del público y fue censurada (igual que su libro de relatos Sebregondi retrocede). La novela-cuento narra una orgía en la que reina el placer y la muerte (en dudosa dicotomía) y que funciona como una alegoría de la situación de las ideas revolucionarias en la Argentina de la época. El deseo y la violencia, a lo Bataille, se convierten en una sola e indivisible pulsión, así como el sexo y la política, pues, ¿cuándo el sexo ha sido, realmente, algo privado?

Escena memorable: cuando el desenfreno sexual se convierte en un acto performativo que devela discursos sociales violentos sobre el cuerpo.

La habilidad de Arafó nos marginaba. Ella se movía como un pez en el agua. Con impecable y despersonalizada técnica organizó el descuartizamiento del hombre que acababa de morir; luego, hizo un rápido movimiento, imperceptible casi, para agarrar el látigo, pero, astuta se contuvo. Primero seccionó el pito, que fue a parar, dando vueltas por el aire, a las manos de Cali Griselda Tirembón; de ellas, a una sartén con aceite hirviendo.

4. Historia de O, de Anne Desclos

Bajo el seudónimo de Pauline Reage, la escritora francesa Anne Desclos publicó Historia de O, una novela que gira en torno a un personaje que se entrega por completo —hasta vaciarse de sí— con el fin de convertirse en puro objeto de placer (en esta decisión, paradójicamente, yace su condición de sujeto deseante). Es una historia masoquista (con látigos, piercings genitales y sodomía incluida) que borra los límites entre el placer y el dolor, y que ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Andrea Dworkin, famosa feminista antipornográfica, defendió durante algún tiempo que la novela había sido escrita por un hombre —debido a la precaria y controvertida posición de O, la protagonista vaciada de sí misma por voluntad propia, en la novela— y que era perversa porque realizaba una apología del patriarcado.

Reflexiones memorables: cuando O describe las transformaciones psicológicas, ideológicas y físicas que sufre a partir de convertirse, voluntariamente, en una esclava sexual.

Le gustaba la idea del suplicio, mientras lo sufría, hubiera traicionado al mundo entero para sustraerse a él, pero cuando se terminaba estaba contenta de haberlo sufrido y tanto más contenta cuanto más largo y cruel hubiera sido.

5. Sonetos lujuriosos, de Pietro Aretino

Estos sonetos fueron escritos como un acompañamiento a los grabados del pintor Marco Antonio Raimondi, titulados ‘Posturas sexuales’, que muestran distintas posiciones para tener sexo, casi a manera pedagógica. Los poemas de Aretino exaltan el deseo y se convierten en pequeñas odas al sexo que, a través de un lenguaje directo y sin subterfugios, nombra el cuerpo sin miedo a las palabras prohibidas.

Versos memorables: aquellos que fueron escritos en forma de diálogos y que dan la ilusión al lector de estar entrometiéndose en una conversación privada, a lo peep show.

Separa bien los muslos, alma mía/ que quiero bien de cerca ver tu rosa/ ¡Oh, suavísimo vello! ¡Oh, rica cosa!/ ¡puerta de mi ilusión! ¡Miel! ¡Ambrosía!/ Un capricho me llena de alegría;/ voy a comerme fruta tan golosa;/ me volveré y seré treta graciosa/ pues a tu boca irá mi mercancía./ —¡Que me aplasta! ¡Aguarda! ¡Ay, mi pecho!/ Jamás tan cerca vi verga tan tiesa/ Mas juro que he de dejarte satisfecho”.

6. Luna caliente, de Mempo Giardinelli

Esta nouvelle es una pesadilla pornoerótica en donde una especie de lolita seductora y perversa regresa para someter a un hombre de mediana edad y destruirlo. Es una historia llena de violencia y de lujuria que tiene algo de novela negra, desde ese sentido transgresor del género policial, donde el misterio no depende de la resolución del crimen, sino de otros aspectos de la historia y (¿por qué no?) de la misma narración.

Escena memorable: cuando el protagonista tiene sexo en un velorio (una vez más Bataille se hace presente: sexo y muerte).

Vení, dijo ella, alzándose la pollera. Al leve brillo de la luna, sus piernas aparecieron perfectas, torneadas, de un bronceado mate, y Ramiro sintió que se iba a correr cuando vio que ella no tenía nada bajo el vestido. Su pubis estaba mojado. Flexionó las piernas, y Ramiro penetró en ella, con un ronquido animal, diciendo su nombre, Araceli, Araceli, por Dios, me vas a volver loco, Araceli.

7. La venus de las pieles, de Leopold von Sacher Masoch

Si el término “sadismo” proviene de Sade, “masoquismo” proviene de la escritura de Sacher Masoch. La venus de las pieles perfila, por primera vez, la estética y el modus operandi de las prácticas sexuales masoquistas. La importancia de la vestimenta (las pieles de la novela han sido reemplazadas por el látex de las dominatrix), el látigo, la condición de sumisión total frente a una ‘ama’ (esa subversión de roles en donde el hombre se convierte en esclavo) y hasta el contrato tienen origen en la novela de Masoch.

Escena memorable: cuando el protagonista se da cuenta, a partir de sus propias reflexiones sobre su experiencia masoquista, de que para que exista el amor entre una pareja debe haber, antes que nada, una igualdad entre los sexos. De lo contrario, lo único que habrá será eso: amos y esclavos.

Tal como la naturaleza la ha creado y como el hombre en la actualidad la trata, la mujer es enemiga del hombre, pudiendo ser su esclava o su déspota, pero jamás compañera. Solo cuando el nacimiento haya igualado a la mujer con el hombre, mediante la educación y el trabajo; cuando, como él, pueda mantener sus derechos, podrá ser su compañera. En la actualidad, o somos el yunque o el martillo.

8. Amatista, de Alicia Steimberg

En Amatista, Alicia Steimberg dota de poder a la voz narradora de una mujer que le cuenta a su cliente, un doctor, las aventuras de dos a veces preadolescentes, a veces mayores de edad, que experimentan la una con la otra tocándose y manteniendo relaciones sexuales con sus primos y amigos. En la novela —que es en realidad, a lo Scheherezade, una historia contada por la “señora” que enseña al doctor a dilatar el momento de su eyaculación— el tiempo es simultáneamente presente y pasado: Amatista niña y Amatista grande coinciden en los mismos espacios y copulan con la misma persona.

Escena memorable: cuando el humor se trasluce en las discusiones que los personajes tienen sobre el lenguaje, sobre la manera correcta y apropiada de expresar el deseo. El humor, la ridiculización de las instituciones, la de la justicia y la de la lengua, y de los personajes que las representan, opera como desafío a la autoridad, pero también como consecuencia de la presencia excesiva del cuerpo, con sus funciones más vergonzosas expuestas.

Se colocó a horcajadas sobre Pierre, usando su mano enguantada para guiar el pene erecto hacia la entrada de la vagina. Disculpe el lenguaje técnico, doctor.

9. Oso, de Marian Engel

Esta novela pornoerótica está atravesada por uno de los más grandes tabús de todos los tiempos: la zoofilia. La protagonista desarrolla una relación íntima con un oso y su deseo por el animal la despierta corporalmente. Se trata de una relación salvaje, pasional, abrumadora, que desde la transgresión dota de sentido a la existencia de esta mujer. Las escenas sexuales zoofílicas hacen que, aún ahora, siga siendo una novela de difícil digestión para ciertos lectores.

Escena memorable: el primer encuentro sexual entre la protagonista y el oso.

El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guió con suaves jadeos hacia abajo. Movió las caderas: se lo puso fácil.

10. El necrófilo, de Gabrielle Wittkop

Otro gran tabú sexual: la necrofilia. Esta novela, narrada desde la mirada del sujeto deseante, es decir, del necrófilo, tiene la gran ambición de intentar hacer que el lector comprenda el deseo de un hombre que solo puede satisfacerse sexualmente con cadáveres. Las descripciones de los procedimientos, ordenados y metódicos, de un necrófilo para preservar con éxito durante el mayor tiempo posible los cadáveres que roba, son uno de los grandes logros de esta novela.

Escena memorable: cuando en su diario, el protagonista narra su experiencia con Suzanne, uno de los cadáveres que más placer le otorgó.

Me acerqué a ella, impaciente como un joven esposo. […] Con una mano temblorosa, le quité el sujetador y las braguitas. La espera me arrancaba gemidos y la tensión de mi deseo no me permitía seguir demorando el instante de la posesión. Me arrojé encima de aquella muerta encantadora y, sin ni siquiera quitarle el portaligas o las medias, la tomé con un fervor y una violencia que creo que jamás había sentido hasta entonces.

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