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Desencuentros con lo queer/cuir

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Los estudios queer han tenido durante los últimos 5 años un espacio notable en el ámbito académico del Ecuador. La escasa producción teórica en el campo de las sexualidades ha generado que esta corriente teórica sea aplaudida sin ningún tipo de crítica por algunos científicos sociales, literatos, artistas y activistas LGBTI. Hablar de lo queer se ha vuelto casi una moda académica. Cuando se analizan temas relacionados con las diversidades sexuales, existe una apresurada asociación de los mismos con lo queer, al igual que con las producciones artísticas y culturales.

La llegada de esta corriente teórica requiere desentrañar algunos aspectos relativos a su genealogía y postulados. Los recientes congresos queer realizados en Quito en octubre de 2012 (I Coloquio Queer Interdisciplinario) y febrero de 2014 (Narrativas Queer de la Modernidad) convocaron a académicos, activistas LGBTI y público no especializado en esta área de estudios. Ambos eventos fueron posicionados como espacios para abrir discusiones y puentes de diálogo entre el saber académico y el activismo, no obstante, muchas interrogantes básicas como el hecho de saber qué es lo queer, quedaron sin resolver para los no académicos.

Es prioritario, en primer lugar, hacer un breve recorrido sobre la historia de ese ‘laberinto’ llamado queer (López Penedo, 2008) para entender sus argumentos. Empezar por lo más elemental como el hecho de saber qué significa, sería un buen punto de partida para democratizar este conocimiento que ha encontrado su comodidad en los círculos academicistas. Queer es una palabra del idioma inglés que traducida al español significa ‘raro’ o ‘extraño’. Originalmente es un insulto utilizado en el contexto anglosajón de Estados Unidos para denigrar a los homosexuales y lesbianas, especialmente a varones afeminados y mujeres masculinas.

La traducción del término queer es uno de los primeros problemas que se presenta al momento de intentar comprender sus significados. Aunque los teóricos queers insisten en que hacer una traducción cultural de la palabra no es el fin que debe perseguirse, es relevante considerar que al mantener la palabra en el idioma original y utilizarla en contextos hispanos, hace que se pierda la potencia de este insulto que fue resignificado por algunos grupos minoritarios. En este sentido, utilizar la palabra queer en nuestro medio la convierte en un “término sofisticado y elitista en la medida en que solo personas de un determinado sector entienden a qué se refiere (Coll-Planas, 2012: 50). 

Entonces, ¿qué es lo queer?, ¿cómo surge?, ¿de qué forma se inserta en el ámbito académico? Para responder a estas interrogantes es primordial conocer el contexto sociopolítico en el que se desarrolla esta perspectiva teórica. La irrupción del sida a partir del año 1981 marca un punto importante en el nacimiento de lo queer. Durante la década de los ochenta, el gobierno republicano de Ronald Reagan había desatendido a las víctimas de esta enfermedad debido a su postura conservadora. Su Gobierno emprendió una de las peores campañas de la historia en contra de los homosexuales, de tal manera que la ecuación homosexual igual a ‘sidoso’ se extendió por todo el mundo. En medio de esta crisis, surgieron a finales de la década de 1980 en Estados Unidos, pequeños grupos como la ACT UP (Aids Coalition to Unleash Power) conformado por diversas personas seropositivas, lesbianas, gays, transexuales, feministas afroamericanas y migrantes chicanas que emprendieron demandas al Estado para que atendiera mediante políticas sanitarias a las víctimas del VIH que no tenían cómo costear su tratamiento. Estos activistas pusieron en evidencia “que muchos de los problemas de mala gestión del gobierno afectaban transversalmente a numerosos grupos en riesgo de exclusión, y que luchar en coalición podía ser más útil que hacerlo desde colectivos separadamente” (Sáez, 2005: 68).

Otro de los colectivos que surgió a inicios de 1990 fue el grupo Queer Nation. Su acción más destacada fue una manifestación en la marcha del Orgullo Gay de Nueva York, en la que repartieron panfletos con el mensaje “¡Odio a los heteros!” y “¡Maricas, bollos, trans, leed esto!”. Su activismo fue destacable en tanto el modelo de hombre gay blanco, de clase media o alta fue cuestionado mediante la irrupción de este grupo que se reapropió del insulto queer para darle un sentido reivindicativo, su lema principal fue: “Somos queer, acostúmbrense”.

La crisis del movimiento gay fue otro evento que contribuyó a la conformación de los grupos queers. Los colectivos gais agrupados luego de la revuelta de Stonewall el 28 de junio de 1969 se habían concentrado en luchar para conseguir determinados derechos civiles y enfrentar la discriminación. A pesar de estas acciones reivindicativas, el movimiento gay anglosajón había dejado de lado la clase, la etnia y la condición migratoria como categorías que se intersectan y producen mayores discriminaciones.

Durante este mismo tiempo, ocurría otra crisis en el movimiento feminista. El feminismo negro y lésbico desarrolló un fuerte cuestionamiento a las posiciones excluyentes del feminismo blanco heterosexual. Mujeres como Audre Lorde, Barbara Smith, Adrienne Rich, Monique Wittig, Gloria Anzaldúa y Cherrie Moraga destacan en la crítica contra el racismo, el clasismo y la heterosexualidad como régimen político de opresión.

A través de este breve recorrido, se puede entender cómo el surgimiento de lo queer se produce a partir de la confluencia de varias crisis: la crisis del sida, la crisis del feminismo heterocentrado, blanco y colonial; y la crisis cultural de la incipiente cultura gay. El activismo queer constituye una reacción a la institucionalización, el etnocentrismo y el androcentrismo del activismo gay del momento. El discurso queer se caracteriza por una voluntad de subversión de las identidades, por una defensa de las formas de placer y afecto minoritarias y por un rechazo a la demanda de igualdad, ya que se considera que refuerza los valores sociales que precisamente se quiere combatir (Llamas, en Coll-Planas, 2012).

 

Las propuestas de la teoría queer

En 1991,  la feminista Teresa de Lauretis acuña el término teoría queer en una publicación titulada “Queer theory: Lesbian and Gay Sexualities”. Años más tarde, en 1994, De Lauretis se desmarcó de su uso porque consideró que se había desvirtuado y vaciado de su contenido político (De Lauretis, 1994). La rápida apropiación del término teoría queer por parte del saber universitario estadounidense, provocó la pérdida de su potencial subversivo, para transformarse en un conocimiento cada vez más intelectualizado y separado de las culturas populares en las que tuvo su origen (Sáez, 2004: 127).

Antes de presentar los principales postulados de la teoría queer, es necesario señalar la complejidad que reviste la misma palabra. Si se acude a la epistemología y la filosofía de la ciencia el término teoría alude a “un corpus de conocimientos articulados de forma sistemática para explicar un determinado objeto de estudio”. (Sáez, 2004: 126) Una teoría requiere de un método y unos enunciados para explicar un problema y verificar lo propuesto. Así, el hecho de llamar teoría a lo queer resultaría erróneo en tanto los estudios queer no pretenden revelar verdades comprobatorias respecto a las sexualidades, ni tienen como fin presentar hechos acabados.

Expuesta esta limitación, es necesario revisar los principales postulados de los estudios queer, los mismos que se concentran en la crítica al binarismo sexual homo/hetero, la crítica al esencialismo de las identidades sexuales, la fluidez de todas las prácticas sexuales no normativas y la resistencia al asimilacionismo gay.

El cuestionamiento a la dicotomía homosexual/heterosexual propuesto por lo queer tiene mucho sentido, en tanto se sabe desde los estudios de la historia de la sexualidad, que estas categorías de identificación fueron construidas a finales del siglo XIX por la medicina y la psiquiatría para imprimir un carácter naturalizado a la heterosexualidad y rechazar la homosexualidad. La crítica queer se dirige puntualmente al discurso desfasado de la sexología que atribuye la atracción sexual de un individuo a un deseo innato y natural. Desde la sociología, la antropología y el construccionismo social la sexualidad es entendida como producto de una construcción social en las diferentes culturas.

Ante el planteamiento de acabar con los esencialismos y las identidades sexuales fijas, lo queer “se presenta como una etiqueta abierta, inclusiva y antiesencialista, que agrupa a personas con un sexo, género o sexualidad no normativos (trans, intersex, trabajadoras sexuales, pedófilos, personas que practican el sadomasoquismo SM, etc.). De esta forma se quiere combatir el carácter identitario de gran parte del activismo y la cultura gay/lésbica y feminista, en los que etiquetas como gay, mujer o lesbiana se dan por descontadas y se viven como realidades esenciales e inmodificables (Coll-Planas, 2012: 53).

Esta propuesta cuyo planteamiento parte del posmodernismo, implica algunos riesgos al intentar aglutinar distintas luchas bajo el paraguas de lo queer, ya que se puede acabar “invisibilizando los grupos minoritarios o con menos poder” (Coll-Planas, 2012: 54). La amplitud de la propuesta queer, podría terminar invisibilizando las luchas de las mujeres y las personas trans, cuyas demandas específicas han partido de opresiones materiales puntuales, como por ejemplo la violencia, el femicidio y los crímenes de odio por transfobia. Otro riesgo del discurso antiidentitario es que personas que no pertenecen a grupos trans o lésbicos se apropien de sus luchas (Coll-Planas, 2012).

Por otra parte, el postulado de lo queer referente a la fluidez del deseo de las sexualidades no normativas, implica ciertos riesgos contraproducentes. Por ejemplo, muchas feministas y activistas LGBTI rechazan prácticas como la pederastia o el sadomasoquismo, por considerarlas ratificadoras del dominio patriarcal y la opresión sexual hacia las mujeres y niñas. Los teóricos queers tachan estas posturas de “normalizadoras” y asimilacionistas, en tanto utilizan los mismos argumentos de grupos conservadores que no aceptan estas prácticas. El cuestionamiento entonces sería, ¿es ser normalizado y esencialista el oponerse a prácticas que en vez de combatir formas de opresión sexual como la violación o la pederastia, las justifican bajo un postulado posmoderno que resta valor material a los cuerpos sufrientes? Como lo sostiene Gerald Coll-Planas, “cuando lo queer se define en oposición a lo establecido, sin establecer matices ni límites, nos encontramos que planteamientos supuestamente subversivos que nos dejan sin herramientas para combatir determinadas formas de opresión sexual” (2012: 55).

En relación al planteamiento queer de rechazo al asimilacionismo gay, hay que mirar con agudeza el aporte del mismo. La crítica a las políticas asimilacionistas de los movimientos LGBTI no solo proviene de los teóricos queers, sino de vertientes feministas decoloniales que cuestionan los discursos y prácticas clasistas, racistas, misóginas y homofóbicas reproducidas por muchos gays. Temas como el matrimonio, la conformación de familias diversas y la adopción de hijos también están en el centro de la crítica queer por considerarlos normalizadores. Sobre este cuestionamiento, caben algunas reflexiones puntuales. Si el matrimonio igualitario es calificado por los teóricos queers como una demanda asimilacionista del movimiento lésbico-gay que se adscribe al sistema heterocentrado por cuanto no cuestiona las bases de esta institución patriarcal opresora, ¿Cuál es la propuesta concreta de los teóricos queers para las personas que desean legalizar sus uniones y constituir una forma alternativa de familia? Al parecer, la crítica queer no tiene mucho que ofrecer al respecto, en tanto sus planteamientos no resuelven temas que tocan la vida de quienes desean acceder a este derecho.

 

¿Praxis política o moda académica?

Al revisar la historia de lo queer se puede notar que estuvo ligada a una propuesta política de reapropiación de un insulto denigrante, a fin de resignificarlo y darle un uso concreto para las luchas reivindicativas. La propuesta queer surgió de pequeños grupos de activistas que comprendieron la necesidad de protestar contra distintos regímenes de opresión racial, social y sexual. Lo queer no se originó en las aulas universitarias sino en la calle, en el discurso activista de personas excluidas y oprimidas, por tal razón, es importante preguntarse si esta parte de lo queer ha sido destacada en los actuales círculos académicos.

Las figuras académicas que se consideran fundadoras de los estudios queer han generado autocrítica a sus planteamientos. Teresa de Lauretis no concibe lo queer de la forma como es planteado actualmente, “afirma que en la medida en que es teoría, es decir una visión conceptual, una visión crítica o especulativa del lugar de la sexualidad en lo social, la Teoría Queer no es un mapa o una programa de acción política, lo cual no quiere decir que una política queer no teleológica no pueda existir, sino que se necesita un tipo de traducción de una a otra desde la acepción de la teoría o la filosofía a la acción concreta de la política” (Mogrovejo, 2010).

Bajo este argumento presentado por quien originalmente planteó esta corriente de pensamiento de forma distinta, vale preguntarse: ¿tiene futuro la Teoría Queer? La respuesta no es sencilla en tanto la aplicación de esta perspectiva teórica no se lleve a cabo bajo un proyecto político capaz de generar acciones transformativas en la vida de las personas. Coincidiendo con De Lauretis, Brad Epps (2008) también cuestiona el carácter improbable de generar un movimiento mundial llamado queer. Epps plantea además las dificultades de traducir culturalmente este término al contexto latinoamericano.

Pese a que hay académicos que rechazan las críticas a lo queer, es necesario pensar que este debate no es nuevo, tampoco es inválido en la actualidad como sostienen quienes creen que esta discusión pertenece a la década de los ochenta. Los teóricos posmodernos de lo queer deberían preguntarse si las constantes metáforas que utilizan para referirse a los cuerpos, tendrán validez en tanto se mantengan las múltiples violencias hacia quienes desafían diariamente el imperio sexual y de género. Al fin y al cabo, las modas se desvanecen, los consumos cambian y los cuerpos continúan.

 

Bibliografía:

Coll-Planas, Gerald (2012). La carne y la metáfora. Una reflexión sobre el cuerpo en la teoría queer. Barcelona: Editorial EGALES.

Córdova, David (2005). Teoría queer: políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Barcelona: Editorial EGALES.

De Lauretis, Teresa (2010). ’Teoría queer: sexualidades lesbiana y gay’. En Florilegio de deseos. Nuevos enfoques, estudios y escenarios de la disidencia sexual y genérica, Mauricio List Reyes y Alberto Teutle López (Coords.): Pp. 21-46. México, D.F, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Ediciones Eón.

(1994). ‘Habit changes’. En Differences: A Journal of Feminist Cultural Studies, 2-3. Pp. 296-313.

Epps, Brad (2008). ‘Retos, riesgos, pautas y promesas de la teoría queer’. Revista Iberoamericana, Vol. LXXIV, Núm. 225. Pp. 897-920.

López Penedo, Susana (2008). El laberinto queer. La identidad en tiempos del neoliberalismo. Madrid: Editorial EGALES.

Mogrovejo, Norma (2010). ‘¿Es lo queer un concepto político?’. Disponible en: http://mulheresrebeldes.blogspot.com/2010/05/es-lo-queer-un-concepto-politico.html.

Sáez, Javier (2004). Teoría queer y psicoanálisis. Madrid: Síntesis.

 

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