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Entrevista

Del culebrón y las rancheras a los cárteles mexicanos

Detalle de la portada de El más buscado, de Alejandro Almazán, editada por Grijalbo
Detalle de la portada de El más buscado, de Alejandro Almazán, editada por Grijalbo
16 de marzo de 2015 - 00:00 - Xavier Gómez Muñoz, Periodista

Alejandro Almazán creció en un barrio bravo, de esos en los que todos miran pero nadie habla. Un buen día, so pretexto de ejercer el periodismo, él decidió dejar de callar. Sus relatos encaran al lector con personajes que desafían la condición humana: un caníbal que devora a su compañero, mujeres sicarias, niños prostituidos en el puerto de Acapulco. Lo introducen en un viaje en primera clase por ese México sangrante que se muestra en los noticieros. 

Almazán es autor de las novelas Entre perros y El más buscado. Ha ganado tres veces el Premio Nacional de Periodismo en México y el premio Gabriel García Márquez, en 2013, por su crónica ‘Carta desde La Laguna’, en la que cuenta la guerra entre los cárteles del narco en su país. Después de zambullirse en la investigación de una historia, dice Alejandro, al tiempo que enciende un cigarrillo, no le quedan fuerzas más que para dormir. Una vez que la pila está recargada, es tiempo de empezar a teclear.

¿Qué te motiva a contar la violencia?

Creo que el origen siempre determina de lo que vas a ser capaz en el futuro. Bien dicen que infancia es destino. Crecí en una colonia muy peligrosa de México (del D. F.) que se llama Arenal. Mi mamá tenía una tienda de abarrotes, y desde ahí vimos muchas cosas. Incluso muertes, muchas muertes. Siempre que pasaba algo terrible bajábamos las cortinas y nos sacábamos los ojos (no veíamos) y nos cortábamos la lengua (no hablábamos). Cuando las autoridades iban a la investigación, tampoco hablábamos, porque en el barrio terminas entendiendo que un soplón no es bien visto y te vuelves indiferente. Cuando llegué al periodismo hablé, pues bueno, el periodismo es para hablar, ¿no? Es para contar, no para callar. Otro fantasma, en mi caso, es que muy buenos amigos de la infancia y del periodismo han muerto a causa de la violencia. Y para mí a veces es como ir en automático a contar esas historias, porque es como si estuviera inmerso en mi barrio de la infancia. No se trata de ser un héroe, pero si eres periodista, tienes la obligación de contar las cosas que pasan. Y bueno, yo ya no puedo callarme, ya no puedo bajar la cortina de la tienda.

¿Tu infancia y las muertes de tus amigos son tus motivos, entonces?

Yo creo que eso es lo que me terminó motivando. Pero ha habido otras cosas. Hay veces que estás tan deprimido y tan jodido, que necesitas buscar algo. Y buscas algo más jodido que tú, porque necesitas un rescate. Está muy loco esto que te estoy diciendo, pero siendo honesto, eso pasa. Yo me acuerdo que estaba en una depresión brutal cuando decidí ir a Torreón a contar ‘Carta desde La Laguna’. Ya después entendí que también había ido porque estaba tan jodido que no me importaba lo que me pase. Y me decía, pues bueno, ese lugar está más jodido que yo. Solo ahí entiendes que no todo está perdido, que tienes que salir, y terminas haciendo una historia desgarradora.

Del universo de temas que puedes escoger, ¿por qué elijes uno en específico?

Elijo el que me sorprende. Pienso que si a mí me llama la atención seguramente a alguien más también. A veces en el periodismo tienes que apostarle al instinto. ¿Por qué escogí hacer un texto sobre mujeres sicarias (‘Chicas Kaláshnikov’), por ejemplo? Porque un día estaba con un colega hablando de narco en un restaurante y se nos acercó un mesero. Nos contó que había sido sicario durante siete años. Se aventó un monólogo que a mí no me interesó. O sea, de los sicarios con los que hablas terminas escuchando lugares comunes. A lo mejor el primero te sorprende. Pero el segundo ya no. Y el tercero y el cuarto ya no te aportan nada. Pero a los diez minutos el tipo dijo: ‘ojalá vengan otra vez, porque mi exmujer también fue sicaria’. Y ese rato el estómago, el cerebro, todo, te dicen que ahí hay una gran historia.

¿Son comunes las historias de sicarios en México?

Yo sé que si presento una historia sobre sicarios en mi país ya nadie la va a leer, porque ya todos (los periodistas) han hablado con sicarios. Pero una historia sobre mujeres sicarias es otra cosa. Sí traen violencia también, pero el lado maternal que puedes encontrar termina haciéndolas más humanas. Esa es la diferencia con un sicario, que le gusta traer dinero, que le gusta traer morras en el auto o que termina haciéndolo por necesidad y después le gusta. Es muy distinto, en cambio, lo que te puede decir una mujer. Te dice: “Bueno, yo estoy en esto obviamente por dinero, pero estoy juntando plata porque quiero que mis hijos vayan a la universidad y que no sean como yo”. Eso no lo he escuchado de ningún sicario. Es otra perspectiva.

Has hecho historias sobre narcos, sicarios y todo tipo de personas violentas. ¿Cómo contar esas vidas sin exponerse?

Yo juego limpio desde el principio. Llego y les explico lo que estoy haciendo. Les digo que quisiera que me platiquen sobre su vida y que estoy dispuesto a no poner sus nombres. A lo mejor buscamos un apodo entre ambos. Pero lo que digan que no publique yo lo respeto. Entonces, pues bueno, conversamos.

A veces uno en el periodismo cree que necesita un dato, que necesita ese nombre para su historia. Y no es cierto. Luego vas aprendiendo que aunque pongas nombres, en este país, nunca pasa nada. El poder es cada vez más indolente. Tú terminas denunciando y lo que consigues es que corra riesgo tu vida y la del otro. Eso yo lo aprendí a la mala. Un día hubo una matanza en Culiacán. Mataron a todos los hombres, pero sobrevivió un viejito. A ese viejito todo el mundo lo estaba buscando para que diera su testimonio. Mi amigo Óscar Rivera (periodista asesinado) me ayudó a encontrarlo. Lo entrevisté. Y les conté sobre eso a dos o tres colegas, que hoy son mis grandes amigos. Les dije: “Güey, ya sé dónde está”. La entrevista de ellos salió primero, porque mi texto era más extenso. Los sicarios se enteraron y mataron al viejito.

Esas son las cosas con las que tienes que vivir. Por eso ahora yo digo: “Eso ya no me va a volver a pasar”. Y por eso pregunto qué es lo que no quieren que se publique. Hay cosas que no necesariamente tienen que ir para entender la historia. O sea, yo negocio los datos en los que puede haber riesgo. Tampoco es que negocio todo. Les digo: “Ya me contaste la historia, ahora vamos a negociar lo que a ti y a mí nos puede perjudicar, porque si publico algo que a ti te perjudica, a mí también van a ir a joderme”. He tenido amenazas de muerte y todo eso. O en algunos lugares me han dicho: “Oye, si alcanzas todavía el avión de este día, mejor ya vete a México”. Y he tenido que salir prácticamente corriendo. Y, pues bueno, así aprendes.

¿Qué pasa si hay un dato relevante que puede afectar la vida de alguien?

Hay un texto de Tomás Eloy Martínez que se llama ‘La moral de los buitres’. En ese texto, él explica que el periodista y el escritor son capaces de lo que sea con tal de terminar esa gran historia. Los buitres también tienen ética y tienen que decidir en qué momento le sacan las tripas calientes a un personaje o si tienen eso que se llama compasión. Al hablar de un asesinato, sabes que a la familia le va a doler leer ese texto. Entonces tienes que ser cuidadoso con lo que escribes.

Uno mismo a veces termina perturbado con las cosas que ve. Fíjate, en 2013, yo fui a Acapulco porque estaba terrible la violencia allá. Yo nunca me había ido a buscar un muerto a la calle. Pero ese día me junté con un fotógrafo de la nota roja, anduve como él y conté siete muertos. Al quinto yo ya no me bajé a verlo. Hice el texto, se llama ‘Acapulco Golden’, está en Gatopardo. Después de eso, empecé a soñar que me mataban o con puros muertos.

Al parecer, no has perdido la sensibilidad hacia esos temas, como podría ocurrirle a alguien que se relaciona con la muerte a diario.

Yo creo que el día que pierdes la sensibilidad tienes que dedicarte a otro oficio. A mí me siguen entristeciendo ciertas cosas. Pero también hay otras que ya no. Hay veces que me están contando la historia de cómo murió alguien y no me sacude. Y eso me preocupa. Porque es cierto, vas acumulando esas historias. Es como un adicto al cigarrillo, que el primer cigarro le sabe muy rico y el segundo también. Pero después de veinte que se fuma, ya no le saben a nada. Siento que así más o menos es con estos temas. Pero debes tener la capacidad de decir: “No, ni madre, esto no me puede pasar”. Y tienes que alejarte y dedicarte a otros temas, para después poder regresar. Está padre lo de la especialización en el periodismo, pero si te quedas enquistado en un tipo de temas o en una fuente, empiezas a perder de vista las historias.

¿Cómo haces para que la compasión que puede generar una víctima o una historia no deforme tus textos?

Creo que de tanto que escribes y de las lecturas te das cuenta cómo manejarlo. A mí no me gusta hacer apología de la violencia ni de los victimarios, pero tampoco revictimizar a las víctimas. La verdad es que lo que les pasa es brutal, pero hay que contarlo sin tono lastimero, porque en vez de crear conciencia en el lector, vas a generar lástima. Lo que busco es que el tipo que está acá abajo vendiendo tacos, en vez de sentir pena, diga: “Hay que hacer algo en este país que se lo está llevando un carajo”. Por eso hay que tener cuidado con las frases que se utiliza y con la estructura narrativa, pues una gran historia, por no tener estabilidad emocional, puede convertirse en caricatura de la tragedia.

Tu novela El más buscado se basa en la vida de Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán (el capo del cártel de Sinaloa). En este caso, ¿por qué elegiste la ficción en lugar del periodismo? 

El ‘Chapo’ Guzmán es y será siempre un personaje clandestino. Y a pesar de que hoy está preso y se sabe más de él, su leyenda se ha hecho más de puros mitos que de expedientes judiciales. Eso no significa que el tipo sea una mansa paloma. No no no el bato es de los viejos capos. Cuando me propusieron hacer un libro sobre él, yo les di este argumento a los de la editorial y pensamos: ¿por qué mejor no hacer una novela con todas esas historias y con nuestros propios personajes? Y los editores de Random House dijeron: ‘pos, va’, pues entendieron que si sacaban la biografía del ‘Chapo’ no solo yo me ponía en riesgo.

Las personas tenemos un cierto gusto, no sé si llamarlo fascinación, por la violencia. ¿A qué crees que se debe eso?

No, pues, yo creo que siempre hay un morbo ahí adentro. Es algo que, cómo te diría, ya viene in vitro. Lo tenemos las personas, unas más arraigadas que otras. En mi país desde los pueblos prehispánicos, desde los aztecas, esa fascinación existe. Y cada 2 de noviembre nos reímos de la muerte (Día de Muertos). Con toda la sangre y violencia que hay en México, el mexicano no ha perdido la capacidad de reírse de la muerte.

¿Cuándo se empezó a explotar la violencia en México?

Después de que se desató toda esta guerra del narco (entre cárteles mexicanos). Yo te puedo decir que de 2007 a 2012 la sangre y la violencia se explotaron al máximo. Antes de eso se hablaba de violencia en los medios, pero esos años fueron brutales. Creo que todos tuvimos culpa en eso. El gobierno tuvo la culpa porque narco que arrestaba, narco que lo presentaba. La prensa no supo cómo contar la violencia y se dedicó únicamente a contar muertos y a sacar fotografías con descuartizados. Entonces, yo creo que le entró mucha sangre por los ojos al mexicano. Ahora los medios nacionales ya no cuentan la violencia, porque es política nacional, y en los pequeños espacios que hay para hablar de violencia ya se ve un tratamiento distinto. Obvio, siguen existiendo diarios de la nota roja, porque es su alimento: entre más sangre mayor es la venta.

La imagen que se difundía de México estaba dada, en buena parte, por su música y las producciones audiovisuales: por las rancheras, el cine y las telenovelas. ¿Sientes que hoy esa imagen ha cambiado?

Antes en el mundo nos conocían por Pedro Infante, por el canto, el tequila, las telenovelas y El Chavo. Nos veían como el vecino de Estados Unidos que tiene todas las de ganar. Pero todo lo que está pasando en México terminó en los medios. Y con la Internet y las grandes cadenas televisivas, las noticias llegan más rápido a cualquier país. Y sí, hay que decirlo, cuando voy a otros países me da vergüenza que casi siempre termino siendo el centro de atención de la mesa, no porque soy yo, sino porque me preguntan sobre las cosas horribles que pasan en mi país.

Se dice que el narco se ha infiltrado en varias fibras de la sociedad mexicana, también en el periodismo. ¿Es cierto?

Hay estados de México a los que cuando llegas te cuentan historias. Te dicen, por ejemplo: ‘X persona trabaja para tal cártel, no le quedó de otra porque lo amenazaron’. Pues bueno, no se sabe. Lo que sí es cierto es que más de cien periodistas han sido asesinados en México en los últimos diez años. Y los argumentos oficiales siempre han sido: ‘en algo estaban metidos’. Yo rechazo eso, porque el hecho de satanizar desde un inicio a la víctima es terrible. Pónganse a investigar y si estaba metido en algo, muéstrenle a la sociedad cómo es que estaba metido.

Si hubieses nacido en otra época, en otro contexto, ¿qué tipo de historias te gustaría contar?

Yo siempre he querido escribir historias de amor. Es muy tonto lo que te estoy diciendo, pero en verdad me hubiese gustado contarlas. Y a lo mejor me hubiese gustado estar en los cuarenta o en los cincuenta, cuando en este país había desigualdades sociales pero también surgían ese tipo de relatos. Ahora estoy intentando una historia de amor en una novela, porque también quiero contar esa parte de la vida. También me hubiese gustado contar la Revolución mexicana.

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