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Sumario
Decálogo para apreciar el arte contemporáneo
En 1917, el artista francés Marcel Duchamp envió, bajo el seudónimo de R. Mutt, su famosa obra La Fuente a una exposición llamada Salón de Artistas Independientes, organizada por el grupo de artistas del círculo de Arensberg en Estados Unidos. La obra causó polémica: se trataba de un urinario común y corriente, pero acostado. Durante la exposición, los espectadores se dividieron en dos grupos: uno de defensores y otro de detractores. La obra, finalmente, fue retirada de la exposición. Duchamp, que formaba parte de la junta directiva del círculo, renunció a su cargo. Nunca quedó claro si Duchamp presentó en serio la obra, o si se trataba de una burla a las instituciones. Pero con el tiempo, la obra se volvió importantísima, y actualmente es considerada como un punto de quiebre: el arte conceptual había nacido.
La Fuente era lo que se conoce como un readymade, un objeto común y corriente que es colocado en un contexto diferente. Como ha dicho el editor de Artes de la BBC de Londres, Will Gompertz, siempre “lo importante en una obra de arte es la idea, el medio es irrelevante”.
Años después, Duchamp escribió lo siguiente: “Les tiré el urinario en la cara y ahora lo admiran por su belleza estética”.
A veces, ir a una exposición de arte es angustiante: pararse frente a una obra sin entender bien qué es lo que quiere decir puede ser exasperante. Es difícil quitarse esa pulsión de leer una obra como se lee un libro. Para que otros no piensen que somos tontos, o para demostrarnos a nosotros mismos que no lo somos. Sin embargo, el arte no debe ser comprendido como el crucigrama del domingo. Es más, en ocasiones ni siquiera tiene por qué ser entendido. Hay obras que —como la música— apelan más bien a las emociones del espectador, o desafían nuestras nociones del espacio y la visualidad. O simplemente están ahí para volvernos locos. Son misteriosos los caminos de la sensibilidad.
Y si ya era difícil entender el arte cuando todo se trataba de pintura y escultura, géneros en los que la técnica era lo esencial, en los tiempos del arte contemporáneo, cuando están de moda los readymades o las expresiones interdisciplinarias que conjugan distintas formas de arte en una sola pieza, lo último que podemos esperar es leer una obra como si se tratara de un libro.
Admitámoslo: lo primero en lo que pensamos cuando escuchamos la palabra ‘arte’ es en el Renacimiento y todos los descubrimientos técnicos como el uso de la perspectiva y otras cosas como el truco que usó Leonardo Da Vinci para que los ojos de la Monalisa siempre siguieran al espectador. Pero los tiempos han cambiado: ahora una caja de zapatos vacía o un cartón con tres brochazos de pintura pueden ser una obra, y ganarse la aclamación de los entendidos, además de premios, fama y dinero. Con obras de esa ejecución tan sencilla, no solo que tenemos el problema de que el arte es difícil de entender, también estamos expuestos a obras que podrían ser mejor hechas “por un niño”. No solo tenemos miedo de exponernos a revelar nuestra ignorancia, sino que además podemos ser víctimas de los charlatanes o los abusivos (a nadie le habría gustado ser parte de los engañados con el urinal de Duchamp).
Pero los charlatanes no son tantos como pensamos. Y las obras sencillas (o no tan “bonitas”, como las de Miguel Ángel o Sandro Boticelli), no son siempre una forma de vernos la cara. En 1993, el artista mexicano Gabriel Orozco presentó en la Bienal de Venecia su obra Caja de zapatos vacía. Ya su nombre explica cómo era el montaje. Pero la intención de colocar ese objeto en un corredor de la Bienal era llamar la atención de los espectadores, e invitarlos a pensar en todo aquello que los rodea. Un objeto tan familiar en un entorno por lo demás vacío dispara varias formas de tomar consciencia sobre aquello que ocupa o no un lugar en el espacio.
El arte requiere nuestra mayor atención, paciencia e imaginación. La abstracción es asombrosamente radical, elude el lenguaje, evita nombrar las cosas, escapa de la mera descripción. Desencanta, vuelve a encantar, desintoxica, desestabiliza, se resiste al fin, ralentiza la percepción y nos ayuda a incrementar nuestra comprensión del mundo. Pero en este tiempo en que todo es inmediato y la información fluye y satura todas partes, ¿cómo involucrarnos con el arte? Hay que tomárselo con calma, ir un paso a la vez. Aquí presentamos una guía para que los principiantes puedan acercarse al aparente impenetrable arte contemporáneo.
1. Aquí no hay códigos que descifrar
Resolver problemas es una de las cosas que más nos complace. Es nuestra naturaleza como seres humanos. Y aunque esto sea un aspecto útil y valioso en muchas situaciones de la vida, el mundo del arte contemporáneo no es uno de ellos. Hace falta respirar profundo y apartarse del deseo de conectar cada pincelada, cada detalle, con un significado, o cada color con algún aspecto de la vida del artista.
Es cierto que entender una obra de arte produce una sensación de victoria momentánea, sin embargo, dejarse envolver por los misterios de una pieza puede causar mucha más satisfacción. En arte, lo más importante es la experiencia que obtiene cada espectador frente a una obra, no el hecho de poder decodificar o no aquello en lo que el sentido estaba pensando. No es un examen.
2. Olvidarse del tiempo
¿Cuánto tiempo debería tomarnos analizar, digerir y experimentar por completo una obra de arte? Por lo general, una persona se queda unos 30 segundos frente a una obra de arte, interpretarla en serio podría tomar incluso mucho más tiempo. A veces, años.
La abstracción cambia la percepción, la vuelve más lenta. Aprender cómo funciona el lenguaje visual de un artista puede ser incluso como aprender un nuevo idioma.
Con el tiempo, uno podría llegar a ver cierta cantidad de obras de un mismo artista que permita entender cómo es su lenguaje y cuáles son sus temas.
3. “Esto lo puede hacer un niño” es un pensamiento equivocado
Cualquiera habrá tenido alguna vez la necesidad de repetir viejas frases como “cualquiera pueda hacer esto” o incluso “mi hijo de 5 años puede hacer una cosa mejor”. Es verdad, en ocasiones es difícil entender que un lienzo en blanco esté colocado en exposiciones montadas en lugares tan importantes como el Museo de Arte Moderno (MoMA, por sus siglas en inglés) y no en las reservas de un estudio de arte.
Y es así como se ha hablado en varias oportunidades de la obra del estadounidense Cy Twombly, cuyos garabatos suelen ser calificados como “sinsentido” o “infantiles”. Sin embargo, un firme defensor de Twombly era el semiólogo francés Roland Barthes, que decía lo siguiente:
No es infantil en la forma, porque el niño se aplica, presiona hacia abajo, redondea, sus esfuerzos le sacan la lengua. El niño trabaja duro para unirse al código de los adultos. [Twombly] dibujar lejos de él, se afloja, se queda atrás, su mano parece levitar —como si la palabra hubiese sido escrita con la punta de los dedos, no por disgusto o aburrimiento, sino por una especie de capricho en memoria de una cultura difunta que no ha dejado más que el rastro de unas pocas palabras.
¿Puede un niño hacer eso? Como bien dijo Will Gompertz, el editor de Arte de la BBC, en el arte conceptual, lo importante es la idea, y no la técnica.
4. No pinturas, objetos artísticos
Al momento de enfrentarse a una pintura o cualquier tipo de obra, hay algunas preguntas que se nos vienen enseguida a la cabeza. La más rápida y sencilla es: “¿Sobre qué es esta obra?”. Si cambiamos un poco el mecanismo, podremos abrir nuestra mente a muchas otras preguntas que podríamos hacer: ¿Qué es esto? ¿Para qué fue hecho? ¿Qué tan coyuntural es? ¿Cuál es su textura? ¿Es sosegado? ¿Cacofónico? ¿Pesado o liviano? ¿Abierto o cerrado?
Estas preguntas, a diferencia de la primera, no tienen respuestas específicas, pero nos ayudan a encontrar un punto de inicio para movernos a través del mundo del arte.
Un aspecto sencillo para empezar es el color. Uno de los primeros artistas abstractos, Wassily Kandinsky, escribió:
El color es un poder que influye directamente en el alma. El color es el teclado, los ojos los percusores, el alma es un piano con muchas cuerdas. El artista es la mano que ejecuta, toca una tecla tras otra, para causar vibraciones en el alma.
Talvez hay que empezar desde ahí: ¿Qué colores vemos, oímos o sentimos?
5. Desprendense de las preguntas
Hacer demasiadas preguntas puede parecerse demasiado a un interrogatorio. Si es así, en lugar de eso es mejor centrarse en hacer declaraciones afirmativas. Puede sonar cliché aquello de pensar en cómo nos hace sentir la obra, pero es que la idea de las sensaciones no está en realidad demasiado lejos: una sensación no tiene forma, no se puede describir con precisión, y eso es lo mismo que ocurre con una obra de arte. Alguna vez, Agnes Martin dijo que “el arte abstracto es la representación concreta de nuestros sentimientos más sutiles”.
En su ensayo Cuadros y lágrimas, James Elkins examinaba un libro de visitas en la exhibición permanente en la Capilla Rothko, un santuario espiritual en Houston, Texas, para personas de todas las religiones, y un espacio de meditación inspirado por las pinturas de Mark Rothko (1903-1970). Luego de leer los comentarios de los visitantes, uno pensaría que aquellas personas acababan de presenciar algún evento sobrenatural o habían tenido una epifanía, más que haberse sentado frente a una obra de arte. Los comentarios iban desde “siento como si estuviera cayendo”, hasta “el silencio penetra profundamente, hasta el corazón. Una vez más, me he conmovido hasta las lágrimas”. A veces, hacer preguntas solo es una distracción. Pocas cosas son más frustrantes que ver a un amigo llorar incontrolablemente frente a una obra de arte en el museo, sobre todo si uno piensa que esa obra está bien y nada más.
6. Cero estrés: No hace falta preocuparse por aquello de ponerse emocional
No es necesario amar, ni siquiera nos tiene que gustar cada pieza. Solo hay que seguir adelante hasta encontrar una obra que le hable directamente a uno.
7. Dejarse perder
Una visita a un museo o una galería puede ser un viaje hacia lo incómodo y lo desconocido. Pero ese es el punto. Una exposición es un lugar seguro para perderse, y así descubrir algo que antes no habíamos visto. Puede ser impresionante o aterrador, pero si es interesante, vale la pena.
8. Leer el texto de la pared
Esta es la parte en la que uno se hace una idea. Aunque podría ser que el título no explique una pieza —tampoco debería hacerlo— el texto podría iluminar un aspecto de la obra o un nuevo enfoque del que no nos habíamos percatado. Hay que permitir que los componentes verbales y visuales de la obra brinquen de un momento al otro, en desorden, y que luego armonicen. Talvez con eso uno no entienda mejor la obra (sobre todo cuando se trata de un trabajo marcado como “Sin Título”), e incluso podría ser más confuso... Pero todo esto es parte del proceso.
Además del título, saber la época y el origen geográfico de la obra también ayudan al espectador a aclimatarse a la atmósfera en la que una obra fue creada.
Según Kandinsky, el arte y la literatura reflejan “la imagen oscura de la actualidad y muestran la importancia de lo que en un principio era sólo una pequeña luz que muy pocos habían visto, una luz inexistente para la mayoría. Tal vez incluso oscurecen un poco más esa imagen, pero por otro lado, se apartan de la vida desalmada del presente hacia esas ideas que dan rienda suelta a las aspiraciones no materiales del alma”.
¿Qué podría decir un trabajo como este sobre el entorno del que viene? Talvez su esencia es tan radical que no puede expresarse con palabras.
9. Advertencia: algunos artistas no saben (ni les importa) lo que significa su obra
Es aquí cuando uno debe respirar profundo y aceptar el hecho de que el arte se mueve por fuera del mundo de las respuestas y las explicaciones. En ocasiones, ni siquiera los propios artistas se detienen a pensar en por qué están haciendo lo que están haciendo.
En una charla en el MoMA, al artista Ellsworth Kelly le preguntaron sobre su serie Chatham, de 1972, un conjunto de pinturas que formaban una L invertida uniendo dos rectángulos de distintos colores y tamaños. Pero Kelly no podía recordar del todo por qué había hecho esos cuadros: “Estoy realmente impresionado con ellas ahora!, dijo señalándolas, y agregó que “siempre será un misterio mirar al pasado”. El mismo Ellsworth estaba maravillado por los misterios de su propia obra.
No hay razón para que nosotros no estemos maravillados también.
10. Cualquier obra de arte es en realidad abstracta. Que nos vuele la cabeza
Los amantes del arte conocen esta vieja historia: Un soldado americano le dice a Pablo Picasso que sus obras no son lo suficientemente cercanas a la realidad. Saca una foto de su novia y le dice: “Así es como debería verse un cuadro”. Y Picasso, en un estilo que era típico en él, le responde: “Tu novia es demasiado muy pequeña, ¿no crees?”.
El punto es que todo arte es abstracto, porque representa algo que ha sido abstraído de la realidad. Si esta idea nos libera de ansiedad o nos sumerge en un pánico profundo, eso depende de cada uno.
El crítico estadounidense Jerry Saltz dice que “la abstracción es tan antigua como nosotros. Ha existido durante miles de años fuera de Occidente. Está presente en las paredes de las cuevas, en el arte egipcio y griego-chipriota, en las Gonshi o rocas de los eruditos chinos, en todo el arte islámico y judío —que prohíbe, por cierto, la representación de personas—. La abstracción solo es nueva en Occidente”.