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Darío Aguirre: “La vida me da el material que quiere mostrar”
Un ecuatoriano residente en Alemania recibe una llamada desde su tierra natal: debe volver a hacerse cargo del negocio familiar, un grill. Este chico, talentoso, es vegetariano. Esta es la historia, fundamentalmente, de El grill de César (2013), la última película de Darío Aguirre (Guayaquil, 1979), que cuenta una historia personal, su historia.
Aguirre cuenta ya con una filmografía basada precisamente en estas historias personales, de gente que camina por las calles, compartiendo su visión del mundo. Así, encontramos los documentales Hogar desconocido (2002), Manfred Konflenski (2003), Lorenz (2005), Mi último día como hombre ficticio (2005), Frente al cuerpo (2007), Canción de cuna para el que retorna (2007), Cinco caminos a Darío (2010). El grill de César es su último trabajo, estrenado hace poquísimos días en el país, en salas de cine, pues ya se proyectó el año pasado en el Festival EDOC (Encuentros del Otro Cine). También ha incursionado en el cine de ficción.
La crítica internacional ha sido favorable a este trabajo de Aguirre, y hoy los medios en el Ecuador reconocen el trabajo de este migrante en Alemania. Sostuvimos una charla con Darío Aguirre sobre su cine, su visión del mundo, detrás y delante de las cámaras.
En tu filmografía cuentas con obras documentales y de ficción. ¿Con qué genero te sientes más cómodo?
Con lo que encontré en el medio entre documental y ficción. Creo que no seguí haciendo más ficción porque quería soltarme del plan que necesita la ficción para poder filmar. Los trabajos más actuales son una mezcla entre lo planeado y las casualidades a través del encuentro con la gente. Ahí me siento un poco más cómodo: la vida me da el material que quiere mostrar. Utilizo elementos de ficción en el sentido de que sí planeo cosas para tratar de llegar a algo, que no sabes a dónde quieres llegar. Con la ficción tienes que saber adónde quieres ir. Lo que me gusta del documental, en cambio, es que tienes el espacio abierto para encontrar cosas que no tenías planeadas.
Revisando tu filmografía, intuyo la intención de construir una identidad. Llegamos a Cinco caminos a Darío, esta búsqueda de cinco personas con tu nombre. ¿Vas en pos de construir la identidad a través del cine?
Inicié este proceso cuando me fui a vivir a Alemania. Hubo un inicio de algo nuevo, un dejar atrás muchos referentes culturales del Ecuador, y a través de ese proceso de orientación, decido quién soy. Y sí, esta pregunta fue recurrente y tiene que ver con la migración. Todos los trabajos que he hecho tienen que ver con esa pregunta: “¿Quién eres, como individuo, en la sociedad?”. Desde la pintura, también, comenzaba a dar estos pasos, y luego me trasladé al cine.
¿Tu acento guayaquileño se acentuó en Alemania? O eso parece.
Mis papás en la casa hablaban ‘guayaco’ y yo en la casa hacía lo mismo. En el colegio hablaba más serrano para que no me molestaran. Viví en Ambato de los 9 a los 17 años.
O sea que hubo una primera migración en tu vida.
Sí. Esa es mi primera migración. Llegué a Ambato a los 7 años de Guayaquil y algunas palabras me resultaban desconocidas. Son procesos de adaptación al medio.
Dentro de estos procesos de migración, siempre estás buscando quién es el sujeto, a pesar de que sea trasplantado… El mecanismo de búsqueda en Cinco caminos a Darío fue el nombre, ¿por qué no otro método de búsqueda?
Trato de meterme en proyectos que vienen a mí. En este caso era el nombre. Cuando llegué a Alemania nadie podía pronunciar mi nombre ni mi apellido; o lo comparaban: Aguirre, como la furia de dios de Herzog. Trataban siempre de encasillarme para aceptarme de alguna forma. Y mis amigos chinos me decían que ‘Darío’ significaba en chino ‘vaca grande’.
El nombre, desde el principio, tuvo un significado. La idea era ver quién era ese individuo fuera del nombre y por eso decidí buscar a otras personas que se llamaran así, para hacer una reflexión sobre sus vidas, y así reflexionar sobre mi propia vida.
¿Crees entonces que el nombre le da la identidad a la persona?
Justo eso le pregunté al Darío Aguirre mexicano y él me dijo que sí. Pero depende también con qué intención pronuncias ese nombre o con qué intención te llaman. Es parte de tu identidad. Y si llegas a un sitio donde nadie puede pronunciarlo, te preguntas quién eres.
Sobre esto, y ya entrando en materia de la última película, queda clarísimo que el grill es de César, tu papá. ¿El grill va a ser en algún momento de Darío?
(Risas). La historia está abierta. Claro que lo hemos pensado con mis hermanas. De alguna manera, quieres que sí continúe, pues la sazón también es un referente, para nosotros: yo conozco exactamente cómo saben los choclos de César, y la comida tiene que ver con la identidad. Sería soltarse, lo que es difícil, pues yo todos los años vengo a disfrutar de esa sazón, como vegetariano, claro.
Abordando las cuestiones del vegetarianismo y el regreso, ¿sientes que hay una especie de lejanía o desarraigo entre tú y tu familia?
No sé si es lejanía, pero sí eres un poco desconocido. Las cosas en común son contadas. Te sientes todo el tiempo un tanto diferente, y al revés, por supuesto, supongo que a mi papá se le hace raro aceptar lo que hago.
¿Qué te llevó al vegetarianismo?
Es parte de mi proceso de revolución. Empecé con grupos de meditación, pero en la casa era imposible. Cuando me fui a Alemania, tuve más chance. Fue mi decisión: hago lo que quiero. Llevo 16 felices años.
¿Cómo guardaste la objetividad detrás de la cámara, siento esta una historia superpersonal? Estás filmando tu proceso de ‘conversión’, desde el vegetarianismo, al negocio familiar.
Este es un ejercicio que se ha desarrollado gracias a mis trabajos anteriores: estar frente y detrás de la cámara, tomando esa distancia casi esquizofrénica, de salirte de ti para entender lo que estás haciendo como director. Es cosa de ejercicio, también de haber migrado, salir de ti para entender lo que pasa a tu alrededor. Te observas de una forma un poco obsesiva, pues estás confrontado a cuestiones culturales; siempre te preguntas quién eres. Este ejercicio permanente, aplicado a lo técnico, permite que haya podido hacerlo. Claro, no es fácil, de hecho, fue difícil separar lo emocional de lo técnico.
Por ejemplo, luego de ver las imágenes, luego de que ya decidiste la luz, el encuadre, etc., cuando ya editabas la película, ¿qué sentías al verte desde esa perspectiva? Eres tú, otro…
Mientras estoy editando, me veo como personaje. Eso es parte del ejercicio. Trato de entenderme en una de las tantas facetas del yo, personal, pero es solo una. Este personaje, que es un hijo, trato de entenderlo en relación con el padre. Muchas cosas también las fui procesando durante el rodaje. Tuve que tomar decisiones mientras rodaba, para saber qué cosas buscaba de mi padre, para retratar una historia padre-hijo.
En qué momento tomaste la primera decisión, es decir, grabar esta película.
Bueno, primero llegó esta llamada de ayuda, de Ecuador, y en ese momento me pareció extraño aquello de la responsabilidad que empezaba a tomar con respecto a mis papás. Me pareció interesante que durante las conversaciones por Skype, no conocía realmente a mi padre, nunca hablábamos cosas personales, y en eso quise ahondar, porque creo que no soy el único a quien le sucede esto. Comencé a ver la universalidad del tema, para verme como ese hijo que va a ayudar a sus padres.
Durante el rodaje, más allá de la ayuda de los camarógrafos, de la producción, ¿no sentiste que había momentos en que actuabas, en que había un nivel de impostura?
Sí, hay tomas que no están en la película que se sentían actuadas. Eso se fue. Teníamos tres que decían lo mismo, así que eso se fue desechando en la edición, para dejar lo que fuera lo más natural posible.
Cuando le contaste a tu familia tu intención de filmar esta situación: tu regreso para hacerte cargo del negocio familiar, ¿hubo resistencia?
No. Y de hecho, me sorprendió que mi papá aceptara de una.
¿Por qué la sorpresa?
Porque no estaba muy seguro sobre qué piensa él de lo que hago. Se me hacía que para él esto era algo muy abstracto, había muchas preguntas abiertas. Pero hasta lo sentí bastante entusiasmado. Y aunque esto empezó con lo del restaurante, en este año pasaron muchas cosas que no estaban planeadas, como cuestiones personales, el fallecimiento de mi madre, por ejemplo. De ahí tocó tomar la decisión de continuar o no.
De cómo empezó todo a cómo terminó, no lo podía decir desde el principio. Fue una aventura.
La decisión de continuar con el rodaje luego del fallecimiento de tu madre, ¿la tomaron conjuntamente entre tú y tu papá?
Bueno, yo me quedé un mes en Ecuador. Un día, mientras mi papá cortaba la carne, como todos los días, me preguntó: ¿y los chicos cuándo vienen a filmar de nuevo? Esa fue la luz verde para seguir. En realidad, eso era lo que esperaba, que él decidiera.
Yo sabía que es parte de mi trabajo tomar el cine como una forma de procesar cosas que te pasan en la vida diaria.
Es la segunda vez que dices esto de ‘procesar lo que está sucediendo’. Para entender el mundo, ¿crees que lo hacemos a través del arte, de nuestras labores diarias, incluso?
Cada uno tiene su método. Para mí ha sido una gran ayuda tener como herramienta el cine y las artes para entender el mundo. Y tiene que ver también qué necesidad tienes de ello. Me llegó a mí lo de las artes, por mi familia.
¿Te influenciaron tus padres al arte?
Por el lado de mi mamá, sí. Siempre hubo arte. Todo el grupo de mi familia en Guayaquil, tenía el input de las artes: música y teatro.
Tú también pintas. ¿Qué tanto conjugas tu visión al pintar con tu visión cinematográfica?
Creo que hay parentesco. Empiezas con un boceto y el resto se va decidiendo cuando vas a pintar. Tomas uno u otro camino, depende del color, de la luz que tienes… Y eso también busco en el cine, la composición estética también tiene que ver con el manejo de color, con el encuadre… con los elementos que están alrededor.
¿Es posible que siempre apuntes al plano ¾, al americano?
Sí. Trato de no ir tan cerca, trato, dependiendo de dónde estoy. Creo que el espacio, de hecho, decide mucho qué plano utilizas, porque la misma gente dice mucho sin decir nada: su espacio dice cosas, sus elementos.
Te pregunto sobre el uso de los planos porque he visto que en tus historias, son personales, utilizas este tipo de plano, en vez de llegar de golpe al rostro o a los detalles.
Tiene que ver con la distancia entre el equipo de trabajo y el personaje. Como sé que esta son historias personales, quiero crear un equilibrio basado en la distancia, para evitar cualquier incomodidad, para el espectador y el personaje.
Pienso que hay una distancia que te da la posibilidad de ver otros detalles, como la piel, el pelo, y entras al ámbito del voyerismo en ese momento. Es una teoría mía, y bueno, depende de los casos.
Las críticas a la película han sido buenas. ¿Cómo se ha sentido tu familia con esta atención inusual?
Mi papá está superemocionado. Mi familia en general. Ellos reciben este proceso desde afuera, ven el periódico, ven las noticias, etc. Yo lo veo desde dentro: es otra percepción de lo que está pasando. Es cheverísimo que haya buena recepción por parte de la gente.
En Europa, la película ha sido bien recibida. ¿Cómo crees que sea la recepción acá, con un público que no es muy adepto al documental?
Creo que el tema documental es muy amplio, hay muchas formas de hacerlo. A veces la gente piensa que el documental es un reportaje como se ve en la televisión. Pero la verdad es que ha evolucionado en los últimos años, utiliza otras herramientas, que vienen de la ficción, como el trabajo de la dramaturgia.
De hecho, no me gusta llamar a esto documental, sino decirle película, pues hay otros elementos, como la música, hay partes en que yo canto… Hay muchas cosas que no son usuales en los documentales. Esta es una película.