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Espacios
Cartoneras: un rostro que muestra varias expresiones
De una primera aproximación al nacimiento de varias editoriales cartoneras en América Latina concluyo que muchas de ellas surgen en contextos de crisis que pasan por especificidades económicas, de búsqueda de formación de ‘nuevos lectores’, de la necesidad de creación de espacios autogestionados, de estrategias político-sociales relacionadas con las pedagogías críticas y prácticas artísticas, y también como una posibilidad frente a la falta de editoriales independientes. A pesar de algunas coincidencias, es claro que los proyectos cartoneros no son homogéneos entre sí ni se rigen por principios similares; cada uno persigue objetivos distintos y por tanto, sus procesos editoriales son diversos; es decir, no se trata de modelos o réplicas de un país a otro, lo cual siempre se agradece.
En Ecuador, el común denominador de las cartoneras es su autodefinición como editoriales independientes y autogestionadas. Para Fabricio Guamán, uno de los organizadores de la Primera Feria del Libro Autogestivo, ocurrida en Quito el 31 de enero pasado en el barrio La Floresta, este tipo de edición se caracteriza por generar pensamiento crítico, y sus estrategias de consecución de recursos económicos responden a prácticas colaborativas y de autosostenibilidad, lejos de una dependencia de capitales públicos y privados y sus condicionamientos. A su criterio, además del financiamiento cooperativo, las cartoneras usan otras estrategias de gestión como la venta de libros y la organización de actividades y seminarios. De esta manera —afirma Guamán—, se produce una dinámica alrededor de las publicaciones, y el proceso no se queda solamente en el libro.
En La Casa del Árbol, espacio que movilizó la mencionada feria, participaron, entre otras, editoriales cartoneras locales, a través de espacios de transmisión del ‘saber hacer’ y la cesión e intercambio de contenidos con otras editoriales para la publicación de próximos libros. En este sentido, las cartoneras tienen en común con otros proyectos editoriales independientes el principio ‘hazlo tú mismo’ a bajo costo —para este caso, el conocimiento que se comparte libremente está determinado por el uso de cartón en las portadas, creatividad individual en su diseño y el armado artesanal de los libros—, así como también el empleo de licencias libres versus la aplicación de derechos de explotación o patrimoniales con los que las editoriales multinacionales capitalizan la producción creativa literaria en dinámicas en que es visible la presencia de un mercado editorial.
Ahora, para hablar de las diferencias, distingo que en la escena ecuatoriana hay dos tipos de proyectos cartoneros; en el primero, está el trabajo que ha caracterizado sobre todo a Matapalo Cartonera (Riobamba), concebido inicialmente como un proyecto social que desde la memoria, la oralidad y las prácticas narrativas construye procesos en los que la centralidad del libro objeto y la noción de autor se desplazan y dan paso a propuestas colaborativas y críticas que promueven el ‘derecho a contar’. Dice Víctor Vimos, fundador de la editorial: “[…] el libro nos va a dejar de importar como libro, como libro entendido en las condiciones tradicionales del mercado; entonces, simplemente vamos a dejar de presentar y de promocionar los libros y vamos a sentarnos y vamos a centrarnos mucho, mucho más en el trabajo con las personas, en el trabajo de la memoria, por ejemplo, en el trabajo de la oralidad, en el trabajo de escribir las propias literaturas de ellos” (Entrevista a Víctor Vimos, Archivo Fundación Gescultura).
Entre los procesos desarrollados por Matapalo Cartonera están: Material Calavera, álbum de memoria, trabajado con los internos del pabellón El buen samaritano de la Penitenciaria del Litoral, en conjunto con el artista Jorge Jaén; álbum de memoria de la comunidad de Tisaleo, y de algunas escuelas rurales de Chimborazo, y la biblioteca móvil de memoria en el barrio La Argelia, una recolección de la historia del barrio, narrada por habitantes de la tercera edad del sector. Matapalo también ha participado en dos proyectos editoriales movilizados por Gescultura: un libro de memorias de San Roque, publicado en 2011, y Cuentan los vecinos del ex Penal, que se presentó en Quito a fines de enero de 2015. En estos dos casos, puedo decir que compartimos con esta cartonera, tanto su concepción del libro más allá de su valor objetual como la intención de promover espacios para la creatividad social. En Cuentan los vecinos del ex Penal interesaba construir con la recopilación de relatos, un documento-herramienta para la comunidad que lo generó, con el que esta pueda apelar a las instituciones responsables de la administración de esta área del Centro Histórico de la ciudad de la que forma parte esa comunidad narrativa, y abrir nuevas posibilidades de debate y resignificación a partir del texto. Se trata, entonces, de prácticas transformadoras de orden crítico y político en la disputa de sentidos y no de libros de valor comercial en clave de industria editorial.
Por otra parte, propuestas como Camareta Cartonera (Guayaquil) y Murcielagario Cartonera (Quito) se entienden más bien como espacios de publicación alternativos, en respuesta al escaso número de editoriales independientes en el país, las condiciones restrictivas y limitadas para la publicación literaria, los altos costos de inversión que los autores deben cubrir para editar sus libros, entre otros factores. Estas editoriales publican a escritores nacionales y extranjeros a través de procesos de selección definidos por los miembros del proyecto editorial: muchos de estos jóvenes que lo constituyen son escritores emergentes, con formación en literatura o ciencias sociales. Su dinámica de producción consiste en conseguir títulos de autores con cierta trayectoria que ceden sus derechos de publicación con dos intenciones básicas: apoyar propuestas autogestionadas y promover la circulación de su literatura a precios asequibles. También es común encontrar títulos de los propios escritores que son parte del proyecto cartonero o de su círculo próximo. En relación a este último punto, es evidente que a pesar de que el proceso de elaboración de portadas y armado de libros presente en estas editoriales cartoneras responda a una práctica colectiva, y que desde la práctica se cuestione el costo económico de producción editorial, el objeto libro en sí mismo no deja de tener un valor dominante en la propuesta. Las prácticas de autopublicación, por una parte, y por otra, la consecución del libro como fin último del proceso, podrían leerse como estrategias de autolegitimación de los autores, así como también de los editores. Es decir, con un libro publicado bajo el brazo, el escritor puede participar en ferias —no solo independientes–, intercambiar publicaciones con otros autores, y en general, producir agenciamientos dentro del campo literario. En definitiva, me parece que si los sentidos de estos proyectos no son ampliados por otras aristas, estas estrategias centradas en el objeto-libro no se diferencian de aquellas presentes en el mercado editorial convencional.
En definitiva, considero que estas editoriales cartoneras cumplirían su fin democratizador en dos aristas: de alguna forma, primero democratizan la producción simbólica con la gestión de espacios editoriales que dan cabida a voces literarias emergentes o propuestas de pensamiento crítico que difícilmente tienen acceso a editoriales no solo comerciales sino también independientes, digamos, más ‘tradicionales’; y segundo, promueven la posibilidad de acceso a libros de bajo costo de otros, nuevos o los mismos ¿públicos? (este término se considera generalmente como una masa homogénea, despolitizada y definida como ‘consumidores’).
Sin embargo, tengo la impresión de que queda muy pendiente una tarea pedagógica que permita, por ejemplo, ampliar la idea de ‘acceso’, no solo determinada por el valor comercial del libro sino por el uso de ‘lo cartonero’ en prácticas educativas de formación lectora y de creación literaria. Voy a poner un caso sobre la mesa. Doris Sommer, en su texto La Cartonera en el aula: reciclaje de papel, prosa y poesía, explica cómo desde su lugar como teórica literaria empezó a pensar en la literatura como material reciclado cuando conoció al proyecto Sarita Cartonera de Lima. A partir de esta idea, Sommer organizó la semana de actividades de La Cartonera en Harvard, en 2007, con el patrocinio de Cultural Agents Initiative (Iniciativa de Agentes Culturales). El taller propuesto por la editorial peruana se desarrolló en esta universidad a partir de la relación establecida entre el proceso cartonero y la deconstrucción y teoría recepción, tomando como eje organizador a la idea de reciclaje en toda práctica literaria. Desde esta premisa, Sarita Cartonera ha desarrollado varios talleres en Perú, dirigidos a profesores, con el objetivo de que estos animen a los estudiantes “para que usen las obras maestras de la literatura como el grano que transformarán en su propio molino creativo”.
Este breve análisis deja abiertos espacios para nuevos cuestionamientos: creo que la autogestión editorial no puede enfocarse exclusivamente en la producción de libros. El hecho de usar cartón o encuadernado manual en el quehacer editorial no es suficiente si detrás de esos procesos los sentidos de gestión y circulación replican principios y prácticas de empresas editoriales. Sin duda, se pueden tomar prestadas estrategias de las propuestas frente a las que asumimos una posición crítica, pero ¿con qué fines...?