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El Telégrafo
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A los reporteros de Quito nos va a costar recoger los pasos

A los reporteros de Quito nos va a costar recoger los pasos
16 de junio de 2013 - 00:00

1.- Ciudad andada, ciudad narrada

 

El lugar es un dato geográfico; el espacio, un dato existencial. Para Michel De Certeau, el espacio es “un lugar practicado, un cruce de elementos en movimiento”. Los caminantes transforman en espacio las calles geométricamente definidas como lugares por el urbanismo. Entonces, de Certeau habla de los “relatos de espacio” que son los que “atraviesan y organizan los lugares”. Un relato convierte a nuestro barrio en algo bien distinto de una zona extraña de la ciudad. Y una de las funciones del periodismo tendría que ser convertir todos los lugares en nuestro barrio.

 

La ciudad se muestra como el ejercicio de los sectores dominantes o de un gobierno local paternalista sobre una comunidad inmóvil, solo denunciante y que no participa ni interactúa con el poder ni con la gente. La institucionalidad pone trampas a la producción narrativa de la ciudad. Y es que los medios de comunicación han descuidado la estructuración simbólica de la ciudad, el espacio del mestizaje y del encuentro cultural. No así otros relatos, el mismo televisivo (fuera del formato de la prensa informativa), que por varias razones (la principal, captar mayor sintonía) debe concebir ampliamente espacios dedicados a mostrar lo popular en las telenovelas, en los programas de diversión y cómicos; incluso en los noticieros solo en las tragedias hay otra ciudad a la vista: ocurrió cuando erupcionó el volcán Pichincha y pudimos mirar que una gran vivencia comunitaria aportó el trabajo colectivo. Armando Silva llama a estos momentos la “insurgencia central desde lo periférico”.

 

El cine nacional ha sido una muestra de relatar de otras maneras: En la película Esas no son penas de Anahi Hoeneisen, aparece una ciudad sombría, tomas a las que no estamos acostumbrados desde el marketing turístico o el municipal de las obras en los barrios periféricos: una ciudad que a simple vista nos cuesta reconocer.

 

Partiendo de esto, Quito es un espacio y exige ser narrada. Los medios de comunicación tradicionales (hablo de prensa y televisión) representan una ciudad no andada, sin recovecos, sin relatos. Una ciudad oficialista, estrictamente delimitada geográficamente (centro y periferia, el sur el de los subalternos, y el norte de los sectores elitistas: hay un uso clasista del espacio en la sociedad y en los medios). Las páginas de los periódicos y los noticieros de televisión sobre la comunidad se asemejan a “espacios contratados” del Municipio o la Policía Nacional; o peor aún, los periodistas parecen sus voceros.

 

No se puede desconocer que desde hace ya varios años, la prensa ha puesto en escena otros “lugares” de ciudad, con la nostalgia tan contagiante del casco colonial, o los barrios y sus necesidades. Con el tiempo se han ido descubriendo personajes urbanos e incluso la ciudad es un escenario de estudio para muchos expertos que pueden hablar de ella en los medios. No está mal que desde allí se genere la denuncia y se escuchen voces ciudadanas. De todas maneras, pese a la institucionalidad, a la relación de gobierno local con espacio público, el periodista no deja de producir un mapa de sentidos de la ciudad, porque la ciudad se presta, es un espacio en movimiento. Tanto es así que si un tema no cabe en otras realidades siempre cabe en la ciudad.

 

Hay secciones en los periódicos y en los noticieros exclusivas para Quito, por supuesto, pero el velo de los estereotipos creados por la prensa siempre está presente: la institucionalidad, la marginalidad, la nostalgia, la violencia, el transporte, la seguridad, los personajes, los miedos… En fin…

 

2.- Presidir la conversación pública

 

El comunicólogo James Carrey asegura que la insistencia en la objetividad hizo que se olvidaran detalles que hicieran más creíbles las historias para los ciudadanos. El “contagio” con las fuentes hace que los periodistas vean el mundo como ellas, sin mostrar el otro lado: la ciudad viva para la gente que la vive cada día. Juan José García Noblejas hizo una propuesta: “Ver los medios como terceros lugares de encuentro informal, similares a los bares o a los clubes, que están entre las grandes organizaciones y los pequeños núcleos familiares, sin ser instituciones intermedias sino más bien lugares de conversación sin restricciones”. Y es así: Si bien el periodismo no puede contar la verdad, lo que puede hacer es presidir la conversación pública.

 

Otra vez Carrey lo explica con esta cita y refuerza la necesidad de narrar. Yo insisto, narrar periodísticamente: “Ver las calles y las cuadras como un texto en el que sucesivas generaciones de inmigrantes y nativos han inscrito sus vidas… cómo cada grupo, empujado y tironeado a través de los nuevos corredores de transporte y a través de los nuevos modos de comunicación, dejó sus trazos como un palimpsesto, en los barrios que quedaron debajo y cómo cada nuevo grupo escribió sobre los trazos de aquellos que habían venido antes”.

 

Quito es la imagen pura del palimpsesto. O me suena mejor “mosaico” (recordando un estudio sobre gráfica urbana en la ciudad de Sao Paulo, en el que sus autores hablan sobre “cultura Mosaico”: “El carácter de escritura que el sistema gráfico imprime a cada ciudad ejerce un papel de choque visual, pinta la ciudad como una decoración” (cita, Gráfica Urbana, 1992). Decía Quito como un mosaico porque con este término se percibe mejor la experiencia de la mezcla, en sus aspectos físicos cuanto simbólicos: en lo físico se mezclan los colores, los ruidos, las formas, los signos, las letras, como una especie de collages permanentes, que si bien la ciudad exhibe en un caos dependiendo de múltiples iniciativas, en el recorrer de la ciudad, en su uso, le da un orden particular. Y simbólico en cuanto los entrecruces de ideologías, de posibles construcciones, de relatos individuales que en conjunto hablan de la ciudad, la representan, la cuentan y la recuerdan.

 

Pero al periodismo urbano, diría más “metropolitano” (si hay que darle un nombre al oficio periodístico de recorrer la ciudad), a veces no parece importarle los trazos. Se mueve en una suerte de temporalidad instantánea, que dado el formato de los medios es comprensible, sin entender que en la representación periodística o mediática todas las cosas tienen más o menos la misma importancia: todas son solo diarias, los relatos de la ciudad también. Por ello la reconstrucción de procesos requiere de la perspectiva histórica, la capacidad de explicar las causas y las consecuencias, de definir los problemas y proponer las soluciones, de dar cuenta de los antecedentes y de las evaluaciones.

 

En este tipo de texto periodístico debe aparecer un sujeto que comprende y comunica lo que comprende: el periodista, pensador de lo urgente, historiador de lo inmediato. Las crónicas, las notas de investigación son relatos, textos periodísticos, que en un sentido amplio asumen su condición poética, la posibilidad de hacer experimentar al lector un mundo. Los textos periodísticos están obligados a documentar los cambios culturales, que, al ser tan vertiginosos, necesitamos registrar en un relato.

 

3.- Aprender andando

 

Mi propuesta es que el periodismo narrativo sí es capaz de aportar sentido a un lugar que se convierte así en un espacio.

 

El oficio periodístico se aprende andando y desandando la ciudad y la ciudad solo se narra haciendo un “periodismo del sentir”. Sé que los periodistas tenemos la manía de contar anécdotas, pero a veces funcionan: en los primeros tiempos de creación de la sección Quito, de diario El Comercio, se introdujo un segmento, cortito, de máximo 2000 caracteres, que se llamaba Las calles de Quito, luego fue Las casas de Quito’; y por último, Los personajes de Quito’. Todo inscrito en el Quito Colonial. Recuerdo que recorrí todas las calles, cuadra por cuadra, e intentaba contar lo que había: personajes, casas con placas memorables, los negocios, las tiendas, los más viejos, las nuevas generaciones, etc. Una de las más largas fue la Benalcázar, como 25 cuadras, así de punta a punta. Llegué agotada, escribí la nota y mi editor me llamó y preguntó lo único que no podía contestar: “¿Cuántos balcones había a lo largo?” Silencio. Al otro día me levanté tempranito y otra vez recorrí las 25 cuadras y conté 89 balcones. A los reporteros de la ciudad (¿por qué no cronistas?) nos va a costar mucho recoger los pasos.

 

El oficio se aprende andando y la representación de Quito en los medios podría ser otra, sin desconocer su historia, su patrimonio, el quehacer del Municipio, las necesidades de los barrios, los índices de delincuencia… sin negarle su contemporaneidad, sus cambios y movidas, sus recovecos, la vida de sus personajes, la construcción de nuevas memorias. “Somos periodistas de la contemporaneidad”, repitió Ryszard Kapuscinski hasta el día de su muerte. Y se murió recién. Ya es tiempo de relatar esta contemporaneidad y dejar de informar para el olvido, de influir en una generación del olvido. Una de las funciones de la prensa y del periodista es crear memoria. Quito tiene nuevas memorias, no solo la colonial, la de la nostalgia. La ciudad mestiza, joven, negra, india, mochilera, la de los centros comerciales, la del fútbol, de las bicicletas, caótica…

 

Me parece que uno de los elementos más intensos de la relación del sujeto con la realidad es la narración. Y como el periodista argentino Ricardo Piglia, yo también estoy convencida de que un sujeto vive su vida como una narración que se hace.

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