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Ecuador, 29 de Mayo de 2025
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La columna de Ángelo

Linda colombiana

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Paola Turbay no fue Miss Universo porque a inicios de los 90 se estigmatizaba todo lo que olía a Colombia.  Quedó en segundo lugar. Pero, mientras que de la que ganó nadie se acuerda, la espigada Paola no descansó hasta convertirse en una especie de ícono de femineidad.

Recientemente estuvo por Quito y Guayaquil promocionando una marca comercial. No podía dejar de ir a la cita. Tenía que ver a esta modelo del Caribe, mezcla de mujer y muñeca de porcelana, que en su tierra es adorada, mientras que, por acá, los que nos jactamos de saber la vida de los famosos, tomamos en cuenta que junto a Sofía Vergara es de las que en EE.UU. hizo un crossover destacable.

No tardó mucho en llegar al evento en el cual sería el centro de atención, sin embargo, las cámaras de la alicaída prensa chismográfica, al ver que no aparecía la colombiana, enfrentaron sus equipos a cuanta figura de chimento aparecía: “¿Cómo la está pasando?, dese una vueltita, ¿quién la viste y quién la desviste?, ¿cómo está su vida sentimental? y ¿qué opina del escándalo de Antonio Valencia?”. Esas preguntas de cajón que hace 10 años venían bien, pero que hoy son el reflejo de limitantes reporteriles que asustan. Lo peor: “¿Y quién es la colombiana?”, se escuchó bajito. Ingresar a Google no debería ser tan complicado para algunos reporteros rosa.

Llegó rauda. Piernas delgadas pero fibrosas. Vestido corto, a la rodilla.  Maquillada como para una fiesta de fin de curso. Cabello natural, mediano, sin postizos, nada de brillo, nada falso, nada de silicón excesivo. Que los cabellos planchados hasta la cintura está out. Sin ser yo  un ‘fashionista’ (Dios me libre,  ahora que cualquiera pretende serlo) está claro que la tendencia mundial de la elegancia femenina es la naturalidad. Los excesos voluptuosos y falsedades se quedaron en el siglo 20.

Aunque  Paola Turbay no impacta de entrada.

Hoy, esta mujer de más de 40 años tiene un estudiado performance que se activa solo cuando lo amerita. Todo es cuestión de que se pare frente al público y se enciendan las luces, sumados a los flashes, para que dé una cátedra de dominio escénico, léxico impecable, sonrisa blanca color cielo despejado, respuestas rápidas que denotan agilidad mental. Ahí descubre por qué esta colombiana llegó a la pantalla gringa, porque resulta inolvidable tratarla, y porque unas transnacionales de cosméticos se la pelean para que ella sea la imagen. La reina colombiana de los 90 sabe bien cómo compartir con todos, regalando miradas personalizadas, abrazando y besando al que más pueda. Afectuosa sin ser empalagosa, profesional sin ser comercial. Una excelente relacionista pública de su propia carrera e imagen manejada con aplomo y algo elemental en las estrellas: carisma, glamour en el momento justo.

La colombiana abandona el sitio sin olvidar nada ni a nadie. Se despidió del barman que la atendió con un efusivo apretón de manos, igual con el caballero de la seguridad de la puerta de entrada. Quizás -a veces- deberíamos aprender a manejarnos como estas estrellas internacionales, aun cuando la ‘fama’ efímera que otorga ser participante de reality o sexy animadora de programas de chismes nos tenga elevados en el firmamento, entre nubes de algodón.

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