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El loco

El loco
11 de abril de 2014 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

Siempre me ha despertado una muy inquieta curiosidad de qué es lo que pasa por la cabeza de aquellas personas a las que casi por jerga común llamamos locos, sobre todo a las que están más visibles, aquellas desafortunadas que no han podido recibir tratamiento, hospedaje, asilo o rehabilitación y trotan mundos todos los días delante de quienes los acogen entre risas, indolencia y desprecio.

Algunas de estas personas fueron durante años ascendidos (o degradados) a personajes que deambulaban como parte del folclore de Guayaquil, en el centro era muy común ver pasar al hombre con el casco de moto que se hacía llamar King Gol o el ataviado con una especie de túnica blanca coronado por un turbante del mismo color al que todos llamaban Kaliman como el cómic y que predicaba conocimientos ancestrales y espaciales y hasta entraba a la Universidad Católica a dar fabulosas charlas en donde estuvieran apostados ávidos alumnos que le tenían simpatía.

Pero no todos los “loquitos” como suelen decirle en la calle eran amables o pasivos y andaban inmersos en sus recónditos recovecos mentales, otros como “¡Atóchate!” eran violentos y te pegaban un manazo en la nuca, la espalda o en la cabeza y blandiendo un palo te gritaban la palabra que se convirtiera en su chapa “¡Atóchate!”.

Por casa, al sur, estaba el llamado “dame dos pesos”, quien se acercaba con la mano extendida mientras con la otra se sostenía una tela que fungía de pantalón y te decía enojado “dame dos pesos”, también se lo identificaba como “Jesucristo” por estar delgado, barbado, cabello largo y en harapos, amén de otro conocido del Barrio del Seguro, quien desde la vereda de su casa se sentaba a extraerle la circunferencia a los troncos de los árboles para elaborar una teoría de conspiración nazi de donde se explicaba perfectamente el porqué de los fuegos artificiales de fin de año y el secreto mejor guardado con el que si te comes cinco pollos te vuelves de cinco metros.

Y, por último, está “chicho bello”, uno de los apodos que le tiene puesta la gente a un enojado señor de barba quien los médicos de las esquinas diagnostican que padece alcoholismo “entreverado” con esquizofrenia y camina desde la ciudadela Villamil hasta el barrio Cuba ida y vuelta y en su recorrido se va peleando en voz alta con sus demonios para detenerse donde hay gente e increparla por cosas de sus alucinaciones, culpas de las maldiciones de los calabozos de la mente y anecdóticamente a veces da en el clavo, hiere una sensibilidad y causa disputas. Sin embargo se lo ve calmado cuando cuida los carros en la misa del domingo solo que no te atrevas a darle menos de un dólar porque te fustigará como si fuera un pecado, es por esto que algunos claman: “es loco pero no pen…tonto”.

La soledad, la pobreza, la ignorancia, el abandono de la familia, la estigmatización, la enfermedad mental, la falta de espacios para brindar atención, a pesar de los buenos esfuerzos, ha hecho que muchos actores de la sociedad cuerda no hagamos lo necesario para ayudar a quienes lo necesitan, ¿será que nosotros que nos sentimos en nuestros cabales sí podemos llamar loco al que es diferente mientras los humanos con los cinco sentidos bien puestos hacemos guerras, robamos, violamos, matamos, mentimos, bebemos, fumamos, nos drogamos y hacemos apología del mal constantemente casi como una forma moderna de arte? Dice sui generis en “el tuerto y los ciegos” la canción de Kasandra -La locura es poder ver más allá-

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