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Ecuador admiraba al 'Divo de Juárez'
Juan Gabriel, el ídolo de multitudes, ha muerto. Así de inesperado fue. Así de triste... así de contundente. Mencionar a este talento extraordinario, de esos que se dan una sola vez en la vida, es apabullante.
No se sabe por dónde empezar. Quizás como ejemplo real de lo que un muchacho que nació en la pobreza y el abandono puede llegar hasta la cúspide más alta, si define su talento.
Y es que la vida no fue para nada fácil para este mexicano de oro puro, cuyo nombre de pila era Alberto Aguilera Valadez. Siendo aún un infante debió sobrellevar la demencia de su padre de nombre Gabriel, por problemas económicos, y el abandono de su madre. Es en ese abandono y soledad de un internado donde conoce a su mentor, de nombre Juan, el hombre que le enseñó a entonar una guitarra. Fue lo que le dio alas a su ingenio inmortal, iniciándose así una vida pletórica con más de 2.000 canciones, todas únicas, todasirrepetibles.
Sus inicios a finales de los años 60 no fueron muy auspiciosos. Ahí empezó a destacar por su voz en algunos bares del interior de la república mexicana. Luego enrumbó su vida a la fama, se unió a las estrellas más luminosas del firmamento y se rebautiza como Juan Gabriel, fusionando el nombre de su desaparecido padre con el de su mentor.
Juan Gabriel es el nombre de la estrella más imponente del firmamento musical mexicano e hispano. Fueron sus creaciones las que dieron lustre a las carreras de las también icónicas Isabel Pantoja, Rocío Dúrcal, Lucía Méndez y más. Entre Juan Gabriel y Ecuador siempre existió una especie de amor filial inconmensurable.
Un guiño de ojo, un grito de histeria, frenesí, estallido sentimental, complicidad, amor puro. Todo en uno. “Cómo quisiera que tú vivieras, que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca”, cantaba ‘Juanga’ con su voz inconfundible, allí, en medio del estadio Alberto Spencer. Y era esa magia inusual la que alborotaba al público de ambos sexos y de todas las edades.
Recuerdo nítidamente los 3 conciertos de ‘Juanga’ a los que asistí como periodista y como fanático aquí en Ecuador. No era de este mundo, era irreal. Por eso era un divo, no por actitud, sino por aptitud. Su voz resonará en la memoria de todos siempre, de la generación que creció con los estribillos “Querida, dime cuándo tú, dime cuándo tú vas a volver”, o “vamos al Noa Noa, vamos a bailar”, pasando por un “abrázame tan fuerte amor, mantenme aquí a tu lado, amor yo nunca del dolor he sido partidario...”.
Juan Gabriel, un genio irrepetible que se ha marchado como desean irse los grandes del escenario, trabajando y sin poses. Cantando y rápido.
Un infarto fulminante apagó la vida del más grande del México actual. Murió a los 66 años.
Se fue el que vestía de etiqueta, de ranchero y de túnica, el que impuso en los 80 la moda del blusón abrochado con un dije hasta el cuello, el que hacía llorar a los enamorados de la buena música romántica.
‘Juanga’ deja a sus herederos una fortuna inmensa. Pero a nosotros nos deja su vida en sus canciones. El real embajador del arte de México e Hispanoamérica hoy ya es eterno. (O)