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¿Por qué los jueces sí son políticos?

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Toda Constitución expresa un proyecto político-ideológico para una sociedad, y los jueces (zas) al convertirse en los defensores de ese designio llegan a ser también los grandes promotores políticos de su implementación. Ubicar el carácter político de los administradores de justicia no reside en señalar un quehacer militante partidario de estos, sino en reconocer que en el cumplimiento de sus funciones existe una naturaleza política irrefutable.

Las decisiones judiciales son una construcción individual donde los jueces hacen prevalecer sus convicciones personales mediante sus fallos (incluso hasta las imponen sobre la ley). Es innegable que todo servidor judicial tiene su propia ideología y no es posible que se desprenda de ella, ni tampoco sería este un propósito democrático.

El ejercicio de la interpretación jurídica no parte desde un nivel neutral, surge en una teoría del derecho y de la Constitución que le pertenece al juez, donde interactúan cosmovisiones de este actor sobre el Estado, la justicia, los derechos humanos, la vigencia real de la norma jurídica y los encuentros con el poder. Todos estos sentidos son inevitablemente ideológicos y no redimen al juez de pronunciarse exclusivamente como transportador de la ley, sino con la utilización siempre actualizada de qué argumentos es capaz de desarrollar o desabastecer para que la norma jurídica desemboque en una sentencia.

Su función estriba entre las posibilidades de crear y aplicar el derecho, lo cual puede presentarse como límites o garantías de los derechos o de las arbitrariedades. Pero, su carácter político se acentúa al máximo cuando se enfrenta al poder político para decirle sí o no, y en ese escenario es menester evidenciar si afianzan los materiales jurídicos que le permitan interpretar la verdad jurídica existente, o si los desnaturalizan para posicionar falacias en procura de cristalizar una verdad política.

Por ello, es inviable la división entre política y derecho, desacreditar un proceso legal porque aparentemente se hizo político o explicar la realidad a partir de los fenómenos de la politización de la justicia o la judicialización de la política. Hay que admitir que los jueces (zas) siempre han sido un poder político y para la consagración de los fines constitucionales es indispensable empezar a tratarlos como tal. Es necesario cuestionar la independencia del sector judicial, justicias electorales y constitucionales para que los propios actores institucionales se legitimen o no con su accionar, demuestren cómo usan la ley y si esta tiene destinatarios especiales, preguntarles si son partidarios de una república para proteger a la sociedad o si esta es la que debe salir en su defensa para recomponer sus responsabilidades republicanas.

Cuando, por ejemplo, existen casos de operadores judiciales que salen a favor de los derechos del Estado y no de los individuos, es evidente precisar cómo están tomando partido. Cuando reducen las garantías jurisdiccionales para desamparar a la ciudadanía o cuando se convierten en portadores de ecos complacientes al momento de juzgar es muy factible vislumbrar los rostros y colores con que pintan a la justicia.

Mientras mayor es la responsabilidad jurisdiccional mayor puede ser la actoría política. Los contextos donde operan y los resultados que producen a estos es lo que politiza aún más su comportamiento. Por ello, hay que exigir siempre que se transparenten sus agendas, debatir sus estrategias interpretativas, cuestionar sus fidelidades o deslealtades al derecho, escudriñar cuál fue su tema de tesis profesional en la universidad, investigar cómo plantearon los problemas de investigación, verificar cuáles fueron las conclusiones con las que culminaron sus estudios de especialización, exigir que realicen publicaciones para conocer sus formas de pensar, pedir que presenten investigaciones científicas y doctrinarias para entender cómo piensan, hacer justicia de acuerdo al derecho. Sin estas interpelaciones mínimas, los actores políticos constitucionales y judiciales seguirán gozando de inmunidad (¿o de impunidad?).

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