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Los musulmanes son víctimas de conflicto
El español Juan José Aguirre lleva 15 años como obispo de la Diócesis de Bangassou, escenario del último episodio de violencia a gran escala que sufre la República Centroafricana, un país devastado por grupos armados que alientan el odio entre cristianos y musulmanes.
Nacido a la sombra de la mezquita-catedral de Córdoba, en el sur de España, Aguirre llegó a la excolonia francesa en 1980, un año después del derrocamiento del excéntrico dictador Jean-Bedel Bokassa.
“He vivido 33 años hermosos, pero desde hace cuatro ha sido una inexorable caída en el abismo”, lamenta el obispo de barba entrecana, que cumplirá 63 años el 5 de junio, tras sufrir varios infartos y otras tantas prácticas de bypass coronarios.
El obispo, que habla perfectamente francés y sango, el otro idioma nacional de la República Centroafricana, vio cómo su país de acogida se hundía en 2013 en una espiral de odios comunitarios entre dos grupos armados: los Selekas, promusulmanes y los anti-Balakas, procristianos.
La nostalgia de antes de 2013 lo invade, a pesar de la pobreza crónica del país: “Llegué a Obo, cerca de la frontera con Sudán, como misionero comboniano. Ahí fue donde pasé mis siete primeros años (...). Por la noche dormía en una cabaña, completamente solo. Aprovechaba para rezar, para escribir. Y, durante el día, construíamos capillas con la gente”.
Ordenado obispo de Bangassou en el año 2000, el español se convirtió pronto en una personalidad en esta ciudad remota, situada a 470 km al este de Bangui, cerca de la frontera con la República Democrática del Congo (RDC).
Allí se ganó el respeto de la población con su Fundación Bangassou. “Hemos construido cuatro casas en la diócesis para los viejos seniles, las personas acusadas de brujería, cooperativas para los jóvenes, para que aprendan un oficio como la carpintería y escuelas para los niños”.
Su compromiso a favor de la paz le valió el apodo de ‘hombre que dialoga con los grupos armados’. El español vivió uno de los peores momentos de su sacerdocio la noche del 12 de mayo de 2017, cuando un grupo armado atacó el barrio musulmán de Bangassou.
El asalto, perpetrado por los antiBalakas según la misión de Naciones Unidas en el país (Minusca), dejó 108 muertos, 76 heridos y más de 4.400 desplazados, indicaron la Cruz Roja centroafricana y la ONU.
Mediador
Despertado por los disparos, Aguirre se dirigió hacia la mezquita, en la que los musulmanes habían encontrado refugio siguiendo los consejos de los Cascos Azules, que luego se marcharon.
El misionero vio cómo los hombres armados saqueaban las tiendas y las casas del barrio musulmán. “Un centenar de ellos rodeaban la mezquita. Yo he intentado interponerme varias veces”, recuerda el obispo.
“Vieron salir al imán y le dispararon. Cayó de rodillas, herido de muerte. Al llegar me lo encontré así, lo agarré y me lo llevé para sepultar su cuerpo dignamente. Los anti-Balakas me gritaron que no lo tocara”, cuenta Aguirre, visiblemente conmovido.
Aquella noche, varias familias musulmanas encontraron refugio en su casa tras huir de sus viviendas.
Unos días antes del asalto contra Bangassou, la Minusca le había encargado negociar para recuperar los cadáveres de cuatro Cascos Azules muertos en el asalto de uno de sus convoyes a 25 km de Bangassou. Los autores de aquel ataque también eran anti-Balakas, según la ONU.
“Dos días de negociaciones, todo un trance. Lo más difícil fue cuando recogí la mano izquierda de un soldado. Vi que estaba casado. Esa imagen no se me quita de la cabeza desde entonces. Pienso en él y en su familia”, cuenta Aguirre. (I)
La ONU alerta sobre ataques extremistas
El representante especial de la ONU en la República Centroafricana, Parfait Onanga-Anyanga, advirtió en el Consejo de Seguridad que la violencia escaló en las últimas semanas en ese país.
Al intervenir el pasado lunes en una sesión del órgano de 15 miembros dedicada a analizar la situación centroafricana, el diplomático precisó que se han intensificado los ataques premeditados por motivos étnicos.
De acuerdo con Onanga-Anyanga, no menos preocupante es el aumento de las acciones violentas contra los Cascos Azules de la fuerza de paz activada por el Consejo en 2014, en respuesta a los enfrentamientos entre milicias musulmanas y cristianas.
“El país marcha por el camino hacia la paz y la estabilidad, pero la violencia desatada por extremistas nos recuerda constantemente que la oscura crisis sigue presente”, señaló el diplomático.
A finales de 2013 estallaron sangrientos choques armados entre los exrebeldes Seleka (de mayoría musulmana) y los grupos anti-Balaka (cristianos y animistas), a los que se atribuyen miles de muertos y más de un millón de desplazados.
Además de Onanga-Anyanga, en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, órgano presidido este mes por Bolivia, intervino el asistente del secretario general para los Derechos Humanos, Andrew Gilmour, quien abogó por la rendición de cuentas de los responsables de todos los crímenes graves. (I)