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María Luisa pasó de la inconsciencia por inyectarse droga a administrar tres bares
Las cicatrices de los pinchazos aún marcan sus manos y sus muñecas tostadas por el sol. María Luisa Pozo Baldeón hace cuatro años dejó de inyectarse la medicina que se le volvió una adicción cuando tenía 33 años. En ese entonces negó ser una drogadicta porque, según ella, se estaba medicando, aunque notaba su deterioro físico y emocional.
La mayor parte del tiempo dormía. Cuando despertaba pensaba solo en inyectarse Tramal, las ampollas que le recetaron por los dolores que le provocaban unos cálculos en la vesícula. La posología era una diaria, pero llegó a consumir 20 en 24 horas, lo que representaba un gasto de $ 20 a $ 30 cada jornada. Aquello fue durante cinco años.
“Estaba tan anulada que mi esposo tuvo que contratar a una persona para que cuidara a nuestros dos hijos. El mayor tenía 11 años y vivió conmigo todo ese dolor. Dejé de trabajar y el dinero lo conseguía de las tarjetas de crédito de mi cónyuge. Luego me las quitó y cogía el efectivo que yo sabía donde lo dejaba. Además, me hice amiga de la vendedora de la farmacia y me las daba sin receta”, reveló la mujer.
Consumidoras a nivel mundial
Las mujeres y niñas constituyen una tercera parte de los consumidores de drogas a nivel mundial, de acuerdo con el informe anual de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE).
Francisco Thoumi, miembro de la JIFE, indicó que aunque los hombres siguen siendo más consumidores de drogas ilegales, hay un crecimiento exponencial en el consumo de sustancias legales -como calmantes- por parte de las féminas.
“Las mujeres constituyen un gran porcentaje de las personas que abusan de medicamentos de venta con receta. El Grupo Pompidou del Consejo de Europa informó que ese consumo aumentaba en función del grupo de edad y alcanzaba su nivel más alto entre las mujeres de 30 a 40 años”, señala el informe.
Los estudios realizados muestran que las mujeres son más proclives a consumir medicamentos sujetos a prescripción médica, como analgésicos, narcóticos y tranquilizantes (por ejemplo, benzodiazepinas) con fines no médicos.
En el reporte se precisa que este hecho también se agrava por la vulnerabilidad de las mujeres en comparación con los hombres a sufrir depresión, ansiedad y traumas, así como a la victimización. Existen pruebas que indican que “es más probable que se prescriban estupefacientes y ansiolíticos a las mujeres”.
Rehabilitada y trabajando
María Luisa recuerda que su vástago lloraba mucho y una noche él se asustó de verla inconsciente y sangrando en la habitación. Su esposo le advirtió que se iría con los niños a la casa de su madre. Ella no soportó la idea de perderlos y aceptó ayuda, por lo que fue ingresada en la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) del Instituto de Neurociencias de Guayaquil.
Los primeros días y semanas fueron los más duros. Lo más difícil, reveló, fue aceptar que tenía un problema de adicción. “Yo no me sentía igual que los demás porque no era adicta a una droga común, yo consideraba que me estaba medicando”.
La mujer terminó su tratamiento en cuatro meses y fue insertada laboralmente en el Instituto de Neurociencias. Al inicio vendió sánduches y empanadas con otras cinco mujeres, luego estuvo a cargo del bar del área de hospitalización y ahora es la administradora de los tres puntos de comida del recinto y labora con 17 personas que han pasado por la UCA.
Su rutina inicia a las 04:30 para hacer las compras de los productos, luego trabaja desde las 08:00 hasta las 17:00. En casa comparte tiempo con sus hijos y además continúa sus estudios universitarios a distancia; está en tercer año de Psicología.
La brecha se acorta
Paola Escobar, especialista en psiquiatría y salud mental y coordinadora de investigación en el Instituto de Neurociencias, precisó que en las edades tempranas la brecha entre hombres y mujeres consumidoras se ha acortado.
Escobar agregó que entre los motivos más comunes para la iniciación es la desestructuración familiar y la desfuncionalidad de roles. Sin embargo, no es la regla, debido a que hay niños que tienen un buen soporte en el hogar, pero influye el entorno social.
La especialista precisó que en las mujeres “se presentan casos en los que la violencia puede ser un desencadenante. Además, lo que las ayuda a salir de la adicción es el instinto maternal, un sentimiento propio en la mujer. Su esposo y sus hijos pueden ser un impulso. Esas mismas emociones la pueden volver más vulnerable”.
En 2015, en el Instituto de Neurociencias, el número de atenciones en emergencias por consumo de sustancias fue más en féminas. “La mujer busca más ayuda que el hombre. El tratamiento para ellos y ellas es separado, pero no hacemos mayor diferenciación. Tenemos un programa estándar que vamos adaptando a las nuevas formas de consumo y apariciones de nuevas sustancias”. (I)