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Las vidas de 26 mujeres mexicanas cambiaron tras la violación de sus DD.HH.
Una cadena de enfrentamientos violentos ocurrieron en la ciudad mexicana de San Salvador Atenco en 2006. Dos muertos, 207 detenidos, más otros 146 arrestos arbitrarios y la expulsión de cinco extranjeros fue el primer resultado del choque.
Más hechos se incorporaron a esta crónica, porque se cometieron vejaciones y violaciones a 26 mujeres por policías, uso excesivo de la fuerza y esto se sumó a otros graves atropellos a los derechos humanos de muchas personas.
El 2 de mayo del 2006, en la víspera de la fiesta de Santa Cruz, comenzó la venta de flores en las inmediaciones del mercado de San Salvador Atenco y la policía impidió que se instalen los negocios. Los ánimos se caldearon.
Al día siguiente se efectuaron operativos para reubicar a ocho vendedores de flores y surgió una batalla campal entre uniformados y vecinos de Texcoco y Atenco.
Los incidentes se agravaron: cinco policías municipales, cinco estatales y dos gendarmes ministeriales fueron tomados como rehenes y cerraron la autopista. La policía detuvo a 84 personas.
La situación fue empeorando y el gobernador Enrique Peña Nieto ordenó reprimir a los manifestantes y el asunto se salió aún más de control, mientras reporteros y fotógrafos fueron golpeados por policías para evitar fotos y videos.
El 4 de mayo llegaron los refuerzos policiales, 500 antimotines, finalmente se intervinieron domicilios y personas ajenas al conflicto fueron arrestadas.
Luego de cuatro días se conoció de graves violaciones a mujeres y la muerte de dos jóvenes: Javier Cortés, de 14 años y Alexis Bunhumea, de 20.
Los testimonios entregados posteriormente reflejan por sí solos el dolor de las mujeres que padecieron los terribles sucesos de Atenco.
Cuenta Yolanda Muñoz que la detuvieron en la azotea de una casa y la pusieron de rodillas, mientras una pila de cuerpos amontonados, golpeados y ensangrentados le hacían compañía. Ella no puede olvidar las botas negras de sus agresores, el encono de sus golpes en su espalda y cabeza. Después los policías la subieron a un autobús tipo escolar junto a otras mujeres y hombres.
Todos creían que eran sus últimas horas de vida. El viaje duró cinco horas hasta los albores de Ciudad de México en donde los recluyeron en distintas cárceles.
La brutalidad policial se combinó con actos de locura y desenfreno, solo así puede explicarse los mordiscos en los senos de estas mujeres y dolorosos pellizcos en sus pezones. A una la tomaron aparte y la pasaron por las manos de varios policías obligándola a tener sexo oral mientras la penetraban con los dedos y otras sufrían un escalofriante manoseo.
En medio de tanto pánico quisieron que ellas contaran chistes para cortarles el aburrimiento. Muñoz no olvida cómo le dieron una granada para que la sostenga y ella no sabía que era falsa.
En ese fatídico día estaba en el sitio Suhelen Cuevas, con todos sus sueños abiertos a culminar su carrera de periodismo y como parte de sus prácticas llegó a San Salvador Atenco para cubrir los enfrentamientos que habían ocurrido la noche anterior en el municipio. Edith Rosales destacaba como asistente médica, tenía 48 años y la habían mandado al lugar con una brigada de auxilio para atender a los heridos.
Norma Jiménez y Claudia Hernández eran estudiantes y estaban allí para documentar lo sucedido: Norma para la revista ‘Cuadernos Feministas’, Claudia para estudiar movimientos sociales.
Patricia Torres estudiante que escribía su tesis sobre el movimiento social de protesta y Bárbara Italia Méndez, que había llegado allí con una organización que atiende a menores en riesgo fueron otras de las protagonistas.
Cristina Sánchez iba con sus hijos a la escuela y se dirigió después al mercado a realizar compras, lugar al que también concurrió Ana María Velasco y se cruzó con Yolanda Muñoz y su hijo caminando rumbo a Texcoco.
También en el mercado estaba Patricia Romero, quien todavía sufre hemorragias vaginales e hipertensión como consecuencia de la violación y los golpes recibidos durante su detención y Mariana Selvas que acompañaba a su padre, médico. Allí la vida de estas mujeres se dividió entre un antes y un después de ese día.
Las investigaciones dejaron lapidarias conclusiones. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) determinó que las autoridades fueron incapaces de dar justicia a estas mujeres, sino que hasta hubo persecución de las víctimas.
En medio de una gran apatía 11 mujeres lograron que el caso no quedara impune y se ventiló más cuando el influyente The New York Times las entrevistó.
La CIDH emitió su dictamen a favor de las víctimas y mandó el caso a la Corte IDH, que podría obligar al Estado mexicano a establecer responsabilidades en toda la cadena de mando involucrada en los hechos, lo que incluye al exgobernador Peña Nieto que ordenó el operativo de represión.
“Me quitaron la mitad de mi vida” (Cuevas), “es como si te hubieran matado...este dolor no se quita.” (Selvas), “todavía recuerdo las voces de los tres o cuatro policías. Me acuerdo de cada detalle, los gemidos, el jaloneo. Todo es tan difícil” (Romero), “me robaron mi carrera, mi sueño de ser académica. Pensaba que la culpa de todo lo que me pasó era de los libros, así que nunca quise volver a la universidad” (Torres). Las frases de estas personas sobrevivientes calan profundo, reflejan dolor entrelazado con la gratitud por seguir vivas pero se levantaron valientes para pedir y lograr justicia. (I)