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La verdad contra la impunidad
La verdad se suele ocultar bajo prácticas de engaño, también de opresión y perversidad, sobre todo, cuando están involucradas no solo personas sino entidades con una orientación política de muerte, aduciendo, paradójicamente, el bien de la sociedad, la extirpación del mal desde la raíz: “Porque si una mínima porción, ínfima porción podrida de la ciudadanía, tiene que caer abatida, tendrá que ser abatida” (Jaime Nebot, 1985).
La asambleísta socialcristiana, ahora remembretada con la bandera de madera de guerrero, intenta victimizar a varios generales militares, a otro de la policía y a un médico del febrescorderato por estar vinculados en la investigación de la Fiscalía sobre los delitos de lesa humanidad ocurridos durante el gobierno socialcristiano. Cynthia Viteri evidenció que la cantaleta de las oligarquías aún es fuerte, aún cruel al reclamar “justicia” contra los miembros de Alfaro Vive Carajo.
La verdad es que en noviembre de 1985 fueron detenidos tres compañeros alfaristas en una tienda del Parque Infantil en Esmeraldas por miembros del Ejército ecuatoriano. A pesar de no tener una orden judicial, se los llevaron. En sus instalaciones se los desapareció por aproximadamente dos semanas y los torturaron salvajemente, luego a dos de ellos (Susana Cajas y Javier Jarrín) se los entregó a la Policía Nacional donde también los torturaron para después dejarlos en cárceles de Quito cerca de un año, mientras al otro apresado (Luis Vacas), se lo mantuvo desaparecido durante más de tres años en mazmorras militares. A ninguno de los AVC se les descubrió delito alguno.
Esta verdad deja ver que el enorme poder institucional perverso se ensañó contra los tres jóvenes alfaristasEsta verdad delató un panorama complejo de entidades que se articularon bajo protocolos clandestinos para ocultar a sus miembros que formaron parte de equipos especializados en la guerra sucia contra la subversión. Su profesionalismo, como funcionarios públicos del orden, fue en la tortura, la desaparición, la violación y la muerte extrajudicial, una ciencia impulsada en América Latina desde las dictaduras militares y su padrino mayor, gobiernos de Estados Unidos, con la Escuela de las Américas. Equipos y entidades apoyados con recursos del Estado, autoridades del Ejecutivo sobre todo, y la política más reaccionaria como autora intelectual si no cómplice de los crímenes de lesa humanidad.
Esta verdad deja ver que el enorme poder institucional perverso se ensañó contra los tres jóvenes alfaristas, que en ese entonces tenían entre 20 y 26 años. Igual que se ensañó contra los adolescentes Restrepo al desaparecerlos y asesinarlos sin estar asociados a ninguna lucha social. Este aparato represivo se arrogó el crimen como manera de vivir, así ocurrió contra José Luis Flores, Vladimir Regalado y Sayonara Sierra, aniquilados a tiros en su departamento en Quito, a finales de 1986. ¿Esta es la “justicia” que se implantó durante el Gobierno del partido de la asambleísta Viteri, ahora madera de guerrero?
Esta verdad despeja algunos mantos de mentira y miedo que por cerca de treinta años se han tejido para encubrir la sistemática violación de los derechos humanos que ocurrió durante el febrescorderato. Gobierno llamado de la “Reconstrucción Nacional” liderado por socialcristianos, quizá ciegos y mudos de lo que ocurrió, pero ojalá hablen ahora que se investigan aquellas atrocidades bajo el debido proceso.
Esta verdad, si bien ya estaba allí desde hace 28 años, no se queda en el pasado, implica profundizar hoy los cambios en la justicia que debe ganar la confianza de la ciudadanía, en las entidades de la seguridad pública que requieren humanizar sus procesos de formación e investigación, como también observar el control interno y sanción, para que nunca más ocurran crímenes de lesa humanidad contra los luchadores sociales ni nadie.
También implica recordarle hoy a Cynthia Viteri que el partido político que ella lidera con Jaime Nebot, proviene de esa vena del febrescorderato. La historia del Ecuador debe reescribirse con estas verdades y la memoria de quienes enfrentaron con valentía a la mafia institucional de entonces.
Estas palabras solamente son un homenaje a los compañeros y familiares que ya no están, a los que viven con los impactos del dolor, a los que generosamente siguen en los caminos de la solidaridad, la justicia, la alegría y la dignidad.