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La víctima había viajado a Bolivia con la intención de conocer la paz y el lago titicaca

David enviaba pistas para su rescate desde los celulares de los secuestradores

David relata y muestra con movimientos lo que vivió en la hacienda. A través de mensajes precisó su ubicación.
David relata y muestra con movimientos lo que vivió en la hacienda. A través de mensajes precisó su ubicación.
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El jueves le iban a cortar la oreja o un dedo. Ese mensaje y las risas de los secuestradores atravesaron las paredes de la finca hasta que llegaron a la habitación donde David permanecía encerrado.

Pensaba cómo escapar, las ideas le atiborraban la mente. “Puedo salir corriendo entre los montes, pero hay muchos animales, me descubrirían y me matarían. Puedo coger una moto, pero no conozco los caminos. Entonces debo matarlos yo”. Las alternativas fueron varias, muchas más de las que puede recordar.

David es un ecuatoriano, de 24 años, que estuvo secuestrado en una finca situada en Cotoca, en Santa Cruz, en Bolivia. Su astucia y su aparente sosiego fueron las mejores armas para delatar a sus captores.

El joven recuerda que llegó a ese país el 7 de septiembre de 2016 y planeó regresar el 19 del mismo mes. El tiempo pasó muy rápido y no pudo viajar ni a La Paz ni al Lago Titicaca como era su deseo; así que alargó más su estadía.

En una especie de centro comercial cambiaba los dólares en bolivianos y siempre caminaba sin compañía. Un día, mientras veía tras las vitrinas, se le acercó un joven amable y conversaron. Le comentó que andaba solo, que conoció lugares lindos en Santa Cruz, pero que quería ir a La Paz para hacer compras.

“Claro -le respondió Joaquín (nombre ficticio). Pero yo conozco una quinta bonita, vacacional y turística donde todo es más barato”.

David admite que le gustó la idea y aceptó aventurarse. Unos amigos del chico lo recogerían en una camioneta. Y así fue.

Repasa que durante el trayecto le ofrecieron cervezas, pero se negó a beber. Luego, en una de las paradas, le brindaron una ensalada de frutas y la aceptó. Minutos después se quedó dormido. Sospecha que le pusieron alguna droga para que no viera el camino.

Como a las 04:30 del lunes despertó contrariado dentro del carro y frente a unos portones. Alguien se le acercó por la ventana y le preguntó: ¿Usted es quien viene a quedarse?

-Sí, respondió un tanto confundido, mientras veía que otras personas entraban sus maletas. Nunca más vio a Joaquín.

Un desconocido lo llevó a una habitación y le registró los bolsillos como si le buscara el celular. No se lo encontraron porque lo tenía metido por el botón del pantalón, una costumbre que adquirió en Guayaquil para evitar que le robaran.

Envío de la ubicación de la finca

A las 08:00 lo levantaron y, aunque sentía que algo extraño ocurría, no lo evidenció. Fue al baño, sacó su celular al que -como movido por un presentimiento- le compró un chip local y bamboleándolo un poco en el aire consiguió un poco de señal. Le envió la ubicación a una prima y le dijo que si no regresaba el día que estaba planeado busquen ese lugar.

“Recibí ese mensaje y me asusté mucho. Le escribía para saber qué pasaba, pero él me decía que ya no respondiera y que cuidara esa posición”, relata ‘Marisol’ (nombre protegido). La pariente estaba en Guayaquil y no sabía qué hacer.

Cuando salió del baño le vieron el teléfono y lo quisieron romper. Ese día le anunciaron que pedirían $ 60.000 para liberarlo y David les dijo que su familia no tenía dinero, que se demorarían en conseguirlo y que pidieran menos para que sea más rápido y accedieron.

El jefe de la red criminal se llamaba Andrés y a su socio lo apodaban ‘Tío Chocho’. Este último siempre andaba armado. No solo él, sino uno de los empleados siempre lo vigilaba, era el esposo de la cocinera. “Yo quería que confiaran en mí, no les daba motivos para que se enojaran. Así logré hacer muchas cosas. Mi celular lo dejaban desbaratado y yo lo armaba y dejaba la tapa a un lado para que pareciera que no lo usaba, una ocasión cogí el celular de la mujer y me ‘anclé’ a su internet. Así pude mandar más detalles de donde estaba y qué pasaba”, revela el joven.

Aún sorprendido por todo lo que hizo, agrega que convencía a los delincuentes para que dejaran que le escribiera a su madre -quien vive en España- para ‘presionarla’.

Sin embargo, entre las exigencias enviaba pistas como las placas de los carros que entraban y salían, los nombres de sus captores, las características del lugar, las rutinas que cumplían, entre otros detalles.

“Recuerdo que en una llamada le pedí que no les diera el dinero, pues igual me iban a matar. Yo los había visto y escuchado. Sabía que no saldría vivo. Solo me respondió que ya estaba todo resuelto”. Su desesperación era porque había escuchado que lo grabarían cortándole una oreja y un dedo y que luego lo llevarían a otra hacienda donde nunca lo encontrarían ni vivo ni muerto.

Marisol cuenta que vio los mensajes que recibía su tía. “A veces decía que lo llamara que podía hablar y al segundo decía que no marcara porque lo descubrirían. En una línea exigía el pago o lo matarían y en la otra mandaba detalles para que lo encontráramos. Se las ingeniaba para comunicarse”.

El miércoles 28 de septiembre llegaron decenas de camionetas, pensó que su final había llegado, pero realmente eran los rescatistas que rodearon la finca. “Dijeron mi nombre y fueron a cubrirme para que nada me pasara. Agradezco infinitamente a la Unase de Ecuador y a los rescatistas de Bolivia”.

Un agente de la Unase informó que en la granja se hallaron armas de fuego, municiones, el vehículo que había sido utilizado para el secuestro, celulares y las pertenencias de la víctima. (I)

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