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David Berkowitz escuchaba a demonio de 6.000 años
Los asesinos seriales tienen patrones de conducta comunes. Niñez difícil, carencia de amor, violencia, violaciones, rechazo social, burlas y otros maltratos surgen como constantes en los primeros años de vida de este tipo de personas y si no son atendidas a tiempo pueden convertirse en criminales que quieren dar de lo mismo que recibieron. Ese fue el caso de David Berkowitz.
Un hijo no deseado y problemático
El 1 de junio de 1953, Betty Broder abandonó a su hijo recién nacido. Nat y Pearl Berkowitz lo adoptaron y llamaron David, quien se caracterizó por su timidez y baja autoestima, además era un mentiroso obstinado que se metía en problemas.
Su comportamiento, lejos de mejorar, fue agravándose y acentuó su complejo de inferioridad, acompañado de constantes depresiones, ira y arrebatos violentos.
“Mis padres estaban preocupados por mi comportamiento extraño. Sabían que yo vivía en un mundo imaginario y no podían hacer nada contra los demonios que me atormentaban y controlaban”, manifestó David a los psicólogos. Tenía 14 años cuando su madre adoptiva murió y esa circunstancia agravó más su comportamiento, además de que notaba un claro rechazo de las niñas y mujeres adultas, lo que lo llevó a odiar a las personas del sexo opuesto e incluso a su madre natural. Así pasó años planificando venganzas imaginarias hasta que ya de adulto adquirió un revólver. A los 23 años, David Berkowitz da rienda suelta al criminal que lleva por dentro y empieza a sembrar el terror en Nueva York entre 1976 y 1977. Durante ese período asesinó a seis personas y consiguió herir a otras siete sin que medien razones. Disparaba sin sentido su revólver calibre 44. Ninguna raza, sexo o edad eran preferidas por él.
Inician asesinatos
Los crímenes comenzaron el 29 de julio de 1976, en el condado del Bronx, en Nueva York.
Las jóvenes Donna Lauria, de 18 años de edad, y su amiga Jody Valenti, de 19, dialogaban en el interior del automóvil de la segunda chica. De pronto surgió una figura masculina que sin motivo disparó cinco veces al cuerpo de las dos mujeres. Ambas fallecieron.
Casi tres meses después, una situación similar se registró. Carl Denaro, de 20 años, estaba en una fiesta con su amiga Rosemary Keenan. Eran las 2:30 cuando el hombre se ofreció a llevarla a casa en su carro. Nuevamente, de las sombras apareció Berkowitz para repetir su serie de cinco disparos, que solo hirieron a Carl en la cabeza. Rosemary quedó ilesa y condujo el vehículo en busca de ayuda. Denaro no murió, pero quedó incapacitado.
Continúan ataques a jóvenes
En noviembre del mismo año, dos chicas salieron de un cine y caminaban en dirección a la casa de una de ellas.
Donna Lamassi, de 16 años, y su amiga, Joanne Lomino, de 18, escucharon pasos detrás de ellas y vieron que un hombre las seguía. Ya cerca de la casa de Joanne, el criminal les preguntó sobre un determinado lugar y a continuación les disparó con su 44. Las balas alcanzaron solo a Lomino, que no falleció pero quedó parapléjica.
En 1977 volvió Berkowitz, alias ‘Revólver 44’, al ataque. Christine Freuna y su prometido, John Diel, regresaban de disfrutar de las obras de una galería del condado de Queens.
Se subieron a un coche y, abruptamente, sonaron dos disparos que impactaron en la cabeza de Christine, quien murió casi de inmediato.
Tesis policial y más muertes
La policía de Nueva York comenzó a hilar la tesis de un asesino secuencial porque -como en los casos anteriores- las balas correspondían a un mismo tipo de arma.
El detective Joe Coffey descubrió esta teoría que se ajustó a la realidad, más aún porque la mayoría de crímenes neoyorquinos eran cometidos por varios tipos de armas, pero nunca por un revólver calibre 44. La no relación entre las víctimas, era lo confuso del asunto.
En marzo de 1977, hubo otro crimen. Cuando la joven Virginia Voskerichian volvía de clases fue interceptada por un individuo que le apuntó al rostro, ella se cubrió con sus libros pero la bala traspasó el papel y la mató.
Por primera vez hubo un testigo, mas ese hombre muerto de miedo solo atinó a saludar al asesino.
En abril aparecieron otras dos víctimas. Valentina Surani y su novio Alexander Esau se besaban en un vehículo. Ambos recibieron disparos y murieron.
Aparece ‘El hijo de Sam’
Esta última vez algo fue diferente. Berkowitz dejó una carta haciéndose llamar ‘El Hijo de Sam’.
La misiva tenía un destinatario: el capitán Joseph Borrelli, uno de los integrantes de la operación Omega, nombre que le dieron a este caso. También envió una carta al periódico New York Daily News que se encargaba del suceso, y en ella les agradecía su atención y les prometía que tendrían más de qué hablar.
El 31 de julio de 1977 disparó a la joven Stacy Moskowitz y a su novio Bobby Violante. Ella murió y él perdió su ojo izquierdo.
Un testigo identificó a Berkowitz y fue, aparentemente, el último de sus crímenes porque el 10 de agosto la policía ya contó con las pruebas suficientes para detenerlo. El criminal sonrió diciendo que era el ‘Hijo de Sam’.
Confiesa crímenes y es condenado
En los interrogatorios confesó todos sus crímenes, pero alegó locura, que escuchaba la voz de un demonio de 6.000 años reencarnado en ‘Sam’, el perro de su vecino, el cual le daba órdenes de matar.
Los psiquiatras lo diagnosticaron como esquizofrénico paranoide de personalidad antisocial.
Berkowitz fue declarado culpable de los asesinatos y condenado a cadena perpetua, con una pena de 365 años en una cárcel de máxima seguridad. Allí reconoció que formó parte de un culto satánico relacionado con Charles Manson, otro asesino serial.
Aseguró que sus crímenes no los cometió solo, sino con pistoleros que usaban balas calibre 44.
También le fascinaban los temas de brujería y ocultismo, y era adorador del Diablo.
En la prisión fue maltratado y degollado por los presos, pero sobrevivió a un corte de 56 puntos en su cuello. (I)