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Condesa Báthory se bañaba con sangre para mantenerse joven

Condesa Báthory se bañaba con sangre para mantenerse joven
29 de noviembre de 2013 - 00:00

La condesa Elizabeth Báthory sentía especial atracción por la sangre, y no solo se contentaba con beberla, como es habitual en los llamados asesinos vampíricos, sino que se bañaba con ella para impedir que su piel envejeciese por el paso de los años.

El caso de este personaje resulta verdaderamente interesante para la historia del crimen en serie, partiendo  del hecho que es una de las pocas mujeres que asesinó de una manera tan cruel a cerca de 650 doncellas.

Báthory nació en 1560 en el seno de una de las más ricas familias húngaras. Su primo era primer ministro de Hungría y su tío, rey de Polonia. Entre su familia se registraron antecedentes esotéricos, como un tío adorador de Satanás y otros allegados adeptos a la magia negra, entre los que está la propia Báthory, ya que desde su infancia fue influida por las enseñanzas de una nodriza que se dedicaba a las prácticas de  brujería.

A los 15 años de edad se casó con el  conde Nadasty, conocido como el ‘héroe negro’, quien se vio obligado a dejarla por un largo tiempo para participar en una batalla.

ASESINOS, CUANDO MATAR
SE CONVIRTIÓ EN PLACER

Un asesino en serie es alguien que quita la vida a tres o más personas y cuya motivación se basa en la satisfacción psicológica que obtiene con el acto cometido.
Estos criminales responden a una serie de impulsos psicológicos, especialmente por ansias de poder
y compulsión sexual.
Durante la espera de su marido, ella se aburre por el aislamiento al que estaba sometida y se fuga para mantener una relación con un joven noble al que las personas del lugar denominaban el ‘vampiro’, por su extraño aspecto, pero regresó al castillo y empezó a mantener relaciones lésbicas con dos de sus doncellas.

Desde ese momento, y para distraerse en las largas ausencias de su consorte, comenzó a interesarse sobremanera por el esoterismo, rodeándose de una siniestra corte de brujos, hechiceros y alquimistas.

A medida que pasaban los años, la belleza que la caracterizaba se iba degradando y, preocupada por su aspecto físico, le pidió consejos a la vieja nodriza. Ella le indicó que el poder de la sangre y los sacrificios humanos daban muy buenos resultados en los hechizos de magia negra, entonces la convenció de que podría conservar su belleza indefinidamente si se bañaba con sangre de doncella.

En esa época la condesa tuvo su primer hijo, al que siguieron tres más. Si bien su papel maternal le absorbía la mayor parte del tiempo, en su mente seguían resonando las palabras tentadoras de la nodriza: ‘belleza eterna’. Años más tarde, cuando su marido falleció, no tardó en probar esos ‘placeres’.

Los baños de sangre se convierten en su obsesión

Su primera víctima fue una joven sirvienta que la estaba peinando. Cuando accidentalmente le dio un tirón, en un ataque de ira, Báthory le propinó tal bofetada que la sangre de la doncella salpicó su mano.

Al mirar la mano manchada del rojo líquido, creyó ver que parecía más suave y blanca que el resto de la piel, llegando a la conclusión de que su vieja nodriza estaba en lo cierto y que la sangre rejuvenecía los tejidos.  

Entonces, con la certeza de que podría recuperar la belleza de su juventud y conservarla a pesar de sus casi cuarenta años, mandó que cortasen las venas de la aterrorizada sirvienta y que llenaran una bañera con su sangre.

A Báthory le seducía la muerte y la tortura. Sus cómplices fueron decapitados
y quemados.

Ella tuvo un final lento, la emparedaron en un dormitorio de su castillo y le daban poca agua y comida.
A partir de ese momento, los baños de ese tipo se convirtieron en su gran obsesión, hasta el punto de recorrer los Cárpatos en carruaje, acompañada por sus doncellas en busca de jóvenes a quienes engañaban prometiéndoles un empleo como sirvientas en el castillo.

Si la mentira no resultaba, procedía al secuestro, drogándolas o azotándolas hasta que eran sometidas. Una vez en el castillo, las víctimas eran encadenadas y acuchilladas en los fríos sótanos, bien por un verdugo, un sirviente o por la propia condesa.

Luego hacía que derramaran la sangre por  su cuerpo y, para que el tacto áspero de las toallas no frenara sus efectos, ordenaba que varias sirvientas elegidas por ella lamieran su piel. Si alguna mostraba repugnancia o recelo, la mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario reaccionaban de forma favorable, las recompensaba.

En algunas ocasiones, las víctimas que le parecían más sanas y de mejor aspecto eran encerradas durante años en los sótanos para extraerles pequeñas cantidades de sangre mediante incisiones con el fin de beberla. Las calaveras y los huesos eran también aprovechados por los hechiceros.

Durante once años los aterrados campesinos veían el carruaje negro con el emblema de la condesa Báthory rastrear el pueblo en busca de jóvenes, que desaparecían misteriosamente dentro del castillo y que nunca volvían a salir.

Por los gritos estremecedores que provenían de aquel lugar, en todo el pueblo se empezó a extender el rumor de que algo raro sucedía. Posteriormente comenzaron a explorar las inmediaciones y encontraron los restos de más de una docena de cuerpos.

Emperador ordena su captura

Atacar a una familia de poder en esa época era algo difícil. Por ese motivo, el emperador no prestó atención a las quejas de su pueblo, pero finalmente decidió enviar una tropa de soldados para que irrumpiera en el castillo. Aquello fue en 1610.

Al entrar, los soldados encontraron en el gran salón del castillo un cuerpo pálido y desangrado de mujer en el suelo, otro aún con vida, pero terriblemente torturada, que había sido pinchada con un objeto para extraerle la sangre; y una última, ya muerta tras ser salvajemente azotada, desangrada y parcialmente quemada.

Además, en los alrededores del castillo hallaron otros cincuenta cadáveres. En los calabozos encuentran a gran cantidad de niñas y jóvenes aún con vida, a pesar de que algunas tenían señales de haber sido desangradas en numerosas ocasiones.

Una vez liberadas las cautivas, sorprenden a la condesa y a varios de sus brujos en una de las habitaciones del castillo. Rápidamente son detenidos y conducidos a la prisión más cercana.

Los crímenes sádicos de Báthory fueron cometidos aproximadamente durante diez años.

En el juicio sobraban pruebas para condenar a Elizabeth Báthory, pues no solo se encontraron ochenta cadáveres sino que, además, atestiguaron los guardias que la vieron matar.

La misma condesa confesó haber asesinado, junto con sus hechiceros y verdugos, a más de 600 jóvenes y haberse bañado en ese fluido cálido y viscoso para conservar su hermosura y lozanía.

La seducía el olor de la muerte, la tortura y las orgías lesbianas. Sus cómplices, hallados culpables, fueron  decapitados unos y otros quemados en la hoguera. Ella  fue condenada a una muerte lenta: la emparedaron en el dormitorio de su castillo, dejándole una pequeña ranura por la cual le daban agua y algunos desperdicios como comida.

Murió a los cuatro años de permanecer en esa tumba, sin intentar comunicarse con nadie ni pronunciar  palabra.

Fue una especie de suicidio, ya que de repente decidió dejar de comer y falleció en 1614, cuando tenía 54 años de edad.

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