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Calles de Maiduguri se repletan con los niños huérfanos de Boko Haram
Temprano por la mañana, tras una noche en las aceras de Maiduguri, una banda de niños invade un viejo parque de atracciones abandonado y sube a un carrusel con los colores gastados por el sol.
La imagen es apocalíptica, los caballos de madera están inmóviles, pero los niños, con sus ropas rasgadas, ríen como si estuvieran en Disneylandia, olvidando sus dificultades durante este pequeño momento de despreocupación.
Forman parte de los miles de niños que la rebelión yihadista de Boko Haram dejó huérfanos y que viven en la capital del Estado de Borno, en el noreste de Nigeria.
“Nadie se ocupa de ellos, así que vienen aquí a jugar. Deberían estar en la escuela pero no tienen posibilidad de ir. Da realmente pena verlos”, lamenta Salisu Ismail, de 42 años, que trabaja cerca del parque.
Boko Haram nació en Maiduguri. La pobreza generalizada, el desempleo elevado y la corrupción del gobierno permitieron a esta secta religiosa prosperar entre la población antes de convertirse en un movimiento yihadista.
Los motores de la radicalización siguen latentes y los responsables de la ciudad temen que Maiduguri siga siendo un terreno fértil para el extremismo.
“Según las cifras oficiales tenemos más de 52.000 huérfanos en Borno”, afirmó el gobernador del Estado, Kashim Shetima. “Pero en realidad, los huérfanos son sin duda más de 100.000, la mitad están en Maiduguri. Sin educación, estos jóvenes se convertirán en monstruos que algún día nos consumirán a todos”, lanzó.
Boko Haram significa “la educación occidental es un pecado”. Estos combatientes multiplicaron los ataques contra escuelas y profesores y su ofensiva impide el desarrollo.
En algunos campamentos de desplazados, situados en las zonas alejadas, en la frontera con Níger y Camerún, en donde la guerra continúa, no hay ninguna escuela.
En Maiduguri, cuya población se duplicó para alcanzar más de dos millones de habitantes luego de la llegada de los civiles que huyen de la violencia, miles de niños no están registrados.
“Muchos nunca fueron a la escuela”, afirma Samuel Manyok, especialista de protección de la infancia de la Unicef (agencia de las Naciones Unidas dedicada a la infancia y la familia), estimando que la cantidad de jóvenes sin escolaridad alcanza la de “Somalia y Sudán del Sur juntos”.
Escuelas sumergidas
Sentada en una mesa de hormigón en medio del parque de atracciones, Aisha (su nombre fue modificado), de 15 años, no tiene ninguna noticia de su familia desde que Boko Haram irrumpió en su pueblo en 2015.
Sus padres se negaron a casarla con un combatiente del grupo. Boko Haram mató a su padre ‘inmediatamente’ y encerró a su madre en una cárcel improvisada, repleta de orina y excrementos, hasta que cedió y dejó que su hija se fuera con los yihadistas.
Aisha pasó los últimos días de su infancia en el bosque de Sambisa, último bastión de Boko Haram. “Se introdujo en mí”, dice evocando las violaciones repetidas de las que fue víctima por su captor.
De sus recuerdos de adolescencia Aisha cuenta cómo los combatientes colocaban cinturones de explosivos en sus camaradas, prometiéndoles el paraíso y 145 euros para su familia.
En diciembre, cuando el ejército nigeriano retomó el control del bosque, los soldados liberaron a Aisha y la llevaron a Maiduguri. Vive allí sola en un campamento de desplazados.
Las escuelas de esta ciudad del noreste nigeriano estuvieron sumergidas por las decenas de miles de desplazados del conflicto que buscaron en ellas refugio. Abrieron sus puertas en septiembre, pero su capacidad no es suficiente para recibir a todos los niños de la ciudad.
El gobierno quiere construir ‘20 nuevas escuelas’ en el Estado y un orfanato de 8.000 plazas.
Pero ello dependerá antes que nada de la generosidad de los donantes, movilizados por la grave crisis alimentaria que afecta a la región y del gobierno federal, cuyos proyectos se pierden muy a menudo en los meandros de una administración lenta y corrupta.
Si el problema no se resuelve rápido es probable que el noreste de Nigeria nunca vea el fin de la violencia.
“Estos niños necesitan una segunda oportunidad”, explica Mayok de Unicef. “Es una bomba de tiempo”.
Boko Haram se hizo mundialmente famosa por el secuestro de más de 200 adolescentes de la aldea de Chibok. Eso generó un movimiento mundial que exigía la liberación de las niñas. Al menos la mitad de ellas ya dejó el cautiverio. (I)
Joven que escapó no era una de las niñas raptadas
Las autoridades nigerianas desmintieron unas declaraciones del miércoles según las cuales una joven que escapó esta semana del grupo yihadista Boko Haram era una de las más de 200 adolescentes secuestradas en 2014 en su escuela de Chibok.
El gobierno nigeriano anunció ese día que otra chica del grupo había sido encontrada por el ejército cuando huía de sus raptores.
Por la noche, el portavoz de la vicepresidencia, Laolu Akande, reveló su identidad, precisando en su cuenta de Twitter que “Mariam Mohamed Isa, adolescente de 15 años, una estudiante de JSS 1 (Junior School), procedente de la comunidad de Chibok, huyó después de tres años de cautiverio de Boko Haram”.
En un mensaje enviado ayer, reconoció que la adolescente “no forma parte de las 219 estudiantes” secuestradas en abril de 2014, aunque venga de la misma ciudad del noreste de Nigeria y haya asistido a la misma escuela.
El movimiento “Bring back our girls” (Devuelvan nuestras chicas) que hace campaña después de tres años por la liberación de las estudiantes de Chibok, confirmó igualmente que la joven Mariam no formaba parte de la lista.
De las 276 jóvenes secuestradas por Boko Haram, 82 de ellas fueron liberadas a cambio de prisioneros. Otras 26 fueron puestas en libertad en octubre de 2016 con la asistencia de la Cruz Roja (CICR) y a otras tres se las pudo encontrar en los últimos 12 meses.(I)