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‘Petiso orejón’ fue condenado a pagar una pena por tiempo indeterminado
Asesino tentaba a sus víctimas con caramelos
Cayetano Santos Godino pudo morir al venir al mundo debido a graves problemas de salud (enfermo de enteritis), debido a que cuando su padre lo procreó estaba enfermo de sífilis, pero se salvó y se convirtió en el primer asesino serial de Argentina, según registros.
Nació en Buenos Aires el 31 de octubre de 1896, fue el cuarto de los 9 hijos de Fiore Godino y Lucía Ruffo. Cuando ‘creció’, lo apodaron el ‘petiso orejudo’, a causa de su baja estatura y enormes orejas.
Su niñez transcurrió vagando en las calles de los barrios de Almagro y Parque Patricios, pero desde los 5 años pasó por varias escuelas de las que fue expulsado por su falta de interés y comportamiento rebelde.
En 1904, cuando todavía tenía 7 años, Cayetano inició su carrera criminal. Engañó a un niño de 2 años para llevarlo a un lote baldío donde lo golpeó y arrojó sobre espinas, por fortuna un policía descubrió lo que sucedía y los llevó a la comisaría, donde los recogieron sus madres.
Un año después agredió a una niña de apenas 18 meses. También la llevó a un terreno vacío para pegarle en la cabeza con una piedra, sin embargo otra vez fue sorprendido por un agente del orden que lo detuvo, pero debido a su corta edad lo dejó en libertad.
Su tercer intento, que resultó efectivo, por el contrario pasó desapercibido. En 1906 tomó a María Roca, de 2 años, y la llevó hasta un patio donde la estranguló; antes de terminar con su vida la enterró en una zanja que cubrió con latas.
Días después su padre lo entregó a la Policía, pero no porque descubrió que ya era un asesino, sino porque estaba cansado de su rebeldía, de que moleste a los vecinos y de que mate pajaritos.
Ya que las palizas que le daba Fiore Godino no servían de nada, el comisario decidió retener a Cayetano en un calabozo benevolente de la Alcaldía Segunda División, donde pasó 2 meses añorando los vasos de leche que le daba su madre, pero contento por estar lejos de los golpes de su padre y de los de sus hermanos mayores.
Cuando regresó a las calles volvió a las andadas, pues llevó a otro niño de 2 años a una bodega, allí lo sumergió en una pileta para caballos y después lo cubrió con una tabla, pero el dueño del lote llegó a tiempo y salvó a la criatura. Cayetano lo engañó diciendo que una mujer desconocida era la responsable.
Posteriormente, Fiore y Lucía, cansados de los continuos problemas, vuelven a entregarlo a la Policía, entonces fue enviado a la Colonia de Menores ‘Marcos Paz’, donde permaneció 3 años. Durante su encierro concurrió a clases y aprendió a leer y escribir.
La estadía en lugar de regenerarlo lo empeoró. El 23 de diciembre de 1911 volvió a las calles ya como un asesino en potencia. Su liberación se dio a petición de sus padres, con quienes regresó a vivir, ellos intentaron ponerlo a trabajar en una fábrica, pero no lo soportaron.
Le gustaba el fuego
El 17 de enero de 1912 Cayetano, a quien todos llamaban ‘petiso orejudo’, se introdujo en una bodega de la calle Corrientes y provocó un incendio que los bomberos tardaron 4 horas en apagar. También le gustaba quemar cosas.
Luego del siniestro cometió otro crimen, esa vez atacó a Arturo Laurora, de 13 años, cuyo cuerpo fue encontrado golpeado y semidesnudo, con un trozo de cordel atado alrededor del cuello, dentro de una casa que estaba en alquiler. Dos meses después volvió a jugar con fuego. Prendió las ropas de Reyna Bonita Vaínicoff, de 5 años, la pequeña falleció 16 días después de agonizar en el hospital de niños. Seguidamente causó 2 incendios más que fueron controlados a tiempo.
En noviembre, otra vez con mentiras, convenció a Roberto Russo, de 2 años, para que lo acompañe a un almacén en donde supuestamente le compraría caramelos, pero le ató los pies e intentó ahorcar con una cuerda, pero un peón los vio y lo entregó a las autoridades. Cayetano dijo que encontró atado al niño y que lo estaba rescatando.
El día 16 del mismo mes, en las calles de Deán Funes y Chiclana golpeó y quería eliminar a Carmen Gittone, de 3 años, no obstante desistió porque un policía lo vio.
Su última víctima
El 3 de diciembre siguiente fue Gerardo Giordano, de 3 años, quien salió de su casa ubicada en la calle Progreso, para jugar con pequeños de la misma edad.
Cayetano vio a los niños, se les acercó aprovechando su aspecto de tonto e inofensivo. Convenció a Gerardo de ir a comprar caramelos y también invitó a Marta Pelossi, de 2 años, pero ella se fue asustada a su casa.
Compraron 2 centavos de chocolates, los cuales Cayetano repartía a su víctima lentamente. Cuando estaban por terminarse le prometió que compraría más si lo acompañaba a un lugar alejado; el niño lo hizo, sin embargo después se arrepintió y se puso a llorar.
Ante esto, el ‘petiso orejudo’ lo metió a empujones a un almacén donde lo golpeó, amarró, estranguló y finalmente le introdujo un clavo en la cabeza.
El padre de Gerardo lo reportó como desaparecido y la Policía lo buscó hasta localizar el cuerpo. Cayetano se enteró de lo ocurrido, pero en lugar de huir fue al velatorio porque quería saber si el cuerpo todavía tenía el clavo.
Los investigadores advirtieron su presencia y como ya tenían sospechas de él lo siguieron hasta su casa, donde encontraron evidencias claras sobre ese y otros crímenes.
Tras ser detenido, confesó 4 homicidios y numerosas tentativas de asesinato. En 1912 lo ingresaron en el Hospicio de las Mercedes, donde atacó a 2 pacientes, uno de ellos inválido. Debido a esto, lo trasladaron a la Penitenciaría Nacional, hasta 1923, cuando lo enviaron al penal de Ushuaia o ‘Cárcel del fin del Mundo’, para cumplir una pena por tiempo indeterminado.
Muerte en prisión
Las causas de su deceso, ocurrido el 15 de noviembre de 1944, fueron confusas. Supuestamente murió por una hemorragia interna generada por su úlcera, pero se supo que con frecuencia fue maltratado y violentado sexualmente.
Según un informe clínico, la conducta de Cayetano Santos Godino respondía a la degeneración agravada por el abandono social del que fue víctima, y que por lo tanto no podía hacérsele responsable de sus crímenes, aun cuando su libertad era peligrosa.