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Jessica Jaramillo superó su violación

Jessica Jaramillo superó su violación
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
27 de enero de 2019 - 00:00 - Carla Maldonado

“Un colega y yo fuimos a Esmeraldas para hacer una consultoría en el Municipio de esa ciudad. Se trataba de una reorganización institucional. Ese 8 de enero de 2015 nunca lo olvidaré, me marcó la vida.

Terminamos nuestro primer día de trabajo a las 17:30 y nos dirigimos hacia Tonsupa, al departamento que un amigo me prestó para alojarme.

Llegamos y nos cambiamos de ropa, mi compañero usó short y yo también. Ambos llevamos nuestros celulares y $ 10. Salimos a buscar algo de comer, caminamos unas dos cuadras y un niño, de 6 años, me preguntó la hora. Le respondí, seguimos nuestro camino y miramos a gente que jugaba en una cancha.

Después, una cuadra antes del malecón, en una calle oscura, nos abordaron dos tipos que estaban borrachos. Nos abrazaron y nos quitaron los teléfonos.

Me asusté y pensé que era un robo, les dije que se llevaran lo que teníamos. Luego un tipo agarró por la espalda a mi compañero.

El otro me puso un cuchillo en el cuello. Estuve sumamente nerviosa, no sabía qué hacer, solo les repetía: llévense las cosas.

Pero ellos nos obligaron a ir atrás del malecón y desde allí vimos pasar a la Policía, pero no se detuvo. Caminamos unas cuatro cuadras largas hacia una puerta, detrás del malecón y cerca de un hotel grande. El camino era de tierra y bajamos hacia una vertiente. Sentí mucho miedo, temblaba, les decía que nos dejaran y que no nos hicieran daño.

El tipo que tenía a mi colega era más cuerdo y aparentaba unos 27 años. El tipo que me llevaba a mí, era más joven, estaba drogado y parecía loco. Tenía un tatuaje abajo del ojo, parecía una gota con una estrella.

Le rogaba que no me matara, pero él pasaba el cuchillo por mi cuerpo. Bajaba por mis senos, seguía hasta el estómago, la pierna y luego subía. Sentí mucho miedo, el tipo me ordenó desbloquear el teléfono. No sabía para qué y me hizo que lo cargara en mi espalda. Pero no pude ni levantarme por su peso, me caí y perdí mis zapatos. El otro tipo le dio patadas y golpes a mi compañero.

Llegamos a la playa y me ordenó quitarme la ropa. Me dije a mí misma que debía mantener la tranquilidad y pedí a Dios que me ayudara.

Él me dijo que me iba a matar. No me opuse porque ese es un mecanismo de defensa de las mujeres.

Me desnudé y me llevó por la playa, le rogué que no me matara. Llegamos a una zona alejada y con casas abandonadas.

Mi compañero también le dijo que no me hiciera daño y él le lanzó el cuchillo. Mientras el otro tipo le dijo: fresco y le dio patadas. Iba desnuda y llegamos a un sitio con una pared. Allí el criminal que llevó a mi colega, lo tiró al piso, boca abajo. El que me llevaba a mí, me empujó a la pared y empezó a violarme. Él me pegó, tuve moretones en los senos, espalda y el cuero cabelludo lastimado.

El otro tipo miró y se bajó el pantalón para que le practicara sexo oral, mientras su compañero me violaba. Él también quería lo mismo y quisieron cambiar de rol. Pero no sé cómo, mi amigo salió y le quitó el arma al violador.

Estuve en shock, tenía las piernas entumecidas y mi colega me dijo: corre y no me moví. Luego, otra vez me dijo: corre y pude caminar, estaba ensangrentada, no tenía voz. Ambos criminales nos siguieron atrás, pero gritamos y unas personas salieron a ver lo que pasaba.

Me recogieron una señora muy pobre y un guardia de seguridad. Mi compañero me dio su short y la señora una camisa. Me llevó hasta su casa y con un vaso de agua me limpió la cara. Le di un número para que llamara a un amigo que estaba en Tonsupa para que se comunicara con la Policía. Pero se demoró 40 minutos.

Me metieron al patrullero y en lugar de llevarme al hospital, me tuvieron allí. Solo lloraba, mientras ellos buscaban si los dos tipos estaban por ahí. Era tanta mi desesperación que me atendieran que me dejaron en un centro de salud privado porque eran como las 22:00.

La perito me hizo un examen médico legal, estaba deshecha y tuve que hacer fila porque había una señora con una niña, de 5 años, también violada.

Le dije a la médica ¿por qué me pasa esto a mí? Ella me tomó muestras, fotos de cómo estaba mi cuerpo. Pero nada de eso está en mi caso. Le dije que era alérgica a la penicilina y no me dieron un anticonceptivo de emergencia, ni el medicamento contra el sida. La doctora me dijo que me bañara.

Llamé a mi mamá y le dije que el celular se me perdió y que estaba bien.

Me llevaron a dormir a otra casa, no pude dormir y pedí que me dejaran sola. Al día siguiente fui al destacamento de Policía, donde me dijeron que hicieron un allanamiento y encontraron a un alias “Tomatero”. Pero no era el violador. Me mostraron a otros, sin embargo, ninguno de ellos era el criminal.

Regresé a Quito y me fui a la casa de una amiga que me atendió y le contó a mi mamá y a mi familia lo que me pasó.

Vivía sola, pero mi madre me llevó a su casa. Tuve una cita con un ginecólogo y me dio el anticonceptivo de emergencia y un montón de medicamentos. Me pidió que fuera a un centro de salud porque los retrovirales solo los tienen allí. Se toman durante 30 días, son muy fuertes, se baja de peso y afectan el hígado y el estómago.

Había tenido la invitación de una profesora y amiga mía para ir a España a un curso de especialización. Volé hacia allá y eso me alivió un poco, pero era yo misma en otro país. En esos días recibí llamadas constantes de la exviceministra de Justicia, Alexandra Jaramillo. Ella me preguntaba sobre el tercer producto que hizo el perito Roberto Meza del caso del asesinato del general Jorge Gabela.

Al regresar a Quito hice terapia, fui a trabajar y traté de olvidarme de todo. Pero en diciembre de 2015 no pude levantarme de la cama porque desarrollé una depresión reactiva. Eso sufren las víctimas de ataques sexuales que no procesan lo pasado. La violencia sexual es la peor forma de sometimiento sobre el cuerpo y la vida de alguien.

Pensé no valía nada porque no me sentía bien, escupía, me bañaba cuatro o cinco veces al día... Era una reacción del cuerpo, me sentía sucia e invadida. Tal era la sensación que empecé a beber. Mi doctora lo había notado y entré en depresión, ya no quería hacer nada, ni me podía levantar de la cama.

Pensé en el suicidio, mi mamá se afectó mucho por eso. La doctora me dijo que necesitaba medicarme y empecé a tomar cymbalta, que es caro, cuesta entre $ 80 y $ 100.

Con la terapia y la medicación durante cuatro meses de 2016 logré ponerme en pie de nuevo.

Ya no tengo pesadillas en las noches y cuando hablo del tema se me hace un nudo en la garganta. Una víctima de violación sexual debe entender que hay dos alternativas: negar y ser sumisa, o liberarse. Llamé a una amiga en Suiza y pusieron mi caso en el informe del Comité de Derechos Humanos de la ONU. Sentí una liberación y logramos un documento que pide la despenalización del aborto en Ecuador.

Soy sobreviviente, he perdonado. No sé quiénes me atacaron y violaron, hay impunidad. A la justicia no le interesó mi caso y no hizo absolutamente nada”. (I)

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