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Museo de expenal García Moreno se autofinancia

El recorrido que realizan los visitantes contempla visitas a los pabellones, al aula donde se daban clases, así como el patio donde había eventos artísticos.
El recorrido que realizan los visitantes contempla visitas a los pabellones, al aula donde se daban clases, así como el patio donde había eventos artísticos.
Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
08 de noviembre de 2019 - 00:00 - Redacción Justicia

Cinco años han pasado desde que los internos del expenal García Moreno fueron trasladados al Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Latacunga, Regional Cotopaxi.

La ausencia de los internos solo evidenció los pisos gastados, las paredes enmohecidas y azotadas por la humedad.

Un grupo de personas que cumple la sentencia en el régimen semiabierto emprendió iniciativas para contar, a manera de “guías turísticos”, las vivencias que dejó el expenal.

Humberto (nombre protegido), es uno de ellos. Él narró con elocuencia la ansiedad que sentía al ver la celda de los “marihuanos”, ubicada en el Pabellón B, que fue conocido como uno de los más peligrosos del expenal.

“Los ‘drogos’ pasaban $ 2 a los guías para que los dejaran meterse a fumar. En el cuarto entraban tres personas. Pero amanecían 15”, recordó.

El martes 5 de noviembre de 2019, el hombre recibió a una familia que llegó hasta la instalación para conocer la historia de uno de los centros carcelarios más famosos de América Latina.

El recorrido que él cumple es como si fuera la visita a un museo. Solo que en lugar de personajes emblemáticos, se conocen historias de los reos.

En una hora con 15 minutos, Humberto contó que la gente se peleaba a “puñetes” o con cuchillos y navajas por drogas, zapatos o comida. Las armas ingresaban fácilmente, dijo. “Se le pasaba un billete al guardia o a la gente que cocinaba para el rancho”.

Según el Servicio Nacional Integral de Atención a Personas Privadas de la Libertad y Adolescentes Infractores (SNAI), entre 2018 y 2019 cerca de 5.000 personas están bajo la modalidad de beneficio penitenciario. Es decir, prelibertad, semiabierto y libertad controlada.

Cuando los internos llegan a esas etapas de su sentencia, pueden realizar labores para favorecer su condición. Humberto cumple con ese objetivo. Hace tres semanas apoya en los recorridos del expenal.

Un guía turístico aprende de memoria un texto, pero Humberto no. Sin guiones, ni ayuda memoria, cuenta a los visitantes lo que vivió en la celda 8 del Pabellón C, cuando cumplía sentencia por lavado de activos.

Ante ellos recordó que su ala era una de las más “aniñadas” de la cárcel. Había puestos de víveres y hasta se vendían almuerzos. “Los reos podían pedir fiado, pero si no pagaban les cobraban el doble, el triple y hasta les daban palizas. Hubo muertos”, rememoró.

Proyecto de reinserción laboral

Humberto es uno de los 75 integrantes que conforman la Fundación Semillitas de Libertad y Progreso (Semipro). Esta agrupación fue creada para promover el proceso de reinserción social a las personas que están a punto de culminar la pena.  

Gloria Yunda, secretaria de la Fundación, contó que en solo mes y medio de creación se presentaron los trámites con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) para conformar la personería jurídica.

Las personas que están cerca de culminar su sentencia pueden conformar la fundación, bajo ciertos parámetros, como buena conducta e interés por capacitarse. Luego pasan a ser parte de los guías.

Los recorridos se cumplen de lunes a domingo, de 09:00 a 16:00; salen cada hora y están abiertos a todo público. Yunda reconoció que en un principio pensó que no tendría acogida la iniciativa, pero poco a poco la gente conoce del proyecto.

Al mes, hasta las instalaciones del García Moreno llega un promedio de 1.000 visitantes, quienes pagan $ 2 como colaboración sugerida.

Omar Carranco, analista de Inserción laboral en el SNAI, explicó que las charlas son enfocadas, sobre todo, hacia los jóvenes para que reflexionen sobre las consecuencias de cometer delitos. Ese fue el mensaje que dejó Humberto al terminar el trayecto con el grupo.

Guido Guanoquisa, uno de los visitantes, reconoció que llegó por curiosidad. Pero al final se llevó un mensaje para sus hijos. “Cometer delitos trae consecuencias que también pagan las familias”.  

Paulina Iza, otra visitante, coincidió. “Los guías nos hacen ver que los internos merecen una oportunidad de rehacer su vida”. (I)

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