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Los habitantes de Ennerdale no sienten el fin del apartheid

Soweto fue uno de los principales focos de resistencia al apartheid, un sistema que discriminaba a la población negra mayoritaria en beneficio de los blancos.
Soweto fue uno de los principales focos de resistencia al apartheid, un sistema que discriminaba a la población negra mayoritaria en beneficio de los blancos.
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A primera vista Ennerdale parece un suburbio modesto pero decente de casas de ladrillo color ocre o rojo en las afueras de Soweto, al suroeste de Johannesburgo. Puertas adentro llama la atención la miseria, que ha derivado en protestas.

Los muebles escasean, al igual que el agua y la electricidad, la basura se amontona sin que nadie la recoja. En un cuarto viven a veces más de diez personas.

Los 17.000 habitantes no aguantan más. Al comienzo de mayo dieron rienda suelta a su ira en la calle. La quema de neumáticos, los enfrentamientos con la Policía y los saqueos a los comercios se sucedieron en Ennerdale y se propagaron a otros barrios pobres de la ciudad más grande de Sudáfrica.

En el país estas espirales de violencia urbana, llamadas “disturbios por la mejora de los servicios públicos”, son casi a diario. Reflejan los fracasos de la “nación arcoíris” un cuarto de siglo después de la caída del apartheid.

Celine Brown nació hace 21 años en una casa de Ennerdale, con cancela de hierro, un pedazo de tierra y un cuarto sombrío con suelo de cemento en el que hace frío. En la parte trasera, una cabaña de madera.

“Mire dónde vivimos”, describe la joven. “Diez aquí y nueve en la cabaña construida detrás del patio. Todos de la misma familia”.

‘Inhumano’

Padre, madre, hermano, hija, nietos o primos, tres generaciones viven hacinados en la propiedad, sin agua potable ni luz. Y sin empleo.

“Hemos intentado pedir una vivienda social. Llevamos tres años esperando”, lamenta Celine Brown. “Quizá no nos escuchan, quizá no entienden nuestra situación porque sus vidas son mejores”.

A unas calles de allí, el panorama se repite. “Como puede ver no hay inodoro. Nos sentamos sobre el cubo que está dentro y lo vaciamos allí”, protesta Valerie Mabimbeli, de 64 años, mostrando el vertedero que hace las veces de jardín. “¡Queremos casas de verdad!”.

“No podemos vivir 30 años sin váter, sin agua, sin electricidad (...) es injusto e inhumano”, añade Marge Cass.  

“Si no hay trabajo, si no hay vivienda, nuestros hijos no se levantarán diciendo ‘quiero encontrar un trabajo’ o ‘quiero ir al colegio’”, argumenta la portavoz de los residentes de Ennerdale; “es la puerta abierta a la criminalidad”.

Con un índice de desempleo de más del 25% y un crecimiento alicaído, la falta de viviendas decentes es uno de los síntomas del mal que corroe la economía sudafricana desde la crisis financiera de 2008.

En Ennerdale no se construyen casas nuevas desde hace 30 años. El Congreso Nacional Africano (ANC), en el poder desde 1994, ha hecho progresos espectaculares en materia de infraestructuras, pero el reciente declive económico ha borrado parte de ellos.

‘Bomba de relojería’

Hoy el 13% de los 55 millones de sudafricanos viven en casas miserables, confirman las estadísticas.

El vicepresidente Cyril Ramaphosa ha reconocido la problemática. “Aunque Sudáfrica sea más próspera (...) -dijo- no hemos creado suficiente riqueza y empleo para acabar con la pobreza y el desempleo”.

El Gobierno prometió ayuda. “No somos insensibles a vuestros problemas”, declaró la ministra de la Vivienda, Lindiwe Sisulu.

Los habitantes de estas barriadas, a menudo mestizos, lo ponen en duda y acusan al Gobierno de discriminación.

“En estos barrios hay más droga y criminalidad porque económicamente el Gobierno no los ha ayudado tanto como a los barrios negros”, lamenta Jerome Lottering, uno de los líderes de la revuelta del distrito Eldorado Park.

“Estamos sentados sobre una bomba de relojería”, amenaza, y “si no se hace nada rápidamente (...) este país va a estallar”.

Gabriela Mackay, experta del Centro de Análisis del Riesgo (CRA), estima que “no es un problema de raza” sino que “la gente cree que su voto no cuenta y entonces se echa a la calle, quema y destruye para que la escuchen”.

Frente a la decrépita casa de su hermana, Marge Cass no espera nada de las elecciones generales de 2019. Independientemente del resultado está convencida de que estallarán otros disturbios. “Somos ciudadanos de aquí, votamos aquí pero nada cambia (...) ¿Qué otra cosa podemos hacer?” (I)

Ciudad del Cabo enfrenta la peor sequía

Duchas de dos minutos, prohibición de llenar las piscinas y uso parsimonioso de la cisterna son algunas de las medidas impuestas en la localidad sudafricana de Ciudad del Cabo para combatir la peor sequía desde hace un siglo.

A dos horas de carretera, la presa de Theewaterskloof (sur) que abastece esta ciudad sudafricana de tres millones de habitantes parece un desierto.

En el club náutico local, el embarcadero está sobre la arena. “Hace 20 años que trabajo aquí y nunca vi el nivel del agua tan bajo”, declara Lise Wheeler, la secretaria del club.

La provincia del Cabo Occidental ha declarado el estado de catástrofe natural. Solo se puede usar el 10% del agua de sus depósitos.

Ante esta situación las autoridades han adoptado una batería de medidas con las que intentan ahorrar agua. Cada litro cuenta.

Los residentes de Ciudad del Cabo no tienen derecho a regar el jardín, a llenar las piscinas ni a consumir más de 100 litros de agua diarios.

El ayuntamiento incluso dictó un decreto que prohíbe los baños en las piscinas municipales y los gimnasios cerraron los saunas. 

“La mejor estrategia para gestionar una sequía es administrar la demanda. Es lo que hacemos”, explicó Xanthea Limberg, a cargo de los temas de aprovisionamiento de agua para Ciudad del Cabo. (I)

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