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Después de 34 años Gregorio Cárdenas Hernández obtuvo indulto
'Goyo', un asesino serial, fue ejemplo para mexicanos
La Cámara de Diputados lo llegó a calificar como “un gran ejemplo” para los mexicanos y un “claro caso de rehabilitación”. Sus obras de arte se vendían a un alto costo y en los tribunales era un contumaz litigador. Ese era Gregorio Cárdenas Hernández, el ‘estrangulador de Tacuba’, que estuvo 20 años en la cárcel por el asesinato de cuatro mujeres, tres de ellas trabajadoras sexuales, a las que sepultó en el jardín de su casa. Fue el asesino serial más popular del territorio mexicano.
En 1915, Vicenta Hernández trajo al mundo a Gregorio, más conocido como ‘Goyo’. En su infancia sostuvo una relación enfermiza con su madre, que lo reprimió hasta su adolescencia. Sin embargo, su alto coeficiente intelectual lo convirtió en un estudiante destacado.
Goyo, en su niñez, padeció de encefalitis (Inflamación del cerebro) que le causó un daño neurológico irreversible; a raíz de esa enfermedad sufrió de enuresis y empezó a dar muestras de crueldad hacia los animales. En su juventud se casó con Sabina Lara González, de quien se divorció poco después.
A los 27 años ya estudiaba ciencias químicas y utilizaba gruesos lentes. Se ganó una beca de Pemex, que le permitió continuar sus estudios. Una vez que se independizó de la sombra de su progenitora, Goyo rentó una casa en la calle Mar del Norte Nº 20, en Tacuba, cerca del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Sus primeros crímenes
La noche del 15 de agosto de 1942, a bordo de su automóvil Ford, Goyo recogió en la calle a una prostituta, de 16 años, llamada María de los Ángeles González, alias ‘Bertha’, a quien llevó a su domicilio. Hacia las 23:00, y después de sostener relaciones sexuales con él, la joven fue a lavarse al baño, instante que aprovechó para asesinarla con un cordón. El cadáver lo llevó al patio y en el jardín la enterró.
El 23 de agosto, Goyo salió en la madrugada en busca de su siguiente víctima. La prostituta elegida tenía 14 años. A ella le sorprendió que su cliente tuviera una amplia biblioteca en su casa. Después del acto sexual, ella se dedicó a mirar algunos de los libros, en ese momento de distracción la estranguló con un cordón. A las 05:00, ocupaba otro sitio en el patio de la casa. La víctima fue identificada originalmente como Raquel González León, pero ella apareció viva meses después. La identidad de la fallecida jamás se averiguó.
La noche del 29 de agosto, Goyo salió de cacería y conquistó con su dinero a Rosa Reyes Quiroz, otra menor de edad que no llegó a acostarse con él. Para entonces, había descuidado su entorno: su laboratorio estaba en desorden, los libros fuera de su lugar, había ropa sucia por todas partes y el polvo empezaba a acumularse en todos lados.
Esta imagen del hogar de su cliente provocó cierta desconfianza en Rosa, quien se dirigió al laboratorio para curiosear sobre su cliente. Allí, mientras veía unos matrices y algunos tubos de ensayo, la atacó Goyo. La mujer se defendió. La lucha fue violenta, pero el hombre la dominó y la mató. La expresión de horror en el rostro de Rosa lo impresionó. Turbado, cavó de inmediato la fosa, pero al darse cuenta que ya no quedaba mucho espacio en el patio, la amarró de pies y manos y la sepultó.
Por rechazarlo la mató
El 2 de septiembre fue su último crimen. Goyo cortejaba constantemente a Graciela Arias Ávalos, estudiante del bachillerato de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su padre era un conocido abogado penalista, Miguel Arias Córdoba.
Ese día, la joven esperó a Goyo afuera de la Escuela Nacional Preparatoria, y cuando llegó se subió en su auto, supuestamente para llevarla a su casa, ubicada en Tacubaya Nº 63. Y así lo hizo.
Antes de que la joven se baje del auto, Goyo le confesó su amor por ella. Graciela lo rechazó, y él intentó besarla a la fuerza. Ella le dio una bofetada y el hombre, iracundo, arrancó de un tirón la manija del automóvil y comenzó a golpearla en la cabeza hasta que la mató. Goyo salió de ese sector con rumbo a su propia casa, donde envolvió el cadáver con una sábana y lo enterró en su patio.
Investigación de asesinatos
El 7 de septiembre, Goyo le pidió a su progenitora que lo ingrese en el Hospital Psiquiátrico del Dr. Oneto Barenque, porque “había perdido completamente la razón”. El subjefe del Servicio Secreto, Simón Estrada Iglesias, acudió el 8 de septiembre al psiquiátrico para interrogarlo sobre la desaparición de Graciela Arias. Después de un intenso interrogatorio, como respuesta, Goyo le mostró unos pedazos de gis y le dijo que eran pastillas “para volverse invisible”. El investigador recrudeció sus preguntas y finalmente Goyo se derrumbó: confesó que había matado a la chica y que la había enterrado en el patio de su casa.
A las 15:00 de ese día, la policía, acompañada de Goyo, entró a la casa de Mar del Norte; de inmediato vieron un pie podrido que sobresalía del suelo. Excavaron y hallaron los cuatro cadáveres.
En su cuarto de estudio, los investigadores hallaron un Diario, escrito de puño y letra de Goyo que decía: “El 2 de septiembre se consumó la muerte de Gracielita. Yo tengo la culpa de ello, yo la maté, he tenido que echarme la responsabilidad que me corresponde, así como las de otras personas desconocidas para mí. Ocultaba los cadáveres de las víctimas porque en cada caso tenía la conciencia de haber cometido un delito”.
El 13 de septiembre de 1942 el juez dictó prisión en su contra, y fue recluido en el Palacio Negro de Lecumberri, en el pabellón para enfermos mentales. Sin embargo, sus abogados consiguieron que Goyo sea trasladado al manicomio General de La Castañeda, supuestamente para recibir tratamiento. Allí le dieron electrochoques y le inyectaron pentotal sódico para determinar si realmente estaba loco o solo fingía. De pronto Goyo obtuvo múltiples comodidades como recibir clases de Psiquiatría e ir al cine con amigas.
El 22 de diciembre de 1948 regresó a la prisión de Lecumberri, donde cursó la carrera de Derecho y se convirtió en litigante, así como escribió varios libros. Gracias al indulto presidencial, el 8 de septiembre de 1976 el ‘estrangulador de Tacuba’ abandonó la cárcel. (I)