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Manuel Blanco Romasanta fue condenado a cadena perpetua

Asesino extrajo la grasa de sus víctimas para venderla

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En el siglo XIX, la leyenda de los hombres lobos o licántropos, que devoraban a sus víctimas en medio del follaje del bosque fue tomada en serio por un ciudadano de origen español Manuel Blanco Romasanta, que creyó convertirse en la bestia para así justificar los crímenes de 11 personas, a quienes no solo les extrajo la grasa para venderla en Portugal, sino que hizo dinero con sus pertenencias.

Blanco Romasanta era un hombre de mínima estatura, pero seductor con las mujeres, embustero, astuto, perverso y consumado criminal, quien el 18 de noviembre de 1809 vio la luz en la localidad de Regueiro, en la aldea de Santa Olaia de Esgos. Sus padres fueron Miguel Blanco y María Romasanta.

Al nacer se pensó que era una niña y lo bautizaron como Manuela. Pero, 8 años después figura el registro como Manuel Blanco. Esto se explica porque en su infancia sufrió de pseudohermafroditismo femenino. Esta condición haría que, naciendo mujer, segregue una cantidad tan grande de hormonas masculinas que sufra un período de masculinización en el que desarrolló características de hombre.

Esta situación motivó, según los expertos, un trastorno sexual que pudo haber participado en el origen de su conducta criminal. El 3 de marzo de 1831, a sus 21 años, Blanco Romasanta contrajo nupcias con Francisca Gómez Vázquez. La pareja no tuvo hijos y mantuvo el hogar desde su sastrería. El matrimonio solo duró 3 años, porque falleció su esposa el 23 de marzo de 1834.

Primeros crímenes

Una vez que comenzó su vida ambulante como vendedor de quincalla, empezaron los asesinatos en Castilla. Se lo relacionó con el crimen de un criado del prior San Pedro de Rocas; y con la muerte del vendedor Manuel Ferreiro, en 1834. También tuvo que escapar de León porque era sospechoso del crimen de Vicente Fernández, alguacil de esa localidad, ya que éste pensaba embargarle una tienda por deudas.

Por falta de pruebas y porque no compareció a la audiencia, Blanco Romasanta no fue condenado a pena de muerte. Rápidamente se ocultó en la parroquia de Rebordechau-Vilar de Barrio, en Galicia.

Tras engaño, mata a sus víctimas

Durante 2 años vive y trabaja como jornalero en la casa de Andrés Blanco, de quien se gana su confianza y amistad. En 1845 conoce a Manuela García Blanco, 10 años mayor que él, con quien mantiene una relación cercana; así conoce a sus hermanos: Benita, Josefa, María, José y Luis García Blanco. En febrero de 1846, Manuela se ausenta de la parroquia para procurar la venta de una casa de su propiedad y con el dinero ayudar a Romasanta en su negocio de mercancías.

Esa ausencia la aprovecha, llevándose a Petra, hija de Manuela, hasta la Sierra de San Mamade. Cuando la mujer regresa y pregunta por su hija, el perverso asesino le dice que la envió para servir de criada en la casa de un cura de Santander. Ocho días después, Manuela también decide ir a servir al cura de Santander y así reunirse con Petra. El hombre la anima y la acompaña. En el camino corrió la misma suerte de la niña.

Romasanta las mató, las descuartizó, les sacó la grasa de sus cuerpos y luego la vendió. Los despojos se los dejó a los lobos en el bosque. Regresó al pueblo y a todos les dice que ellas están acomodadas en Santander. Inclusive llegó a presentar una carta de Manuela a sus familiares, en la que mencionaba que ganaba un buen sueldo. Esto para alejar las sospechas de su desaparición.

En marzo de 1847, sus siguientes víctimas fueron Benita García Blanco, de 34 años, hermana menor de la fallecida Manuela, y su hijo Francisco, de 9 años. A ella la convence de hallarle un empleo en Santander, pero lo único que consiguieron fue una muerte inesperada. Como tenía problemas con su pareja, los vecinos pensaron que se había ido a casa de sus familiares. De su ausencia se percataron durante un censo efectuado ese año.

Antonia Rúa Carneiro, su vecina y comadre, madre de 2 niñas, es seducida con promesas de matrimonio por Romasanta, quien logra que le venda sus propiedades. En 1850, lleva a la mujer y su hija de 3 años a un viaje sin retorno. Lo mismo hace con su hija de 11 años.

Pese a las sospechas de los habitantes de la comarca, de que desconocían la ubicación de las personas que salieron del pueblo, Romasanta no se detuvo y continuó dando rienda suelta a su perversidad criminal. Ese mismo año apareció un nuevo ‘blanco’, Josefa García Blanco, madre de José, de 21 años.

Una vez que conquistó a la mujer con sus engaños de una buena vida en otra ciudad, en noviembre de 1850 llevó a su hijo José con la promesa de un buen trabajo, pero solo consiguió que termine con su vida. Después de unos meses de ausencia de su vástago, Josefa decide ir a Santander a visitarlo. Romasanta la acompañó y a los 4 días regresó sin ella, pero con sus pertenencias para venderlas.

Detención y condena

Las sospechas comenzaron a partir de gente que comentaba haber visto a Romasanta vendiendo posesiones de las personas a las que supuestamente acompañó a Santander. En febrero de 1852, Romasanta estaba tan angustiado por los rumores de que él había asesinado a sus víctimas para quitarles la grasa y venderla en Portugal, que obtuvo un certificado falso para conseguir un pasaporte que le lleve a Castilla. Pero, cuando se encontraba en Nombela dentro de Toledo, 3 paisanos lo reconocieron y el alcalde dispuso su detención en julio de 1852.

Romasanta fue trasladado al Juzgado de Verín, y allí confesó que mató a 13 personas; pero dijo que no era su culpa, que sufría una maldición que lo convertía en hombre lobo, que esas metamorfosis lo torturaban, y que habían cesado misteriosamente justo 3 días antes de su detención. Posteriormente, fue transferido al Juzgado de Allariz, donde pasaría a la historia como el mítico ‘hombre lobo de Allariz’.

El hallazgo de restos óseos, junto con sus confesiones y el informe médico, bastaron para que el 6 de abril de 1853 Romasanta fuera condenado a morir en el ‘garrote vil’. El fallo fue cambiado a cadena perpetua en Coruña. Romasanta murió de cáncer en la cárcel de Ceuta. (I)

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