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Venezuela da respuestas sobre lo que los teóricos no atinan

Sí, es cierto lo que muchos señalaron: en los comicios de Venezuela se jugaba “el futuro de América Latina”. Sí, porque la elección presidencial tuvo un doble valor simbólico:

1.- Al interior, Hugo Chávez sostiene un proyecto de emancipación muy fuerte, cargado de muchas contradicciones, sujeto a un sinnúmero de tensiones, pero afrontando cada batalla política como un escalón más en esa transición (compleja y difícil) hacia un modelo de economía y de democracia que remonte el del consabido y casi “totalitario” del liberalismo económico y de la democracia representativa.

Henrique Capriles fue claro: iba a desmontar todo el sistema de la Revolución Bolivariana y ello implicaba, entre otras cosas, la pérdida de muchos avances y conquistas sociales, además de un alineamiento muy fuerte con la corriente más conservadora del continente y con EE.UU. Por lo mismo, al interior de Venezuela hubo una discusión vital: entre ir hacia el pasado o sostener el proceso hacia el futuro que proclama Chávez y que sabe no tendrá continuidad viable sólo con él a la cabeza sino con un movimiento y una generación de líderes y cuadros por exponer y colocar en primera línea.

2.- Al exterior, también es cierto, Venezuela constituye ese detonante de todo lo que ha pasado desde 1999. Si bien  la “onda expansiva” bolivariana ha tenido un efecto potente en el resto del continente, también ocurrió, para hablar en términos clásicos, porque las condiciones estaban dadas, había madurado tanto, como olla de presión, el impacto del neoliberalismo. Y por tanto no hubo sino que encender la mecha. Pero no solo fue eso: Venezuela aparte de dar una lucha interna muy tensa asumió el liderazgo de un continente frente a la hegemonía estadounidense y de todas las estructuras que lo ensamblan por todas partes y en cada país, a través de diversos gobiernos y de organismos internacionales.

No pueden quedar fuera de este análisis que Chávez ha promovido debates y confrontaciones que sin su liderazgo y sello particular habrían quedado en el olvido. Además, su solidaridad internacional no se quedó en las consignas ni en los discursos: hizo efectivo el apoyo, cuando fue más necesario, para dar paso a procesos de lucha e institucionalización política como el respaldo económico a países como Bolivia, Haití o Cuba. Además, forjar el ALBA como un gran paradigma y estructura regional sin precedentes. Gracias a todo eso es posible ahora hablar del Sucre, de Celac, de los grandes proyectos culturales y de integración concretas.

Tras el triunfo de este domingo (que si no sale Capriles a reconocer, tendríamos oleadas de rumores de fraude y deslegitimación) surgen dos elementos que configuran un nuevo escenario para Venezuela y el continente. El primero: todos los calificativos y hasta epítetos que hemos leído en la prensa privada del continente, en las afirmaciones sin sustento de lo que no es posible encontrar en Venezuela, parten de un antagonismo hasta visceral a una persona y a un proceso que no cuadra en los esquemas ni de cierta izquierda y mucho menos de la derecha. Si fuese Chávez un modelo de lo que la izquierda tradicional espera, jamás se habría enfrentado con tanto denuedo a la derecha económica del mundo, menos aún habría estructurado planes y proyectos con un profundo impacto popular, sino que se habría enredado en los esquemas teóricos y algunos dogmas.

Segundo: un proceso de disputa ideológica y política, como el que ocurre en América Latina durante la última década, no tiene como objetivo solo la estabilidad y el cumplimiento de planes y metas, sino y ante todo cimentar otros paradigmas, nuevas metáforas y resignificar algunos planteamientos teóricos e “inventar” otros dogmas.

En esa disputa, dentro de la democracia, ni Venezuela, ni Bolivia ni Ecuador, en sus proyectos de izquierda, han acudido a tentativas de golpe de Estado, desestabilización y menos a “dictaduras”. Cada triunfo, como el del domingo, ha sido bajo las normas y esquemas de la democracia “burguesa”. Y en ese terreno se han ganado todas las elecciones, ni siquiera de forma apretada, sino abrumadoramente.

Entonces, lo ocurrido este domingo no puede ni debe mirarse solo desde un escenario electoral. Debe ser visto como parte de un flujo político, de un torrente “sismático” que va por debajo de la opinión mediática, que se sostiene y activa en momentos clave y que revela, faltaba más, una (otra) tendencia muy marcada.

Es más, no es un asunto electoral, las elecciones apenas son el síntoma de lo que ocurre todos los días y que la derecha y los medios privados no logran entender. Como dicen los asesores de imagen: la gente vota por lo que ve y siente, no necesariamente por todo lo que se critica y denosta (y hasta miente).

Chávez, Lula, Correa, Evo, Cristina, Mujica, Dilma, son por ahora esas figuras y expresiones de lo que el continente ha ido dibujando, con todos sus errores y aprendizajes. Ellos y ellas señalan otros derroteros; pero, sobre todo, abren otras perspectivas de análisis que no estarán en los manuales marxistas leninistas y mucho menos en los libros de los pensadores liberales que este mismo instante revisan sus postulados por todo lo ocurrido en Europa.

Finalmente, lo de Venezuela establece una dimensión histórica particular para entender que la disputa de fondo ni siquiera es al interior de nuestras naciones sino con los libretos que se producen en otras regiones. Como ya se ha dicho: por ahora América Latina es el mayor escenario, ese gran escenario, para producir pensamiento, para generar nuevos relatos, pero también para entender de otro modo la política por fuera de los membretes con que quieren estigmatizar y hasta subestimar lo que deciden con su voto y sabiduría nuestros pueblos.

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