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¿Por qué es tan difícil unir a las derechas del PSC y CREO?

Este comentario podría concluir con la siguiente afirmación: por los intereses privados que cada uno defiende.
Y para no quedarnos ahí y abundar en la reflexión que este tema depara podría también añadir que esa situación esconde grandes negocios que los “políticos” que van a la Asamblea y disputan las elecciones saben perfectamente para qué usan la política (que no necesariamente es para garantizar el bienestar común).

Complicando más el análisis: ¿Si CREO y PSC se unieran en la Asamblea, para hacer un bloque, como sí lo pudieron hacer, de forma recelosa, en las elecciones para legisladores en Guayas, cuál sería su agenda política? ¿Dónde se encontrarían para afinar sus posturas, debatir y reflexionar sobre los problemas del Ecuador?

Quizá, como ya han dicho algunos analistas, en lo único que coinciden y van a dar peleas conjuntas es en la tesis de Cero Impuestos.

Y hay en todo esto algo de fondo: Realmente entre CREO y PSC hay una desconfianza crónica, profundamente marcada por los negocios  que defiende cada uno de los allegados a cada uno de sus líderes. Y con esto también estaríamos cayendo en un lugar común y algo que podría entenderse como dado o sobreentendido.

Por lo pronto hay otros elementos que sí están en juego. Uno de entrada: el movimiento CREO no es un partido político, todavía (y quizá hasta las próximas elecciones) es una empresa electoral para colocar en Carondelet a Guillermo Lasso. Dos: en esta empresa electoral participan personas de la política de la cuasi desaparecida partidocracia, como Andrés Páez, que tienen cierta vergüenza de pactar con los socialcristianos. Saben (Paéz y otros) que eso significaría su aniquilamiento político, porque les resultaría muy caro defender posturas de negocios que no comparten o por lo menos con los que compiten.

Pero volvamos a la desconfianza, que en realidad es el tema de fondo. ¿Por qué desconfiaría Jaime Nebot de Guillermo Lasso? Ya salió a aclarar el alcalde de Guayaquil que en la campaña él no acompañó al candidato presidencial sino que Lasso se “coló” en un recorrido de obras.

Sospecho que ahí hay algo que puede explicar cierta desconfianza o la mayor de todas: la disputa por la herencia del sillón de Olmedo. Imagino que Lasso y su empresa electoral piensan en esas elecciones municipales, con sus propios cuadros y hasta recursos para instaurar su particular proyecto. Y, de su lado, ¿Nebot  va a dejar la ciudad en manos de quien tiene otro tipo de negocios donde sus “cuadros” (gerentes de empresas beneficiadas en estos años de administración socialcristiana) tienen mucho que defender, no importa el precio que haya que pagar por ello?

Claro, ¿para qué le sirve la minoría legislativa a un proyecto político conservador y empresarial que le rinde más réditos económicos en la ciudad de Guayaquil? Saben los socialcristianos que en la Asamblea no tienen ninguna incidencia y cualquier acción que hagan allí, mucho más con políticos “colados” en CREO, les puede costar el futuro electoral en sus zonas o ciudades de influencia.

¿Cuánto ha madurado la derecha ecuatoriana como para reclamar un espacio?Del otro lado, los dirigentes y legisladores de CREO piensan o hacen cálculos (es el término más adecuado) para el 2017 y llegar a acuerdos mínimos con el PSC podría socavar ese capital político adquirido en las elecciones del pasado 17 de febrero. Algunos de los allegados y el propio Andrés Páez han dicho y reconocido que la oposición ha cometido muchos errores para estar donde está. La experiencia de los últimos cuatro años les ha dejado grandes lecciones. Un amigo cercano a esos grupos me cuenta que, entre otras, las fallas de las que se arrepiente es de haberse juntado con Sociedad Patriótica en casi todas las batallas de la oposición. Incluso, me dice, nadie vería bien, mucho menos los electores jóvenes, una alianza o un estrechón de manos entre Guillermo Lasso y Lucio Gutiérrez.

De ahí que es muy entendible este divorcio de la derecha ecuatoriana en la Asamblea Nacional. Comprensible pero no justificable por todo lo que proclama y exige a los demás: Diálogo, unidad nacional, conjunción de esfuerzos e ideas para sacar al país adelante, etc.

Si la derecha le exige al Gobierno y al bloque de PAIS diálogo y apertura, ¿por qué no hay esa apertura y diálogo en esa ala de la política nacional donde se supone que hay comunión de ideas y de principios,  abogan por las libertades y la democracia plena, por la seguridad jurídica y la libertad de empresa?

Con lo que hace la derecha ha decepcionado, incluso, a aquellos periodistas y analistas que abogan por una oposición creativa, radical, fuerte y hasta doctrinaria para enfrentar los cuatro años restantes. Literalmente se “hacen los locos” cuando se toca el tema en entrevistas y prefieren mirar hacia otro lado y concentrar en el análisis de lo que hará el Gobierno.

Por todo esto, también cabe otra hipótesis y pregunta a la vez: ¿Cuánto ha madurado la derecha ecuatoriana como para reclamar un espacio en la discusión pública más allá de sus agendas empresariales? ¿Por qué no aparecen sus figuras más notables en las marchas de los denominados “14 millones”? ¿No están ahí sus creencias más profundas? ¿No son esos “14 millones” sus votantes? ¿Por qué los abandonan en estas luchas doctrinarias y fundamentalistas?

La derecha ecuatoriana, me atrevo a preguntar, ¿está menopáusica? No, no creo, me parece más bien que espera su oportunidad o que finalice el ciclo político iniciado en el 2007. Pero también hay otra posibilidad: los nuevos cuadros que se gestan en la derecha no son tan dinosaurios que más bien trabajan en proyectos económicos ajustados a los paradigmas de este cambio de época y sobre ello impulsan otras visiones y hasta pretensiones políticas.

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