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Los “enfermos” de importancia sobreviven
Iván Flores, editor de la revista Vanguardia, en un diálogo radial, me recordó ayer aquella frase o dicho que hace tiempo connotaba una profundidad especial: “Algunos periodistas sufren de importancia”. No la había escuchado hace mucho tiempo y que venga de Iván me sorprendió mucho.
Hay dos razones para ello. La primera: la preponderancia que adquiere la comunicación no nos da a los periodistas el mismo rol porque solo somos una parte del proceso comunicacional. Y ahora mucho menos: somos un factor minúsculo en la medida que el resto de mortales nos reemplaza en eso de informar y dar noticias.
La segunda: si evaluamos lo ocurrido estos últimos cinco años con los debates y reflexiones que ha provocado la Ley de Comunicación, tenemos como detalle sobresaliente una enorme pedagogía sobre el tema en la ciudadanía y en aquellos que no son periodistas o están vinculados a este campo. Tanto que esto ha servido para desnudar nuestras precariedades y hasta limitaciones.
Y de ahí que, con algo más de modestia y humildad, todos los periodistas deberíamos curarnos de “importancia” para pasar a la sala de terapia de humildad y recuperar la esencia de este oficio -que no es otra que la del servicio, sin exhibicionismo ni protagonismo- para, incluso, estar en condiciones de dar clases de moral, ética, política, justicia, economía, cultura o deportes a quienes las necesitan.
Ojalá que en estos días, cercanos a la aprobación de la ley más esperada y peleada, los comunicadores aprovechen para darse un baño de autocrítica, sobre la base de conceptos y paradigmas que superen las desgastadas banderas levantadas por quienes han distorsionado la imagen respetable del periodista como un actor social, convirtiéndolo en una pieza más de una maquinaria ideológica y empresarial muy bien identificada.